PROGRAMA DE LA LIGA COMUNISTA DE CHILE


La mayoría de las organizaciones revolucionarias que hoy existen en América Latina surgieron durante la década pasada de una ruptura con el reformismo imperante en los medios obreros del continente, ruptura que tuvo lugar principalmente en los sectores más radicalizados de la juventud estudiantil y de la intelectualidad.

Sin embargo, este proceso no se produjo, por lo general, como consecuencia de una efectiva maduración ideológica de los militantes involucrados en él, sino, simplemente, como producto de un rechazo empírico a la práctica política y organizativa del estalinismo. Bajo el estímulo de la creciente radicalización de las masas obreras y populares y del ejemplo formidable de la revolución cubana, estos sectores levantaron frente a la manifiesta inoperancia de los viejos partidos «obreros» nuevas organizaciones cuyo objetivo primordial era lanzar acciones armadas que mostraran un camino a las masas y las arrastraran al combate. En la concepción estratégica que los animaba no estaba planteada la necesidad de construir partidos revolucionarios de tipo leninista, sino únicamente organizaciones para la lucha armada: tal era la línea divisoria que separaba a los verdaderos revolucionarios de los reformistas.

Estas organizaciones revolucionarias de corte «militarista» han fracasado, y no ha sido valor precisamente lo que les ha faltado. En el marco de sus insuperables limitaciones programáticas desarrollaron una política profundamente empírica, de carácter típicamente centrista, en la que su desprecio por los problemas teóricos se encuentra unido a la defensa de concepciones sustitucionistas.

Es necesario, en consecuencia, construir nuevas organizaciones revolucionarias que no cometan el error de suponer que el reformismo es solo una cuestión de conservadurismo organizacional y que todo lo que resulte un tanto ortodoxo merece ser rechazado. Organizaciones que sean capaces de distinguir lo accesorio de lo que resulta verdaderamente fundamental en una estrategia revolucionaria, capaces de hacer una impugnación radical al reformismo mostrando a las masas su naturaleza contrarrevolucionaria y desplegando una tenaz lucha ideológica en su contra.

La superación, tanto del oportunismo de los partidos estalinistas, como del sectarismo de las organizaciones militaristas, implica una reapropiación plena del marxismo revolucionario, única base sobre la que hoy es posible fundar una práctica revolucionaria consecuente. Adoptar plenamente las bases teóricas, políticas y organizativas del marxismo significa, para una organización revolucionaria, proletarizarse, esto es, adoptar plenamente el punto de vista de clase del proletariado.

Naturalmente no es suficiente proclamar una adhesión formal al marxismo, sino que es preciso desplegar una lucha consecuente en todos los terrenos. Pero «sin un programa -señalaba Lenin- es imposible que el partido sea un organismo político más o menos integral, capaz de mantener siempre una línea ante cada uno y todos los virajes de los acontecimientos». La experiencia reciente de la lucha revolucionaria en América Latina ha confirmado plenamente la necesidad de este programa marxista intransigentemente defendido.

Desde luego, cuando hablamos de un programa no nos estamos refiriendo a un recetario lo más acabado de fórmulas que nos den una respuesta precisa ante cada uno de los problemas que a diario debemos enfrentar y resolver en el desarrollo de nuestras tareas políticas. Nos referimos, por el contrario, a los principios básicos que orientan la actividad revolucionaria y que, dado el carácter internacional de la lucha de clases, son comunes a todo el movimiento revolucionario mundial.

El programa de nuestra organización, en el sentido ya expuesto, es en consecuencia el mismo que ha hecho suyo a lo largo de toda su historia el movimiento revolucionario, y que se expresa a través de las obras de los principales líderes del proletariado mundial. Armada del legado teórico y conceptual de Rosa Luxemburgo, Lenin y Trotsky, y del ejemplo militante del Ché como símbolo del heroísmo de la actual generación de combatientes revolucionarios latinoamericanos, la Liga Comunista trabaja incansablemente por sentar las bases de un partido proletario que sea capaz de organizar las luchas de la clase obrera y de las masas populares y conducirlas a la victoria.

Las notas siguen, no son en consecuencia, ni lo pretenden, un programa acabado, sino simplemente una enunciación sintética de los principales puntos sobre las cuales es necesario fundar en la actualidad una estrategia revolucionaria, que oriente correctamente la lucha del proletariado por su emancipación definitiva.

