SOLO LA MOVILIZACION INDEPENDIENTE, UNITARIA Y COMBATIVA DE LAS MASAS ABRE CAMINO A LA DEMOCRACIA Y AL SOCIALISMO
I) INTRODUCCION
Han transcurrido ya dieciséis años desde aquél fatídico 11 de septiembre en que con golpe artero la burguesía y el imperialismo lograron imponer en Chile un régimen fascista. Dieciséis largos y pesados años de angustia, dolor y sufrimiento en los hogares de nuestro pueblo. Años en que han imperado sin freno los peores abusos y las mayores injusticias. Desde el mismo día del golpe, millares de personas han sido víctimas indefensas de los secuestros, torturas y asesinatos perpetrados por los siniestros aparatos clandestinos de represión creados por la tiranía. Pero a esa forma brutal y descarnada de violencia hay que sumar también la violencia cotidiana de los derechos y las esperanzas pisoteadas. Han sido millones los que al perder sus puestos de trabajo o sufrir un sistemático recorte de sus salarios, de sus oportunidades de estudio, de atención médica y de acceso a una vivienda apropiada, han visto desaparecer durante estos años toda posibilidad de asegurar un sustento digno y un futuro mejor para ellos y sus familias. Miseria, opresión y cinismo: he ahí lo que ha significado para la inmensa mayoría de los chilenos el oprobioso régimen de Pinochet.
No obstante, estos han sido también años de heroica, tenaz e inclaudicable lucha antifascista. A pesar de su genocida brutalidad, la represión pinochetista jamás pudo impedir que en el seno de nuestro pueblo se mantuviera indoblegablemente viva la decisión de combatir por un destino mejor. Aún bajo las circunstancias más difíciles, en medio del criminal frenesí de la embestida contrarrevolucionaria, siempre hubo mentes, corazones y manos dispuestas a sostener con una generosidad, entereza y lealtad a toda prueba la suprema causa de la justicia y la libertad. ¡El pueblo chileno puede hoy sentirse legítimamente orgulloso de todos aquellos héroes, conocidos o anónimos, que encarando decididamente los riesgos y las dificultades propias de esta lucha se colocaron desde un primer momento a la cabeza del combate antifascista! El esfuerzo y el sacrificio de quienes en este oscuro período de nuestra historia supieron brindar esa extraordinaria lección de coraje, dignidad y consecuencia democrática no ha sido en vano. Ha germinado en ese crecientemente vasto y combativo movimiento de resistencia popular que, desde todos los rincones del país, emergió decididamente dispuesto a enfrentar y derrotar a la tiranía.
Asistimos a un formidable renacer de la esperanza en un futuro mejor. La inmensa mayoría de los chilenos anhela recuperar cuanto antes todos sus derechos para poder vivir y progresar en paz. Ha exteriorizado reiteradamente su ardiente deseo de terminar con la tiranía y despejar el camino hacia una real y profunda democratización del país. Pero aún tenemos por delante esta tarea. Todavía tendremos que librar duras batallas para desembarazarnos del pinochetismo y desalojarlo completamente de aquellas posiciones de poder que, en contra de la voluntad soberana del pueblo, su proyectada "democracia protegida" le permite mantener. Llamado a reivindicar con fuerza la defensa de sus derechos, intereses y aspiraciones, el pueblo trabajador no puede contentarse con desempeñar en esta lucha un rol subalterno. Necesita, por el contrario, concluir ahora la tarea que comenzó al levantar valientemente en alto sus demandas de pan, trabajo, justicia y libertad. Debe hacerse presente como personaje principal, como efectivo protagonista de la gesta que él mismo ha escrito a lo largo de todos estos años.
Una política auténticamente democrática, popular y revolucionaria tiene que estar incondicionalmente al servicio de ese objetivo. La responsabilidad de los partidos que se reclaman de la clase obrera y del pueblo está precisamente allí: en saber armar los combates de hoy con una orientación de lucha clara y consecuente, que sea efectivamente capaz de conducir a la mayoría democrática del país a la victoria. Animado de ese propósito, el Tercer Congreso de la Liga Comunista expone ante la clase obrera y las amplias masas populares su visión acerca del período que estamos viviendo y las tareas que éste plantea ante nosotros.
II.‑ EL REGIMEN MILITAR‑FASCISTA ESTA POLITICAMENTE AGOTADO
El régimen de Pinochet no derivó en modo alguno de circunstancias fortuitas. Surgió como resultado de la formidable crisis política de los años 70‑73 y de su trágico desenlace. Emergió de la más aplastante derrota sufrida por el movimiento obrero y popular en toda su historia, como el producto más genuino y más acabado de la contrarrevolución fascista. Ello explica en parte el carácter brutal y despiadado de sus métodos. Pero a la base de aquella crisis política, provocándola y condicionándola, lo que en verdad se hallaba era la crisis global, estructural y prolongada, del capitalismo dependiente chileno, el claro e irremediable fracaso de sus expectativas de desarrollo. En efecto, desde mucho antes del cruento golpe de 1973, el sistema venía dando ya palpables muestras de haber agotado sus posibilidades de crecimiento en base al modelo de desarrollo "hacia adentro" que había sido diseñado y puesto en ejecución en las décadas anteriores. Fue la incontrarrestable realidad de esta profunda crisis, que de una forma o de otra estaba golpeando a todos los sectores de la población, lo que comenzó a reclamar con una fuerza cada vez mayor la necesidad de un cambio también profundo.
La crisis del sistema capitalista obligaba a redefinir, en un sentido u otro, el conjunto de las relaciones económicas, sociales y políticas prevalecientes en el país. Teniendo en mente la necesidad de hacer frente a la alternativa socialista y revolucionaria que ganaba terreno en el seno del movimiento obrero y popular, la burguesía y el imperialismo comenzaron a apostar cada vez con mayor decisión a la carta del fascismo y la contrarrevolución. Pero para ellos no se trataba solamente de alejar el peligro. El gran capital necesitaba encontrar también una salida global a la crisis y para ello consideraba indispensable la implantación de un nuevo modelo de acumulación sustentado en una más intensa y despiadada explotación del trabajo. Su referente básico no podía ser ya un "proyecto nacional de desarrollo" medianamente consistente, sino simplemente un nuevo modo de integración, más directo y más estrecho, al mercado capitalista mundial, concebido exclusivamente desde la perspectiva y los intereses de las grandes empresas. En el marco del capitalismo dependiente, sólo la implantación y afianzamiento de un modelo económico semejante, orientado a permitir una más rápida y significativa concentración de la riqueza en pocas manos, abría la posibilidad real de alcanzar, en base al desarrollo de ciertas actividades básicas, una elevada rentabilidad empresarial.
Las implicancias de esto son obvias. Semejante perspectiva llevaba inevitablemente aparejada la necesidad de poner en pie y apuntalar un régimen político de carácter totalitario. Para superar de acuerdo con sus intereses de clase no sólo la crisis política coyuntural sino también la crisis estructural del sistema económico‑social, la burguesía necesitaba, en otros términos, un régimen que fuera capaz de proyectar de un modo permanente sobre la vida de la nación esos mismos métodos de guerra civil que en 1973 abrieron camino al triunfo de la contrarrevolución. El régimen militar encabezado por Pinochet vino a responder precisamente a ese propósito. Constituyó la base, el puntal, sobre el que fue posible la imposición hegemónica, total y brutal, de los intereses del gran capital. Su función básica ha consistido en mantener a todos los demás sectores del país en un estado de permanente interdicción, acallando violentamente sus demandas y excluyéndolos de toda participación en los frutos de su trabajo. Fue así como la crisis del capitalismo hizo brotar también aquí en Chile su enorme y para muchos insospechada reserva de barbarie. Sobre un océano de dolor y de sufrimiento, de brutal represión y miseria, el régimen de Pinochet llevó a cabo la reconversión de la economía chilena de acuerdo con los intereses del gran capital.
Como sabemos, el esquema de dominio político totalitario impuesto en 1973 pudo mantenerse a pie firme y funcionar con relativa eficacia por espacio de toda una década. Sin embargo, en 1983 la situación política del país comenzó a experimentar un cambio muy significativo. Las gigantescas y combativas jornadas de protesta antidictatorial que se desencadenaron a partir de entonces pusieron claramente en evidencia que la brutal cruzada esclavizadora del gran capital estaba tocando fondo y comenzaba a estrellarse ahora, frontalmente, en contra de la firme y tenaz decisión de lucha de la mayoría. Desde todos los rincones del país emergía, cada vez más poderosa y activa, una voluntad democrática que la tiranía ya no era capaz de silenciar. A partir de allí, incapaz de mantener completamente a raya las justas demandas de nuestro pueblo, el régimen fascista se vio forzado a retroceder, a maniobrar, a hacer concesiones. Su férrea tenaza totalitaria comenzaba inevitablemente a ceder, desdibujando los ambiciosos y largamente acariciados proyectos refundacionales de la pandilla pinochetista. Quedaba así de manifiesto el fracaso del prolongado, intenso y sistemático empeño de la clase dominante por extirpar de la memoria colectiva de nuestro pueblo sus grandes anhelos de justicia y bienestar.
Abriendo, en suma, un ancho cauce al formidable torrente de indignación y rebeldía popular acumulada, las jornadas de protesta marcaron un vuelco decisivo en la correlación de fuerzas políticas entre las clases. La gran burguesía y el imperialismo se vieron sacudidos por una enorme inquietud ante el giro, para ellos amenazante, que tomaban los acontecimientos. El desarrollo impetuoso de la lucha democrática tornaba cada vez más ineficaz y políticamente contraproducente el empleo masivo de los métodos represivos. Resultaba claro que apelando a ellos, como lo había hecho a lo largo de toda su existencia, el régimen no contaba ya con la posibilidad de conjurar el carácter explosivo del descontento. Por el contrario, esos métodos sólo lograban exacerbar aún más la indignación y el espíritu de lucha de las masas. La dictadura ya no era capaz de mantener por más tiempo silenciada, atomizada y paralizada al grueso de la población, a las grandes mayorías: tal es el hecho clave que marca el agotamiento político irreversible del régimen fascista. Su prolongación se convertía ahora en una amenaza para los intereses de la propia clase dominante, vivamente preocupada por asegurar la estabilidad política del sistema y a un costo también compatible con la prosperidad de sus negocios.
III.‑ EL CARACTER EXPLOSIVO DEL ACTUAL PERIODO
La incontenible irrupción de las amplias masas populares en la escena política del país marcó el término definitivo del período contrarrevolucionario abierto en septiembre de 1973. Entre 1983 y 1986, el virtual estado de semiinsurgencia de las masas creó en el país una situación política extremadamente explosiva. Al tiempo que desconcertaba al régimen y lo colocaba a la defensiva, la movilización popular obligó a las diversas corrientes políticas de la oposición a radicalizar sus demandas para ponerlas a tono con el estado de ánimo reinante en el país. Si la lucha democrática no alcanzó entonces sus objetivos principales, si se desaprovecharon torpemente las grandes posibilidades abiertas en esos momentos para avanzar decisivamente hacia el derrocamiento de la tiranía, ello se debió exclusivamente a las graves insuficiencias políticas y organizativas de que adolece aún el propio movimiento obrero y popular. En última instancia, esas insuficiencias son expresión de la perniciosa y aún poderosa influencia que ejerce en sus filas la ideología de la clase dominante, restringiendo el alcance y la combatividad de sus acciones. Fue esto lo que impidió entonces que la movilización popular pudiera ir más lejos, brindándole a la dictadura la posibilidad de recuperar la iniciativa política que había perdido.
