
TROTSKY: SU LEGADO PERMANENTE
Presentación
El trabajo que publicamos a continuación fue escrito para el público norteamericano por el gran historiador y biógrafo marxista Isaac Deutscher como introducción a una antología de obras de Trotsky editada en Nueva York en 1964. Posteriormente fue traducido al castellano por Ediciones Saeta y reproducido en Chile el año 1971 por la revista "Tercer Mundo". Su autor (1907-67) es vastamente conocido, particularmente por sus extraordinarias y minuciosamente documentadas biografías de Stalin y Trotsky, aparte de otros numerosos escritos sobre temas políticos y culturales.
Deutscher concibió el original proyecto de escribir una monumental historia de la Revolución Rusa en base a las biografías de sus tres figuras principales: Lenin, Trotsky y Stalin. Sin embargo comenzó a ejecutarlo en el orden inverso y no alcanzó a concluirlo puesto que falleció mientras trabajaba en su biografía de Lenin. Respecto de su formidable biografía de Trotsky cabría decir que consiguió ampliamente su objetivo de rescatarlo de la "montaña de perros muertos", vale decir de falsedades y calumnias, con que pretendió sepultarlo la propaganda estalinista.
Más allá de las posiciones que cada cual sustente frente a los acontecimientos de la revolución rusa, la obra de Deutscher tiene el mérito indiscutible de restituir la verdad histórica. Por simple que pueda parecer a las actuales generaciones, ello ha constituido toda una hazaña, fruto de una lucha solitaria y titánica. Aún hoy el pueblo soviético no conoce en profundidad la verdadera historia de su grandiosa revolución. Por ello nos enorgullecemos de proseguir la labor de clarificación histórica y política a la que Deutscher dedicó sus mejores esfuerzos, reproduciendo una vez más este pequeño trabajo sobre la obra de Trotsky.
EDICIONES "COMBATE"
SERIE "CUADERNOS DE FORMACION COMUNISTA"
TROTSKY: SU LEGADO PERMANENTE
Isaac Deutscher
¿En qué consiste la grandeza de Trotsky? ¿Cómo se relacionan sus ideas y sus luchas con los problemas de nuestro tiempo? La característica principal de Trotsky es ser un "visionario" en el mismo sentido en el que el mito griego nos dice que Prometeo era un visionario al contrario de su hermano Epimeteo, el que "reflexiona con tardanza". Su mente, su energía, su voluntad estaban dirigidas al futuro. Se apoya siempre en el cambio, en las transformaciones que el Tiempo, el gran subversivo deberá realizar. Nunca dudó de que vale la pena trabajar y esperar en aras del cambio y la transformación. El orden establecido, las fuerzas dirigentes, el status quo, son sólo un "momento" que se desvanece en el flujo de la historia. Todo su ser está penetrado de un optimismo revolucionario casi inagotable e indestructible. Su vida es una polémica feroz con Epimeteo; una lucha fraticida entre él y el que reflexiona con tardanza.
"Dum spiro spero" (mientras quede un soplo de vida hay esperanza) grita cuando es un muchacho de 20 años. En el umbral del siglo XX hace este juramento: "¡Mientras me quede un soplo de vida, lucharé por el futuro, el radiante futuro en el cual el hombre fuerte y bello, será el amo de la cambiante corriente de su historia, y la dirigirá hacia los horizontes infinitos de la belleza, la alegría y la felicidad!" Y, ante el espectáculo de sangre y opresión mediante el cual ha sido ominosamente inaugurado el siglo, exclama: "¡Tú! tú sólo eres el presente".
Con esta frase, impregnada con toda la ingenuidad y el fervor de su juventud, Trotsky, de hecho estableció el tono optimista constante de su vida. A través de todas las vicisitudes sería siempre fiel a sí mismo: en cada cambio de fortuna, tanto en el triunfo como en la derrota, el leitmotiv es el mismo. En la cúspide del poder nada le es más ajeno que la aceptación del status quo; sigue luchando por el cambio, por la transformación, por la Revolución Permanente. En lo más abismal de la derrota, mientras la persecución de sus enemigos lo obliga a emigrar por todo el globo, y cuando se aniquila a sus hijos y se extermina a sus amigos y partidarios, él sigue expresando, con una voz casi ahogada por la pena, su fe en el futuro, su dum spiro spero.
La experiencia de mi vida, (dijo ante la Comisión Dewey, al finalizar el "Contra-proceso", en México, en 1937), en la que no han faltado ni éxitos ni fracasos, no sólo no han destruido mi fe en el brillante y claro futuro de la Humanidad, sino que, por el contrario, le ha dado un temple indestructible. Esta fe en la razón, en la verdad, en la solidaridad humana, que a los dieciocho años me llevó a los barrios obreros del pueblo provincial ruso de Nikolayev, esta fe la he preservado total y completamente. Se ha vuelto más madura, pero no menos ardiente.
El brazo del asesino estaba ya suspendido sobre su cabeza cuando repitió esta idea motriz de su vida; y la única esperanza que expresa en su testamento es que se le permita legar esta esperanza a la posteridad:
Pero cualesquiera que sean las circunstancias de mi muerte, moriré con una fe inquebrantable en el futuro comunista. Esta fe en el hombre y en su futuro me da, incluso ahora, tal poder de resistencia, que no lo puede dar ninguna religión... Puedo ver el brillante verdor del césped del prado bajo el muro, y el claro azul del cielo arriba de él y llenándolo todo, la luz del sol. La vida es hermosa. Que las generaciones futuras la limpien de todo mal, opresión y violencia y la disfruten al máximo.
En estos momentos de desilusión y cinismo nada resulta más fácil que equiparar esta actitud con un optimismo o racionalismo "Victorianos" fuera de moda, si no es que con una "metafísica del progreso". Trotsky, sin embargo no invoca la bondad innata o la racionalidad abstracta del hombre; tampoco cree en ninguna capacidad automática de perfección de la sociedad humana. Ve la tendencia de la historia como una línea terriblemente dislocada y no como una gráfica que ininterrumpidamente se eleva. Es muy consciente de los sombríos callejones sin salida a los que por sí mismos han arribado los hombres tantas veces, de los círculos viciosos en los que las civilizaciones en ascenso y en declinación se han movido, de las innumerables generaciones desconocidas para nosotros, que han vivido en una esclavitud irredenta y de la inconmensurable cantidad de crueldad y sufrimientos que el hombre ha infligido sobre el hombre.
La historia no es para él la manifestación de ninguna voluntad ni inteligencia sobrenatural; tampoco es una historia con un designio subyacente de antemano. A pesar de todo, en medio del caos salvaje y del desperdicio sangriento de esta misma historia, Trotsky ve el curso peculiar y único de la realización del hombre, su ascenso biológico por encima del "oscuro ámbito animal", su organización social, y su estupenda capacidad creadora y productiva, que ha crecido con particular intensidad en unas cuantas generaciones de la época actual. Esta capacidad permite al hombre moderno perpetuar las bases para el crecimiento futuro y el enriquecimiento de su civilización. Le permite hacer a su cultura inmune a la decadencia, cosa que no ha sucedido a ninguna otra cultura. Todas las civilizaciones desaparecidas de la antigüedad habían dependido, para su existencia, de fuerzas productivas muy pequeñas y débiles, que, en las sociedades esclavistas, degeneraban fácilmente hasta que un solo golpe -una catástrofe natural, un desastre social, o una invasión extranjera- las eliminaba del todo. De este modo, la falta de continuidad en el crecimiento cultural del hombre se debía, en lo esencial al subdesarrollo de su fuerza productiva. La tecnología moderna ha creado, por fin, las condiciones de la continuidad; le ha dado al hombre todos los medios para registrar, fijar y consolidar sus logros. Una vez tras otra le ha permitido reconstruir su existencia social de las ruinas, y reproducir en una escala creciente su riqueza material y espiritual. Esta era para Trotsky la fuente principal de su optimismo histórico.
Pero Trotsky no previo el advenimiento de la era atómica, dirá el pesimista: no conoció las armas actuales, añadirá, inventadas por nuestros científicos y tecnólogos. En la actualidad somos capaces no sólo de destruir la civilización, sino incluso, de conmover los fundamentos biológicos de nuestra existencia; el crecimiento de nuestra potencia productiva nos ha dado el poder de la autoaniquilación. El optimismo de Trotsky sobre la capacidad productiva del hombre como la clave principal de la historia es, concluirá el pesimista, cuando mucho, una reliquia patética de la era preatómica.
El pesimista está equivocado. Para empezar, Trotsky sí previo el advenimiento de la era atómica. Hizo esta previsión casi dos décadas antes de que estallara la primera bomba atómica, cuando la idea no se le había ocurrido a ningún estadista ni dirigente político, cuando eminentes científicos todavía la veían con escepticismo.