1. Chile es un país capitalista de carácter semicolonial, en cuya estructura productiva se muestran los rasgos inconfundibles de un marcado desarrollo desigual y combinado. Es un país semicolonial en primer lugar, por el peso decisivo que sobre su economía ejerce el capital financiero internacional. El imperialismo, y particularmente el imperialismo norteamericano, controla a través de distintos medios, todas las actividades económicas básicas del país. En segundo lugar, la economía chilena gira fundamentalmente en torno a la producción y colocación en el mercado mundial de un sólo producto: el cobre. Esto hace que las fluctuaciones del mercado internacional incidan directamente sobre ella. En tercer lugar, dado su atraso industrial, el país se encuentra obligado a importar en condicionen extremadamente desventajosas los bienes de capital (maquinarias, herramientas, tecnología, etc.) que necesita, acentuando de este modo en forma permanente su dependencia con respecto al imperialismo. Por último, desde el término de la segunda guerra mundial, Chile ha sido arrastrado junto al resto de los países latinoamericanos a un proceso de semicolonización política por medio de su incorporación a organismos supranacionales creados y controlados por el imperialismo y la firma de numerosos tratados que lesionan abiertamente la independencia y soberanía de la nación. Tal es el caso, por ejemplo, de la OEA, el FMI, los pactos militares, PAM, etc.

2. "A despecho de la opinión generalizada, el subdesarrollo en Chile y en cualquier lugar, no es un estado de cosas original y tradicional; tampoco es una etapa histórica del crecimiento económico que haya sido superada por los que hoy son países capitalistas desarrollados. Por el contrario, el subdesarrollo en Chile y en otras partes, al igual que el desarrollo económico, devinieron al cabo de los siglos como producto necesario de las contradicciones inherentes al proceso de desarrollo capitalista".[1] En el marco de la creciente polarización del sistema capitalista en un centro metropolitano y sus satélites periféricos, "la metrópoli expropia el superávit económico de sus satélites y se lo apropia para su propio desarrollo económico. Los satélites se mantienen en el subdesarrollo por la falta de acceso a su propio superávit, y como consecuencia de la misma polarización y de las mismas relaciones explotadoras que la metrópoli introduce y mantiene en la estructura económica interna del satélite. La combinación de estas contradicciones, una vez que queda firmemente implantada, refuerza el proceso de desarrollo de la metrópoli cada vez más dominante y el subdesarrollo de los satélites cada vez más dependientes (...) El mismo proceso histórico de expansión y desarrollo del capitalismo a través del mundo, ha generado simultáneamente -y sigue generando- tanto el desarrollo económico como el subdesarrollo estructural".[2]

3. Durante las últimas décadas -posteriores al término de la Segunda Guerra Mundial- se han operado algunas modificaciones de importancia en la estructura del sistema capitalista mundial, el que ha entrado a una fase de acelerada integración monopólica en torno a un centro hegemónico dominante: los Estados Unidos de Norteamérica. Este proceso no se realiza exclusivamente a nivel económico sino también en el terreno político y militar, estimulado por la amenaza que representan para la supervivencia del sistema capitalista en su conjunto el continuo fortalecimiento de los estados obreros y el avance ininterrumpido de la revolución en los países coloniales y semicoloniales. El estado ha comenzado a jugar un rol de importancia decisiva en el reforzamiento de las tendencias a una concentración y centralización cada vez mayor de capitales, adoptando medidas de planificación económica cuyo fin primordial es evitar el colapso del sistema como producto de las crisis cíclicas que lo afectan. En América latina este proceso de integración monopólica se ha traducido en una acentuación del carácter semicolonial del continente. Los capitales imperialistas se han comenzado a desplazar con rapidez desde los sectores primarios (minero-agrícolas) hacia los sectores secundarios que requieren una elevada concentración de tecnología y capitales (industrias-dinámicas) y, en menor medida, hacia el sector servicios, desalojando de ellos a los empresarios nacionales que en virtud de su menor capacidad competitiva se encuentran obligados a elegir entre la quiebra o la integración a los monopolios extranjeros. La burguesía industrial latinoamericana lógicamente ha optado por lo último, abandonando toda esperanza de lograr un desarrollo capitalista autónomo y abriendo de par en par las puertas a la penetración del capital imperialista con el cual ha sellado una alianza a todo nivel.