No obstante, el paso de una situación políticamente explosiva como la experimentada entre 1983 y 1986 a otra en la que el régimen logra reencauzar la lucha política y retener la iniciativa, no significa que el carácter explosivo del período abierto con las protestas haya sido definitivamente superado. La lucha de clases sigue aún estando decisivamente marcada por la crisis del régimen fascista y por el enorme potencial revolucionario del descontento popular. Si "los de arriba" ya no pueden mantener las cosas tal como están, es precisamente porque "los de abajo" ‑que ya han perdido el miedo y están a sólo un paso de perder también la paciencia‑ no se muestran dispuestos a tolerarlo por mucho tiempo más. La diversidad y magnitud de los problemas acumulados durante estos últimos dieciséis años presagia un futuro marcado por las agudas contradicciones de clase existentes en el país. Como se ha repetido ya tantas veces, "los pobres no pueden esperar", ni tendrían por qué hacerlo cuando lo que reclaman es simplemente que sus derechos sean respetados. Por último, tampoco cabe pasar por alto el significado que la experiencia de las protestas como método de lucha ha tenido para vastos sectores de nuestro pueblo que, aunque se mantengan por ahora a la expectativa, se mostrarán dispuestos a recurrir de nuevo a esa forma de movilización directa, masiva y combativa tan pronto como las circunstancias se lo demanden.
Todos estos elementos configuran un período de gran explosividad social y política. A pesar de los grandes esfuerzos que realiza la clase dominante, la situación se mantiene relativamente fluida debido, en primer lugar, a que la crisis del régimen fascista no ha cuajado aún en la constitución de un nuevo régimen político cuya naturaleza se corresponda más estrechamente con las relaciones de fuerza actualmente imperantes en el país. Apelando a una cínica campaña de engaño y amedrentamiento, los sectores que han estado y están más directamente vinculados al dominio hegemónico del gran capital intentan obtener ahora un respaldo de masas que haga posible la contención de las demandas populares en el marco del régimen de "democracia protegida" establecido por la Constitución de 1980. Mientras tanto, a la cabeza del campo opositor se encuentran por el momento los sectores liberales de la burguesía que, contando con el activo patrocinio del imperialismo, se esfuerzan por descompresionar el cuadro político, postulando como base de sustentación de un nuevo régimen de fachada democrática la imperiosa y urgente necesidad de un "pacto social" que brinde protección a los intereses del gran capital, otorgue plenas garantías de seguridad a las FFAA y comprometa al movimiento obrero y popular a autolimitar sus demandas. Pero, más allá de estas corrientes, también estamos aquellos que, haciéndonos eco de la sentida aspiración democrática de nuestro pueblo, nos esforzamos por abrir paso al irrestricto reconocimiento de la soberanía popular como base y fundamento de un orden político efectiva y plenamente democrático, capaz de acometer a fondo la solución de los principales problemas económicos y sociales que aquejan a las grandes mayorías.
Dada las características del período que estamos viviendo, ninguna de las alternativas encarnadas por estas corrientes puede ser por ahora completamente descartada. Todo dependerá, obviamente, del curso que tomen los acontecimientos de la lucha de clases en los meses venideros. Sin embargo, hasta el momento ha sido la burguesía la que ha demostrado tener con respecto a esto una comprensión y una determinación política más clara. En cualquier caso, una comprensión y determinación mucho mayores que las del movimiento obrero y popular, cuyos principales dirigentes no son capaces de ver más allá de sus narices. Es esta última circunstancia, expresada en el carácter claudicante y conciliador de la orientación que ha hecho suya el grueso de la izquierda, lo que por el momento ha hecho más viable una salida de "centro", vale decir, una salida demoburguesa apoyada por la mayor parte de los sectores que se reclaman del movimiento obrero y popular. Esta última, sin poner en cuestión la hegemonía que actualmente ejerce el gran capital en todos los ámbitos de la sociedad, implicaría poner al menos un cierto límite a sus actividades con el objeto de establecer un mínimo resguardo de los intereses de la nación y acoger algunas de las demandas básicas de los sectores populares. Pero aunque a primera vista pueda parecer remoto, el triunfo de las masas en lucha constituye también una posibilidad real y más cercana de lo que muchos se imaginan. El que en definitiva esa posibilidad se concrete o no, es algo que dependerá en forma decisiva del carácter de las orientaciones que terminen por prevalecer en el seno mismo de nuestro pueblo.
IV.‑ LA BURGUESIA Y EL IMPERIALISMO TRATAN DE LOGRAR UN REACOMODO
La crisis del régimen fascista, precipitada por la explosión del descontento acumulado y la movilización de las amplias masas del pueblo, es una nueva expresión, particularmente aguda, de la crisis más profunda y permanente en que se debate todo el sistema de explotación y opresión capitalista. Es completamente comprensible entonces que en medio del amenazante cuadro de "equilibrio inestable" abierto por ella, el objetivo prioritario y central de todas las fracciones de la burguesía sea evitar que el fermento de la rebelión popular se traduzca en una efectiva polarización política que, sin duda alguna pondría en grave peligro la continuidad del propio orden social existente. Y no cabe duda que el principal factor de polarización política es la existencia del propio régimen de Pinochet. Los ejemplos de Irán o Nicaragua están a este respecto demasiado frescos en la memoria de todas las corrientes burguesas, y particularmente en la memoria del amo imperialista, como para no advertirlo. El espectro de la revolución les quita literalmente el sueño. De allí que se muestren hoy tan ansiosamente empeñadas en encontrar una fórmula que les permita neutralizar esos riesgos con la mayor eficacia y el menor costo posibles. Tal es la preocupación política central de todas ellas frente al actual período de crisis.
La clase dominante en su conjunto se encuentra, por tanto, vitalmente interesada en operar un reacomodo del escenario político que lo ponga más a tono con la correlación de fuerzas políticas efectivamente imperante en el país. Ello implica el establecimiento y consolidación de un nuevo régimen sobre la base de una concertación política y social capaz de contener, desviar y finalmente desactivar el potencial revolucionario de la movilización popular. Sólo de ese modo podría ahora hacer fructificar un intento de largo alcance por estabilizar su dominio de clase y alejar a prudente distancia el peligro siempre latente de una explosión revolucionaria. La burguesía experimenta la urgente necesidad de legitimar su hegemonía social y política, vale decir hacerla aceptable y respetable para la mayoría del país. Un régimen de poder omnímodo como el que ha encabezado Pinochet no puede dar respuesta a esa necesidad debido a su carácter definidamente autocrático. La justificación de su existencia asume un carácter exclusivamente ritual y se realiza apelando a mecanismos que son ostensiblemente espurios. Su verdadero fundamento es el monopolio de la fuerza, su incontrarrestable capacidad coercitiva. Sin embargo, la creciente ineficacia de los métodos represivos le devuelve hoy a la cuestión de la legitimidad la importancia política que tuvo antes de 1973.
Nadie parece cuestionar ya, al menos en las palabras, el principio de la soberanía popular como único fundamento posible para un orden jurídico y político verdaderamente estable. De allí el repentino despertar que hoy presenciamos del democratismo burgués en sus más variadas expresiones. No obstante subsisten, y se tornan incluso más profundas y más ásperas, las divisiones al interior de la clase dominante. La fracción más directamente vinculada al régimen fascista se resiste tenazmente a compartir sus actuales posiciones de poder, en tanto que la fracción opositora no puede menos que hacerse eco del clamor mayoritario del país que exige terminar de una vez por todas con el llamado "régimen autoritario". Al tenor de esa trama se multiplican los reagrupamientos y las propuestas, las diferencias de énfasis y de matices, pero conservando invariablemente ese alineamiento en torno a dos modos alternativos de encarar la situación, a dos estrategias diferentes: por un lado la de la llamada "proyección" del régimen de tutelaje militar ‑con todos los retoques y adecuaciones que resulten necesarias‑ y por otro la del "retorno gradual, pacífico y ordenado a la democracia" que levantan hoy los partidos agrupados en la "Concertación".
¿A qué responde este cuadro? ¿Qué es lo que explica esta división, aparentemente insuperable, de aquellas mismas fuerzas políticas que se movilizaron decididamente unidas en el pasado para hacer frente y derrocar al gobierno de la Unidad Popular? Lo explica, sin duda, el carácter de la coyuntura política y la división de funciones que ella demanda de los principales nucleamientos partidarios del campo burgués. Más que una pugna de intereses, que en alguna medida también está presente en este conflicto, lo que ella revela en última instancia son dos modos distintos pero a la vez complementarios de asumir la insoslayable realidad de la lucha de clases. En un caso, intentando consolidar el marco institucional contemplado en la Constitución de 1980 que, a pesar de sus numerosos resguardos antidemocráticos, oficializa una apertura política restringida que da cabida a una expresión opositora domesticada. En el otro, mediante la búsqueda de un compromiso político que involucre a un amplio arco de partidos, tanto de "centro", "izquierda" y "derecha", para controlar al movimiento de masas y garantizar la existencia de un clima de "moderación".
Lo importante, sin embargo, desde el punto de vista de los intereses globales de la clase dominante, es que el escenario político en el que tiene lugar semejante emplazamiento de las fuerzas políticas comprometidas con la mantención del sistema de explotación capitalista le permite cubrir adecuadamente todo el campo de batalla y asegurarse anticipadamente una posición ganadora. En este sentido sus cartas se encuentran bien distribuidas y, sea cual sea el resultado de la confrontación política, mientras se desarrolle sobre ese escenario y no sean afectados algunos de los pilares más esenciales del sistema como lo son por ejemplo los aparatos represivos del Estado burgués, el sistema judicial, el régimen de propiedad y el control sobre los principales medios de comunicación de masas, su posición económica, social, política e ideológica privilegiada no se verá sustancialmente alterada.
V.‑ EL MISERABLE ROL POLITICO DEL DEMOCRATISMO BURGUES
La crisis del régimen pinochetista ha revalorizado ante los ojos de la gran burguesía y del imperialismo el rol político del democratismo burgués. Aunque todos los sectores de la clase dominante intentan vestirse ahora con esos ropajes, no cabe duda de que el papel estelar en esta comedia lo desempeña la Democracia Cristiana. Mientras las fuerzas tradicionales de la derecha, junto con la corriente neoconservadora del llamado "gremialismo", se empeñan en una defensa abierta y agresiva de los intereses de la clase dominante, haciendo la apología del sistema de "libre mercado" y tratando de aglutinar fuerzas políticamente significativas en torno a su ideología reaccionaria, la DC, armada de una bien calculada retórica populista, se encarga de realizar un trabajo "misionero" entre las clases explotadas, una labor de "evangelización política" orientada hacia los sectores oprimidos de la nación, predicando la conciliación de clases, la sujeción a la fraudulenta legalidad vigente y la adopción de métodos de acción estrictamente pacíficos. Promoviendo, en suma, lo que engañosamente se ha dado en llamar ahora "posiciones de centro" y esforzándose por atraer hacia ellas a los sectores más conciliadores de la izquierda.