Aún en este campo fue un visionario; afirmó explícitamente que la gran revolución social y política de nuestra época coincidiría con una gigantesca revolución en la ciencia y en la tecnología. Como marxista era del todo consciente de que a lo largo de toda la historia, cada avance en la potencia productiva y creadora del hombre, ha aumentado la capacidad de opresión y destrucción y que en cualquier sistema social desgarrado por contradicciones internas, todos y cada uno de los actos de progreso son internamente contradictorios.
En la sociedad de clases nuestro poder para controlar las fuerzas de la naturaleza está monopolizado por la clase social dominante, o por los grupos dirigentes, que también usan este poder para controlar, subyugar o destruir a las fuerzas sociales hostiles a sus designios (así como a los enemigos extranjeros). Marx y Engels se percataron de esto, y su confirmación separó su optimismo social de la creencia liberal en el progreso automático de la sociedad. Marx y Engels formularon una previsión histórica dual: la Humanidad, dijeron, avanzará hacia el socialismo, o retrocederá hacia la barbarie.[1] Trotsky, constantemente elaboró enfoques sobre esta previsión dual de los clásicos marxistas. Hace cincuenta o treinta años los burgueses liberales consideraban esta previsión como excesivamente dogmática y pesimista. Ahora se inclinan a descartarla como "optimismo de alucinados".
Es cierto que el peligro de una vuelta a la barbarie es actualmente mucho más amenazador que nunca, y que aún Trotsky no pudo prever cuan desesperadamente grave se iba a convertir, en la era atómica, la alternativa (socialismo o derrumbe de la civilización); pero, en ese caso, la escuela marxista y en especial Trotsky, sólo pueden ser acusados de no darse cuenta de cuan profundamente estaban en lo cierto. A pesar de ello, el optimismo de Trotsky no fue pasiva profesión de fe; sus pronósticos tampoco fueron los horóscopos de un adivino. Su confianza en el futuro del hombre está fundada en la capacidad y la voluntad humana para actuar y luchar por su futuro. Su dum spiro spero era un grito de guerra; cada una de sus previsiones eran llamamientos a la acción. Entendido de este modo, su optimismo en la era atómica es más válido que nunca. Entre más cerca esté el hombre de su autoaniquilación, más firmemente debe creer en que puede evitarla, más intensa y decidida debe ser su determinación de impedirla. Su optimismo resulta esencial para su supervivencia. Mientras que la desilusión altanera y el pesimismo resignado son estériles y sólo pueden prepararnos para el suicidio.
Trotsky es un clásico del marxismo en más de un sentido. Representa la escuela del pensamiento marxista en toda su pureza, tal y como ella existía antes de su prostitución por las ortodoxias estalinistas y socialdemócratas.; sus escritos transmiten la inspiración original, el esplendor intelectual y el Elan moral de la idea y el movimiento. Las generaciones de socialistas y comunistas que bien en la Rusia zarista o en la estalinista lucharon clandestinamente contra la explotación y la opresión, que llenaron las prisiones y los campos de concentración, que desafiaron condenas, galeras y pelotones de fusilamientos y que no esperaban ninguna recompensa que no fuera la satisfacción moral, estaban animados por una concepción y una visión de la sociedad de la que Trotsky da una expresión acabada.
Sus escritos son, por tanto, grandes documentos de la época. Los lectores latinoamericanos encontrarán en ellos profundos descubrimientos del ethos de una sociedad muy parecida a la suya; una sociedad sumergida en las agonías de una revolución. Una sociedad electrificada por corrientes peculiarmente poderosas de la acción, la pasión y el pensamiento políticos.
Como toda gran escuela de pensamiento y como todo gran movimiento social, el marxismo ha pasado por varias metamorfosis y transmutaciones; a través de sus diversas etapas de desarrollo han surgido de él fases distintas. Trotsky se interesó y se comprometió profundamente con un elemento del marxismo clásico, con la quintaesencia del marxismo: la revolución permanente. Marx había formulado la idea de la revolución permanente en la mitad del siglo XIX, en la era de las revoluciones de 1848; Trotsky la reformuló al principio de este siglo, durante la primera revolución rusa de 1905-6. La idea ha sido desde entonces objeto de una feroz polémica; por más de cuarenta años ha sido proscrita del mundo comunista y considerada como la herejía de todas las herejías.
¿Cuál ha sido su significado y qué importancia tiene para los acontecimientos de nuestro tiempo? Los estalinistas, (incluyendo a los jruschovistas y también a los maoístas) han hecho todo lo que podían para desacreditar a la revolución permanente como una fantasmagoría del ultrarradical obsesivo. Antes de que Stalin denunciara a Trotsky como "el líder de la vanguardia de la contrarrevolución mundial (y como el aliado de Hitler y el Mikado), lo describía como un "incendiario" y un "salvaje" dedicado a preparar golpes de estado comunistas en todas partes del mundo, como el dogmático de la revolución "puramente proletaria" y como el enemigo del campesinado y de los "humildes" de otros niveles "intermedios". Lo que, finalmente, descalifica a todas estas acusaciones, es el hecho de que en la larga lista de crímenes y errores que Stalin atribuyó a Trotsky, no hubo uno siquiera que él mismo, Stalin, no cometiera; y así, en su distorsionado retrato de Trotsky es posible contemplar ahora su propia imagen.
La teoría de Trotsky es, en realidad, una concepción profunda integral en la que todos los grandes giros históricos por los que el mundo está pasando (en esta fase final de la era capitalista) son representados como partes interconectadas e interdependientes de un solo proceso revolucionario. Para ponerlo en términos más amplios, el cataclismo de nuestro siglo es visto por Trotsky como global en su horizonte y en su significación, aun cuando pasa por varios niveles de civilización y por las más diversas estructuras sociales, y aun cuando sus varias y diversas etapas están separadas una de otra en el tiempo y el espacio.
Debe recordarse que, hace sesenta años, cuando Trotsky expuso por primera vez su punto de vista, la estabilidad del viejo orden parecía inconmovible: casi todos los continentes estaban dominados todavía por Europa, cuyos grandes imperios y dinastías parecían ser indestructibles. Solo en Rusia se había resquebrajado la estructura y había aparecido la primera fisura en el zarismo, fisura que pronto fue tapiada nuevamente. Sin embargo, a través de esa fisura transitoria, Trotsky percibió el horizonte de todo el siglo por venir. Fue, en este aspecto, único entre los marxistas contemporáneos, dirigentes y teóricos, pues ninguno de ellos, ni el mismo Lenin, tuvo la audacia de sostener que Rusia sería el primer país en establecer una dictadura proletaria y emprender la revolución socialista. Lo que los marxistas generalmente creían entonces, era que la que estaba "madura" para el socialismo era la Europa Occidental, aun cuando la mayoría de los socialistas europeos compartían una creencia más bien platónica sobre el particular.
En lo que se refería a Rusia, nadie vislumbró que se encontraba en el umbral de la revolución socialista. En general, se sostuvo que se dirigía a una revolución burguesa, la cual le permitiría liberarse de su pesado lastre feudal y la transformaría en una moderna nación capitalista; en una palabra, Rusia estaba a punto de producir su propia versión de la Gran Revolución Francesa.
Una sección de los socialistas, los mencheviques, deducían de este pronóstico que la dirección de la revolución en camino, pertenecería a la burguesía liberal. Lenin y sus seguidores se dieron cuenta de que la burguesía liberal era incapaz y no deseaba enfrentarse a una tarea de esa envergadura, y de que la joven clase obrera, apoyada por un campesinado rebelde, era la única fuerza capaz de emprender una lucha revolucionaria hasta el fin. Pero Lenin seguía convencido, y afirmaba enfáticamente, que Rusia, por su propia cuenta, no podía ir más allá de una revolución burguesa y que sólo después de que el capitalismo hubiera sido derrumbado en Europa Occidental, podría emprender, a su vez, el camino hacia la revolución socialista.
Durante tres lustros, de 1903 a 1917, Lenin se debatió ante este problema: ¿Cómo era posible que una revolución, dirigida por la clase obrera socialista, y en contra de una oposición burguesa, concluyera en el establecimiento de un orden capitalista? Trotsky cortó tajantemente este dogmático nudo gordiano, con la conclusión de que la dinámica de la revolución no podría contenerse dentro de una etapa particular y que, una vez desatada, superaría todos los obstáculos y barrería no sólo al zarismo sino también al débil capitalismo ruso, de tal modo, que lo que habría comenzado como una revolución burguesa terminaría como una socialista.
