LA CONTRARREVOLUCION FASCISTA Y LAS TAREAS DEL PROLETARIADO

TESIS CENTRAL DEL PRIMER CONGRESO NACIONAL DE LA LIGA COMUNISTA DE CHILE

La clase obrera y las masas. populares atraviesan, en la actualidad, por un período extremadamente difícil, sometidas al imperio del terror y de la violencia desatada por la dictadura militar-fascista que usurpó el poder en septiembre del año 1973. El país ha sido declarado en "Estado de Guerra Interior" y, al amparo de esta disposición, se cometen a diario todo tipo de arbitrariedades en contra de los más amplios sectores de la población, sin que se guarde siquiera el más elemental respeto por los derechos humanos. Todas las libertades democráticas han sido completamente suprimidas, las conquistas sindicales brutal e impunemente pisoteadas y miles de dirigentes políticos, sindicales, estudiantiles, o simplemente militantes de la izquierda, son perseguidos, torturados y encerrados en cárceles y campos de concentración o fríamente asesinados. Una gran desmoralización ha hecho presa de los sectores políticamente más débiles en tanto que no son pocos los que están dispuestos a dejarse arrastrar a la aventura de acciones desesperadas. Son los síntomas inequívocos de una inmensa derrota del proletariado chileno.

No obstante, ya se han dejado oír las voces de quienes buscan silenciar su verdadero alcance y cubrir, ante los trabajadores, la responsabilidad directa que en ella les cabe por medio de insistentes llamados a una espuria unidad de todos los sectores contrarios a la dictadura. La ineludible necesidad que en determinados periodos, como el actual, surge de concertar un entendimiento y unidad de acción con otras fuerzas, jamás ha significado para los revolucionarios consecuentes callar o atemperar las diferencias que los separan de ellas, jamás ha significado renunciar a la lucha ideológica por desenmascarar ante las masas las inconsecuencias y traiciones de los circunstanciales aliados.

La necesidad imperiosa de lograr una pronta recuperación del movimiento obrero y popular, que le permita sobreponerse a los golpes recibidos y rearticular sus luchas, exige de todos los militantes revolucionarios un examen riguroso y objetivo no solo de las condiciones que prevalecen en el actual período, sino también de los factores que hicieron posible el triunfo de la contrarrevolución. Sólo de esta forma los trabajadores podrán asimilar por completo las lecciones que su propia experiencia les brinda y por las que ya han debido pagar un precio tan enormemente alto, evitando en el futuro cometer los mismos errores. No hacerlo, como si nada realmente importante hubiera ocurrido, equivaldría a preparar nuevas y quizás más desastrosas derrotas.

Por esta razón carecen totalmente de sentido los llamados oportunistas del reformismo a que nos "olvidemos" de las diferencias del pasado y nos pongamos todos de acuerdo "sin mirar hacia atrás". Como más de alguna vez se ha dicho, la política del avestruz no cuadra con la del revolucionario. A propósito de esto, Lenin señaló en una oportunidad que: "no es tan peligrosa la derrota como el temor a confesarla, el miedo a deducir de ella todas las conclusiones ... No hay que tener miedo a reconocer los fracasos. Hay que aprender de la experiencia de la adversidad. Si admitiésemos la opinión de que el hecho de reconocer los reveses provoca el abatimiento y debilita la energía para la lucha, como el abandono de las posiciones, seríamos revolucionarios sin valor ... Nuestra fuerza estuvo en el pasado, y lo estará aún en el porvenir, en que tuvimos en cuenta, con una sangre fría perfecta, las más duras lecciones, aprendiendo en ellas lo que debe modificarse en nuestra actividad. Así, pues, es preciso hablar francamente. Es interesante e importante no sólo por la verdad teórica, sino aun desde el punto de vista práctico. No se puede aprender a resolver los problemas de hoy por nuevos procedimientos si la experiencia de ayer no nos ha hecho abrir los ojos para ver en qué eran defectuosos los antiguos métodos".

La lucha revolucionaria, en tanto que práctica plenamente consciente de sí misma, que nada en común puede tener con el empirismo, es decir, en tanto que praxis, necesita imperiosamente transformar la experiencia vivida por el movimiento obrero y popular chileno en el curso de los últimos años, en un poderoso factor de educación revolucionaria de las masas explotadas. Esta es una de las principales tareas que los militantes revolucionarios tienen por delante en el futuro inmediato.