Por ello resulta fundamental para las perspectivas de la lucha democrática y revolucionaria saber apreciar correctamente el significado del lugar que ocupa y la función que desempeña el democratismo burgués en la lucha de clases. Resulta imposible pasar por alto el hecho de que, camuflando con todo cinismo el verdadero carácter de clase de su política, éste trata de proyectarse como la encarnación sensata y moderada de los "intereses superiores de la nación", por encima de los antagonismos sociales. Su condena verbal de "todos los extremismos", le proporciona una eficaz coartada para justificar su nefasta política pasada y presente. No obstante, a pesar de su importancia política esta cuestión ha sido tradicionalmente, y continúa siendo en el presente, una fuente de incalculables confusiones y de errores políticos catastróficos para el movimiento obrero y popular.
Ha sido y es usual, por ejemplo, que se caracterice superficialmente a la DC como un partido "pluriclasista", atendiendo a la composición socialmente heterogénea de su militancia. Contribuyen a reforzar esta misma idea factores tales como la existencia de diversas corrientes ideológicas al interior de ese partido y la extrema ductilidad de su retórica populista. Sin embargo, esa caracterización es completamente errónea porque no tiene en cuenta aquello que efectivamente permite comprender el comportamiento político de ese partido, la consistencia de su práctica, su hilo conductor. Ese elemento clave es su programa, pero no entendido como mera declaración de principios sino como toma de posición frente a los grandes problemas que enfrenta el país y traducido en propuestas específicas de gobierno. Luego de la experiencia decisiva de aquellos años en que la DC fue gobierno y de su actuación durante el período de la UP a nadie debiera caberle dudas respecto del carácter incuestionablemente burgués y proimperialista de ese partido. Esto es lo primero que habría que entender a propósito de la DC.
Sólo teniendo completamente claro lo anterior, resulta políticamente provechoso y necesario detenerse a considerar el carácter marcadamente populista de la DC y sus implicancias. ¿Cuál es el significado de ese populismo? ¿Cuál es su función? No resulta difícil constatar que, haciéndose abstractamente eco de sus aspiraciones más sentidas, lo que la DC se propone es canalizar el descontento y los anhelos de justicia de las amplias masas populares para evitar que ellos se orienten en un sentido revolucionario. Esforzándose, en otros términos, por contenerlos dentro de los marcos del sistema de explotación capitalista. La DC ‑vale decir, la DC como partido, su orientación oficial, no el comportamiento o la disposición de lucha de tal o cual grupo de militantes, que es una cuestión que plantea evidentemente un problema distinto‑ jamás ha actuado como un efectivo motor de la lucha democrática de nuestro pueblo. Por el contrario, ha intentado invariablemente frenar o restringir el alcance de la movilización popular, erigiéndose en un factor de división y desmoralización en las filas del pueblo.
Un buen ejemplo de ello lo dio en 1983 cuando, visiblemente preocupados por la extensión y combatividad alcanzada por las protestas, sus dirigentes corrieron a socorrer a la tiranía con el salvavidas del "diálogo". Con esa valiosa cooperación, Pinochet pudo entonces, y ha podido posteriormente, disponer del espacio necesario para realizar su famoso "juego de piernas", sorteando cada una de las situaciones difíciles en que la lucha democrática ha colocado a la dictadura. Postulando la vía de la "negociación" con el régimen, el rechazo de las iniciativas de autodefensa de masas, el descarte de toda acción rupturista, sumándose activamente al griterío anticomunista de la dictadura, avalando la división de las organizaciones sindicales y apresurándose a legitimar el juego electoral seudodemocrático establecido por la Constitución de Pinochet, la DC ha ido abriendo camino a una estrategia de progresivo desgaste y domesticación del movimiento democrático. Es de una suprema ingenuidad suponer que nuestro pueblo podrá contar con ella en su lucha por la democratización real del país. Por el contrario, sólo encontrará en su política un esfuerzo por subordinar las demandas populares a los intereses y la lógica del gran capital.
Para cumplir su papel el democratismo burgués hace gala de una nutrida retórica democratizante. Pero se trata simplemente de frases que nada cuestan y a nada obligan. La experiencia muestra que, según las circunstancias, ellas pueden llegar a cubrir una muy variada gama de posibilidades que van desde una "revolución en libertad" hasta un público abandono del "socialismo comunitario" en favor de una "economía social de mercado", pasando por las famosas "empresas de trabajadores" en tiempos de la UP. Pero el objetivo específico de esa retórica, su intencionalidad política, es siempre la misma: mantener cautivas las ilusiones y las esperanzas de las amplias masas del pueblo, dividir al movimiento obrero y popular, corromper a sus líderes, debilitar en definitiva la fuerza y el empuje de sus luchas. El democratismo de la burguesía no existe para servir los intereses de las masas populares sino para servirse cruel y demagógicamente de ellas, para explotar en provecho de las clases dominantes ‑y por lo tanto en contra de las masas‑ su ignorancia, prejuicios e inexperiencia política. Para reforzar desde el "flanco izquierdo" la mitología política y los valores de la ideología dominante.
VI.‑ SOLO EL DEMOCRATISMO REVOLUCIONARIO DEL PROLETARIADO ES CAPAZ DE INTERPRETAR LOS ANHELOS DE LAS GRANDES MAYORÍAS
La principal tarea que nuestro pueblo tiene planteada en este momento es la de llevar hasta el final su tenaz y decidida lucha por la democratización del país. Aparentemente todas las corrientes opositoras coinciden en este objetivo, pero ¿cuál es su verdadero significado? Según la clásica y conocida fórmula de Lincoln, la democracia es "el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo". Partiendo de esta definición y asumiéndola en todo su real significado, cae por su peso que el fundamento de la democracia no puede ser otro que el más pleno ejercicio e irrestricto respeto de la soberanía popular. Ningún mandato o autoridad son legítimos si no emanan de ‑o, peor aún, contrarían‑ la voluntad libremente expresada del pueblo. Pero no sólo eso. Tampoco cabe aceptar que la democratización se circunscriba a los mecanismos de generación del poder político formal. Para hacerla real es preciso llevarla mucho más lejos, a todos los ámbitos de la sociedad. Concretamente, la democratización del país debe abarcar también a los pilares económico, militar, judicial e informativo en que se sustenta el poder político formal y que actualmente se encuentran sometidos al arbitrio de grupos minoritarios. Todo debe quedar subordinado la decisión libre y soberana de las mayorías, sin otro límite que la inviolabilidad de los derechos políticos y civiles que son comunes a todos los ciudadanos.
La lucha por una real y plena democratización del país no es compatible con el deseo de las clases dominantes de establecer límites estrechos al ejercicio de la soberanía popular. No es compatible con la intangibilidad de los fastuosos privilegios o con el blanqueo de los horrendos crímenes que la burguesía trata de procurarse mediante la firma de acuerdos dirigidos a hacer realidad un "pacto social" entre explotados y explotadores. Desde un punto de vista consecuentemente democrático, no cabe aceptar que se pretenda confundir ‑y mucho menos subordinar‑ los legítimos derechos de todos con los ilegítimos y ostentosos privilegios que hoy detentan las clases dominantes. Significativo a este respecto es el alegato burgués en torno al "derecho de propiedad". Semejante "derecho" no es reclamado simplemente como un poder sobre las cosas, vale decir sobre los bienes necesarios para vivir con un mínimo de seguridad y confort ‑derecho que, obviamente, nadie podría cuestionar y que nosotros, por el contrario, reivindicamos vigorosamente‑, sino ante todo como una posición de poder, completamente autocrático, sobre las demás personas. Vale decir, el "derecho" de unos pocos a explotar a la mayoría, a lucrar a expensas de su esfuerzo y sufrimiento, a detentar un ilimitado y despótico dominio sobre el trabajo ajeno. Un orden verdaderamente democrático no es compatible con tales privilegios. Debe, por el contrario, terminar implacablemente con ellos y esforzarse por garantizar a todos una real igualdad de oportunidades.
Bien entendido, esto significa que el combate por la democracia, si es asumido consecuentemente, debe conducir a la destrucción de todos los pilares antidemocráticos en que se sustenta hoy el poder de la clase dominante. De este modo, una efectiva y plena democratización del país apuntará inexorablemente a la destrucción del sistema de explotación capitalista cuya sola existencia supone una notoria y escandalosa desigualdad de oportunidades, derechos y obligaciones entre las personas. La lucha consecuente por la democracia se halla indisolublemente ligada a la lucha por liquidar el dominio del gran capital sobre el conjunto de la vida nacional. Esto es lo que, en un sentido general, explica el comportamiento político que han asumido las diversas clases sociales en el curso de los últimos años. No tiene nada de extraño que la bandera de la democracia sea enarbolada con decisión y entusiasmo sólo por los sectores más concientes del pueblo trabajador y que por otro lado hayan sido los grandes empresarios el principal sostén de la tiranía. El combate por la democratización profunda de la vida nacional es una expresión de la lucha de clases y sólo puede ser impulsado consistentemente asumiendo el punto de vista del proletariado, que es la clase llamada por sus condiciones materiales de existencia a encabezar el combate por la transformación revolucionaria de la sociedad.
La conclusión anterior no se desprende de un razonamiento teórico desarrollado sobre la base de experiencias lejanas: se encuentra avalada por la experiencia reciente de la lucha antidictatorial en Chile. Basta observar lo ocurrido en estos últimos años en el país. A pesar del notorio debilitamiento de sus organizaciones de masas, a consecuencia de la intensa y sistemática represión a que han sido sometidas por el régimen fascista, fue en definitiva la determinación, autoridad y capacidad de convocatoria del movimiento obrero lo que permitió abrir cauce a la formidable oleada de protestas populares que a partir de 1983 cambió decisivamente la realidad política del país, forzando a las clases dominantes a tomar debidamente en consideración la aspiración democrática de la mayoría. De aquí han derivado también las únicas iniciativas de movilización rupturista originadas posteriormente. E inversamente, han sido también sus debilidades, tanto en el terreno político como organizativo, lo que ha obstaculizado más decisivamente el avance de la lucha democrática. Son pues los propios hechos los que están diciendo que sólo desde la perspectiva revolucionaria del proletariado es posible impulsar consecuentemente la lucha por la democratización del país. Sólo el carácter revolucionario de su democratismo es capaz de interpretar y sostener lealmente los intereses, derechos y aspiraciones de las amplias masas explotadas y oprimidas de nuestro pueblo.
VII.‑ LA CRISIS IRREVERSIBLE DE LA VIEJA IZQUIERDA
La experiencia de la lucha de clases le ha brindado ya muy duras lecciones al movimiento obrero y popular chileno. Nada tendría de extraño entonces que en la izquierda existiera hoy un vivo interés por asimilarlas. Por el contrario, ello representaría una saludable muestra de seriedad y responsabilidad políticas: es necesario aprender de la experiencia para no cometer de nuevo los mismos errores. Sin embargo, cualquiera puede constatar hoy que los principales líderes de la vieja izquierda, y muy particularmente los de la llamada "vertiente socialista", se han mostrado absolutamente incapaces de aprender nada que vaya en beneficio de las masas explotadas y sus intereses, nada que permita efectivamente avanzar hacia una transformación revolucionaria de la sociedad. La receta de todos estos próceres es mucho más simple: el modo más seguro de no repetir la amarga experiencia de la derrota es renunciando a la "utopía". Con esa bizarra convicción, todos ellos se revuelcan hoy con más entusiasmo que nunca en el inmundo y pestilente pantano del reformismo. ¿Podría resultar sorprendente entonces que la mayor parte de esa dirigencia se muestre hoy ideológicamente más dependiente y políticamente aún más sumisa y obediente que en el pasado ante el democratismo burgués?