4. La integración de Chile, y del resto de los países latinoamericanos en el sistema capitalista mundial en calidad de satélites del centro hegemónico imperialista, sometidos a su saqueo y a su dominación política y cultural, los ha conducido a una profunda crisis estructural cuyos efectos se hacen sentir brutalmente sobre la inmensa mayoría de la población del continente. "En el marco de la dialéctica del desarrollo capitalista mundial, el capitalismo latinoamericano reprodujo las leyes generales que rigen el sistema en su conjunto, mas, en su especificidad propia, las acentuó hasta su límite. La superexplotación del trabajo en que se funda lo condujo finalmente a una situación caracterizada por un corte radical entre las tendencias naturales del sistema y, por lo tanto, entre los intereses de las clases beneficiadas por él, y las necesidades más elementales de las grandes masas, que se manifiestan en sus reivindicaciones de trabajo y de consumo. La ley general de la acumulación del capital, que implica la concentración de la riqueza en un polo de la sociedad y el pauperismo absoluto de la gran mayoría del pueblo, se expresa aquí con toda brutalidad".[3] En este cuadro, el surgimiento do regímenes tecnocrático-militares encargados de reprimir cualquier forma de resistencia obrera y popular ha pasado a constituir uno de los rasgos distintivos del capitalismo latinoamericano en la actual fase de integración con los monopolios imperialistas.

5. La doble explotación -o superexplotación- a que se encuentran sometidos la inmensa mayoría de los latinoamericanos en su calidad de trabajadores de una región semicolonial -expresada con particular elocuencia por las miserables condiciones de vida de los habitantes de los "campamentos", "favelas", "villas miseria", etc., o de los campesinos sin tierra- plantea la imperiosa necesidad de realizar profundas transformaciones en la estructura económica, social y política del continente. Es necesario formular una política revolucionaria que se plantee como objetivo liquidar las relaciones capitalistas de producción existentes y construir en su lugar una sociedad socialista. Tanto por sus objetivos como por las fuerzas sociales que están llamadas a impulsarlas, la revolución chilena y latinoamericana se desarrollará de acuerdo con las características fundamentales de la revolución permanente. Esto significa que si bien puede comenzar como una revolución democrática y antiimperialista, para realizar en forma plena y consecuente estos fines, está inevitablemente forzada a transformarse en socialista sin períodos intermedios o líneas divisorias. Por ello la definimos como una revolución socialista llamada a emprender simultáneamente las tareas de la liberación nacional y la emancipación de los trabajadores. "Las reivindicaciones democráticas, las reivindicaciones transitorias y las tareas de la revolución socialista no están separadas en la lucha por etapas históricas sino que surgen inmediatamente las unas de las otras".[4]

6. Una revolución de esta naturaleza, con cuyos objetivos se confunden los intereses y aspiraciones de la inmensa mayoría de la población "tan solo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el poder como caudillo de la nación"[5] y, ante todo, de sus masas populares. Por ello toda tentativa de subordinar al movimiento obrero y popular a la dirección política de la burguesía o de una fracción de ella, de establecer "frentes patrióticos" o "frentes populares" de colaboración de clase, de constreñir la lucha de clases a los objetivos y métodos que resulten aceptables para la burguesía bajo el pretexto de que es necesario realizar una etapa democrático-burguesa antes de que el proletariado pueda plantearse como objetivo la lucha directa por el socialismo, en síntesis, todo intento dirigido contra la necesidad de fortalecer permanentemente la independencia política de la clase obrera y su rol de vanguardia en la lucha revolucionaria, constituye una traición abierta a la causa de la emancipación de los trabajadores. "En la sociedad de clases, con contradicciones ya desenvueltas, puede haber únicamente la dictadura burguesa desnuda o encubierta, o la dictadura del proletariado. No cabe ningún régimen transitorio. Toda democracia, toda 'dictadura de la democracia', no será más que una envoltura del régimen de la burguesía, como lo ha demostrado la experiencia del país más atrasado de Europa, Rusia en la época de su revolución burguesa, esto es, en la época más favorable para la 'dictadura de la democracia'".[6]

