RADIOGRAFIA DE UN DESASTRE: LA POLÍTICA ECONOMICA Y SOCIAL DE LA TIRANIA FASCISTA
INTRODUCCION
Cada fin reclama su medio. Una política que contravenga brutalmente los intereses, derechos y aspiraciones de las grandes mayorías jamás podría imponerse por medios pacíficos. Sólo podrá abrirse paso mediante el terror y la violencia. Es esto, precisamente, lo que hemos vivido en Chile durante los últimos dieciséis años.
No obstante, es claro que resultaría extremadamente difícil ‑y a la larga completamente contraproducente‑ llevar adelante una política de crímenes y de atropellos tan repulsivos sin procurarse al mismo tiempo una justificación ideológica medianamente consistente. Pero ello no es posible sin pisotear sistemática y descaradamente la verdad.
Es por eso que la máxima de Goebbels "mentir, mentir que siempre algo queda" concita la invariable devoción de todo régimen totalitario. Lo vemos a diario. Los medios de comunicación de masas, desplegando concertadamente su gigantesco poder mixtificador, descargan incansablemente sobre toda la población del país un caudaloso e interminable torrente de mentiras.
Uno de los principales frentes en que los propagandistas del régimen libran esta singular batalla contra la mayoría del país, despojándola de su derecho a estar oportuna, veraz y objetivamente informada, es el que se refiere a la presentación y evaluación de los "logros" del régimen, especialmente en lo que concierne al rumbo impreso por éste a la economía del país. Un sistemático esfuerzo ha sido y es consagrado por la dictadura al objetivo de exhibir en este terreno un idílico cuadro de avances espectaculares. De acuerdo con la leyenda rosa oficial, en el lapso de cortos años los graves problemas "heredados del pasado" se encontrarán definitivamente resueltos, el país estará completa y eficientemente modernizado y, como un lógico corolario de ello, colocado ¡por fin! en una senda de acelerado progreso económico y social. Según esta fábula, Chile estaría siendo protagonista de un verdadero "milagro económico" que lo tendría ya a las puertas mismas de incorporarse al selecto grupo de las naciones desarrolladas del planeta. ¡El infierno en que vivimos convertido como por encanto en un paraíso terrenal!
Como puede verse, los propagandistas de la tiranía no se andan con chicas. Sin embargo, la cruda y dramática realidad que la inmensa mayoría de los chilenos debemos encarar y soportar a diario es tan formidablemente contraria al delirio propagandístico del régimen totalitario que se resiste tenazmente a quedar sepultada bajo una simple montaña de frases tan deslumbrantes como vacías. Los hechos ¡los porfiados hechos! siempre han sido y siempre serán más elocuentes que las palabras. Y ateniéndose a ellos resulta sencillamente imposible no ver que el modelo económico impuesto por la tiranía ha representado UNA VERDADERA CATASTROFE PARA EL PAIS. Hay que dejar que los hechos hablen por sí mismos, iluminando en forma inequívoca la realidad económica y social del país tras dieciséis años de régimen fascista. Para ello nada mejor que concentrar la mirada sobre aquellos indicadores que son verdaderamente relevantes para evaluar positiva o negativamente el desempeño de cualquier gobierno en esta materia: los relativos a producción, distribución y solvencia económica propia de la nación.
UNA ECONOMIA VIRTUALMENTE ESTANCADA
En primer lugar, el saldo que arroja la política económica aplicada es catastrófico para el país porque se ha mostrado absolutamente incapaz de generar un crecimiento dinámico y sostenido de las fuerzas productivas, objetivo primario de cualquier estrategia de desarrollo económico. El crecimiento del Producto Geográfico Bruto (PGB) ‑vale decir del valor del conjunto de los bienes y servicios producidos por la actividad económica del país‑ que en la década de los 60 registró una tasa promedio anual cercana al 4,5% ha caído durante los años de dictadura a una tasa promedio anual de sólo 2,5%. Como resultado de este magro desempeño, el producto por habitante es hoy prácticamente igual al que teníamos en 1974. En otras palabras, la economía del país muestra UNA SITUACION GLOBAL DE ESTANCAMIENTO.