La política de los partidos tradicionales de la izquierda es hoy sinónimo de impotencia. Se trata de una orientación que está profundamente alejada de las necesidades reales del combate por la democratización del país. Ella engloba a lo menos tres aspectos que están íntimamente relacionados: a) en primer lugar, la ausencia de un proyecto programático propio, que sea expresión de la vocación hegemónica y revolucionaria del proletariado; se parte del supuesto de que en las condiciones actuales carecería de todo "realismo" el pretender unificar y movilizar al pueblo por una vía alternativa a la de un acuerdo político cupular con los sectores liberales de la burguesía; b) lo anterior conduce necesariamente a aceptar la subordinación de la lucha antidictatorial a los objetivos y métodos del democratismo burgués; son dejadas progresivamente de lado las iniciativas de movilización de masas de carácter rupturista y se condenan, como un intento de "militarización de la política" destinado al fracaso, aquellas iniciativas de lucha orientadas en la perspectiva del derrocamiento de la tiranía; c) se contribuye, por último, a la consolidación de los escenarios políticos montados y controlados por las clases dominantes, concediéndoles gratuitamente la función de arbitraje que ellos mismos se arrogan; se evidencia un notorio desinterés por construir, desde la base misma del pueblo, nuevos escenarios políticos que permitan dar efectiva expresión a sus principales y más urgentes demandas, abriendo paso al protagonismo directo, generalizado y combativo de las masas.
La ausencia de una dirección resuelta y combativa de la lucha democrática se debe pues, principalmente, a la actitud vacilante, conciliadora y seguidista de las cúpulas dirigentes tradicionales de la izquierda frente a la oposición burguesa y su proyecto político seudodemocrático. Estos generales de la derrota insisten en arrastrarse permanentemente a los pies de los sectores burgueses de oposición con la vana esperanza de que con el concurso de éstos sea posible provocar "desde arriba" lo que siempre han considerado completamente infructuoso intentar "desde abajo": el anhelado "retorno a la democracia". Por ello cualquier propuesta destinada a impulsar consecuentemente la lucha democrática por la senda de la movilización independiente, unitaria y combativa de las masas ha sido sistemáticamente descartada y combatida por estos sectores como sinónimo de aventura y provocación. Cuando más, esta vieja izquierda reformista se ha atrevido a predicar ‑pero no a practicar‑ la "desobediencia civil" y la "ingobernabilidad del país". La recaída de las diversas "vertientes socialistas" en las más variadas modalidades de reformismo ‑incluyendo aquellas de factura socialdemócrata que reniegan del marxismo y del antiimperialismo para alinearse clara y decididamente en el campo de la burguesía‑ es un ejemplo que ilustra bastante bien este fenómeno regresivo.
La orientación seguida por el Partido Comunista merece, sin duda, una consideración especial. Es en el seno de este partido donde la contradicción entre una militancia de base radicalizada por su actuación protagónica en los diversos frentes de lucha antidictatorial ‑y también por el extraordinario impacto de la revolución centroamericana‑ y el viejo aparato dirigente ha dado lugar a una crisis más profunda y significativa. La expresión más clara de esto ha sido la llamada "política de rebelión popular de masas" y el surgimiento del FPMR. Como se desprende claramente de los debates y resoluciones de su XV Congreso, en el seno del PC hay importantes sectores interesados en reconsiderar en términos autocríticos parte importante de sus concepciones tradicionales, estimulados también en esto por los cambios experimentados últimamente en la Unión Soviética bajo el liderato de Gorbachov. No obstante, se trata de una autocrítica limitada, que se queda a mitad de camino debido a su evidente empeño por reivindicar la trayectoria anterior del PC pese a toda su reconocida inconsistencia y a su palpable oportunismo. Si a diferencia de los "socialistas" el PC no acepta permanecer ciego ante los acontecimientos del pasado, la interpretación que arroja sobre ellos responde a una mirada deliberadamente tuerta. Como expresión condensada de esta crisis, el PC exhibe hoy en el terreno político un accionar errático, confuso, contradictorio.
La conclusión que de todo esto se desprende no puede ser más clara: el movimiento obrero y popular carece en estos momentos de una dirección política que, tanto por su comprensión del rol que le corresponde en la lucha de clases como por su real disposición a asumirlo, se encuentre realmente a la altura del momento histórico que vivimos. Ningún sector de la vieja izquierda se ha mostrado capaz de empuñar con claridad y firmeza la bandera del democratismo revolucionario del proletariado. De uno u otro modo, todos ellos se aferran a un esquema de pensamiento y de acción política que ya ha demostrado con creces su esterilidad, acogiendo un proyecto de "pacto social" cuyo verdadero propósito es paralizar la lucha de nuestro pueblo para cautelar los intereses de los explotadores. Es esto lo que la tiene hoy sumida en una crisis profunda que no es más que la prolongación de la irreversible crisis en que la dejó sumida su estrepitoso fracaso de 1973. Acicateada por ella, se abre paso en la conciencia de amplios sectores de su militancia de base la necesidad de una profunda renovación ideológica, política y organizativa de la izquierda. Nuevos vientos se agitan con desigual fuerza y dirección al interior de esos partidos. Pero la renovación de la izquierda sólo será fructífera y beneficiosa si se muestra capaz de poner a tono la actividad de los sectores de vanguardia con las necesidades que plantea el desarrollo independiente, unitario y combativo de las luchas de nuestro pueblo. En otros términos, si es asumida desde una perspectiva revolucionaria.
El desarrollo de la lucha de clases coloca inexorablemente a los diversos destacamentos de la izquierda ante una disyuntiva crucial respecto del rol que a ellos les corresponde desempeñar en la política chilena: limitarse a actuar como el ala radical y plebeya del democratismo burgués o constituirse en el centro y motor del democratismo revolucionario del proletariado. Ese es el dilema. Y lo que cualquiera puede constatar a simple vista es que el grueso de la vieja izquierda ya ha hecho su opción: simplemente repite e incluso profundiza su misma orientación oportunista del pasado, empeñándose en complacer las exigencias de "moderación" que desde la derecha no deja de formularle el democratismo burgués. ¡Es este el obstáculo que hoy tenemos que superar!
VIII.‑ EL VANGUARDISMO NO CONSTITUYE LA SOLUCION
La profunda crisis en que se debate la vieja izquierda, su completa incapacidad para abrir un camino de lucha capaz de conducir efectivamente a la plena democratización del país, ha llevado a que ‑en ausencia de una alternativa revolucionaria clara, consistente y eficaz‑ muchos comiencen a impugnarla desde posiciones vanguardistas. El vanguardismo puede manifestarse de muy diversas formas y en torno a variadas propuestas programáticas. Sin embargo, sea por las modalidades de acción que postula o por el carácter de sus propuestas ‑o por una combinación de ambas‑ presenta como común denominador una constante sobreestimación de la capacidad y disposición de lucha efectiva de las masas. El vanguardismo obra como si las masas estuvieran siempre dispuestas a comprometerse en un "gran salto hacia adelante" o, en su defecto, como si los obstáculos que se lo impiden pudieran ser fácilmente removibles. Anteponiendo sus propios deseos a la realidad, intenta forzar artificialmente la marcha de los acontecimientos hasta el punto de cortar todo vínculo efectivo con las verdaderas preocupaciones y necesidades del movimiento de masas. Independientemente de que sus acciones puedan ser vistas en ciertos momentos con simpatía por amplios sectores del pueblo, el vanguardismo no encuentra mayor acogida en las masas debido a que sus propuestas no guardan correspondencia con el real grado de conciencia, organización y disposición combativa alcanzado por éstas.
No se puede negar que el vanguardismo, expresado principalmente en las corrientes y posiciones de corte militarista, ha alcanzado bastante notoriedad en el curso de los últimos años. Ello se ha debido, en primer término, al carácter espectacular y justiciero de sus acciones frente al odiado régimen pinochetista. Pero el arraigo que pudo lograr en amplios sectores de la juventud no es explicable sólo por ese hecho. Hay también en la progresiva claudicación de la vieja izquierda ante el democratismo burgués una realidad política que le sirve de base. La frustración que resulta de esa conducta hace que muchos se planteen la necesidad de una ruptura no sólo con el contenido conciliador de la orientación política que esa vieja izquierda ha hecho suya, sino también con sus ámbitos de intervención política, sus métodos de organización y de lucha. Constatando la completa esterilidad de la práctica política postulada y desarrollada tradicionalmente por las diversas corrientes de izquierda, quienes se desplazan hacia posiciones vanguardistas hacen también abandono de los escenarios en que esa práctica ha tenido lugar. Observando la parálisis o incapacidad de las organizaciones tradicionales de las masas optan por darles vuelta la espalda para asumir como alternativa una opción de enfrentamiento directo con el régimen fascista en un terreno exclusiva o prioritariamente militar. Reemplazan de ese modo una política de masas sin perspectiva insurreccional por un accionar militar sin asidero en las masas. Esta manifestación de vanguardismo constituye el equívoco opuesto del reformismo y ‑en la medida en que lejos de ofrecer una salida que permita resolver positivamente la crisis de dirección revolucionaria del proletariado por el contrario le resta fuerzas a esta tarea‑ su complemento simétrico.
La burguesía pone permanentemente todo su empeño en tratar de aislar a los sectores más concientes y combativos, en alejar a los sectores revolucionarios de las amplias masas del pueblo, utilizando para ello y sin contemplaciones de ninguna especie "todos los medios de lucha". Se trata para ella de un objetivo político de primerísima importancia y no se detiene ante nada por alcanzarlo. Sus métodos preferidos son, como sabemos, el terror y la mentira. Es de sentido común que los revolucionarios no faciliten a sus enemigos la realización de estos propósitos. Por el contrario, tienen el deber de concentrar sus mejores esfuerzos en estrechar al máximo sus vínculos con las masas y encontrar en ellas una acogida no sólo positiva sino también activa a sus propuestas. El enfoque militarista de las tareas ‑y en un sentido más amplio el vanguardismo en todas sus formas‑ desvía en cambio la atención de los revolucionarios hacia una dirección distinta, perjudicando con ello el logro de la condición política fundamental para terminar con la dictadura y toda su herencia que es incorporar a las amplias masas del pueblo al combate. Las corrientes vanguardistas escamotean precisamente aquellas tareas que permiten hoy acumular fuerza de masas para extender y profundizar el desarrollo de la lucha democrática de nuestro pueblo. Al restar fuerzas y esfuerzos a esta indispensable labor preparatoria, las posiciones vanguardistas dejan el campo libre a la consolidación de la nefasta influencia paralizante del democratismo burgués y del reformismo pequeñoburgués sobre el movimiento de masas, con lo que incluso sus propias propuestas caen en el vacío.