7. La dictadura del proletariado consiste en el aplastamiento de la capacidad de acción política y militar de las clases explotadoras, transformando al proletariado en clase dirigente de la nación e imponiendo su hegemonía sobre todos los ámbitos de la sociedad. La dictadura del proletariado es el régimen más democrático que se pueda concebir en el marco de una sociedad dividida en clases porque en ella, a diferencia de los sistemas políticos anteriores, el poder es ejercido por una clase mayoritaria cuyos intereses históricos se confunden con los de todos los sectores sociales no comprometidos con la mantención de un sistema de explotación del hombre por el hombre. La misión histórica del proletariado consiste no sólo en emanciparse como clase de las cadenas de la explotación capitalista, sino de emancipar el mismo tiempo a la humanidad en su conjunto de toda forma de opresión y de violencia. La dictadura del proletariado, que "ha de ser obra de la clase y no de una pequeña minoría dirigente que actúe en nombre de la clase",[7] es sinónimo de democracia socialista la que "no comienza solo en la tierra prometida, una vez creada la base de la economía socialista, como un regalo de navidad para el heroico pueblo que habrá apoyado fielmente en este intervalo a un puñado de dictadores socialistas .... sino que comienza junto con la demolición de la dominación de clase y la construcción del socialismo."[8]

8. En Chile, la dictadura del proletariado adoptará la forma de un Gobierno Obrero y Popular, en la cual serán los propios trabajadores quienes tomen directamente en sus manos la discusión y solución de sus problemas fundamentales. La clase obrera y el pueblo ejercerán el poder a través de organismos como los surgidos durante las jornadas de la heroica Comuna de Paris en 1871 y en los primeros meses de la revolución rusa de octubre: los soviets o consejos obreros, organizados en cada lugar de trabajo en el marco de la más amplia y efectiva democracia proletaria, en los que tienen cabida todos los trabajadores y todas sus tendencias políticas de carácter socialista. Los Consejos Obreros y las milicias populares constituirán la base orgánica de la dictadura del proletariado. En este cuadro, el organismo deliberativo y resolutivo máximo será una Asamblea Popular, en la que estarán representados todos los sectores populares del país de acuerdo a su importancia. Los miembros de esta asamblea no gozarán de ningún privilegio especial y estarán sometidos al control permanente de sus electores quienes podrán removerlos en cualquier instante. La fórmula del gobierno obrero y popular pone en primer plano la idea de la necesaria alianza entre la clase obrera y las masas populares como base del poder revolucionario, es decir, de la dictadura del proletariado.

9. La solución de los problemas fundamentales que afectan a la mayoría de la población exige, una vez que han sido desplazadas del poder las clases beneficiadas con la explotación de los trabajadores, poner en ejecución un conjunto de medidas destinadas a romper los lazos que atan nuestra economía al imperialismo y movilizar todos los recursos disponibles con el objeto de crear rápidamente, las bases materiales que permitirán al país superar el atraso secular en que se debate, lograr un desarrollo equilibrado y armónico de las fuerzas productivas y elevar el nivel de vida de los trabajadores, liberándolos de la explotación capitalista. Tales medidas pueden ser resumidas de la siguiente manera:

a. Nacionalización, sin indemnización, de toda la propiedad imperialista.

b. Desconocimiento por parte del Estado de Chile de todos los pactos o tratados que lesionan la soberanía de la nación (OEA, FMI, PAM, Servicio de la Deuda externa, etc.)

c. Nacionalización de la tierra, expropiando automáticamente todos los fundos de más de 40 hectáreas de riego básico, a puertas cerradas y sin indemnización.

d. Creación de grandes explotaciones agrícolas cooperativas autoadministradas por sus trabajadores o integradas a un plan nacional agrícola elaborado democráticamente.

e. Nacionalización sin indemnización de todas las industrias estratégicas, la banca, los seguros, transporte, empresas de la construcción y de distribución mayorista, medios de comunicación de masas, etc.

f. Planificación y administración central de la economía, autogestión de las empresas nacionalizadas y control obrero sobre la producción y la distribución.

g. Monopolio estatal del comercio exterior.