En realidad esto no es extraño. En el marco de la política económica implementada, el Estado ha reducido drásticamente la inversión pública sin que esta disminución se haya visto compensada en una escala equivalente por la inversión privada. Ello ha repercutido de modo particularmente grave sobre el estado y la calidad de la infraestructura vial, ferroviaria, portuaria, hospitalaria, educativa y habitacional del país, que ha sufrido en cada una de estas áreas un deterioro realmente notable. Por su parte la inversión extranjera ha llegado en magnitudes muy inferiores a las esperadas, orientándose fundamentalmente hacia el sector minero y a la adquisición de empresas ya existentes. En el campo de la investigación se ha abandonado también todo intento por desarrollar en forma autónoma las tecnologías que el país requiere para satisfacer sus necesidades mas apremiantes, optándose en cambio por importar y pagar en función exclusiva de las expectativas de ganancias de las empresas.
Poniendo claramente en evidencia los síntomas característicos de la crisis que corroe las entrañas del capitalismo dependiente, se han registrado durante todo este período graves altibajos en los índices de producción y una aguda crisis de acumulación en todos los sectores productivos de la economía. En dos ocasiones ‑los años 1975 y 1982‑ la producción ha registrado caídas espectaculares de más de un 12% lo que, como contrapartida, ha dado pie a recuperaciones con tasas de crecimiento superiores al 8%. En cuanto a las inversiones, éstas han tendido a desplazarse desde los proyectos de largo plazo de los sectores productivos hacia las operaciones especulativas, comerciales y financieras de corto plazo. Ello explica la caída de la participación de los sectores productivos en el PGB desde un 55% en 1974 a un 40% diez años después. A todo esto habría que agregar la destrucción de un importante potencial de recursos productivos, tanto físicos como humanos, a consecuencia de una acelerada y desaprensiva reestructuración de la actividad económica.
UNA POBLACION MAS EMPOBRECIDA
En segundo lugar, los elevadísimos costos sociales que ha traído aparejada la aplicación de esta política económica ‑para no hablar ya de sus costos políticos‑ muestran a las claras la dimensión más relevante de esta catástrofe: UN EXPLOSIVO AUMENTO DE LA MISERIA Y LAS DESIGUALDADES SOCIALES. Durante todos estos años, la tasa de desempleo ha mostrado un nivel promedio del orden del 20% de la fuerza laboral, vale decir ¡más de tres veces el nivel de los años sesenta! El ingreso de los asalariados ha disminuido en aproximadamente un 20% si se toma como referencia el año 1970 y en un porcentaje aún mayor si se toma como referencia el año 1973. La distribución regresiva del ingreso ha encontrado también en el sistema tributario adoptado por la tiranía a otro de sus principales resortes. Mientras se rebajan o eliminan los impuestos que afectan al patrimonio o a la actividad empresarial, se incrementan drásticamente los impuestos al consumo que gravan mas fuertemente el bolsillo de los trabajadores.
Otro tanto acontece en lo concerniente al denominado "gasto social". Con respecto al nivel alcanzado en 1970, la caída del gasto social por habitante ha sido durante todos los años de dictadura del orden de entre un 10% y un 25% en educación, entre un 35% y un 45% en salud y entre un 30% y 50% en vivienda. El gasto social por habitante en 1985 fue con respecto a 1970 inferior en un 24% en educación, inferior en un 36% en salud e inferior en un 34% en vivienda. Solamente en lo que respecta a previsión social el gasto social por habitante ha logrado sobrepasar a partir de 1981 el nivel de 1970, siendo en 1985 superior en un 8% al de esa fecha. Esto se explica, sin embargo, tanto por el aumento del número de pensionados como por el altísimo nivel de las pensiones que perciben los miembros en retiro de las FFAA. ¡Un ejemplo muy ilustrativo del irritante sistema de discriminaciones y privilegios instaurado por la dictadura!
La consecuencia más clara y más directa de toda esta situación ha sido, sin duda, el espectacular aumento de la pobreza en el país. Mientras que en la década de los años sesenta el consumo por habitante aumentó a una tasa anual promedio de 1,5%, durante los años de dictadura ha disminuido a un ritmo anual de 1,2%. De este modo el consumo por habitante es hoy inferior en un 8% al registrado en 1970. El número de personas que no alcanzan a satisfacer sus necesidades básicas se ha visto duplicado, mientras que el de quienes no alcanzan a satisfacer ni siquiera sus necesidades mínimas de alimentación ‑vale decir el número de indigentes‑ se ha triplicado. Ello explica el que actualmente un 40% de la población del país se encuentre en situación de pobreza, lo que equivale a un total aproximado de ... ¡cinco millones de pobres!