Hay en este modo de ver las cosas una crónica incapacidad para integrar en una visión estratégica global y consistente las diversas dimensiones y momentos de la lucha de clases. Su enfoque de los problemas estratégicos de la lucha revolucionaria tiene un carácter marcadamente unilateral. Aún sin que sea ésa su intención, opera a través de su práctica una separación de lo político y lo militar, de lo táctico y lo estratégico, en desmedro de lo primero y en beneficio de lo segundo. Ya lo hemos dicho: al concentrar sus esfuerzos en formas de acción y/o propuestas que las masas no están en condiciones de tomar en sus manos, las corrientes de este tipo descuidan precisamente aquella labor preparatoria que está llamada a crear las condiciones políticas que harán posible la victoria. En el caso específico de las corrientes militaristas, aunque supongan lo contrario, hay en esto un grave desconocimiento de las lecciones que arrojan las experiencias revolucionarias de otros países. Lo fundamental de ellas es que siendo muy importante el desarrollo de una efectiva capacidad de lucha en el terreno militar, la clave para el triunfo o fracaso de cualquier empresa revolucionaria radica siempre en la intervención activa y pujante de las amplias masas del pueblo. Es a esto a lo que apuntan en definitiva todos los esfuerzos por resaltar la importancia de la vinculación entre lo militar y lo político y la subordinación de lo primero a lo segundo. Sin la victoria política que representa la incorporación activa de las masas al combate no es posible alcanzar ninguna victoria militar de importancia sobre las fuerzas reaccionarias.
No hay que perder de vista, sin embargo, que el vanguardismo es, como decía Lenin, una expiación de los pecados oportunistas del movimiento obrero, vale decir una expresión del sentimiento de frustración que experimentan los sectores más combativos de las nuevas generaciones militantes ante la inoperancia de los viejos partidos de la izquierda y el espíritu de conciliación que los anima. Se trata por lo general de elementos valiosos que movidos por los más nobles sentimientos se muestran ansiosos de aportar una alta cuota de valor, abnegación y sacrificio a la gran causa de la emancipación de nuestro pueblo. Es gente que quiere combatir pero que carece de la suficiente claridad política para comprender cuál es en realidad la mejor forma de hacerlo. Es por ello que, aún cuando sus acciones pueden resultar a veces extremadamente desubicadas y perjudiciales para el movimiento obrero y popular, lo que corresponde es acercarse a ellos para hacerles ver que la causa de nuestro pueblo no sólo necesita del entusiasmo, valor y heroísmo de sus mejores hijos, sino también y sobre todo de un camino que lo conduzca efectivamente a la victoria.
IX.‑ ES NECESARIO TERMINAR CON EL LASTRE DEL FRENTEPOPULISMO
Lo que se halla en el centro mismo de la política claudicante de la vieja izquierda es, ante todo, una concepción radicalmente falsa respecto del modo en que desde una perspectiva proletaria corresponde encarar el indudable desafío que representa para el movimiento obrero y popular la significativa influencia ideológica y la activa presencia política del democratismo burgués en las filas de amplios sectores de nuestro pueblo. La vieja izquierda, ha estado tradicionalmente prisionera de una concepción frentepopulista. De acuerdo con esta concepción, por un largo período histórico el movimiento obrero no tendría ante sí otra perspectiva que circunscribir sus objetivos y su acción al marco de un acuerdo de proyecciones estratégicas con los representantes del democratismo burgués. Considerándolo más que un obstáculo a superar un punto de apoyo para avanzar, postula respecto a él una política de colaboración de clases. Tal es el verdadero alcance y significado de los acuerdos suscritos por una parte de ella en el seno de la "Concertación" y apoyados por la otra desde afuera. Al margen de cualquier otra consideración, semejante perspectiva respondería a una realidad "objetiva" que ‑de acuerdo a este enfoque‑ muestra a un país políticamente dividido en tres tercios de fuerza más o menos equivalente: la derecha, la izquierda y el centro. En tales circunstancias, sólo una alianza o acuerdo sustantivo entre la izquierda y "el centro" ‑de carácter burgués, pero "democrático" y "progresista"‑ permitiría derrotar y desalojar del poder a "la derecha", y luego consolidar y ampliar paulatinamente las conquistas democráticas. Negarse a aceptar esta realidad y sus inevitables implicancias políticas sólo sería dar muestras de un ingenuo y estéril voluntarismo.
Semejante visión del acontecer político y sus perspectivas deriva exclusivamente de una antojadiza reducción de éste al tradicional escenario institucional. La lucha política es concebida aquí únicamente desde la perspectiva del clientelismo electoral. En el estrecho marco de esta concepción, sólo basta con saber sumar. Por esta vía ha llegado a ser axiomático en el pensamiento de la vieja izquierda el suponer que la lucha por la democratización del país exige perentoriamente la unidad más estrecha de todas las fuerzas políticas que se oponen a la dictadura, aunque sea enganchando al movimiento obrero al carro de los "sectores democráticos" de la burguesía. Frases de sentido común ‑como por ejemplo que "la política es el arte de sumar y no de restar"‑ son frecuentemente invocadas para dar una justificación fácil a esa conducta claudicante. Pero con ello se deja el verdadero problema donde recién comienza. Por supuesto que hay que unir fuerzas para vencer, pero el problema consiste en saber claramente qué es lo que hay que unir, cómo y para qué. En realidad, lo que hasta ahora ha empantanado la lucha democrática de nuestro pueblo no ha sido la falta de una unidad de papel entre los partidos opositores sino, ante todo, la ausencia de una política opositora clara y consecuente, capaz de organizar y movilizar a las amplias masas populares y de forjar su indestructible unidad combativa al calor de la propia lucha.
La presencia activa del democratismo burgués en la escena política del país y su importante gravitación en el seno de las masas populares representa sin duda alguna un gran desafío para las fuerzas políticas que se reclaman del movimiento obrero. Pero el desafío consiste en superar este escollo, no en arrodillarse frente al él. Para cerrarle el paso y desenmascarar su carácter fraudulento, lo primero que la izquierda tendría que hacer es emplazarlo a asumir ‑precisamente en nombre de su supuesto democratismo‑ una lucha frontal y consecuente por los intereses, derechos y aspiraciones más sentidas de nuestro pueblo. Y, sobre todo, no habría que quedarse a la espera de una respuesta. Por el contrario, habría que impulsar en todo momento y con la mayor decisión el combate por una profunda democratización de la vida nacional, apelando directamente a las amplias masas del pueblo como sujeto protagónico de esta lucha. La izquierda tiene que mostrar una clara decisión de llevar el combate democrático tan lejos como sea posible, sin amarrarse las manos ante nada ni ante nadie. Sólo en el contexto de una política de movilización independiente, unitaria y combativa de las masas podrían cobrar algún sentido y resultar políticamente convenientes los contactos con el democratismo burgués, incluida la disposición a alcanzar ciertos acuerdos tácticos con él. El frentepopulismo en cambio, expresado hoy en la propuesta de un "pacto social" entre explotados y explotadores, implica la capitulación política e ideológica de la izquierda y la subordinación del movimiento obrero al proyecto estratégico del democratismo burgués.
Las fuerzas de la izquierda deben decidirse a asumir de una vez por todas el rol que le corresponde, reagrupándose en torno a una orientación consistentemente democrática, popular y revolucionaria. Para ello resulta imperativo y urgente librar hoy un combate a fondo por emancipar al movimiento obrero y popular del pesado lastre del frentepopulismo. Hay que colocar en primer plano la necesidad de organizar, impulsar y conducir resueltamente la lucha democrática de nuestro pueblo. Hay que transformar al movimiento obrero en el centro y motor de la lucha democrática, haciendo patente en todos los terrenos su legítima vocación de poder. En el plano ideológico es preciso que las fuerzas que se reclaman del movimiento obrero sean capaces de pasar también a la ofensiva, dándose a la tarea de reivindicar clara y decididamente la vigencia de las ideas socialistas y revolucionarias, desarrollar más sólidos lazos de unión y solidaridad entre todos los explotados y forjar en ellas mismas una indomable voluntad de vencer. ¡Basta de prédicas engañosas! ¡Sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario!
X.‑ LAS JORNADAS DE PROTESTA MOSTRARON EL CAMINO
Todo lo que se ha avanzado hasta ahora en la senda de la lucha democrática se lo debemos fundamentalmente a la acción directa, generalizada y resuelta de las masas. Ha sido este, y ningún otro, el factor decisivo en el vuelco experimentado por la situación política a partir de 1983. Los momentos culminantes de la movilización rupturista del pueblo han sido las grandes jornadas nacionales de protesta. Sin estas memorables jornadas de lucha antidictatorial que se sucedieron a partir de 1983 todavía estaríamos viviendo bajo el azote de implacables estados de excepción y con la perspectiva inamovible de muchos años más de pinochetismo. La conclusión que se deriva de este hecho no debe ser olvidada jamás por nuestro pueblo: sólo en la movilización independiente, generalizada, unitaria y combativa de las amplias masas obreras y populares está la fuerza que hace posible el triunfo de la causa democrática. El total desmantelamiento del régimen dictatorial y la destrucción de todos los pilares antidemocráticos en que se sustenta pasa inevitablemente por ensanchar y profundizar el camino de victoria abierto en 1983 por las jornadas nacionales de protesta.
La movilización de las masas adquirió por esta vía un carácter predominantemente político. Este ha sido el rasgo distintivo de las protestas y también de una parte importante de los combates parciales que el movimiento obrero y popular ha librado en estos últimos años. Ya no se trató simplemente de movilizaciones aisladas, emprendidas por tal o cual sector de los trabajadores en pos de exclusivas demandas salariales, sino de la acción crecientemente generalizada de los más vastos sectores de nuestro pueblo que se ponían de pie para protestar contra la política de hambre, miseria y represión de la tiranía. Todas estas son voces y puños que en definitiva se alzan para exigir el inmediato término de la dictadura. Es justamente esto lo que las ha impulsado y hecho converger en el gigantesco e incontenible torrente de aquellas manifestaciones de protesta que han sido asumidas, a través de las más variadas y multifacéticas formas de lucha, por el conjunto de nuestro pueblo. Es en su carácter inconfundiblemente libertario en lo que radica toda la fuerza de esta movilización.
Cabe destacar en este cuadro la activa y decisiva participación de los más jóvenes. Una nueva generación combatiente ha irrumpido en la escena política del país, dejando definitivamente atrás el trauma de la derrota de 1973. Son aquellos que han crecido bajo la atmósfera asfixiante del régimen fascista y saben de las angustias y sufrimientos que ha padecido nuestro pueblo en todos estos oscuros años de tiranía porque lo han visto reflejado en el rostro de sus padres que quedan sin trabajo, de sus parientes y amigos que infructuosamente han intentado ubicar el rastro de algún desaparecido, porque lo han vivido a diario en la estrechez cada vez mayor de sus hogares y la falta de toda perspectiva de un futuro medianamente próspero y seguro para ellos mismos. Son los jóvenes quienes se han colocado más resueltamente a la cabeza de los combates en sus momentos más álgidos, haciendo en las barricadas y en las marchas de protesta sus primeras experiencias políticas. Son ellos quienes le han dado a las movilizaciones un sello de audacia y combatividad inconfundibles. ¡Nada de medias tintas! ¡Abajo la tiranía! Es contra esa clara e insobornable decisión de lucha que se estrellaron una y otra vez todos los intentos de aplastar el espíritu de rebeldía de las masas, todos los esfuerzos por canalizar la movilización popular por cauces exclusivamente pacíficos y todos los intentos de reemplazar la lucha por actos de "protesta" meramente simbólicos. Y fue, finalmente, esa misma decisión de lucha la que hizo quedar en ridículo al tirano cuando en un desesperado intento por infundir pánico en la población vociferó amenazante: ¡No toleraré nuevas protestas!