Aquí se planteaba un problema vital. El socialismo, según lo entendían los marxistas, suponía una economía y, una cultura altamente desarrolladas y modernas, una abundancia de riqueza cultural y material que pudiera ser capaz, por sí sola, de satisfacer las necesidades de todos sus miembros y de abolir las divisiones de clase. Esto era por supuesto una meta que estaba fuera del alcance de la atrasada y subdesarrollada Rusia. Trotsky, por tanto, consideraba que Rusia sólo podría empezar la revolución socialista, pero que sería muy difícil que la continuara e imposible que la completara. La revolución se encontraría en un callejón sin salida, a menos que saltara sobre las fronteras rusas y pusiera en movimiento a las fuerzas de la revolución en el Occidente. Trotsky presuponía que así como la revolución rusa no podría ser contenida dentro de la etapa burguesa, del mismo modo no podría detenerse dentro de las fronteras nacionales: sería el preludio, o el primer acto, de una insurrección universal. La revolución sería, tanto a nivel nacional como a nivel internacional, una revolución permanente.
De modo paradójico, este aspecto internacional de la teoría fue mucho menos polémico cuando Trotsky lo enunció por primera vez, de lo que más tarde lo sería. Fue un elemento de la teoría mucho menos discutido que la insistencia de Trotsky en la tesis de que Rusia iniciaría la insurrección socialista.
El marxismo clásico se había percatado profundamente del horizonte y del carácter internacional del, capitalismo moderno y hacía hincapié de modo particular en la división internacional del trabajo como una de sus características más progresistas. Marx y Engels habían dicho, en el Manifiesto Comunista, que el socialismo empezaría allí donde hubiera terminado el capitalismo: evolucionaría, ampliaría, intensificaría y racionalizaría la división internacional del trabajo heredada del capitalismo. Esta idea era parte consubstancial de la tradición intelectual del marxismo. Pero, a principios de siglo, comenzó a caer en desuso o en el olvido y tenía muy poco impacto en las líneas de acción políticas del movimiento obrero.
Trotsky resucitó la idea y la encuadró dentro de un contexto más vivo y actual. Veía al socialismo y a la nación-estado como incompatibles. De este modo repudiaba, en forma implícita, al "socialismo en un solo país" de Stalin, veinte años antes de que Stalin comenzara a predicarlo.
Estos argumentos no quieren decir, como los estalinistas aseguraron, que cuando la revolución rusa quedó aislada, hacia los veintes, Trotsky no le concediera ninguna esperanza ni posibilidad de supervivencia y desarrollo. El siempre había mantenido que la revolución debería empezar en escala nacional y había previsto, como una alternativa de su desarrollo, su aislamiento temporal en un solo país. Con esta concepción, cuando el régimen bolchevique, en la realidad, quedó aislado, Trotsky luchó por su supervivencia vigorosa y exitosamente: primero como Comisario del Pueblo para la Defensa y después como el principal sostenedor de la rápida industrialización de la URSS. Lo que sí es cierto, sin embargo, es que veía el confinamiento de la revolución en un solo estado, como algo totalmente pasajero. Se rehusaba a ver a la revolución rusa como un desarrollo autosuficiente, capaz de lograr su consumación dentro de sus fronteras nacionales. Persistió en considerarla como el primer acto de un drama universal, aun cuando la "pausa", "el intermedio" antes del siguiente acto se tornaron mucho más largos de lo previsto.
Por supuesto, incluso el mismo Stalin, nunca renunció de un modo inequívocamente explícito al "vínculo" que unía a la URSS y al comunismo mundial: el compromiso bolchevique con el internacionalismo marxista había sido muy fuerte como para mofarse abiertamente de él. Pero esta idea, a la que Stalin sólo se refirió de un modo demagógico, era consustancial a todo el pensamiento y la actividad de Trotsky.
En este punto, puede ser pertinente una analogía con la historia norteamericana: la dicotomía entre el aislacionismo y el internacionalismo, que tan constantemente aparece en la historia soviética, aun cuando de una trágica manera que es mucho más confusa y mucho más violenta. El estalinismo representó al aislacionismo bolchevique, un aislacionismo positivo entre las dos guerras mundiales, y un aislacionismo desintegrador más tarde. El trotskismo era el internacionalismo bolchevique, intransigente y auténtico. El carácter confuso y ambiguo del aislacionismo soviético es producto del hecho de que, a diferencia de su equivalente norteamericano, había heredado una ideología internacionalista con la que se encontraba en conflicto continuo. Además, el aislacionismo soviético no contaba con los elementos geográficos del norteamericano; la URSS no estaba separada por dos océanos de las potencias hostiles o potencialmente hostiles.
Durante veinte o veinticinco años, desde el principio de la década de 1920-29 hasta el final de la de 1940-49, todas las apariencias de la situación mundial estuvieron en contra de la doctrina trotskista. La revolución no progresó fuera de la URSS y parecía que su contención dentro de las fronteras soviéticas fuera a ser para siempre. Puede ser controvertible precisar hasta qué punto esto se debió a las circunstancias "objetivas" y hasta qué punto el estalinismo contribuyó para prolongar la "pausa" de los procesos revolucionarios.
De cualquier modo, el estalinismo no sólo se conformó con el confinamiento nacional de la revolución, sino que proclamó su autoconfinamiento y autosuficiencia nacional. Muchos anticomunistas (que prefieren a Stalin, el "estadista realista", en comparación a Trotsky, el "soñador" o "incendiario") aplaudieron al primero por tomar este curso. Lo mismo hicieron todos los partidos comunistas. "¿No tiene razón Stalin al consolidar al Socialismo en un sólo país?", decían. "Sólo el espíritu de capitulación y de perversidad contrarrevolucionaria pueden impulsar a Trotsky a sostener que el socialismo no puede realizarse dentro de un solo país."
El triunfo de Stalin, a pesar de lo duradero que fue, mostró en realidad ser tan transitorio como la situación que lo produjo. "El socialismo en un solo país", puede contemplarse ahora como el reflejo ideológico de circunstancias temporales, como un ejemplo característico de "falsa conciencia", más que como un programa realista. El acto siguiente de la revolución permanente comenzó mucho antes de que la URSS llegara a acercarse siquiera al socialismo. (Es una parodia de la verdad afirmar que la Unión Soviética es -o era en los tiempos de Stalin- una sociedad socialista; incluso hoy, después de sus progresos recientes, se encuentra todavía en alguna parte del camino entre el capitalismo y el socialismo). La famosa "capacidad de estadista" de Stalin es ahora repudiada y ridiculizada por sus antiguos acólitos, que describen su dominio como una larga noche oscura de violencia sangrienta infligida contra el pueblo ruso. Estas denuncias deben tomarse con reserva; contienen un ápice de verdad, pero tienden a oscurecer las realidades subyacentes más profundas de la época de Stalin. La aislada revolución rusa, no pudo resolver en forma satisfactoria las tareas que ella misma se había impuesto, debido a que ellas no podían ser resueltas dentro de un solo estado. Mucho de lo que hizo Stalin consistió en resolver la cuadratura del círculo por medio del terror contra las masas. Y, en realidad, su socialismo en un solo país fue, como sostuvo Trotsky, la utopía de un pragmático. La unión Soviética la abandonó hacia el final de la segunda guerra mundial, cuando sus tropas, pisándoles los talones a los ejércitos de Hitler, atravesaron una docena de países extranjeros y acarrearon la revolución sostenidos por las puntas de sus bayonetas y por las torretas de sus tanques.
Después, en 1948-9, vino el triunfo de la revolución china, que Stalin no esperaba y a la que había obstaculizado en todo lo posible. La "pausa" había llegado definitivamente a su conclusión. Se había levantado el telón y el mundo era testigo de la apertura de un nuevo acto de la revolución internacional; y, desde entonces, Asia, África, e incluso América Latina, están ardiendo. Al parecer, cada una de sus revoluciones son nacionales en su carácter y su perspectiva, pero, sin embargo, cada una cae dentro de un esquema que es internacional. La dinámica revolucionaria no puede detenerse: la revolución permanente ha vuelto a ocupar su lugar y cualesquiera que sean los futuros intervalos y derrotas, constituye la esencia y el contenido sociopolíticos de nuestro siglo.
La historia difícilmente otorga una confirmación total a cualquier gran idea anticipatoria. No da esta confirmación ni siquiera a Trotsky, pues ningún pensador ni dirigente político es infalible. La gran predicción de Trotsky se está volviendo realidad, pero no en la forma en que él la previo. La diferencia, sin embargo, no se presentará a la posteridad tan grande como nos parece a nosotros. Un historiador que contemple nuestros tiempos desde la posición ventajosa de otra era, verá a nuestro siglo, casi con toda seguridad, no como el siglo norteamericano o ruso, sino como el siglo de la Revolución Permanente. Lo probable es que, en visión retrospectiva, conceda escasa importancia a las interrupciones y a los intervalos, al contemplar en su continuidad al proceso entero. Pero, para los contemporáneos, para la generación de Trotsky y para la nuestra, las interrupciones y los intervalos están llenos de tensión y conflicto, como lo están las acciones principales; comprenden una gran parte de nuestras existencias y absorben nuestros esfuerzos y energías. Trotsky pasó la primera parte de su vida militante dentro de un flujo ascendente de la revolución y la segunda en su marea descendente: de aquí las frustraciones y las derrotas que siguieron a sus triunfos y la esterilidad relativa de gran parte de su lucha contra Stalin. En la URSS sus numerosos e importantes partidarios fueron físicamente exterminados.