UN PAIS MAS DEPENDIENTE
En tercer lugar, con la aplicación de esta política económica Chile se ha hecho también muchísimo más dependiente, vale decir más vulnerable y más subordinado a los intereses y conveniencias del gran capital imperialista. En el terreno comercial la sola implementación de un esquema de indiscriminada "apertura al exterior" ha dejado al país completamente a merced de lo que en el futuro pudiera ocurrir en los "mercados internacionales", tanto en materia de demanda y precios de nuestros productos de exportación como de abastecimiento y precios de aquellos que hemos dejado de producir y que hoy debemos importar. Lo deja, en otros términos, completamente a merced de los vaivenes de la economía capitalista mundial, retrotrayéndolo a este respecto a la situación de comienzos de siglo.
Otro tanto ha ocurrido en el terreno financiero como consecuencia del voluminoso endeudamiento externo ‑contraído principalmente, como se sabe, por los grupos económicos privados pero amparados por el generosísimo aval del Estado de acuerdo con el inmoral criterio de nacionalizar las pérdidas y privatizar las ganancias‑, lo que ha llevado al régimen "nacionalista" a permitir que tanto el Fondo Monetario Internacional como el Banco Mundial dicten las normas en materia de inversiones y gastos del Estado. La deuda externa que, medida en dólares de 1987, alcanzaba en 1970 y en 1973 un monto levemente superior a los 9 mil millones de dólares, superó en 1987 los 20 mil millones de dólares. Esto representa una de las mayores cifras de endeudamiento por habitante en todo el planeta y sus catastróficas consecuencias anulan de una plumada las ventajas que se podrían haber derivado del significativo aumento registrado por las exportaciones. Mientras en 1970 el total de lo exportado equivalía aproximadamente a un tercio de la deuda total del país con el exterior, en 1987 representa sólo una cuarta parte.
Aparte de todo lo anterior la tiranía ha permitido, alentado y favorecido también el traspaso de gran parte de los activos existentes en el país al capital imperialista que ha ido recuperando por esa vía una gravitación decisiva en las más diversas áreas de nuestra economía. Prosiguiendo por esta senda, la dictadura ha creado ahora, mediante una nueva legislación, las condiciones propicias para que el capital extranjero se apodere nuevamente del patrimonio minero del país. En lo concerniente a las relaciones económicas con el exterior, el régimen "nacionalista" ha impulsado, en suma, un proceso de abierta y progresiva DESNACIONALIZACION DE LA ECONOMIA DE CHILE. Los propagandistas de la tiranía acuñaron hace poco el slogan "este país es suyo". No cabe duda que los "Chicago‑boys" lo han hecho efectivo, pero no para la mayoría de los chilenos sino ... ¡para los grandes banqueros y empresarios extranjeros!
EN SUMA, UN VERDADERO DESASTRE PARA EL PAIS
¡He ahí, sintéticamente expuestos, los "logros" más notables de la política económica y social aplicada durante estos dieciséis años de tiranía fascista! Conviene repetirlo: los hechos hablan por sí solos. Y lo que los hechos muestran es, al revés de lo que sostienen los propagandistas de la dictadura, el cuadro de una economía que, considerada GLOBALMENTE, ha experimentado en estos últimos dieciséis años una situación de virtual estancamiento de su actividad productiva. En segundo lugar, nos muestran el cuadro de un país en el que la riqueza social ha sido brutalmente concentrada en las manos de una ínfima minoría, mientras la gran mayoría permanece en una situación de dolorosa miseria, desamparo e incertidumbre. Y, como si todo este descalabro fuera todavía insuficiente, nos muestran también la desdichada imagen de una nación que está siendo progresivamente hipotecada a los intereses del capital extranjero, dejando completamente a merced de su insaciable voracidad el destino futuro de la nación. ¡Nadie en su sano juicio podría considerar "exitosa" una política económica que después de dieciséis años de aplicación ininterrumpida conduce a estos resultados!