10. Constreñida exclusivamente a los marcos nacionales, una revolución socialista no constituye aun una superación real de los problemas que afectan a la mayoría de la población. Si bien puede comenzar a desarrollarse hasta triunfar primero en tal o cual país del continente, la revolución proletaria necesita imperiosamente extenderse por encima de las fronteras nacionales hasta envolver a la totalidad de la región como única forma de lograr una efectiva consolidación política y económica. De lo contrario, el proceso revolucionario correrá el grave peligro de degenerarse burocráticamente, al no ser capaz de enfrentar adecuadamente las enormes tareas que debe resolver. En esa forma un proceso que expresa las aspiraciones más legitimas y humanas de las masas populares puede devenir en contrarrevolucionario por la lógica misma de tales degeneraciones, acarreando nuevas y mayores frustraciones a los trabajadores. La idea de la continentalidad del proceso revolucionario pasa por ello constituir una de las cuestiones claves que una estrategia revolucionaria debe resolver eficazmente. Más aun, las necesidades prácticas del desenvolvimiento de la lucha emancipadora nos exige resolver, desde las primeras etapas del combate, el problema del mando unificado a escala continental que permita oponer a la estrategia global de dominación imperialista una estrategia global revolucionaria.

11. El derrocamiento del poder burgués y la instauración de la dictadura del proletariado resulta imposible sin la existencia de un partido revolucionario de masas capaz de transformar la lucha espontánea de los explotados en un combate centralizado y consciente por el socialismo. La construcción de tal partido es, en las actuales condiciones, la principal tarea estratégica de los militantes revolucionarios chilenos. "El problema es no repetir sin cesar esta verdad elemental sino explicar cómo debe realizarse; la construcción de partidos revolucionarios de masas, combina tres procesos concretos: el proceso de defender y enriquecer constantemente el programa marxista revolucionario; formar, educar y templar un cuadro marxista revolucionario; y ganar influencia de masas para este cuadro. Estos tres procesos están dialécticamente relacionados. Divorciados del movimiento de masas los cuadros revolucionarios llegan a constituir una secta. Divorciados del programa marxista revolucionario, los cuadros sumergidos en el movimiento de masas eventualmente sucumben al oportunismo. Y divorciado de las experiencias prácticas de cuadros que luchan como una parte de las masas, el propio programa revolucionario se osifica y degenera en un estéril encanto de fórmulas dogmáticas".[9]

12. Por su situación de clase dominada no sólo en un plano económico, sino también política y culturalmente, el proletariado y los demás sectores sociales explotados no pueden en los marcos de la sociedad burguesa, lograr en cuanto a clase, masivamente, una conciencia plena de sus intereses históricos, es decir, de los objetivos y métodos de la revolución que están llamados a realizar. En su lucha y sus combates cotidianos reflejan el nivel de conciencia política en que se encuentran en cada momento. Por esta razón una organización revolucionaria que aspire a dirigir sus luchas por el camino de la revolución proletaria deberá "ayudar a la masa, en el proceso de la lucha, a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa de la revolución socialista. Este puente debe consistir en un sistema de reivindicaciones transitorias, partiendo de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias capas de la clase obrera a una sola y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado."[10]

13. "En una sociedad basada en la explotación, la moral suprema es la de la revolución socialista. Buenos son los métodos que elevan la conciencia de clase de los obreros, la confianza en sus fuerzas y su espíritu de sacrificio en la lucha. Inadmisibles son los métodos que inspiran el miedo y la docilidad de los oprimidos contra los opresores, que ahogan el espíritu de rebeldía y de protesta, o que reemplazan la voluntad de las masas por la de los jefes, la persuasión por la coacción y el análisis de la realidad por la demagogia y la falsificación."[11] La lucha revolucionaria implica la utilización de todos los medios que permitan fortalecer la organización de las masas y elevar su conciencia y combatividad. Sin embargo, en un sentido estratégico no todas las formas de lucha tienen la misma importancia. Toda vez que las clases dominantes jamás se resignarán a perder el poder, los privilegios y la riqueza que detentan, la revolución socialista solo es posible "derrocando por la violencia todo el orden social existente"[12] La preparación del partido revolucionario y de las masas para la lucha armada inevitable -que no es más que la "continuación de la política por otros medios"[13]- es pues, uno de los problemas vitales de la estrategia revolucionaria y debe ser encarado desde un primer momento. La técnica militar no se improvisa, como lo ha demostrado en forma elocuente la trágica experiencia del proletariado chileno. Suponer que la crisis del sistema capitalista resolverá automáticamente el problema del armamento del proletariado, provocando el desmoronamiento del ejército burgués, equivale ni más ni menos que a sostener la utopía reaccionaria de la "vía pacífica".