El exterminio fue tan grande, que hoy día los trotskistas soviéticos aparecen como los decembristas de hace cien años, una generación de revolucionarios sin "hijos", sin descendientes políticos directos. Fuera de la URSS, el trotskismo no ha sido un movimiento político vital: la Cuarta Internacional nunca ha podido iniciarse vigorosamente. Incluso el genio político de Trotsky no pudo convertir el reflujo en flujo.
Más aún, la Revolución Permanente ha tomado un rumbo muy diferente del que Trotsky había previsto. De acuerdo con la tradición del marxismo clásico, él también pensaba que sus próximas acciones se presentarían en los países más "avanzados y civilizados" del Occidente. Grande era la importancia que tenían Alemania, Francia, Inglaterra e incluso EUA, en sus perspectivas revolucionarias y perentorias eran las esperanzas que había puesto en estos países.[2] En lugar de lo previsto, ha sido el Oriente, atrasado y subdesarrollado, el que se ha convertido en el teatro principal de la revolución. No es que Trotsky descuidara las potencialidades del Oriente -muy al contrario- sino que las consideraba de un carácter secundario en relación a las potencialidades revolucionarias del Occidente, que a sus ojos serían al final las decisivas.
Este error de perspectiva (si este es el término adecuado que debe emplearse aquí) está estrechamente vinculado con la apreciación marxista del papel de la clase obrera industrial en la sociedad moderna, una evaluación resumida en el famoso epigrama, "la revolución será la obra de los obreros o no habrá revolución". Sin embargo, ninguna de las insurrecciones sociales de las dos últimas décadas ha sido estrictamente "creación de los obreros". Todas ellas han sido llevadas a cabo por organizaciones militares firmemente unidas y/o por pequeños partidos burocráticos.
En esos levantamientos sociales el campesinado ha sido, con mucho, una fuerza más activa que el proletariado industrial. Esto ha sucedido ante todo en la mayor de estas convulsiones revolucionarias, la china. Los guerrilleros de Mao llevaron la revolución del campo a la ciudad, mientras que para Trotsky era un axioma absoluto el que la revolución debía ir de la ciudad al campo y que no podría triunfar sin la iniciativa y la conducción urbanas.
Saltar de aquí a la conclusión que algunos escritores, y, en especial, el recientemente extinto C. Wright Mills, han sacado sobre la bancarrota de la concepción marxista de la clase obrera industrial como el principal "agente histórico" del socialismo es, sin embargo, apresurado. No debemos olvidar que por más de un siglo las clases obreras de Europa fueron, en la práctica, los principales agentes del socialismo y que, generación tras generación, lucharon por él con una inteligencia, una pasión y un heroísmo que asombraron al mundo. Nadie puede borrar de la historia los hechos de los cartistas ingleses y de los comuneros franceses, la lucha de los obreros alemanes contra Bismarck y los Hohenzollerns, la épica lucha clandestina, que duró más de medio siglo, de los obreros socialistas y comunistas de Polonia y las insurrecciones proletarias de Rusia de 1905 y 1917. Este constituye un balance sin paralelo en los anales de la Humanidad, pues ninguna de las clases explotadas y oprimidas de las sociedades anteriores -esclavos, siervos, campesinos "libres" o plebeyos de la ciudad- habían mostrado jamás, ni siquiera remotamente, una capacidad comparable de elaboración coherente de pensamiento político, de autodisciplina, de organización y de acción. Fueron las "manos de fábrica" de San Petersburgo y no los intelectuales bolcheviques o mencheviques, las que "inventaron" la institución del Consejo de Diputados Obreros, el Soviet. Aún los soviets prostituidos de la actualidad (y en esto se asemejan a los sindicatos burocratizados de Occidente) siguen siendo monumentos -en verdad espantosamente distorsionados- de la creatividad política de la clase obrera. Todas las derrotas sufridas por los obreros, todos sus fracasos para asegurar los frutos de sus victorias, e incluso sus frustraciones para desempeñar un papel decisivo en las revoluciones de las dos últimas décadas, no son suficientes para privarlos del título de "principales agentes del socialismo", un título que se han ganado a lo largo de un siglo. Se necesita un sentido de las proporciones y de la perspectiva, para evitar sacar generalizaciones sobre un proceso histórico a larga escala, en base a una fase particular del mismo.
Después de haber dicho lo anterior, debemos admitir que lo complejo del desarrollo histórico, puso a muy dura prueba la concepción marxista del socialismo proletario y las creencias y esperanzas de todos los militantes del movimiento obrero. El mundo está en el umbral de la Revolución Permanente, pero ¿es esta revolución la del socialismo proletario? Para que la idea de Trotsky conserve su plena validez, aún es necesario el cumplimiento de su premisa básica: los obreros de las naciones avanzadas e industrializadas -y dentro de ella se encuentran, en la actualidad, tanto la soviética como las de Occidente- deben recuperarse de la apatía, la confusión y la resignación a las que el reformismo occidental y el estalinismo los han conducido. Deben reafirmarse como los principales agentes del socialismo. El problema de quién sea, al final, el que controle la revolución de nuestro siglo está aún por resolverse: ¿serán las burocracias tiránicas e irresponsables o la clase obrera como representante de los intereses generales de la sociedad? De la resolución y respuesta a esta pregunta depende mucho más, infinitamente más, que la mera validez de esta o aquella doctrina. Lo que está en juego son todos los valores materiales y espirituales que el hombre ha creado y acumulado durante su historia.
La idea de que la clase obrera es, o debe ser, el actor principal de la revolución social, determina todo e pensamiento político de Trotsky, su concepción del régimen soviético y del Partido Bolchevique, y toda su lucha contra las ortodoxias socialdemócrata y estalinista: la "democracia proletaria" es la noción clave de todos sus razonamientos y argumentos.
Trotsky, como todos los marxistas revolucionarios, considera a la dictadura proletaria como una de las condiciones políticas necesarias para la transición mundial del capitalismo al socialismo. Nadie entre sus camaradas y rivales, ni siquiera Lenin, era "más terco y duro" en el sostenimiento de este principio, tanto teórica como prácticamente. Describir a Trotsky como un humanitarista dulzón, como un soñador intelectual, como un predicador de la no-violencia, como una figura del tipo de Ghandi dentro del bolchevismo, sería falsificar la historia. Este gran mártir no vivía de leche de cabra, ni negociaba con la leche de la bondad humana. Sabía que muchos de los giros decisivos de la historia habían sido teñidos con sangre humana. (La guerra civil norteamericana era uno de sus ejemplos favoritos al respecto). No retrocedía ante las medidas drásticas cuando estaba convencido de que eran necesarias para lograr el progreso de la humanidad. Y sería hipócrita condenarlo por esto en nombre de la civilización occidental y sus valores, una civilización que tiene en su haber las matanzas masivas de dos guerras mundiales y que ha expuesto a la humanidad a los peligros de la guerra nuclear. En donde radica la diferencia entre Trotsky y estos carniceros glorificados por la historia, es en el hecho de que él nunca, ni en un solo momento, se regocijó de rudeza alguna de sus medidas ni del tufo de la sangre. Preparó la más grande e importante de las insurrecciones armadas, el levantamiento del 7 de Noviembre de 1917, de tal modo que, aún los testigos más hostiles reconocen que el número de bajas no llegaron a diez, y como jefe del ejército proletario en la guerra civil trató el derramamiento de sangre al modo de un cirujano, como una parte indispensable pero estrictamente limitada, de una operación necesaria y saludable.
Fue partidario de la dictadura proletaria porque consideró axiomático que los terratenientes, los capitalistas y los esclavistas, no iban a dejar, por lo general, sus propiedades y su poder sin luchar salvajemente. (Sucedió así en Rusia, donde fueron apoyados y armados por todas las grandes democracias occidentales.) Sólo una dictadura podía salvar a la revolución rusa. Pero, ¿cuál sería su carácter?