Pero la real magnitud del desastre que todo este sombrío cuadro representa sólo puede ser correctamente aquilatada si se tienen en mente las grandes posibilidades de progreso económico y social que fueron canceladas en 1973 con el triunfo de la contrarrevolución. De haber sido posible que el país continuara avanzando por el camino que el movimiento obrero y popular entreabrió a comienzos de los años setenta, llevándolo hasta su lógica e irreversible culminación ‑vale decir hasta eliminar definitivamente las enormes trabas que para el desarrollo económico y social de nuestros pueblos representan hoy los bastardos intereses de las clases dominantes‑, Chile y su población estarían gozando hoy de una situación de verdadero privilegio en el concierto latinoamericano. Si lo que hoy somos es poco comparado con lo que fuimos, es aún mucho menos comparado con lo que podríamos haber sido valiéndonos de una política diametralmente opuesta a la aplicada en estos fatídicos dieciséis años de tiranía fascista. Incluso sin ir tan lejos, si tan solo se hubieran mantenido en pie el modesto dinamismo de las tendencias registradas antes de 1970 en el terreno económico y social, es indudable que la situación del país sería hoy comparativamente mucho mejor de lo que es.
Cabe todavía una última reflexión en torno a estos magros resultados. Ellos también constituyen un rotundo fracaso si se los juzga teniendo exclusivamente presente las metas y pronósticos elaborados en su oportunidad por el propio equipo encargado de diseñar e implementar la política económica de la tiranía. En un informe publicado en 1974 por los Ministerios de Hacienda y Economía se realizaban las siguientes proyecciones básicas: "Chile debe alcanzar hacia 1976‑77 una tasa de crecimiento no inferior a 7% ... Obtenida esta meta, será posible alcanzar hacia 1980 una tasa de crecimiento de 10% anual. Con ello, hacia fines de 1984 Chile habrá duplicado su PGB de fines de 1970." Al cabo de dieciséis años no sólo no se ha logrado alcanzar NINGUNA de esas "metas" sino que en todos los aspectos fundamentales el país se encuentra mucho peor que antes. ¿Será necesario recordar también aquí la ridícula desfachatez con que el tirano anunciaba en 1980, tras años de monumentales debacles, el pronto adveniniento de la tierra prometida? Desde cualquier ángulo que se lo mire el resultado global de estos dieciséis años de "economía social de mercado" han resultado una verdadera catástrofe para el país.
EL ESTREPITOSO DERRUMBE DE ALGUNOS MITOS
Sin mayor esfuerzo de análisis se pueden visualizar desde ya algunas conclusiones. Ante todo, cabe constatar la ostensible contradicción que existe entre los postulados básicos del pensamiento económico oficial y los resultados catastróficos que hoy exhibe la política económica y social puesta en aplicación. Los últimos refutan a los primeros. En términos más precisos, la realidad de estos dieciséis años desmiente en forma categórica las falacias de la teoría neoliberal. Mientras los apologistas del esquema económico vigente lo han justificado y sostenido apelando majaderamente al mito de una supuesta eficiencia intrínseca de la empresa privada ‑por contraposición a la supuesta ineficiencia también intrínseca de las empresas del Estado‑ la realidad se ha encargado de mostrarnos una y otra vez exactamente lo contrario. Mientras los teóricos del neoliberalismo no se cansan de exaltar las supuestas virtudes del mercado, sobre todo cuando puede operar libre de todo tipo de controles e interferencias, como el mecanismo más apropiado para una asignación eficiente de los recursos productivos y le asignan al Estado un rol discretamente "subsidiario", la realidad obliga, aún a sus discípulos más entusiastas, a actuar de hecho en la dirección contraria.
¡Ahí los tuvimos en 1982 apelando desesperados a la intervención del Estado para salvar de la ruina a su "eficiente" sistema financiero y empresarial privado! ¡Ahí los tenemos recibiendo gustosos los subsidios del Estado en áreas como la agricultura, la silvicultura y otras, subsidios sin los cuales jamás se habrían atrevido a acometer las tareas productivas que hoy los ocupan! ¡Ahí hemos tenido también, como brillantes muestras de la "eficiencia" y "moralidad" de la "iniciativa privada", fraudes y escándalos inauditos como el que provocó el estrepitoso hundimiento de CRAV, enredada en oscuras maniobras especulativas! ¡Qué contraste más notorio con la clara y sobria eficiencia de una empresa como CODELCO que en manos del Estado ha aportado al país en estos quince años ingresos adicionales que superan los ocho mil millones de dólares! El hecho es que miles de pequeñas y medianas empresas productivas fueron inmisericordemente arrastradas a la ruina en nombre de los sacrosantos dogmas de la mitología neoliberal. Pero cada vez que las grandes empresas capitalistas se han visto en dificultades los campeones de la "iniciativa privada" no han titubeado en meter groseramente sus manos al bolsillo de todos los chilenos para garantizar con el auxilio de los fondos públicos aquella alegada "eficiencia" que las leyes del mercado se negaron a certificar.