LA GRAN LECCION DEL 11 DE SEPTIEMBRE: EL FRACASO HISTORICO DEL REFORMISMO.

¿Qué enseña a las masas esta experiencia? ¿Qué lecciones podemos desprender de ella? En primer lugar, señala de un modo definitivo e incontrarrestable el fracaso histórico de los partidos que durante largos años ocuparon una posición dominante en el seno de la clase obrera, que les permitió desempeñar hasta ahora el rol de dirección indiscutible de las masas explotadas. Han sido estos partidos, el Comunista y el Socialista, los principales responsables de la derrota; han sido sus dirigentes y una orientación que en los períodos relativamente normales del pasado pudo ocultar o disimular su inconsistencia y su oportunismo, los que frente a una situación abiertamente revolucionaria condujeron a las masas al despeñadero del fascismo.

Durante los meses anteriores al golpe y especialmente luego del frustrado alzamiento del Regimiento Blindado N°2, acaudillado por el Comandante Souper, la crisis política que sacudía al país, sin dejar de agudizarse en forma permanente, había puesto a la orden del día, desde el punto de vista de la revolución proletaria, el problema de preparar política y materialmente la toma del poder por medio de la insurrección obrera y popular. La UP, firmemente aferrada a las ilusiones suicidas del ''tránsito pacífico al socialismo" que abrigó desde un comienzo, es decir, completamente ciega ante el giro que tomaban los acontecimientos, puso, por el contrario, todo su empeño en buscar por cualquier medio -incluso al precio de vergonzosas capitulaciones que solo contribuyeron a fortalecer las posiciones del enemigo- una salida a esta situación por la vía del entendimiento con un ala de la burguesía, esperando salvar con ello a lo menos parte de las posiciones que aún conservaba. Fue precisamente este alejamiento cada vez mayor entre la línea política de una dirección mayoritariamente reconocida por las masas y las exigencias objetivas de la situación lo que desarmó al proletariado precipitando su derrota.

No puede sorprender entonces que el 11 de septiembre, cuando se produjo el levantamiento de los militares fascistas, estos partidos se mostraran, a pesar de todos sus alardes, absolutamente incapaces de organizar una resistencia efectiva al golpe y abandonaron a su suerte a los cientos de miles de trabajadores que estaban dispuestos a combatir dejando libre el terreno para que el enemigo pudiera hacerse cargo de la situación con relativa facilidad. Así, la jornada del 11 de septiembre cayó como un balde de agua fría sobre el proletariado chileno, que pudo comprobar con amargura la traición del reformismo a sus más legítimas esperanzas.

Sin embargo, es necesario profundizar mucho más aun, en la búsqueda de una explicación coherente del comportamiento de las diferentes fuerzas políticas que conforman la izquierda chilena, hasta descubrir con la máxima claridad, las determinantes sociales que lo condicionan. ¿Cómo es posible que una dirección mayoritariamente reconocida por la clase obrera durante tan largos años muestre tantos signos de criminal vacilación y torpeza en los momentos decisivos?

Dos respuestas son posibles:

1. Que se trata de una dirección no-proletaria que por sus propias limitaciones de clase no puede conducir consecuentemente la lucha del proletariado pon su emancipación definitiva y total;

2. Que los cuadros dirigentes del partido revolucionario no lograron resistir las presiones de la opinión pública burguesa y pequeñoburguesa, arrastrándolo al abandono de sus posiciones de clase.

En ambas situaciones resulta inevitable la derrota del movimiento obrero al carecer de una dirección que, colocándose a la altura de los acontecimientos, sea capaz de conducir con audacia y resolución sus combates decisivos por la conquista del poder. En nuestro caso, no se ha tratado de la degeneración del partido proletario sino de su inexistencia.

En efecto, ni el PC ni el PS son en rigor verdaderos partidos proletarios a pesar de estar constituidos en su inmensa mayoría por militantes provenientes de los medios obreros o de otros sectores explotados. Este último es indudablemente un factor importante pero no decisivo en la determinación del carácter de clase de un partido político. Lo realmente decisivo es la relación que guarda su programa, sus métodos y su comportamiento político permanente con los intereses de las diferentes clases y grupos sociales existentes; en este caso con los intereses históricos del proletariado.