Debemos reafirmarlo con la mayor decisión: las grandes jornadas de protesta han mostrado el único camino por el que es posible enfrentarse y derrotar en toda la línea al régimen fascista y todo lo que él representa. Pero sin duda han sido ellas también las que pusieron más claramente de relieve las grandes debilidades que aún necesitan ser superadas para abrir y consolidar una clara perspectiva de victoria. Por una parte mostraron que la lucha unitaria y combativa de las masas es capaz de poner atajo a la despótica voluntad de dominio del gran capital, forzarlo a reconsiderar sus proyectos y abrir cauce a la expresión de los grandes anhelos de cambio existentes en el país, pero al mismo tiempo pusieron en evidencia enormes desigualdades e insuficiencias en el grado de preparación e incorporación del pueblo a la lucha. El principal déficit ha sido hasta ahora la débil participación que como clase organizada y conciente le ha cabido al movimiento obrero en estos combates. Es indudable que una intervención masiva, centralizada y protagónica del proletariado en las jornadas de protesta antidictatorial le habría asestado un golpe demoledor al régimen fascista, paralizando efectivamente al país y abriendo con ello una fase decisiva en la lucha de todo nuestro pueblo por el derrocamiento de la tiranía. Sin embargo, ello no ocurrió. Ni siquiera el Paro Nacional del 2 y 3 de julio de 1986 se mostró capaz de modificar sustancialmente este cuadro. Los escenarios principales de la movilización popular durante las jornadas de protesta no han sido hasta ahora las grandes fábricas, los centros mineros o los principales medios de transporte y comunicación, sino las escuelas, los hospitales y sobre todo los innumerables y vastos territorios de las poblaciones populares. De allí el carácter esencialmente territorial de la protesta.
Pero, más allá de las debilidades que aún debemos superar, queda en pie el hecho irrebatible de que ha sido el propio pueblo el que con sus acciones multitudinarias y su admirable despliegue de heroísmo y tenacidad ha hecho retroceder a la tiranía, abriendo una profunda brecha en sus bien custodiadas fortificaciones. El objetivo es agrandar esa brecha hasta consumar el derrumbe total y definitivo del régimen totalitario, impedir que bajo un ropaje seudodemocrático logre prolongar hoy su existencia, liquidar cada expresión de su despótico y arbitrario poder, restituir al pueblo la plenitud de sus derechos políticos y civiles. La experiencia muestra que para avanzar por esta senda y alcanzar una efectiva y plena democratización del país no existe otro camino que el de la lucha más decidida y resuelta, el camino de la movilización independiente, unitaria y combativa de las amplias masas obreras y populares.
XI.‑ HAY QUE FORTALECER LA ORGANIZACION Y DISPOSICION COMBATIVA DE LAS MASAS
La débil acogida que han encontrado hasta ahora en la propia clase obrera organizada los llamados a movilizarse concertadamente contra la política de represión y miseria del régimen fascista refleja con toda claridad el profundo retroceso experimentado por el movimiento sindical a partir de 1973. Es, en otros términos, una secuela de su catastrófica derrota política de hace dieciséis años. Revela que, si bien el movimiento obrero se ha ido recuperando poco a poco de esa derrota, aún se halla convaleciente. Esta es, sin embargo, sólo una parte de la explicación. La recuperación del movimiento obrero, que sin duda pudo haber cobrado un ritmo mucho más rápido, se ha tornado lenta y problemática. Ello es, en última instancia, una consecuencia clara del nefasto predominio que actualmente ejercen en el seno de los sindicatos las corrientes conciliadoras, especialmente aquellas que se encuentran estrechamente vinculadas al democratismo burgués. Estas últimas son la expresión más consistente de la "política obrera" de la burguesía, que se manifiesta principalmente en el esfuerzo por circunscribir la actividad del movimiento obrero organizado al estrecho marco de un sindicalismo chato, preocupado exclusivamente de alcanzar mejores condiciones de venta de la fuerza de trabajo pero sin poner radicalmente en cuestión la legitimidad de la propia explotación capitalista.
Es fácil comprender que el predominio de este tipo de corrientes, cuya actividad no apunta a terminar con el sistema económico‑social que esclaviza a los trabajadores, sino a obtener sólo determinadas reformas en los marcos del Estado burgués, entorpece el desarrollo de un movimiento sindical fuerte y aguerrido. Únicamente sobre la base de una sólida y genuina conciencia de clase es posible poner en pie organizaciones obreras efectivamente capaces de hacerse respetar y de asumir el rol dirigente que están llamadas a desempeñar en el desarrollo de la lucha democrática. Pero la presencia de un movimiento obrero con tales características representaría un peligro mortal para los intereses vitales de la clase dominante. Por ello la burguesía y el imperialismo se empeñan constantemente en dividir y paralizar a los trabajadores, reclutando y adiestrando para estos fines a elementos desclasados y corruptos que se prestan para ser sus peones. Intentando doblegar el espíritu de lucha de las organizaciones obreras y someterlas a su control, las clases dominantes se dan también a la tarea de prostituir a aquellos dirigentes que, habiendo surgido como una genuina expresión de rebeldía de los trabajadores, carecen sin embargo de una real conciencia de clase y son incapaces por ello de sustraerse a los interesados alagos, consejos y "ayudas" provenientes de todo tipo de círculos vinculados a la clase explotadora.
Algo similar ocurre en el resto de las organizaciones populares. Las corrientes conciliadoras, bajo el pretexto de servir a los "superiores intereses del país", se empeñan en todas partes en encadenar al movimiento de masas al proyecto de colaboración de clases patrocinado por el democratismo burgués, intentando impedir o hacer fracasar todas aquellas iniciativas de organización y de lucha que no se encuentren claramente encuadradas en esa perspectiva. De ello deriva necesariamente un estilo de acción de carácter cupular, burocratizado y excluyente, orientado más a la negociación que a la lucha y que al imponerse al interior de las organizaciones de masas cierra las puertas a una efectiva participación de la base en la toma de decisiones. La ausencia de democracia interna limita considerablemente la autoridad y capacidad de convocatoria de las organizaciones populares, condenándolas a una existencia raquítica y marginal.
La batalla por el fortalecimiento de la organización, unidad e independencia del movimiento de masas adquiere en estas condiciones una importancia decisiva. Por las razones ya señaladas, ésta cobra particular relevancia en el terreno sindical. Se trata, en primer lugar de abrir las organizaciones de masas a la activa participación de sus bases, esforzándose al mismo tiempo por que ellas se muestren efectivamente capaces de agrupar a todos aquellos cuyos intereses buscan representar. Sólo es posible avanzar en este terreno impulsando por una parte una vasta y enérgica campaña de afiliación de quienes aún permanecen al margen de estas organizaciones y demandando por la otra una efectiva democratización de su vida interna. ¡Las masas tienen necesidad de contar con organizaciones fuertes y representativas! En segundo lugar, cabe desplegar con la mayor decisión una política dirigida a la rápida superación de toda expresión de paralelismo en el terreno de las organizaciones populares de masas. Se trata de construir organizaciones poderosas que, con independencia de la filiación política, ideológica o religiosa de sus integrantes, sean efectivamente capaces de unir a todos quienes se encuentran objetivamente vinculados por la defensa de sus comunes intereses de clase. Sólo de este modo los diversos destacamentos del movimiento de masas estarán en condiciones de hacer oír con fuerza sus voces. ¡Una sola clase, una sola organización!
A los dos elementos anteriores hay que añadir aquello que da consistencia y unifica coherentemente cada una de estas iniciativas: el combate por la independencia de las organizaciones de masas frente al Estado burgués, las organizaciones patronales y sus partidos políticos. El combate por abrir paso a una política de acción independiente, unitaria y democrática que fortalezca decisivamente la presencia y rol del movimiento obrero y popular en la vida política del país se encuentra indisolublemente ligada a la batalla por organizar y llevar a la dirección de las organizaciones de masas a una corriente combativa que agrupe y exprese fielmente las posiciones de las tendencias clasistas y revolucionarias.
XII.‑ ¡PASO A LAS DEMANDAS POPULARES!
Para hacer realidad los grandes cambios que la mayoría anhela no existe otro camino efectivo que la acción directa, independiente, unitaria y combativa de las masas. Lo que desde una perspectiva democrática y revolucionaria consecuente realmente cuenta es organizar, movilizar y conducir a la mayoría activa de la población, imprimiéndole a sus luchas un claro y decidido carácter rupturista. Toda consideración respecto de las diversas formas de lucha debe hacerse a partir de este objetivo político primordial: acumular fuerza de masas, fortalecer la conciencia política, nivel de organización y disposición combativa del pueblo. Sin colocar esta necesidad en el centro mismo de cada decisión respecto de la táctica de la lucha democrática no sólo se estará ocasionando un grave daño al movimiento popular, sino que se estará trabajando también para la derrota de la propia causa democrática de nuestro pueblo. Por lo demás, únicamente a través de la propia lucha será posible unir a las amplias masas obreras y populares, empujando a los vacilantes y haciendo resueltamente a un lado a los que no quieren luchar. Tal es la lógica inherente a toda política auténticamente democrática y revolucionaria. El pueblo no necesita de ningún mesías para realizar la misión que tiene por delante y que sólo él es capaz de acometer con éxito: emanciparse a sí mismo de todas sus cadenas.
Si para abrir paso a una política consecuentemente democrática y revolucionaria resulta indispensable el desarrollo de una sostenida y sistemática lucha ideológica en contra de todas las expresiones de postración ante la burguesía, de todas las tendencias a la capitulación ante el democratismo burgués y por el reagrupamiento de todas las corrientes combativas del movimiento obrero y popular, los triunfos decisivos sólo se lograrán en el terreno de la acción, organizando, impulsando y conduciendo decididamente la movilización independiente, unitaria y combativa de las masas de acuerdo con un programa de reivindicaciones democráticas y transitorias que sea cabal expresión de los intereses, derechos y aspiraciones de nuestro pueblo. Ese programa se articula hoy en torno a cuatro demandas esenciales, sintetizadas magníficamente en la consigna de ¡PAN, TRABAJO, JUSTICIA Y LIBERTAD! Se trata, en otros términos, de la lucha por la plena democratización política, el irrestricto respeto a los derechos humanos, una real igualdad de oportunidades y un efectivo desarrollo económico del país.
La demanda democrática apunta hoy, en primer lugar, a desmantelar completamente el régimen totalitario y establecer en su lugar un sistema político fundado en el pleno respeto de la soberanía popular y capaz de garantizar la vigencia irrestricta de este principio más allá de cualquier amenaza o intento de extorsión. La soberanía del pueblo no admite otro límite que el respeto, consustancial a toda práctica democrática, que las mayorías deben a los derechos políticos de las minorías y a la plena vigencia de las garantías individuales. En esto no puede haber transacción alguna. Lo contrario equivaldría a reconocer como legítima la existencia de una manifiesta desigualdad de derechos políticos entre las personas, vale decir significaría aceptar como legítima la existencia de ciudadanos de primera y de segunda clase. Ninguna apelación al "realismo político" puede justificar una aberración semejante. La demanda democrática no es una mercadería barata que pueda ser objeto de regateos. Simplemente se asume o no se asume. Lo demás constituye una burla. Al ponerse de pie y empuñar resueltamente la bandera de la democracia las masas reclaman simplemente lo que es suyo, lo que les pertenece: el derecho de todos a participar en la toma de las decisiones políticas y a exigir que las autoridades se atengan estrictamente al mandato que el pueblo les haya conferido.