Es indispensable, en este punto, dar a sus ideas el significado que tenían para él (y de hecho para Lenin y para los primeros bolcheviques), ya que, desde aquel entonces, con la experiencia de los regímenes totalitarios, se ha adicionado a estas ideas elementos repulsivos ajenos a ellas. En la concepción de Trotsky la dictadura proletaria era, o debería haber sido, una democracia proletaria. Esto no constituía una paradoja. No se debe olvidar que Trotsky, como otros marxistas, estaba acostumbrado a describir todas las democracias burguesas (la monarquía constitucional inglesa, la República Alemana de Weimar, la Tercera República francesa, y el sistema político de los EUA) como "dictaduras burguesas". Sabía por supuesto, que en términos estrictamente políticos y constitucionales, estos regímenes no eran dictatoriales, ni siquiera semidictatoriales, y tomaba muy en cuenta las libertades que el pueblo disfrutaba en las democracias parlamentarias. (La importancia que daba a estas libertades puede verse en su controversia con la Komintern estalinista sobre el fascismo y la democracia en Alemania.)
Pero Trotsky insistía en describir al sistema parlamentario occidental como una dictadura burguesa en el sentido más amplio, como un régimen en que, debido a que se basaba en la propiedad capitalista, garantizaba a las clases poseedoras la supremacía económica y social, y, por lo tanto, su supremacía política y cultural. El término "dictadura burguesa" describe precisamente esa supremacía y ese dominio y no se refiere necesariamente a un sistema constitucional particular o a un método de gobierno. Del mismo modo, cuando Trotsky (o Lenin o Marx) habla de la dictadura proletaria, usa el término en su significado más amplio, para caracterizar un régimen que debe asegurar la supremacía social de la clase obrera; no se refiere, pues, a ninguna forma constitucional, ni a ningún método de gobierno. De modo semejante a la "dictadura" burguesa, la proletaria puede ser, desde el punto de vista político, ya dictatorial, ya democrática; puede tomar distintas formas constitucionales. En el período inmediatamente posterior a la revolución y durante la guerra civil, su tendencia derivará a ser estrictamente dictatorial; en circunstancias más normales su tendencia derivará hacia la democracia, pero incluso en su etapa estrictamente dictatorial ésta deberá ser siempre, tal y como lo era el régimen soviético al principio, una democracia proletaria, que asegure una genuina libertad de expresión y asociación cuando menos a los obreros, y que les permita ejercer un control efectivo sobre el gobierno. Esta concepción de la dictadura no tiene nada que ver con ningún poder autodesignado, de una oligarquía o de un autócrata "socialista", o con un sistema de gobierno "monolítico", totalitario. En realidad constituye su negación total. No hay que extrañarse, por tanto, de que bajo el estalinismo esta concepción fuera denunciada como una herejía menchevique y erradicada del pensamiento comunista. Para las mentes formadas en la escuela estalinista, la convicción de que la clase obrera es o debe ser la guía del socialismo, ha sido erradicada con efectividad.
Como muchas otras concepciones, su concepción del partido también surgía de esta convicción. Es imposible, dentro del contexto de esta antología, ilustrar adecuadamente esta evolución tan compleja de los puntos de vista de Trotsky al respecto. Los lectores interesados en esta evolución pueden consultar los tres volúmenes de mi biografía de Trotsky. Aquí resultará suficiente recordar que en este punto, Trotsky estuvo en desacuerdo con Lenin por casi quince años y en oposición encarnizada con Stalin por cerca de veinte. Codo con codo, marchó con los bolcheviques durante seis años, los años de la "conmoción mundial", de 1917 a 1923; los motivos de sus polémicas contra Lenin difieren en sus fundamentos, ampliamente de los de su antagonismo con Stalin. Sin embargo, hay un leitmotiv que campea a través de ambas controversias: la repugnancia de Trotsky a cualquier forma de tutelaje del partido sobre los obreros. Fue por tal sospecha, de que Lenin ambicionara ejercer cierto tutelaje, por lo que receló de él hasta antes de 1917; más tarde vio encarnada y realizada esta ambición en Stalin. Trotsky reconoció que se había equivocado gravemente con respecto a Lenin, quien había preparado el partido bolchevique para dirigir a los obreros, no para domarlos o subyugarlos. Al hacer la distinción entre la dirección legítima, por una parte, y el tutelaje y la usurpación por otra, el Trotsky maduro corrigió cierta unilateralidad de su parte: había confiado demasiado en la espontaneidad de la conciencia de clase de los obreros, en su inteligencia y voluntad revolucionarias inherentes, las que por sí mismas asegurarían la victoria del socialismo. Había tenido cierta inclinación a ver a la clase obrera como un cuerpo social homogéneo, animada en su conjunto por la misma preocupación socialista y en posesión de una gran capacidad de acción política. Una clase obrera así no necesitaba una guía especial; el partido solo tenía que identificarse con ella y expresar sus aspiraciones.
Lenin también tenía como básica la convicción de la "misión histórica" de los obreros como agentes principales del socialismo, pero, al mismo tiempo, veía a la clase obrera más realista y críticamente. La veía como un cuerpo complejo y heterogéneo, constituido por capas diferentes, cada una con su propio origen e historia, cada una vinculada de un modo distinto con el campesinado, con la pequeña burguesía y con el resto de la clase obrera, cada una con su propio nivel de educación y su conciencia social específica y cada una con su propio grado de capacidad (o incapacidad) para la acción revolucionaria. Esta masa tan grandemente diferenciada, sólo estaba unida por su condición proletaria dentro de la sociedad y por su antagonismo a la explotación capitalista y estaba desunida por fuerzas centrífugas que operaban en su seno y por sus diversos grados de receptividad al socialismo. La clase auténtica estaba constituida por elementos progresistas y atrasados, sólidamente conscientes y apáticos, valientes e indolentes; en síntesis, necesitaba de la dirección del partido con el objeto de ser elevada a su "misión" revolucionaria.
En consecuencia, el partido no podía simplemente identificarse con los obreros y no se podía contentar con sólo percatarse y expresar su ánimo, tenía que moldearlos. Ante todo tenía que identificarse con los obreros avanzados con objeto de llevar a cabo junto con ellos la tarea de educar políticamente a los atrasados. El partido, por lo tanto, debía ser una "vanguardia proletaria", una lúcida élite marxista, indomable, autodisciplinada y capaz de suministrar el "estado mayor" de la revolución.
El Trotsky maduro aceptó esta idea leninista y nunca la abandonó. Resultaría ocioso negar los peligros inherentes a todo tipo de partido de élites, peligros a los cuales el joven Trotsky había sido tan sensitivo. En la actualidad, sus filípicas juveniles contra el esquema del partido de Lenin se leen como previsiones proféticas del régimen estalinista.[3] La élite podría muy fácilmente convertirse (y así sucedió) en una oligarquía, y la oligarquía acarrearía, a su vez, al irremovible dictador. Trotsky, sin embargo, aceptó el esquema de Lenin no sólo debido al análisis abrumadoramente realista de la relación entre el partido y la clase, sino ante todo debido a la forma como el partido de Lenin (a diferencia del de Stalin, Jruschov y sus herederos) ejercía su dirección. A pesar de la elevada disciplina con que se estructuraba el partido, éste también era una libre asociación de revolucionarios, en la que sus derechos democráticos dentro de la organización tenían un carácter axiomático, y los cuales eran plenamente utilizados para criticar a sus líderes sin temor o adulación, y para rebatir, en forma frecuente, incluso en público, todas y cada una de las líneas políticas de acción.
Las grandes prerrogativas del Comité Central leninista, la gran concentración de poder en sus manos y la obligación de los miembros del partido para actuar al unísono bajo sus órdenes, eran efectivamente equilibradas por una crítica abierta y un control democrático desde la base.
El "centralismo democrático" de Lenin debe distinguirse de la ultracentralización burocrática, característica del estalinismo. El partido en su condición de élite no estaba destinado a ser, según la intención de Lenin, un organismo autosuficiente que sustituyera a la clase obrera como agente del socialismo. Estaba destinado a ser parte de la clase obrera, del mismo modo que en cualquier ejército la vanguardia sigue siendo parte integrante del grueso de las fuerzas combatientes, incluso en los momentos en que actúa como destacamento especial en la realización de una función específica. En el partido leninista, la base de militantes tenía la libertad de cambiar la composición del Comité Central, del mismo modo que en la República Soviética la clase obrera tenía el derecho (legalmente ratificado en la Constitución) de quitar y reemplazar al partido en el poder. La democracia proletaria incluía la democracia interna partidaria como su aspecto particular.
Sabemos que, a pesar de lo irreprochable que este esquema pudo haber sido, desde el punto de vista ideal, las realidades de la revolución lo transformaron. Esta transformación no fue el resultado de un "accidente histórico" ni de la malintencionada voluntad de Stalin. El atraso de la vieja Rusia encontró su más cruel expresión en el advenimiento del estalinismo. La clase obrera soviética se había agotado por la revolución y la guerra civil. Se había reducido catastróficamente en número. Estaba desmoralizada y desorganizada debido a los colapsos de la economía entera. Bajo estas circunstancias, la clase obrera soviética demostró ser incapaz para preservar la democracia proletaria y controlar al partido en el poder. Dentro del partido también, la base de los militantes, no pudo salvaguardar sus derechos, ni controlar a sus dirigentes. El régimen bolchevique adquirió de este modo, el carácter burocrático y monolítico que iba a mantener por décadas.