En el campo social, la famosa "teoría del chorreo" ha quedado también completamente desacreditada por los hechos. El único "chorreo" que el país ha podido presenciar es, una vez más, aquél que con la mayor impudicia opera en dirección contraria al interés y anhelo de la gran mayoría: desde los más pobres hacia los más ricos. Cualquiera puede constatar a simple vista que la política económica neoliberal ha hecho más pobres a los pobres y más ricos a los ricos. Con ello ha quedado una vez más en evidencia que el concepto de "libertad económica" en que se escudan los promotores del neoliberalismo no significa en la práctica otra cosa que la libertad del zorro en el gallinero. Resulta igualmente claro que la implementación de esta política económica y social aberrante va firmemente asociada con la existencia de un régimen político brutalmente represivo. Sin una despiadada "política del garrote" capaz de "disciplinar" por la fuerza a los trabajadores, el modelo económico neoliberal resulta completamente impracticable en países empobrecidos como el nuestro. Quien dice fines dice medios: el reinado ilimitado de la "libre empresa" sólo puede sostenerse en la punta de las bayonetas.
LA DECISIVA IMPORTANCIA DE UN ANALISIS DE CLASE
En 1975, a sólo año y medio de instaurada la dictadura, el Segundo Congreso de la Liga Comunista establecía el siguiente pronóstico a propósito de la política económica y social que ya estaba siendo aplicada por este régimen: "La persistencia de este esquema sólo puede significar para el país un lento ritmo de crecimiento, bajas tasas de inversión, fuerte concentración del ingreso, creciente pauperización de las grandes mayorías nacionales, altas tasas de cesantía, creciente dominio de los monopolios y un grado cada vez mayor de dependencia". Es claro que haciendo ahora un balance de lo acontecido no tendríamos mucho que añadir a ese pronóstico. Los hechos lo han confirmado plenamente. Ello demuestra que los resultados catastróficos para el país que pueden constatarse al cabo de dieciséis años de aplicación del esquema económico vigente eran completamente previsibles a condición de observar lo que ocurre ante nuestros ojos con criterios de comprensión apropiados.
Tampoco resulta sorprendente la apasionada defensa que los altos círculos empresariales del país y del extranjero hacen de la política económica puesta en aplicación por el régimen fascista, a pesar de sus magros resultados y de la penosa y agobiante realidad de miseria que vive y sufre diariamente la mayoría de nuestro pueblo. La explicación es, en realidad, sumamente sencilla: para ellos, vale decir para los intereses y expectativas de estos grupos, la política económica aplicada ha resultado extraordinariamente ventajosa. ¡Nunca habían podido ganar tanto en tan poco tiempo! Y la obtención de "utilidades" constituye, no hay que olvidarlo, el objetivo central de la actividad empresarial privada. Desde su perspectiva, vale decir desde el punto de vista del gran capital, una gestión económica es exitosa si hace posible la obtención de altas tasas de ganancia. Es indudable entonces que, juzgada desde tal perspectiva, la política económica del régimen fascista ha resultado notablemente "exitosa" y se hace acreedora a los mayores elogios. Sólo que esa medida del "éxito" y del "fracaso" en materia económica no es la que interesa a la gran mayoría del país.
La clave para descubrir el verdadero significado no sólo de una determinada política económica sino también de cualquier planteamiento coherente en este terreno ‑y para visualizar de antemano sus más probables resultados‑ consiste entonces en comprender que la racionalidad intrínseca de cada enfoque es, en última instancia, una racionalidad DE CLASE. En una sociedad como la nuestra, surcada de un extremo a otro por profundos e irreconciliables antagonismos de clase, la determinación de las metas y prioridades, así como la evaluación de los resultados de la actividad económica, guardan siempre una estrecha relación con el punto de vista de clase que implícita o explícitamente asume cada corriente política o cada "escuela" de pensamiento. La política económica de la dictadura, que ha perjudicado tan ostensiblemente los intereses de la inmensa mayoría de los chilenos, no es simplemente la expresión de un planteamiento doctrinario inconsistente ni sus resultados el fruto indeseado de circunstancias impredecibles, sino ante todo la expresión clara y conciente de los poderosos intereses de clase hegemónicos.