La demanda democrática pasa por exigir el inmediato término de la dictadura y la derogación de su engendro constitucional de 1980. Se requiere un nuevo ordenamiento institucional que sea expresión y esté al servicio de la voluntad mayoritaria de la nación. Para ello es preciso la convocatoria a una Asamblea Constituyente libremente elegida. En esta lucha el proletariado debe colocarse resueltamente a la cabeza de las amplias masas del pueblo, respaldando activa y consecuentemente todas las iniciativas de autoorganización que estén dirigidas a hacer realidad a todo nivel y a defender con la mayor decisión el principio de la soberanía popular. Se debe exigir la electividad de todos los órganos llamados a decidir sobre aspectos o materias que conciernen directamente a los diversos sectores de la población, rechazando con firmeza la reaccionaria pretensión de sustraerlos de la voluntad democrática de la mayoría bajo el pretexto elitista de hacer valer las opiniones supuestamente "técnicas" y calificadas de los expertos. Los únicos "expertos" en lo que concierne a las condiciones de vida de las personas son en definitiva ellas mismas.
La demanda de justicia frente a los brutales y masivos atropellos a los derechos humanos cometidos bajo este régimen no es algo que concierna exclusivamente a quienes han sido o aún son directamente sus víctimas. Es una ineludible responsabilidad política y moral que la sociedad toda carga sobre sus hombros. ¡Que nadie pretenda lavarse las manos en esta cuestión! Es preciso que se haga efectiva justicia y, en la medida de lo posible, se reparen los inmensos daños causados a nuestro pueblo por los abusos y las arbitrariedades del régimen fascista. ¡Libertad para todos los presos políticos! ¡Juicio y castigo para los secuestradores, torturadores y asesinos de la DINA‑CNI! El país debe conocer a fondo toda la verdad de estos tenebrosos años de horrible barbarie que hemos vivido para impedir que algo semejante vuelva a ocurrir en el futuro. ¡Tenemos que terminar con la siniestra amenaza totalitaria que pende sobre nuestras cabezas! Del mismo modo, las demandas sociales y económicas constituyen no sólo una expresión de los derechos inalienables de nuestro pueblo, sino que representan también una responsabilidad colectiva de la nación. El garantizar a todos el derecho al trabajo y a un salario digno, a la salud y la educación, a la vivienda y la seguridad social, al descanso y la recreación deben ser los objetivos básicos y prioritarios de toda estrategia de desarrollo económico. Hay que organizar e impulsar la lucha por hacer prevalecer estas demandas por sobre los ilimitados apetitos de la explotación capitalista, y los intereses de Chile por sobre la insaciable voracidad del imperialismo.
XIII.‑ CENTRALIZAR LOS COMBATES EN LA PERSPECTIVA DEL GOBIERNO OBRERO Y POPULAR
La extensión y generalización de los combates democráticos de las masas, articulados a nivel local con las demandas específicas de cada sector, crean condiciones propicias para que el pueblo derrote en toda la línea a sus enemigos. Sin embargo para ello es preciso que sea capaz de concentrar sus energías, haciendo confluir todos esos combates en un sólo gran torrente de lucha antidictatorial. El esfuerzo por desbaratar todas las maniobras diversionistas y divisionistas de las clases dominantes cobra aquí su mayor intensidad. En abierta lucha política e ideológica contra el seudodemocratismo de la burguesía y el reformismo "obrero", se debe perseverar en los esfuerzos por hacer que la movilización directa, independiente, unitaria y combativa de las masas irrumpa con fuerza en cada ámbito de la vida nacional, sacando a la calle y ventilando a la luz pública todos los conflictos acumulados en dieciséis años de arbitrariedad y de injusticia. Pero esa movilización no debe quedar relegada exclusivamente a los escenarios locales sino que debe irrumpir con igual fuerza y decisión en el centro de la escena política nacional. Para ello es fundamental abogar por un Frente Único de todas las organizaciones obreras y populares contra el fascismo, por la democracia y el socialismo. Se trata de unir en función del combate por la democratización del país a la CUT, las organizaciones poblacionales, estudiantiles y en general a todas las organizaciones representativas de las masas.
Hay que dar esta lucha en todos los escenarios sin descartar ni menospreciar ninguno. Mientras los revolucionarios aún sean una minoría no estarán en condiciones de elegir ellos el terreno del combate y se verán forzados a actuar bajo las condiciones impuestas por sus enemigos. Sin embargo lo harán concientes de estar librando batallas cuyo objetivo fundamental no es todavía, en un sentido inmediato y directo, la lucha por el poder sino ante todo una lucha por las masas. Se trata, en primer lugar, de acumular la fuerza de masas necesaria y de crear condiciones políticas favorables para asumir la batalla por el poder con claras perspectivas de victoria. En este contexto resulta particularmente importante mantenerse alertas para distinguir aquellas ocasiones en que es políticamente necesario y obligatorio intervenir en un escenario impuesto por la burguesía de aquellas otras en que ello sólo representaría una manifestación de oportunismo y capitulación. Por su parte, la convergencia de la lucha independiente, unitaria y combativa de las amplias masas irá apuntando inexorablemente en dirección a la Huelga General Revolucionaria, al Paro Nacional Activo y Prolongado, como la máxima y suprema expresión de la movilización popular. Aún cuando ello no aparezca en todo momento como una posibilidad inmediata, es en definitiva este escenario, constituido sobre la base de los propios métodos de acción del movimiento obrero y popular, el llamado a ofrecer la perspectiva de centralización que la lucha democrática, generalizada y multiforme que nuestro pueblo necesita para vencer. Es hacia allá que deben apuntar todos los esfuerzos de los sectores revolucionarios.
Para abrir paso a esta perspectiva revolucionaria y sostenerla frente los embates de la reacción, que en los momentos más álgidos de la lucha se tornarán encarnizados, la acción directa y generalizada de las masas necesita estar apoyada en poderosas organizaciones de poder popular y en el desarrollo de efectivas formas de autodefensa de masas. De lo contrario ella no pasa de ser ilusoria. Las masas cuentan a este respecto con la rica experiencia acumulada durante el período de 1970‑73. Es preciso apoyarse en ella para llevar esta vez la lucha aún mucho más lejos e impedir que en el cuadro de una situación de abierto y frontal enfrentamiento entre las clases sea la reacción la que se imponga. El fortalecimiento numérico y la creciente convergencia y democratización de las organizaciones de masas permiten desde ya avanzar un trecho importante por este camino. La organización y generalización de la autodefensa de masas, en estrecho contacto con la actividad de sus principales organizaciones, es a su vez fundamental para elevar la autoconfianza y disposición combativa de las masas, creando nuevas y más ricas tradiciones de lucha en la base misma del pueblo. Más que en preparativos materiales, la autodefensa de masas se sustenta en la disposición del movimiento obrero y popular a no dejarse avasallar por la violencia represiva de las clases dominantes, a defender con todos los medios a su alcance la reivindicación de sus demandas más sentidas. Delimitándose claramente de todo acto de provocación, la autodefensa de masas se identifica y defiende en todo momento la legitimidad de la causa democrática y revolucionaria de nuestro pueblo.
Más allá de las alternativas pasajeras de la lucha de clases, cualquiera sea su carácter, el desarrollo del combate por una democratización real y profunda de la vida nacional planteará inexorablemente la necesidad de contar con el instrumento indispensable para la realización de ese objetivo: la necesidad de que el pueblo sea gobierno. Si el combate por las demandas populares de pan, trabajo, justicia y libertad lleva a plantearse hoy el término de la tiranía fascista, de ningún modo se reduce a este objetivo. Por el contrario, es muy posible que mañana el pueblo deba proseguir este combate luchando contra los obstáculos y barreras que interponga en su camino un gobierno "democrático" de los explotadores. Sólo un gobierno de las propias masas en lucha, vale decir un auténtico Gobierno Obrero y Popular, será capaz de satisfacer las demandas y expectativas de la mayoría. Los destacamentos proletarios de vanguardia, los destacamentos revolucionarios, tienen el deber de hacer calar hondamente esta idea en la conciencia de nuestro pueblo. ¡La emancipación de los trabajadores sólo puede ser obra de los propios trabajadores!
XIV.‑ UNIR A TODAS LAS FUERZAS CONSECUENTEMENTE REVOLUCIONARIAS
El empantanamiento de la lucha democrática en los cauces institucionales que el régimen se vio forzado a abrir para aplacar la furia de las protestas permite apreciar claramente lo que significa en términos concretos el vacío de conducción revolucionaria hoy existente. Carentes de una dirección democrática consecuente que, colocándose decididamente a la cabeza de sus luchas, les permita abrir un claro camino de victoria, las masas ven frustradas hoy muchas de las expectativas que se gestaron en sus duros y valerosos combates con la dictadura. De este modo, la formidable crisis del capitalismo dependiente chileno se prolonga por la crisis igualmente profunda de la dirección revolucionaria del proletariado. De allí que la principal tarea política de los sectores más concientes y aguerridos de nuestro pueblo consista hoy en asumir, precisamente, todas las iniciativas que permitan abrir paso en el seno de las amplias masas a una dirección consecuentemente revolucionaria. No se trata, por cierto, de un objetivo que pueda concebirse al margen de las grandes tareas y desafíos que como un todo necesita acometer desde ya el movimiento obrero y popular, sino de un objetivo que sólo puede alcanzarse en estrecha e indisoluble unión con la lucha cotidiana por organizar, impulsar y conducir la movilización combativa de nuestro pueblo. Es sólo al calor de esos combates que una auténtica dirección revolucionaria puede forjarse. Desligado de ellos sólo hay lugar a la crítica diletante y estéril, a la estrecha labor de círculo propia del propagandismo y, en definitiva, a un sectarismo paralizante.
Es preciso abocarse intensamente a la tarea de agrupar fuerzas genuinamente revolucionarias, probadas en la acción y comprometidas de lleno en un esfuerzo serio por organizar, impulsar y conducir las diversas manifestaciones de lucha de nuestro pueblo. En base a estas fuerzas es perfectamente posible, y más aún absolutamente necesario, dar vida en el seno del movimiento obrero y popular a una corriente clasista consecuente capaz de disputar la conducción de las organizaciones de masas a sus actuales direcciones amarillas o vacilantes y en definitiva capaz de ganar un espacio también en la escena política del país. Tanto por la urgencia de alcanzar este objetivo como por la extrema dispersión y debilidad actual de las corrientes que se reclaman de una perspectiva de lucha independiente, unitaria y combativa del movimiento obrero y popular, esto supone hoy un esfuerzo por agrupar en torno a una plataforma de lucha común a fuerzas que por sus orígenes, perfil y tradición política exhiben una palpable heterogeneidad ideológica pero que por su práctica y sus propuestas concretas coinciden en una apreciación común de las grandes tareas y desafíos que en este momento encara nuestro pueblo. Plantea, concretamente, la necesidad de hacer converger a las organizaciones clasistas más serias y consecuentes en un verdadero Frente Democrático Revolucionario.
