Presentación
Se suele decir que la historia la escriben los vencedores. En general esto es válido no solo con respecto a aquellos acontecimientos que han comprometido y sacudido a una sociedad entera, sino también en ese ámbito más restringido de la lucha social configurado por aspectos particulares de ella como lo es, por ejemplo, el de la presencia y actuación de las corrientes y organizaciones políticas que se identifican con los intereses y objetivos del movimiento obrero y popular. Aquí los partidos políticos mayores y de más larga trayectoria suelen abarcar todo el cuadro, invisibilizando a las expresiones minoritarias que, a pesar de su circunstancial tamaño, pueden representar, sobre todo por el potencial transformador asociado al carácter de sus concepciones estratégicas y programáticas, un fenómeno políticamente relevante.
Esto no tiene, por lo demás, nada de extraño, ya que el empeño por preservar y definir los contornos de la memoria histórica es parte indisoluble de la propia lucha política. En efecto, dicho esfuerzo no está, en rigor, orientado hacia el pasado, salvo como objeto de valoración y reivindicación simbólica, sino que es parte del necesario y adecuado aprendizaje de la experiencia acumulada que realizan las diversas fuerzas o corrientes políticas que pugnan por dominar o influir sobre el presente e incidir con ello sobre el modo de abrir paso al porvenir. Y, como sabemos, en el seno del movimiento obrero se libra desde hace largo tiempo, a escala nacional y mundial, una áspera lucha entre las corrientes reformistas dominantes y aquellas otras que, desde posiciones revolucionarias, se empeñan en disputar su liderazgo.
En este sentido, uno de los capítulos más sistemáticamente ignorados de la lucha contra la dictadura militar chilena encabezada por Pinochet, y que por lo mismo tiende a quedar sepultado en el olvido, es el del aporte que representó el persistente y valeroso accionar desplegado por todos quienes militaron o colaboraron con aquellas organizaciones de la izquierda revolucionaria que existían más allá del MIR, que constituía entonces su expresión más influyente y reconocida. Ellos también combatieron dignamente bajo el anonimato y las sombras de la lucha clandestina, aunque sin contar con el apoyo material del que podían gozar los grandes aparatos partidarios, en aquellos amargos, duros y difíciles años en que imperaba sin contrapeso en Chile el terrorismo de Estado.
Aquí cabe aludir a quienes formaron parte de varias organizaciones hoy desaparecidas, correspondientes en su mayoría a desprendimientos de los viejos partidos de la izquierda chilena ocurridos después del golpe, principalmente del Partido Socialista, como la Coordinadora Nacional de Regionales (CNR), o del MAPU, como lo fueron el MAPU-Lautaro y el MAPU-PT, junto a algunas otras cuya existencia respondía a desarrollos anteriores, como el maoísta Partido Comunista Revolucionario (PCR). Y es también el caso de un reagrupamiento político nuevo, como la Liga Comunista de Chile, que fue constituida solo poco más de un mes antes del golpe por un grupo de militantes revolucionarios que en su mayoría tenían en común el hecho de haber, en algún momento previo, formado parte del MIR y de haber evolucionado luego política y programáticamente durante el periodo de la Unidad Popular en dirección al trotskismo.
La Liga fue una agrupación política formada por militantes que procuraron contribuir antes del golpe, en la medida de sus posibilidades, a abrir paso a una salida revolucionaria a la profunda crisis social y política que sacudía entonces al país y que posteriormente, bajo las duras y difíciles condiciones creadas por el terrorismo de Estado, se abocaron con todas sus fuerzas a promover y organizar las distintas formas posibles de resistencia obrera y popular a la brutal dictadura del gran capital. En el desarrollo de esta labor, desplegada en las riesgosas condiciones de la lucha clandestina, la Liga publicó y difundió numerosos llamamientos, periódicos, materiales de formación política, documentos de análisis de la situación del momento, volantes, etc. En tal sentido, el carácter e incluso el alcance de su labor no fue sustancialmente distinto, salvo por el contenido político de sus análisis y propuestas, al desplegado por otras fuerzas de la izquierda, reducidas también por el desenfreno de la represión a la condición de meros grupos de propaganda.
La diferencia sustancial en cuanto a las reales posibilidades de acción que tendrían en el marco de un nuevo auge de la lucha de masas estribaba en la posibilidad que aun conservaban los cuadros dirigentes de los viejos partidos de la izquierda -a pesar de encontrarse en la distante seguridad del exilio- de restablecer de manera espontánea los antiguos vínculos de apoyo político y respaldo electoral que les brindaba la ya larga y reconocida trayectoria de sus organizaciones, profundamente arraigada en la memoria colectiva del movimiento obrero y popular. Y también la ventaja que les proporcionaban los apoyos materiales derivados de sus importantes vínculos internacionales. Para tener alguna posibilidad de incidir en el desarrollo futuro de los acontecimientos, toda organización nueva debía mostrarse, en cambio, capaz de desplegar un esfuerzo realmente titánico, arduo y tesonero, en las adversas condiciones cotidianas de la lucha antidictatorial.
Sin embargo, lo políticamente más significativo en lo que a la Liga concierne es que, haciendo pie en la magnitud de la derrota sufrida por el movimiento obrero y popular chileno, ésta insistió y fundamentó su existencia en la necesidad de extraer las debidas enseñanzas de lo acontecido para poder reconstruir a la izquierda sobre una nueva base programática, sustancialmente distinta a la de los viejos partidos, cuya miope orientación estratégica, preñada de falsas expectativas, condujo inexorablemente al profundo abismo de una contrarrevolución. Para ello se hacía indispensable realizar un exhaustivo examen crítico de la rica experiencia recientemente vivida, plena de posibilidades que se vieron finalmente frustradas, buscando esclarecer las causas de la derrota para redefinir no solo los lineamientos de la lucha antidictatorial en curso sino también la identidad programática de una izquierda que se evidenciase esta vez consistentemente clasista y revolucionaria.
Por todo ello, y más aún a la luz de la ulterior deriva contumazmente reformista que ha conocido la mayor parte de la vieja izquierda, nos parece políticamente necesario rescatar del olvido y valorar la experiencia de lucha realizada por la Liga Comunista. Una lucha en la que decidieron comprometer audaz y tenazmente sus esfuerzos, aun a riesgo de sus propias vidas, centenares de hombres y mujeres, en su gran mayoría jóvenes, buscando proseguir sin desmayo -precisamente desde esa trinchera- el combate por la emancipación de los trabajadores en las difíciles condiciones creadas por la peor derrota del movimiento obrero y popular chileno en toda su historia. Una labor que contó, además, con la anónima, y valerosa contribución de muchas familias que, más allá de la militancia activa, abrieron generosamente las puertas de sus casas para acoger y brindar protección a quienes proseguían ese combate. A ese propósito está consagrado este trabajo, buscando aportar una mirada que viene a complementar las visiones hasta ahora más ampliamente difundidas sobre la lucha política revolucionaria desplegada en los aciagos años de la dictadura.