14. La idea de la necesidad histórica de la revolución socialista no concierne exclusivamente a los pueblos de América Latina. Por el contrario, se transforma cada día con más fuerza en bandera de lucha de millones de seres humanos en todo el mundo. En una situación mundial caracterizada por la crisis conjunta del imperialismo y del estalinismo, y el avance de la revolución en los países coloniales y semicoloniales, la lucha del proletariado y de las masas populares de todos los países convergen hacia un sólo y mismo objetivo: el triunfo de la revolución socialista a escala mundial. Por ello, tanto los combates que libran los obreros y los estudiantes al interior de los países imperialistas por la transformación revolucionaria de la sociedad bajo la dirección del proletariado, como la lucha por una revolución política que derribe del poder a la burocracia contrarrevolucionaria que gobierna en los Estados Obreros e instaure una efectiva democracia proletaria, se unen a la lucha emancipadora de los pueblos atrasados de Asia, África y América Latina. La revolución mundial no es una suma de las batallas que se libran en cada región del mundo por terminar con toda forma de explotación, sino un proceso único en el que cada victoria del proletariado constituye un patrimonio común de todos los pueblos, y en el que cada derrota afecta el desarrollo del movimiento revolucionario en su conjunto. La suerte de la humanidad se juega hoy por igual en cada campo de batalla por el socialismo.

15. "La unificación en un plano superior de la lucha por la revolución socialista mundial (...) es el producto de la acción consciente de la vanguardia marxista revolucionaria presente en ellos. Hace ya más de un siglo, el incipiente movimiento obrero y socialista creó la Primera Internacional, cuya existencia fue considerada durante mucho tiempo como una de las más importantes conquistas. Hoy, cuando la necesidad de una estrategia revolucionaria internacional se hace cada vez más patente, no existe ninguna Internacional de masas. La noción 'internacional' ha sido descolorida, desfigurada por la experiencia estalinista; pero la realidad de la lucha revolucionaria la hace resurgir con el vigor que tuvo (...) la única organización revolucionaria internacional que actúa de modo permanente es la IV Internacional. Es todavía una organización compuesta de cuadros de vanguardia; pero es la única que asegura la continuidad de lo que representó la Internacional Comunista de los primeros años. En torno a los esfuerzos, al programa y a los cuadros de la IV Internacional va perfilándose y cobrando cuerpo la internacional revolucionaria de masas destinada a conseguir y a cimentar la victoria de la revolución socialista mundial".[14] El fortalecimiento cuantitativo y cualitativo de la IV Internacional y el desarrollo de una profunda y vigorosa conciencia internacionalista en las masas son, bajo cualquier circunstancia, objetivos permanentes y prioritarios en la lucha de los marxistas revolucionarios.


[1] Frank, André G., "Chile: El desarrollo del subdesarrollo", Monthly Review, Año V, N°46-47, Enero-Febrero, 1968, Santiago de Chile, págs. 7-8

[2] Ibíd, págs. 13-14

[3] Marini, Ruy M., Subdesarrollo y revolución, Siglo XXI, México, 1969, p.20.

[4] Trotsky, León, Programa de Transición, Ed. Combate, 1973, Santiago de Chile, p.56.

[5] Trotsky, León, La revolución permanente, Ed. OMR, 1972, Santiago de Chile, p.163.

[6] Lenin, V.I., citado por Trotsky en La revolución Permanente, p.136.

[7] Luxemburgo, Rosa, "La revolución rusa" en Escritos políticos, Grijalbo, México, 1970, p.591.

[8] Ibíd., pp.590-591.

[9] Resolución del VII Congreso Mundial de la IV Internacional, La Dialéctica actual de la Revolución Mundial, 1963.

[10] Trotsky, León, Programa de Transición, Ed. Combate, 1973, Santiago de Chile, p.25.

[11] Trotsky, León, Programa de Transición, Ed. Combate, 1973, Santiago de Chile, pp.70-71.

[12] Marx, K. y Engels, F., Manifiesto del Partido Comunista, Ed. En lenguas extranjeras, Pekín, p.77.

[13] Klausewitz, Karl von, De la guerra

[14] Frank, Pierre, "Prólogo a la edición en castellano", La Cuarta Internacional, Siglo XXI, México, 1970.

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