Algunos compañeros han preferido eludir el problema de una rigurosa caracterización de estos partidos, a los que definen simplemente como "obrero-reformistas". Con ello pretenden señalar tanto el carácter oportunista de su línea política como las diferencias que los separan do los partidos burgueses de tipo desarrollista, esto es, su adhesión formal a las ideas marxistas y su gravitación en los medios obreros y populares.

Sin embargo, una caracterización de este tipo implica una serie de concesiones en el terreno do los principios, ya que significaría:

1. Que el reformismo de tales partidos no tiene necesariamente una connotación de clase extraña al proletariado, que no expresa la influencia de la ideología burguesa o de otros sectores sociales dominantes sobre él, sino que, por el contrario, es tan propio de la clase obrera como lo son las ideas y la organización revolucionarias. Así como hay partidos "obrero-revolucionarios" pueden haber también partidos "obrero-reformistas"; todo se reduce a un problema de métodos, de estrategia; y si los reformistas lo son es porque aún no logran comprender a cabalidad el carácter de la situación y sus exigencias;

2. Que siendo el marxismo la "ideología del proletariado" admitiría la existencia de diversas "escuelas", todas igualmente proletarias, todas igualmente capaces de transformar a la clase obrera en una "clase para sí", es decir, en una clase plenamente consciente de su situación y sus objetivos históricos, dispuesta a luchar hasta su total emancipación económica, social, política y cultural.

Por ello estimamos incorrecto usar esta terminología que, dado su carácter contradictorio, solo introduce elementos de confusión en el leguaje revolucionario. En todo caso, esto no debe entenderse de una manera simplista, asociándolo con el enfoque que algunas sectas -particularmente las maoístas- acostumbran hacer de fenómenos tales como el gobierno de la UP o la situación actual de la URSS, la realidad muestra siempre un cuadro mucho más complejo y contradictorio que la visión a blanco y negro de los sectarios.

Si bien es efectivo que ni el PC ni el PS constituyen en rigor verdaderos partidos proletarios, también lo es que ninguno de ellos expresa a cabalidad, de un modo directo, los intereses de la dominación burguesa. La naturaleza de ambos resulta, por esta razón, un tanto difícil de comprender para muchos honestos militantes revolucionarios. Se trata, sin embargo, de partidos con características diferentes.

El PC forma parte de una corriente internacional cuyas concepciones teóricas, políticas y organizativas tienen su origen en la degeneración burocrática del Estado soviético. Este fenómeno que se produjo durante la década de los años veinte -especialmente en los años posteriores a la muerte de Lenin- y que condujo a la total supresión de la democracia proletaria tanto a nivel del poder del Estado -ejercido hasta entonces directamente por los trabajadores a través de los Soviets o Consejos Obreros- como en lo que concierne al interior del Partido y de la Internacional, permitió que se desarrollaran y se impusieran sobre el movimiento comunista internacional concepciones revisionistas completamente extrañas al marxismo, que expresan intereses contrapuestos a los del proletariado como son los de la mantención y fortalecimiento de la dominación burocrática, y cuya finalidad no es otra que la de cubrir apologéticamente con un ropaje seudomarxista su carácter contrarrevolucionario.

Ha sido precisamente el predominio ejercido desde entonces por la burocracia estalinista y su ideología, conservadora sobre el movimiento obrero a escala internacional, la principal causa de sus derrotas cada vez que la crisis crónica del sistema capitalista le ha brindado, en diferentes países, la oportunidad de tomar el poder. Es a partir de esta vinculación íntima que une a la burocracia estalinista de la URSS con todos los PC prosoviéticos del mundo como debe emprenderse la caracterización de clase de estos últimos.

La política de tales partidos se explica por la doble relación que mantienen, con las masas por un lado y con la burocracia soviética por el otro. Dicho en otros términos, su reformismo se explica por la necesidad que tienen de apoyarse en las masas, organizándolas y movilizándolas en defensa de sus intereses elementales, solo en la medida en que sus luchas no entren en contradicción con los objetivos de la política internacional de la burocracia soviética a cuyos intereses se encuentran subordinados en última instancia. Esto no excluye la posibilidad de que algunos PC puedan exhibir, en algún momento, un cierto margen de autonomía con relación a algunos aspectos de la política de la burocracia soviética (como ocurrió por ejemplo con la invasión a Checoslovaquia), pero en lo esencial sus orientaciones son plenamente congruentes con los aspectos básicos de ella.