EL NUEVO PROYECTO DE "DESARROLLO" BURGUES
Con el golpe contrarrevolucionario de 1973 los mandos militares fascistas no se limitaron a desalojar al movimiento obrero y popular de la escena política sino que, actuando en estrecha consonancia con los representantes del gran capital, dieron también por cancelado el "pacto social" que durante las cinco décadas anteriores había modelado la vida de la nación en sus diversas esferas. El gran capital, que había alcanzado ya mucho antes del golpe una posición hegemónica en la economía del país, se vio súbitamente liberado de todos los controles políticos que hasta entonces lo obligaban a armonizar sus intereses con el de los demás sectores de la sociedad, a pagar de algún modo tributo a un proyecto nacional de desarrollo que, por mediación del Estado, imponía determinadas metas y mecanismos. Colocado ahora por los acontecimientos de la lucha de clases y sin contrapesos de ningún tipo en la cúspide del poder se dio prestamente a la tarea de reajustar el conjunto de la actividad económica de acuerdo con sus exclusivos intereses de clase. Pero no se trataba sólo de esto, sino también de imponer al país una nueva orientación económica global.
La necesidad de este viraje derivaba de la crisis irreversible del modelo económico aplicado en las décadas precedentes. La industrialización sustitutiva había agotado ya sus posibilidades de desarrollo en los marcos del capitalismo dependiente, debido principalmente a la estrechez del mercado interno. Lo paradójico de esto es que gruesos sectores de la población permanecían ‑y permanecen aún‑ marginados del consumo. Sin embargo, esta situación absurda es completamente consistente con la lógica del capital para el que no cuentan las necesidades humanas en general, sino sólo la demanda solvente, vale decir aquella que cobra expresión a través del mercado. En tales condiciones, el resultado de la actividad económica se traducía en una progresiva caída de las tasas de ganancia y en consecuencia una tendencia crónica al estancamiento. Esto alimentaba a su turno el desarrollo de poderosas fuerzas de cambio que amenazaban la existencia misma del sistema de explotación capitalista. Esta es la realidad que Chile estaba experimentando a fines de los años sesenta. Desde un punto de vista burgués se hacía entonces imperativo y urgente cambiar este estado de cosas. Si los mercados internos eran demasiado pequeños había que volver la mirada hacia el mercado mundial como única fuente posible de elevada rentabilidad. Se imponía revalorizar entonces la doctrina de las "ventajas comparativas" y, en ese marco, la importancia de las actividades primario‑exportadoras.
Sediento de ganancias, el gran capital mostró de inmediato una firme determinación de llevar este nuevo enfoque hasta sus últimas consecuencias. Si el negocio consistía en aprovechar al máximo el potencial primario‑exportador del país, nada justificaba entonces la mantención del esquema de desarrollo industrial sustitutivo. Había que concentrar los recursos en aquellas áreas que ofrecían mayores perspectivas y abaratar los costos del capital rebajando salarios, eliminando barreras proteccionistas, reduciendo impuestos y subsidios. Elevando, en suma, tanto como fuera necesario el costo social. Sólo así sería posible alcanzar la "eficiencia" y competitividad que le permitiría salir airoso de los grandes desafíos que supone la dura batalla por conquistar nuevos espacios en el mercado mundial capitalista. El principio de la máxima rentabilidad del capital se convirtió en el único criterio para evaluar la eficiencia y racionalidad de las medidas adoptadas, en el alfa y el omega de la "sabiduría" oficial. En conformidad con este criterio, el "desarrollo social" sería concebido ahora no como el objetivo prioritario y esencial del "desarrollo económico" sino como una mera e inevitable consecuencia de él.