No obstante, por necesario y urgente que esto sea, resulta evidente que no será un objetivo fácil de alcanzar. Así lo prueban las frustradas experiencias que sobre este terreno se han hecho en el pasado. Habrá que hacer pie en ellas para evitar que se produzcan nuevos empantanamientos de este tipo de iniciativas. Hacia el futuro será preciso abordarlas sentando desde la partida a lo menos tres premisas fundamentales: primero, que la convergencia de las corrientes clasistas consecuentes no es ni el sustituto ni una alternativa a los diversos proyectos partidarios, sino un instrumento de acción política destinado a fortalecer la acción independiente, unitaria y combativa de las masas y sólo en esa medida funcional a los propósitos individuales de cada una de esas corrientes; segundo, que carece de todo sentido concebirla como un mero acuerdo de carácter cupular porque la envergadura de las tareas y desafíos que tiene por delante no sólo tornan imperativa la acción conjunta de todos los contingentes militantes comprometidos por él sino que exige además la incorporación activa de todos aquellos que concuerden en sus métodos de acción y sus objetivos; tercero, que aunque la iniciativa parta de un acuerdo político entre un grupo de organizaciones políticas su resultado no puede ser otro que la creación de un movimiento de carácter amplio, basado en una plataforma de lucha definidamente clasista pero abierto a la incorporación de todos quienes concuerden con ella y regido por mecanismos de funcionamiento efectivamente democráticos.
Al mismo tiempo, la experiencia indica que para avanzar seriamente en cualquier proceso de convergencia política, sea que esté dirigido a la constitución de una instancia de Frente Único o que se oriente a la unificación de fuerzas afines en torno a un proyecto partidario común, es condición indispensable saber apoyarse en lo que ya existe, valorar, defender y fortalecer lo conquistado. No es precisamente una expresión de responsabilidad política el avalar una prédica a favor de la "unidad de los revolucionarios" cuando ella es formulada por personas cuyo compromiso con la lucha de nuestro pueblo se manifiesta en la práctica débil e inconsistente. Para que la unidad represente un efectivo paso adelante debe estar claramente orientada a la acción y efectuarse en torno a los sectores que puedan exhibir una real labor partidaria, seria, continuada y consecuente. De lo contrario asistiremos a nuevas comedias que lejos de contribuir al avance de la lucha revolucionaria reforzarán en definitiva la confusión, la dispersión, el espíritu de círculo y la nefasta presencia del caudillismo. Ya es hora de dejar definitivamente atrás todo aquello que sólo es una mera expresión de atraso y primitivismo político y abocarse responsablemente a abordar la solución de los graves problemas que arrastramos. Los revolucionarios tienen el deber de colocarse seriamente a la altura de este desafío.
XV.‑ AVANZAR EN LA CONSTRUCCION DEL PARTIDO MARXISTA REVOLUCIONARIO
La experiencia indica que revolución no será producto de la acción espontánea de las masas ni tampoco el resultado de la acción aislada de algunos individuos. Se requiere la labor organizadora, impulsora, centralizadora y dirigente de un Partido Revolucionario, conciente de sus propósitos y decidido a hacerlos realidad. Se requiere en suma la presencia activa e influyente de un Partido Revolucionario de Combate, construido sobre la base del programa y la estrategia del auténtico comunismo. Lo que mejor identifica a los verdaderos comunistas, lo que en definitiva los diferencia de los demás partidos que se reclaman del proletariado, es que saben colocar en todo momento los intereses y las perspectivas globales del movimiento obrero y sus luchas por encima de todo interés o consideración subalterna. Es precisamente por ello que constituyen el destacamento más lúcido y más aguerrido de nuestro pueblo. Son los portadores de la conciencia histórica del proletariado que anida en su seno el germen de la nueva sociedad. No obstante, a pesar de la enorme significación histórica de la misión que están llamados a desempeñar, los auténticos comunistas constituyen hoy sólo una ínfima minoría. Ello representa uno de las más graves insuficiencias que necesitan ser pronta y eficazmente superadas.
Es preciso avanzar rápidamente hacia la constitución de un verdadero Partido Revolucionario, fuertemente enraizado en las organizaciones de masas y con suficiente autoridad política como para desempeñar un rol de primera importancia en la conducción de las luchas populares. Los dieciséis años de ininterrumpido combate de la Liga Comunista constituyen desde ya un valioso aporte y un fundamento insoslayable en la realización de esta tarea. La presencia de una Liga Comunista fuerte, unida, disciplinada y aguerrida en el seno de las masas populares resulta hoy de fundamental importancia para el logro de este objetivo. Ello obliga a elevar significativamente el número y el nivel de preparación de su militancia y la envergadura y calidad de sus recursos materiales. La Liga Comunista debe mostrarse ahora capaz de dar un efectivo salto hacia adelante en su desarrollo ideológico, político y organizativo, proyectándose como el principal sostén y anticipo del Partido Revolucionario que las amplias masas obreras y populares requieren para abrirse paso hacia la plena realización de sus objetivos históricos. Confiamos en que estas metas serán logradas porque ellas responden no al deseo subjetivo de unos pocos sino a una necesidad real y vital de nuestro pueblo en su inclaudicable lucha por el pan, la libertad y el socialismo.
No obstante, el alto significado que la Liga Comunista asigna al rol que como organización revolucionaria de combate está llamada a desempeñar en las luchas presentes y venideras de nuestro pueblo no la hace tener una visión mesiánica con respecto a sí misma. Por el contrario, la Liga Comunista atribuye una gran importancia a todas las iniciativas que puedan contribuir a un mayor acercamiento y si es posible a una real unificación con todos aquellos sectores que comparten en todo lo esencial su misma concepción acerca de los objetivos, métodos y fundamentos de la lucha por la revolución proletaria. La Liga Comunista exhorta a dar pasos concretos en tal sentido a todos los destacamentos revolucionarios que, exhibiendo una trayectoria de lucha incuestionable, concuerden con nosotros en a lo menos cuatro aspectos fundamentales:
1) La necesidad insoslayable de luchar por la construcción, desarrollo y fortalecimiento de un partido revolucionario del proletariado como elemento clave de una consistente estrategia de lucha por el comunismo. Este partido debe reconocer en el marxismo revolucionario su fundamento doctrinario, ser centralizado en su estructura organizativa y democrático en sus normas de funcionamiento. Capaz de actuar disciplinadamente, debe estar dirigido por un sólido núcleo de militantes revolucionarios profesionales.
2) El desarrollo de una política de intervención centrada en la organización, impulso y conducción de los combates de las amplias masas obreras y populares. El vehículo principal de esta política son los propios destacamentos de vanguardia de las masas y su instrumento de acción decisivo la agitación y la propaganda revolucionaria. Esta política de intervención debe apoyarse y promover activamente los principios de unidad, democracia e independencia de las organizaciones de masas.
3) La defensa de una orientación basada en la movilización independiente, unitaria y combativa de las amplias masas obreras y populares y dirigida a la constitución de un amplio frente social y político en torno a un proyecto de gobierno democrático, nacional y popular bajo la hegemonía del proletariado. En otros términos, de una estrategia que, basada en la necesidad de una intensa movilización de masas capaz de culminar en un levantamiento insurreccional, esté orientada hacia la conquista del poder por los trabajadores y el establecimiento de un Gobierno Obrero y Popular.
4) El reconocimiento del imperialismo como el principal enemigo de la humanidad en su lucha por la independencia nacional, la justicia, la paz, la cooperación y el progreso en el planeta. La necesidad de una activa solidaridad con todos los pueblos y naciones que luchan por liberarse de su dominio explotador. La defensa de los Estados obreros y el apoyo más decidido a la lucha por una efectiva democratización de sus estructuras políticas como paso insoslayable de su avance en dirección al comunismo.
Sobre la base de un acuerdo en torno a esos cuatro aspectos fundamentales la Liga Comunista está dispuesta a considerar una eventual fusión con otros sectores de probada trayectoria revolucionaria. En cualquier caso, la Liga Comunista seguirá desplegando con la mayor energía sus esfuerzos por avanzar tan rápido y llevar tan lejos como sea posible la construcción del Partido Revolucionario que las masas obreras y populares necesitan para vencer. [Nada ni nadie podrá apartarnos de este camino!
Considerando todo lo expuesto en el documento precedente, la LCCH adopta la siguiente resolución:
RESOLUCION DEL TERCER CONGRESO DE LA LCCH SOBRE EL DESARROLLO DE LA LUCHA DEMOCRATICA, EL ROL DEL PROLETARIADO Y LAS TAREAS DE LOS REVOLUCIONARIOS
1) La LCCH constata que la lucha democrática de nuestro pueblo ha alcanzado ya un alto grado de extensión y radicalismo. Las jornadas nacionales de protesta contra la política de represión y miseria de la tiranía fascista han sido hasta ahora las mayores expresiones de la acción directa, generalizada y combativa de las masas. El período de reflujo que fue abierto con el golpe contrarrevolucionario de 1973 ha quedado definitivamente atrás.
2) La movilización generalizada, unitaria y combativa de las masas ha precipitado la crisis irreversible del régimen totalitario encabezado por Pinochet. La represión ya no es capaz de asegurar la continuidad del sistema de explotación capitalista. En tales condiciones, la burguesía y el imperialismo se ven obligados a transitar hacia un nuevo régimen político con el propósito de contener al movimiento de masas, encauzar sus demandas y retener el control del poder en sus manos.
3) La lucha de las masas ha colocado en el centro de la actividad política la reivindicación de sus derechos, intereses y aspiraciones, expresados claramente en las demandas populares de ¡PAN, TRABAJO, JUSTICIA Y LIBERTAD! Ante todo, la mayoría desea terminar cuanto antes con la tiranía, procediendo a una efectiva y plena democratización del país. Esto significa, en primer término, el irrestricto reconocimiento y respeto de la soberanía popular, traducidos en la convocatoria a una Asamblea Constituyente libremente elegida.
4) La perspectiva de un próximo gobierno surgido de elecciones generales no alterará sustancialmente este cuadro en la medida en que el accionar de dicho gobierno quede circunscrito a los estrechos marcos establecidos por la ilegítima y antidemocrática Constitución de 1980. La lucha consecuente por abrir paso a las demandas populares conlleva inevitablemente una dinámica de carácter rupturista. Actuando con absoluta independencia, las masas no deben desaprovechar ninguna posibilidad para extender, profundizar y defender cada una de las conquistas democráticas alcanzadas.
5) La forma de abrir camino a las demandas populares es organizando, impulsando y conduciendo decididamente la movilización directa, unitaria y combativa de las masas. Ni la conciliación con la burguesía, ni la actividad aislada de las masas permiten avanzar en esa dirección. Al movimiento obrero le corresponde asumir en todo esto un rol protagónico. Por su nivel de organización y su interés de clase, los trabajadores cuentan con la capacidad de convocatoria y la fuerza necesaria para llevar esta lucha hasta sus últimas consecuencias.
6) La LCCH llama a todos los militantes de la izquierda a unirse en torno a estas tareas, saliendo resueltamente al paso de las maniobras con que la clase explotadora trata hoy de confundir, dividir y paralizar la lucha de las masas. Evitando caer en la trampa del "pacto social" entre explotados y explotadores, lo que corresponde es desarrollar una política de emplazamiento democrático que permita impulsar decididamente el combate por las reivindicaciones de las masas y desenmascarar a los estafadores.
7) La LCCH invita a todos los revolucionarios que en lo esencial comparten sus objetivos y sus métodos de acción a luchar firmemente unidos en la construcción de una alternativa democrática y revolucionaria consecuente. La crisis global conjunta del capitalismo y el stalinismo plantean con más fuerza y urgencia que nunca la necesidad de contar con un Partido que sea capaz de asumir consistentemente el punto de vista del proletariado en la lucha de clases. ¡Nuestro llamado es a construir ese Partido y avanzar juntos hacia el triunfo de la revolución proletaria y el socialismo!