La degeneración estalinista del PC chileno comenzó a operarse durante los años de la lucha clandestina que se vivieron bajo la dictadura de Ibáñez, tomando la forma de una lucha fraccional acaudillada entre otros, por Elías Lafferte, Carlos Contreras y Marcos Chamúdez, en contra de la mayoría de los dirigentes y militantes que se opusieron a ella y que fueron marginados por orden del Secretariado Sudamericano de la Internacional que por esa época, estaba ya controlada completamente por la burocracia.

En cuanto al PS, se trata de una formación política de carácter típicamente pequeño-burgués. Para demostrarlo ni siquiera es necesario detenerse a examinar su trayectoria, preñada de oportunismo y de traiciones, o la de algunos de sus más conspicuos dirigentes (Bernardo Ibáñez o Felipe Herrera por ejemplo). Basta con mostrar su actual aspecto de una organización extremadamente, ecléctica, sin línea política coherente, fuertemente marcada por el caudillismo y la corrupción de los hábitos políticos tradicionales del parlamentarismo burgués, sin contornos orgánicos precisos y cruzada de un extremo a otro por una multiplicidad de fracciones de las más diversas tendencias (desde socialdemócratas hasta militaristas, pasando por una variada gama de elementos trotskizantes, prochinos, prosoviéticos, etc.) para descubrir el cuadro inconfundible de las corrientes socialistas de carácter pequeño-burgués de las que además no están ausentes variados elementos de nacionalismo.

La UP, construida sobre la base de estos dos partidos en alianza con algunos sectores residuales de la burguesía como el Partido Radical y el API, levantó un programa cuyos objetivos básicos eran:

1. Fortalecer la independencia y la soberanía nacional por medio de la nacionalización de algunos monopolios de importancia estratégica para la 'economía del país y el desarrollo de una política internacional independiente;

2. Impulsar un proceso de democratización del país abriendo curso a una nueva institucionalidad (el Estado popular), profundizando la reforma agraria y entregando mayores oportunidades de educación, trabajo y una más justa remuneración a los sectores populares;

3. Fortalecer decisivamente el capitalismo do Estado por medio de la construcción del Área de Propiedad Social de la industria, la nacionalización de la banca, etc. con el objetivo de preparar la base económica de la ulterior transición al socialismo;

Para llevar a cabo esta ''primera etapa de la revolución" se contaba con movilizar a la clase obrera, la pequeña burguesía y a una fracción de la propia burguesía, articulando un vasto frente nacional pluriclasista que permitiera aislar a los sectores monopólicos nacionales y extranjeros y a los terratenientes. La UP fue concebirla desde un primer momento en esta forma. Tanto por el carácter de los partidos que la integraban como por el de sus objetivos y métodos, se vio obligada a mantener una relación de corte burocrático con las masas, frenando e incluso reprimiendo toda manifestación de lucha popular espontánea que escapara a su control. Su aspiración fue la de realizar una "revolución" de oficinas y ministerios cuyos verdaderos protagonistas no eran las masas trabajadoras sino los jefes, tecnócratas, expertos y toda clase de burócratas y maniobreros.

El gobierno, lejos de ser concebido como una palanca al servicio de las luchas obreras, fue considerado el eje de la "revolución", otorgándose a los trabajadores exclusivamente la función de apoyar sus planes en tareas como el aumento de la producción, jornadas de trabajo voluntario, etc., etc., y de movilizarse en su defensa cada vez que la situación lo exigía. En este cuadro, el mantenimiento de un férreo control burocrático sobre las masas resultaba una necesidad imperiosa para el reformismo. Sólo cuando los trabajadores comenzaron a zafarse de él, desplegando con entera libertad su iniciativa de combate, se vio surgir en los sectores industriales más importantes del país organismos de frente único proletario que organizaron y dirigieron por la base, por medio de una efectiva democracia obrera, la lucha revolucionaria de las masas, convirtiéndose en gérmenes de un verdadero poder obrero y popular: los cordones industriales y los comandos comunales de trabajadores.