MORALEJA: LO QUE CONVIENE AL GRAN CAPITAL NO CONVIENE AL PAIS
La puesta en práctica de este "modelo" ha significado, como ya hemos visto, un verdadero desastre para el país, una completa degradación de su vida económica, social, política y cultural, una violenta caída en la barbarie. Sin embargo, al examinar la "racionalidad" intrínseca de la política económica y social de la tiranía, hemos recalcado que no estamos simplemente ante la puesta en práctica de una determinada orientación doctrinaria, sino en primer lugar ante la brutal imposición de un determinado interés de clase. Es éste en verdad el hecho decisivo. Lo ocurrido en Chile con posterioridad a 1973 ha sido, obviamente, una consecuencia directa del desenlace que conoció la aguda crisis política del período 1970‑1973. Pero ha sido también y sobre todo el modo específico como el capitalismo dependiente ha tratado de sobreponerse a su propia crisis estructural. No es pues la dogmática preeminencia de tal o cual "escuela" o "teoría" económica sino, en primer lugar, la derrota aplastante del movimiento obrero y popular y, en segundo lugar, la imposición hegemónica de los intereses del gran capital ‑apadrinado y protegido por la casta militar‑ en el contexto de una profunda e irreversible crisis del capitalismo dependiente lo que en definitiva explica tanto el carácter brutal y despiadado de la política económica implementada como la dramática e inexorable realidad de sus resultados.
Tan efectiva y decisiva ha sido la hegemonía política del gran capital en la determinación de los rumbos de la política económica que cada vez que sus intereses han chocado con alguno de los postulados de la ortodoxia monetarista han prevalecido en definitiva éstos y no aquella. Así ocurrió por ejemplo en junio de 1979 cuando los "Chicago‑boys" dispusieron el congelamiento del tipo de cambio a 39 pesos por dólar. La incoherencia de esta medida lo evidenciaba el hecho de que la inflación interna era mucho mayor que la prevaleciente en la principal metrópoli del sistema capitalista mundial, por lo que su aplicación deterioraba con gran rapidez la competitividad de la economía chilena y provocaba un grave daño a todas las actividades productivas del país. Sin embargo era no sólo coherente sino vital para los intereses de los principales grupos financieros del país que cargaban en ese instante con el peso de un fuerte endeudamiento en dólares. A éste podrían sumarse sin duda muchos otros ejemplos igualmente ilustrativos. Lo importante, sin embargo, es extraer de ellos la conclusión adecuada: la realidad económica y social del país bajo la tiranía fascista, al igual que en el pasado, ha estado básicamente condicionada tanto por el curso de la lucha de clases como por la lógica inexorable de la acumulación capitalista. El alto costo que a la mayoría del país le significa la política económica en aplicación es, en suma, el tributo que hoy se ve obligada a pagar a los intereses hegemónicos del gran capital.
Después de estos dieciséis años queda suficientemente claro entonces que bajo la conducción hegemónica del gran capital el país no marcha hacia una solución real de sus graves y ya endémicos problemas sino que, por el contrario, éstos se hacen cada vez más agudos. Incluso los éxitos parciales que destacan los apologistas del "modelo" constituyen en realidad, juzgados desde el punto de vista del interés nacional, un estrepitoso fracaso por el alto costo que ellos han significado para el país. La expansión de las actividades productivas ligadas a la exportación alcanza apenas a compensar la fuerte caída de la producción en aquellas áreas de la economía vinculadas preferencialmente al mercado interno. En términos globales Chile no produce hoy mucho más que antes pero consume un porcentaje mucho menor de su producto. Además hay que considerar que el alza registrada por las exportaciones se ha logrado sobre la base de productos con un muy bajo valor agregado. Lo más grave, sin embargo, es que los mayores ingresos obtenidos por este concepto se deben destinar a solventar una mayor importación de productos anteriormente producidos en el país, a sostener una mayor carga de endeudamiento y a satisfacer el dispendioso consumo de una minoría rica y satisfecha. Lo que fluye de toda esta realidad verdaderamente dramática es la irreductible contradicción que existe entre los intereses vitales del gran capital, completamente incapaz de sacar al país de la ruina en que se debate, y los intereses cardinales de la nación encarnados por la inmensa mayoría de sus habitantes.