La lucha de Stalin contra Trotsky constituyó una etapa crucial de esta transformación. La extraordinaria crueldad y furia de esta lucha, se explica por el hecho de que el "trotskismo" representaba la conciencia de la revolución; que recordaba, de modo insistente, al Partido Bolchevique su compromiso con la democracia proletaria, y que agitaba en la clase obrera la aspiración, nunca del todo extinta, de que se convirtiera de nuevo en el agente del socialismo. Por toda una época, el trotskismo fue la única alternativa revolucionaria al estalinismo.
Las ideas de Trotsky sobre la "construcción del socialismo" eran también diametralmente opuestas a la teoría y la práctica estalinistas. Una breve recapitulación puede ayudar a que enfoquemos el contraste. Trotsky fue el primer vocero y promotor de la industrialización acelerada de la URSS. Comparte, por tanto, el éxito de la presente situación ascendente de su economía. También consideraba a la colectivización de la agricultura como un paso necesario y paralelo a la industrialización y como el camino para llegar a un modo de producción agrícola superior al basado en las pequeñas parcelas laboradas con instrumentos arcaicos.
En cierto modo, Stalin robó todos estos "ropajes" a Trotsky, después que lo había derrotado. Tomó el programa de la industrialización y la colectivización de la Oposición de Izquierda.[4] Esto ha llevado a ciertos "sovietólogos" a afirmar que no era mucha la diferencia entre Stalin y Trotsky, que "no había mucho que elegir entre ellos". El argumento falla en un punto esencial, a saber, en el hecho de que Stalin, mientras se vestía con los "ropajes" de Trotsky, los empapaba con la sangre de los obreros y los campesinos soviéticos. Aquí tenemos, en una cáscara de nuez, la diferencia entre los "métodos de construcción socialista" de ambos.
En el esquema de Trotsky sobre estos procesos, la rápida industrialización tenía que ser promovida con el consentimiento de los obreros y no contra sus intereses y su voluntad. Esto presuponía una expansión simultánea y equilibrada de las industrias de bienes de consumo y de medios de producción, un mejoramiento más o menos continuo del nivel de vida de la población y una participación creciente, consciente y voluntaria de los obreros en el proceso de la planificación. Resumía este último punto en la frase "planificar desde abajo así como desde arriba". Stalin, sin embargo, promovió un desarrollo unilateral de la industria de medios de producción, descuidando las industrias de bienes de consumo. A consecuencia de esta política, el nivel de vida de las masas descendió o quedó estancado, y a los resentidos obreros al negárseles los beneficios de la industrialización, se les privó también de voz en la determinación de la política económica. Se les quitó todo derecho de protesta, de huelga e incluso de opinión. En el curso de dos décadas, los obreros fueron penados por las ofensas más triviales a la "disciplina del trabajo", con años de esclavitud y tortura en el infierno de los campos de concentración estalinistas. Durante la década de 1930, Trotsky fue su único defensor incondicional y también el único que los escuchó. Su voz resonó en todo el mundo a pesar del ruido ensordecedor de una mordaz propaganda estalinista. De modo similar la colectivización de la agricultura, de hacerse como Trotsky la hubiera promovido, debería haberse llevado a cabo gradualmente, por medio de la persuasión, con el consentimiento del campesinado, y no en forma "integral" como Stalin la forzó en los años de 1929-32.
Se afirma a veces que si medios persuasivos, en lugar de los coactivos, hubieran regulado el ritmo de la industrialización y de la colectivización, la URSS no hubiera sido capaz de construir su potencia económica y militar tan pronto como lo hizo; no lo suficientemente rápido como para surgir victoriosa de la segunda guerra mundial y de romper, poco después, el monopolio de la energía atómica. Un razonamiento de este tipo no puede ser aceptado ni refutado con fundamentos meramente empíricos. Debemos darle, sin embargo mucha importancia al contraargumento de Trotsky, de que bajo una dirección más racional y civilizada que la de Stalin y, sobre todo, más sensitiva a las necesidades populares, la potencia económica y militar de la URSS hubiera sido colocada sobre bases más sólidas y hubiera sido mucho más efectiva. Gran parte de lo que ganó Stalin en el proceso de desarrollo a un ritmo de crecimiento acelerado, lo perdió por otro lado por medio de la mala administración y el desperdicio burocrático. Por cierto que ese desperdicio de hombres, así como de materiales, fue terrible. Tampoco se debe "olvidar" la "pérdida" que la conducta de Stalin, en el ámbito de las relaciones internacionales, le costó a la URSS, cuando inter alia, le permitió a los ejércitos de Hitler ocupar y devastar las tierras soviéticas más ricas, durante la segunda guerra mundial.
De cualquier modo, las críticas que Trotsky hizo de los planes quinquenales de Stalin, han recibido un eco por parte de sus propios herederos, quienes, por supuesto, estuvieron estrechamente asociados con las prácticas de su amo.
Si el "método" estalinista era históricamente inevitable, entonces lo fue sólo en un sentido, a saber, debido a que el grupo dirigente soviético, o, más ampliamente, la burocracia soviética en su totalidad, estaba demasiado atrasada, era demasiado ruda, demasiado brutal, como para ensayar un modo de construcción del poder soviético más civilizado y más socialista.
En última instancia, los vicios de la burocracia surgieron de la vieja barbarie rusa que sobrevivió a la Revolución de Octubre y que después la venció. La tragedia de Trotsky y Rusia consistió en que, incluso en la lucha para arrancarla de su barbarie, Rusia misma fue incapaz de elevarse por encima de ella.
Muchos lectores occidentales pueden encontrar difícil visualizar la inmensidad aterradora del conflicto que durante dos décadas desgarró a la historia soviética; espero, sin embargo que las páginas siguientes[5] puedan darles una visión del ambiente intelectual y moral, del dramático destino y del cálido sentido humano que Trotsky llevó a la lucha. La libertad de su espíritu y la extensión asombrosa de sus intereses y actividades, están fielmente reflejadas en sus escritos. El mismo dijo de Lenin que éste pensaba en "términos de continentes y de épocas". Ello se aplica punto por punto también a él. Incluso, a pesar de que tanto su pensamiento como su época estaban todavía centrados en Europa, trascendía constantemente este límite y llegó a otros pueblos y a otros continentes todavía "silenciosos", y hasta nuestra época, en la que todos ellos adquieren sus propias voces, y dan por fin un carácter realmente universal a la política.
Durante los años de su último exilio, a todos los lugares a los que tanto la feroz persecución de Stalin como la de las "democracias" occidentales lo obligaban a tocar, desde una remota isla turca, desde un escondite en los Alpes franceses, desde un pueblecito noruego y, finalmente, desde Coyoacán, un suburbio de la ciudad de México, su mente y su corazón nunca dejaron de abarcar al mundo. Su internacionalismo no era sólo una convicción intelectual, era tan espontáneo que parecía instinto. Era un sentimiento que se mostraba con una solidaridad cada vez más viva y activa siempre que era necesario apoyar a uno de los sectores de la humanidad oprimida y combatiente. Estaba tan intensamente preocupado de las perspectivas de la revolución china, en el período de su eclipse, como lo estaba del destino que esperaba a los obreros alemanes en el umbral del ascenso de Hitler al poder, o de las funestas ilusiones de los frentes populares de Francia y de España. Seguía la lucha por la independencia de la India, Indonesia e Indochina (como se le llamaba antes a Vietnam) y profundizaba sobre la naturaleza de sus relaciones de clase. Su oído percibió todos y cada uno de los temblores sociales que sacudían a América Latina y aún, en sus últimos días, sus pensamientos estuvieron siempre atentos a las acciones de los negros norteamericanos, que estaba seguro se alzarían un día en masa contra sus opresores. Se sentía en su propia casa en todas las naciones y con todos los pueblos de la tierra, ya que cada uno de ellos tenía que contribuir con su cuota dentro de la Revolución Permanente.
En otro aspecto también la amplitud de sus ideas y de su obra es excepcional. Dirigente político, sociólogo, economista, jefe de ejército, teórico militar, "especialista" excepcional en insurrecciones armadas, historiador, biógrafo, crítico literario, maestro de la prosa rusa y uno de los más grandes oradores de todos los tiempos, Trotsky lleva a la totalidad de estos campos de su actividad, su inteligencia inquieta y original, y su extraordinario poder de expresión. Trata todos los temas que aborda con su modo peculiar, como nadie los habría de abordar después. Incluso cuando repite los lugares comunes del marxismo, vuelve a descubrir, diríamos, la verdad que contienen y les da nueva vida, de tal modo que, tratados por él nunca se convierten en clichés; los reafirma con objeto de sacarles conclusiones nuevas y creadoras. Trotsky es, en muchos aspectos, el más ortodoxo de los marxistas, pero toda su personalidad rechaza el tufo de la ortodoxia. Habla con autoridad, pero no con la de los escribas, y en su espíritu, su temperamento y su estilo, está más cerca de Marx que cualquier otro de sus discípulos y seguidores.
"El estilo es el hombre", pero también es la época. El estilo de Trotsky refleja soberbiamente el período heroico de la historia de la revolución y del marxismo, con todo su ethos y colorido. Este período se ha oscurecido, a los ojos de la generación actual, con la sangre y el lodo del estalinismo, y por las ambigüedades de los regímenes post-estalinistas en la URSS y en otros países orientales. Es por tanto, mucho más importante la necesidad de que el estudioso de la historia contemporánea trate de penetrar profundamente a través de estos disturbios, hasta llegar a la inspiración original, semi-olvidada, de la Revolución de Octubre. El esfuerzo mental requerido para hacer esto, puede compararse con el esfuerzo de purificación y restauración al que, en la actualidad, someten en los museos y galerías a las antiguas obras de arte. Estas obras estuvieron tanto tiempo cubiertas por la mugre y la pátina, que frecuentemente su colorido e incluso sus formas han sido olvidadas, hasta tal grado, que los historiadores del arte llegaron a considerar estas inserciones desdibujadas como partes de la propia paleta y visión del mundo del antiguo maestro. Disertaciones muy eruditas se han escrito sobre los "esquemas de colores" de un Goya o de un Greco basadas en estas suposiciones erróneas, hasta que un día, investigadores inquisitivos y valientes, comenzaron a rascar y limpiar cuidadosamente la superficie de una famosa obra maestra; en el proceso de restauración apareció un "esquema de colores" del todo diferente y que asombró a los investigadores. Era un "esquema" lúcido y brillante, y tenía muy poco parecido con el "esquema de colores" construido por los eruditos expertos.
Las imágenes del marxismo, del leninismo y la revolución rusa suministrada por los sovietólogos occidentales y por los ideólogos soviéticos tienen en común, por igual, con las teorías de los desafortunados expertos del arte, lo siguiente: presuponen, también, que todas las distorsiones, todo el hollín y toda la sangre de la superficie pertenecen, de algún modo, a los originales. Mientras tanto la historia acaba de ponerse a trabajar lenta y titubeantemente, rascando los detritus distorsionadores del marxismo y de la revolución. Los escritos de Trotsky son ya, y lo serán cada vez más, un elemento muy importante y activo en esta obra de restauración.
Lo que está implícito aquí, sin embargo, no sólo es la recuperación de la imagen histórica auténtica de una gran época. Las ideas de Trotsky no pertenecen sólo al pasado, de modo curiosamente confuso se han interconectado en forma estrecha con las controversias críticas del presente. Es verdad que el mismo Trotsky fracasó en sus intentos por crear un movimiento comunista independiente y políticamente efectivo. Sin embargo, como él gustaba de repetir, las ideas enraizadas de manera profunda, en la realidad social, no son destruidas, incluso cuando sus sostenedores son asesinados o exterminados en masa. Las ideas son cosechadas de nuevo y se adueñan de la conciencia de otras gentes, que tal vez ni siquiera sepan o sospechen quien fue el primero que las expuso y las formuló.
Algunas veces una corriente sigue su curso durante un largo trecho en la superficie; de repente desaparece de la vista, se hunde en el subsuelo y permanece sumergida por otro largo trecho de su camino, hasta que en un momento dado, en un paraje extraño, resurge, ya sea como una sola o en combinación de varias y diferentes corrientes. Algo parecido está sucediendo con el "trotskismo" en la actualidad. Después de veinticinco años de su supresión "final", ha resurgido en el mundo comunista, no bajo su antigua forma, ni siquiera bajo su propio nombre, sino en una forma en que sus elementos han sido separados y convertidos en diversas corrientes autónomas.
En la controversia entre Jruschov y sus herederos con Mao Tse-tung, que está conmoviendo al mundo comunista, los polemistas se acusan mutuamente de... trotskistas. Por supuesto que, tanto Mao como Jruschov y sus herederos se etiquetan así con el objeto de desacreditarse mutuamente en forma más fácil, pues entre ellos, así como entre sus seguidores, el horror estalinista de la herejía trotskista está todavía palpitantemente vivo. Y, sin embargo, hay más que un simple exceso y truco polémico en esta acusación mutua. Jruschov sí aparece ante los ojos de Mao como un trotskista disfrazado, y lo mismo sucede a Mao, que es visto como trotskista por Jruschov y sus sucesores. Más aún, cada uno tiene sus fundamentos para considerar al otro trotskista, pues ambas partes llevan a cabo, involuntariamente y, tal vez incluso sin saberlo, el testamento político de Trotsky. Pero cada uno lleva a cabo una parte diferente de él. La desestalinización Jruschovista es el triunfo póstumo de Trotsky; cada una de las reformas progresistas efectuadas desde 1953 en la URSS, han sido sólo un débil eco de la desiderata y de las demandas que Trotsky promovió. Sin embargo, la política exterior soviética sigue aún dominada por el espíritu de autosuficiencia y el oportunismo estalinistas.
Al contrario del caso soviético, el régimen interno maoísta, al reflejar el atraso y la pobreza de China, está todavía más cerca del modelo estalinista, mientras que en sus críticas a la política exterior de Jruschov y en su enfoque del comunismo internacional, Mao expone, en forma burda, aunque inequívocamente, algunas de las tesis fundamentales de la Revolución Permanente.
¡Qué irónica ilustración de la "ley del desarrollo desigual"! El trotskismo está resurgiendo, pero sus elementos aparecen mezclados en extrañas combinaciones con los del estalinismo. El movimiento comunista, que sufre todavía de amnesia política, no es aún consciente del camino que sigue la continuidad de sus propias tradiciones sumergidas, para reafirmarse como una continuidad realizada por medio de la discontinuidad.
Pero la resurrección de las ideas de Trotsky apenas ha comenzado. Queda por considerarse su curso, cómo y cuándo estas ideas se aunarán con el futuro. Ahora que la nueva conjunción no tendrá como objetivo reproducir el viejo trotskismo, sino que lo absorberá y lo trascenderá en una nueva etapa del marxismo, y en el contexto de una nueva conciencia socialista enriquecida por las experiencias de nuestra época. Esto, sin embargo, es evidente: el conocimiento de la obra de Trotsky es una condición indispensable para la comprensión profunda de los fenómenos por los que el mundo comunista está atravesando y de los cambios que experimentará en los años próximos.
"Pero Trotsky difícilmente puede decirnos algo sobre EUA", dirá un crítico norteamericano. El marxismo no tiene ninguna relevancia para nuestros problemas como Trotsky aseguraba. ¿No es verdad que estaba patéticamente equivocado cuando afirmó al final de la década del 30 que EUA (así como Europa Occidental) estaba en el umbral de la era de la revolución proletaria, cuando decía que el marxismo estaba a punto de conquistar la conciencia social norteamericana, y que los norteamericanos iban a crear la verdadera versión moderna, actual, del marxismo? ¡No sólo ninguna de estas profecías se ha vuelto realidad, sino que todo el desarrollo de nuestra sociedad ha ido en la dirección contraria!
En efecto, los pronósticos de Trotsky sobre EUA fueron muy aventurados. En los últimos veinticinco años, el capitalismo norteamericano lejos de acercarse a su derrumbamiento, ha desplegado una inmensa vitalidad, logrando una expansión sin paralelo en la historia y mostrando una gran seguridad por su riqueza y poderío. Consecuentemente, la predicción de Trotsky sobre "una gran época del marxismo norteamericano" no se ha cumplido. No sólo se ha "rehusado" EUA a crear una versión moderna del socialismo proletario, sino que su clase obrera parece estar más lejos que nunca de la aceptación de cualquier tipo de socialismo. Y la que fue ayer una intelligentsia izquierdizante, e incluso marxista en EUA, es en la actualidad una legión de panglosses que cree que el "modo de vida" norteamericano, un poco retocado por las prescripciones keynesianas, es el mejor de todos los posibles.
Sí, la confianza de Trotsky en el "marxismo norteamericano" fue tristemente desubicada, pero, ¿este hecho habla contra él o contra sus críticos? Trotsky por lo menos era fiel a su carácter: los grandes revolucionarios siempre esperan y quieren mucho más de lo que pueden realizar, pues de otro modo, nunca lograrían lo que en realidad logran. Deben, como regla, extralimitarse con objeto de realizar las cosas que están dentro de su alcance. Los panglosses (incluso los que son "radicales") nunca cometen esta clase de errores y , hoy día, son capaces de señalar, con regocijo, la prolongada prosperidad de postguerra, con el propósito de echar a un lado el análisis marxista como obsoleto e inaplicable para la sociedad norteamericana. La pregunta que sigue sin contestar, sin embargo, es la de si Trotsky, el previsor, estaba pensando muy adelante de su tiempo en sus pronósticos sobre EUA, o la de si Trotsky se encaminaba por la dirección equivocada.