LA IMPERIOSA NECESIDAD DE AVANZAR HACIA UNA NUEVA SOCIEDAD
Ninguno de los males que hemos debido padecer en estos últimos dieciséis años eran en verdad inevitables. El crecimiento económico acelerado que el país requiere para salir de la dramática situación en que se encuentra no tiene por qué estar necesariamente vinculado a un crecimiento explosivo de la miseria y las desigualdades. La expansión de las exportaciones tampoco tiene por qué estar prioritariamente basada en el desarrollo unilateral de las actividades primarias ni significar una contracción equivalente de las actividades industriales. Las antinomias que en todo esto ha erigido el pensamiento económico oficial son en realidad una expresión de los particulares intereses de clase a los que sirve, no fatalidades del destino. El desarrollo progresivo de la industria nacional no tiene por qué ser dogmáticamente concebido como inevitablemente ligado al excedente de divisas que sean capaces de generar otros sectores de la economía. Tampoco son excluyentes el desarrollo simultáneo de los mercados interno y externo. Todos estos aspectos son más bien o pueden ser complementarios. Desde otro ángulo, jamás es "más barato" importar lo que el país puede producir si existen al mismo tiempo recursos internos ociosos y otras opciones de compra en el exterior. La ideología oficial no considera en esto el llamado "costo de oportunidad" ni el uso alternativo de los recursos en moneda extranjera. Pero su incapacidad de acceder a soluciones que tengan efectivamente en cuenta los intereses mayoritarios de la nación es sólo un síntoma de la enfermedad incurable que corroe al retrógrado sistema de opresión y explotación capitalista en que vivimos.
El capitalismo es por definición la economía de la competencia y no de la solidaridad, del poder del dinero por sobre los derechos de las personas, de la valorización del capital a cualquier precio, aún a expensas de la degradación de la vida social y la destrucción de la naturaleza. Un "orden" social que nos precipita inexorablemente a un abismo de barbarie y autodestrucción. Esto lo muestra claramente el modelo económico aplicado en Chile. Más que inspirado en las doctrinas neoliberales de la universidad de Chicago este nuevo enfoque del "desarrollo" capitalista se reconoce a sí mismo en recientes experiencias neocoloniales como las de Hong‑Kong o Taiwán. La clave del "éxito" ya no consiste, visto desde esta perspectiva, en lograr un desarrollo autónomo que permita negociar en pie de igualdad con el resto de las naciones, sino en ganarse los "favores" del gran capital imperialista para hacerse acreedor a algunas de las migajas que caen de su mesa. Compelida por la lógica implacable de la acumulación capitalista ‑el pez grande se come al más chico‑ la burguesía nacional no encuentra otra salida para sí misma que administrar al país como si éste fuera un prostíbulo. Tal es el verdadero sentido de su "apertura al exterior". No obstante, todos los indicadores muestran que en el marco de este esquema neocolonial las perspectivas continuarán siendo sumamente sombrías para la mayor parte de los chilenos. La brecha entre el nivel de vida de las naciones ricas y las naciones pobres lejos de disminuir se incrementa sin cesar. Situados como estamos entre estas últimas, el sistema nos depara el destino cada vez más trágico de dos "países" irreconciliables: el satisfecho país de una minoría rica y privilegiada y el desdichado país de una mayoría pobre y desamparada.
No hay salida posible para los problemas que aquejan a la inmensa mayoría en el marco de este sistema bárbaro y decadente. La economía del país sólo puede concretar en forma eficaz ‑vale decir sólida, equilibrada, sostenida y veloz‑ sus imperativas y urgentes necesidades de desarrollo modificando de raíz los principios que la orientan. La verdadera meta de la actividad económica ‑enfocada desde el único punto de vista política y moralmente relevante, el punto de vista del "bien común"‑ no puede ser otra que brindar a todos la posibilidad de una vida digna, segura y confortable, comenzando por garantizar la efectiva satisfacción de las necesidades básicas de la población. Sus resultados finales no hay que medirlos, por tanto, en volúmenes producidos y exportados ‑por muy importante que esto sea‑ sino por el grado de equidad, seguridad y confort que haya alcanzado la comunidad, y también por el nivel de participación democrática de la población en las decisiones. El desarrollo se mide, en definitiva, en términos de justicia, solidaridad, libertad y responsabilidad social, en términos de convivencia civilizada. Por ello, el cambio radical que la mayoría de los chilenos anhela en sus condiciones de vida sólo será efectivo como resultado de un cambio también profundo y radical en la esfera del poder político. Lo que en verdad está planteado hoy en Chile no es una mera reforma del sistema económico de beneficio privado actualmente imperante, sino su reemplazo por un nuevo sistema económico de beneficio social, una "economía de la solidaridad", que sólo podrá abrirse paso mediante una efectiva revolución popular que democratice la vida del país en todos los planos, liquide la explotación del hombre por el hombre, cautele la independencia y soberanía de la nación y la ponga firmemente en la senda del progreso. ¡Es por esto que hoy debemos luchar!