Sus críticos norteamericanos tendrían fundamentos mucho más sólidos para su confianza si la gran prosperidad de postguerra del capitalismo norteamericano (y del europeo occidental) no contuviera un elemento tan venenoso como la fiebre armamentista que lleva ya veinticinco años, incluyendo la locura de la carrera de las armas nucleares que tiene ya dos décadas de vida; si los auges de postguera no fueran cada vez más frecuente y abruptamente interrumpidos por depresiones sucesivas; si los gobiernos norteamericanos, tan ilustrados por la teoría keynesiana, demostraran su capacidad para resolver el problema del desempleo de millones de obreros, que reaparece en medio de los auges, incluso antes de que la automatización tuviera todo su enorme impacto sobre la fuerza de trabajo industrial; y si las crisis del dólar, cada vez más frecuentes, y la furiosa competencia de los mercados internacionales no señalaran el fin de la excepcional supremacía de postguerra de EUA, y la aproximación de la sobreproducción en todo Occidente. Tal vez los críticos han "enterrado" al marxismo un poco prematuramente. Después de dos décadas de prosperidad, las fallas básicas del sistema, tal y como han sido diagnosticadas por los marxistas -su irracionalidad y su anarquía- persisten. El carácter social del proceso productivo sigue estando en conflicto con las relaciones antisociales de propiedad. Las necesidades y exigencias internacionales de la economía moderna están en conflicto con la nación-estado. Trotsky basó sus pronósticos sobre EUA en la persistencia de estas fallas estructurales y en la convicción de que no podían remediarse dentro del ámbito del capitalismo. Y en tanto estas premisas sigan siendo válidas, el elemento de error en sus pronósticos se refiere al ritmo más que a la dirección del curso de los acontecimientos. Pues, a pesar de todos los signos superficiales de salud floreciente, el "modo de vida" norteamericano (burgués) lleva en su seno una enfermedad incurable. En los años futuros esto se podrá ver mejor por medio de la manera como EUA reaccione al reto de las potencias comunistas.
Esto no significa que se niegue el juicio erróneo de Trotsky en relación al ritmo de desarrollo, pues un error de ese tipo, inevitablemente, se convierte en un error de apreciación de las circunstancias. Cuando Trotsky, al final de la década del 30, hablaba de la crisis que se avecinaba al capitalismo norteamericano, no se imaginó que en tal crisis Estados Unidos tendría que enfrentarse con una serie de gobiernos comunistas establecidos en una tercera parte del mundo y que se vería presionado directamente por la moderna potencia económica y militar de la URSS. La victoria de la Revolución China estaba todavía diez años en el futuro, y la Unión Soviética se encontraba en la etapa difícil de su "despegue" industrial. Los cambios en la balanza mundial del poder no se han realizado del modo como Trotsky los visualizó. Se han efectuado por medio de la revolución en Oriente y no en Occidente (y también por medio del crecimiento del poder industrial de los estados anticapitalistas).
En la próxima década esta tendencia, con toda seguridad, continuará y romperá el equilibrio aún más radicalmente. En el futuro, el "modo de vida" norteamericano será sometido a una prueba mucho más grave y severa que la que predijo Trotsky. La prueba será más grave, precisamente, porque se ha retrasado por décadas. Si los panglosses no fueran lo que son, no se alegrarían del hecho de que los pronósticos sobre EUA que hizo Trotsky no se hayan realizado; deberían estar profundamente preocupados. A causa de su conservadurismo social y de su complacencia política EUA puede haber perdido, o está en proceso de perder, su mejor oportunidad histórica.
Hace muchos años, aún antes de la primera guerra mundial, Trotsky mismo dio la clave de esta situación. En una de sus típicas generalizaciones, escribió sobre el notable hecho de que a principios del siglo, Europa Occidental había "exportado" su idea más avanzada, el marxismo, a Rusia, que era, tanto industrial como tecnológicamente la más atrasada de las naciones europeas y que había "exportado" a EUA su tecnología más avanzada, que era la nación política e ideológicamente más atrasada. ¡Tal ha sido la unilateralidad funesta de la evolución histórica! Qué fácil hubiera sido esta era de transición, cuántos sufrimientos y sangre se hubieran evitado, si la tecnología avanzada hubiera estado acompañada de la ideología avanzada; si EUA en vez de Rusia (y la China) hubiera conducido al mundo del capitalismo al socialismo.
No iba a ser así. En el intervalo, sin embargo, la "ideología avanzada" en la URSS, a pesar de todas las crueles distorsiones estalinistas, ha ayudado a crear también la tecnología avanzada, mientras que EUA, a pesar de todos sus triunfos tecnológicos e industriales, no ha hecho ningún avance decisivo en el campo de las ideas políticas. Y, sin embargo, sin dicho avance, la tecnología norteamericana puede ser derrotada aún en sus propios terrenos. De las dos grandes "exportaciones" europeas, puede ser que la de la "ideología" moderna haya sido más fructífera que la de la tecnología, e históricamente más benéfica para la nación "importadora".
Me gustaría creer que los norteamericanos podrán, como nación, ponerse al día en el campo de las ideas. Pero no tienen mucho tiempo que perder. En los años recientes, los sputniks y luniks rusos han conmovido enormemente la complacencia social y política de EUA. Pero el efecto de este choque, visto desde afuera, parece limitado. La energía norteamericana ha sido encauzada en forma intensa a la competencia con los rusos en los nuevos campos de la ciencia y de la industria, en la astrofísica, en la construcción de vehículos espaciales, etc. Todo esto está muy bien, en tanto conduzca y contribuya no sólo al acrecentamiento de la potencia militar, sino al progreso del conocimiento y al control del hombre sobre la naturaleza. Mas aún si la reacción norteamericana a los éxitos soviéticos sigue siendo unilateralmente tecnológica. En las ideas sociopolíticas el conservadurismo norteamericano parece inconmovido. Y, sin embargo, es en este campo de las ideas, las ideas marxistas, donde los norteamericanos tienen necesidad de aprender más, si no quieren llegar a un espantoso impasse histórico.
Y, en el campo de las ideas, Trotsky, estoy seguro, es todavía un soberbio maestro.
[1] En el famoso "folleto de Junius" escrito por Rosa Luxemburgo en una prisión alemana durante la primera guerra mundial, ella señaló: "Engels dijo una vez que la sociedad burguesa se enfrenta a este dilema: transición al socialismo o vuelta a la barbarie. ¿Qué significa 'vuelta a la barbarie' en la presente situación de la civilización europea? Ciertamente hemos leído estas palabras más de una vez, y las hemos repetido sin percatarnos de su terrible gravedad ... La presente guerra mundial es una vuelta a la barbarie. El triunfo del imperialismo conduce a la decadencia de la cultura. Decadencia cultural durante cualquier guerra moderna, o decadencia completa, si la era de las guerras mundiales que ha empezado durara hasta llegar hasta su conclusión lógica. Por lo tanto, en la actualidad ... nos encontramos de nuevo ante la alternativa: o triunfo del imperialismo, y presenciamos la devastación de toda cultura, como en la Roma antigua (devastación, degeneración, estancamiento y disminución de la población, un enorme cementerio), o la victoria del socialismo..."
[2] Compárese lo anterior con el mensaje que F. Engels dirigió al Consejo General del Partido Obrero Francés en 1889 con ocasión de su 7° aniversario: "Fue su gran compatriota Saint-Simon quien vio por vez primera que la alianza de las tres grandes naciones occidentales -Francia, Inglaterra y Alemania- es la primera condición internacional para la emancipación política y social de Europa. Espero ver que esta alianza, que será el núcleo esencial de la alianza europea que podrá, de una vez por todas, punto final a las guerras de los gobiernos y las razas, la realicen los proletarios de estas tres naciones. ¡Viva la revolución social internacional!".
[3] Ver Trotsky, el profeta armado, Editorial Era, México, pp.92-100
[4] La Oposición de Izquierda se formó en 1923 aglutinando a un gran grupo de prominentes bolcheviques bajo la dirección de Trotsky. Los motivos iniciales de su aparición fueron los problemas de la democracia obrera y de la industrialización planificada por el Estado. Tras una lucha de cinco años por su programa dentro del partido, fue prohibida por el XV Congreso en 1927.
[5] Deutscher se refiere aquí a la Antología de las Obras de Trotsky para la cual escribió, en calidad de introducción, este texto.