La inexistencia de un partido proletario impidió que este proceso se desarrollara con más fuerza, ganando en extensión y en profundidad, hasta crear una situación de abierta dualidad de poderes entre el Estado burgués y sus instituciones de una parte y los trabajadores y sus órganos de poder, estructurados a todo nivel, por otra. Esto es lo único que hubiera permitido, en definitiva, aplastar la ofensiva contrarrevolucionaria en curso abriendo paso a la instauración de un verdadero gobierno obrero y popular. Con todo, el surgimiento de estos organismos constituye una de las más importantes conquistas de la clase obrera chilena a lo largo de toda su historia. El reformismo hizo cuanto pudo por frenar su desarrollo autónomo, intentando subordinarlos completamente al gobierno y, por esa vía, a su objetivo de mantener la vigencia del Estado de Derecho burgués.

Los rasgos que hemos señalado demuestran con suficiente elocuencia el carácter predominantemente pequeñoburgués de la UP ya que, como lo dijimos, el reformismo o el "burocratismo son fenómenos que no pueden explicarse más que en función de las raíces sociales que los determinan.

Por su parte, el largo predominio que esta dirección pequeño-burguesa y burocrática ha ejercido sobre el movimiento obrero chileno se debe, en lo esencial, a la inexistencia de verdaderos núcleos bolcheviques que estuvieran en el pasado en condiciones de hacer frente a las dificilísimas condiciones políticas imperantes tanto a escala nacional como internacional. Desde luego no faltaron grupos que se reclamaran del marxismo revolucionario y que luchando contra la corriente intentaran romper su aislamiento y abrirse paso entre las masas. Sin embargo, todos ellos sucumbieron como producto de una multiplicidad de factores aparentemente diferentes, pero que tienen en común la propiedad de demostrar que ninguno estuvo -desde el punto de vista de su trabajo teórico, político u organizativo- a la altura de las tareas que debió emprender un germen de partido revolucionario. Esto, no solo entregó completamente a manos del reformismo el trabajo de organizar y dirigir las luchas obreras, sino que posibilitó además el surgimiento y desarrollo, en los medios más radicalizados de la juventud estudiantil y del proletariado, de una significativa corriente de carácter centrista que, rompiendo empíricamente con el reformismo y teniendo como principal fuente de inspiración el ejemplo de la revolución cubana, aspiró a llenar el vacío de conducción revolucionaria existente. Sin. embargo, la presencia de estos sectores, cuya expresión más importante es sin duda el MIR, no ha logrado resolver este problema crucial de la revolución proletaria, aumentando el cuadro de confusión ideológica imperante en los medios más radicalizados de la izquierda. Ello se debe a los limitaciones que el carácter no-proletario de estas organizaciones les impone en forma inevitable.

En efecto, el MIR con su eclecticismo, su empirismo y su burocratismo, al igual que otras corrientes centristas (MAPU-Garretón, izquierda del PS, un sector de la Izquierda Cristiana), expresan en última instancia la creciente radicalización de los estratos más bajos de la pequeña burguesía. Esto explica el que en los momentos decisivos tampoco fueran capaces de colocarse a la altura de la situación llamando abiertamente y sin ambigüedades a la formación de un gobierno obrero y popular que tuviera por base el desarrollo a escala nacional de los órganos de poder obrero (Asamblea Popular y milicias) y preparando a nivel de masas las condiciones materiales de insurrección.

En síntesis, no han sido los errores de un día o de solo unos meses la causa real de la tragedia del proletariado chileno. Ni siquiera los que pudieron haberse cometido durante los tres años de gobierno de la UP. Las verdaderas causas hay que buscarlas mucho más lejos, en la inexistencia de un partido proletario y su complemento simétrico: el predominio del reformismo sobre el movimiento obrero y popular.

Los acontecimientos del 11 de septiembre, al confirmar de un modo dramático algunas verdades esenciales del marxismo, han puesto una lápida sobre el reformismo que se debate en la más completa bancarrota. Sin embargo, esto no significa, ni remotamente, que se trata de un obstáculo ya superado. Al igual que el capitalismo, el reformismo "jamás caerá si no se le hace caer". Aún conserva una significativa fortaleza orgánica y, por ello, la lucha ideológica que se deberá librar en su contra será sin dudas sumamente larga y difícil.

Desde ya podemos asegurar que se encuentra afanado en fabricar un chivo expiatorio que le permita cubrir su criminal responsabilidad en la derrota. Y, tratándose de un chivo expiatorio, fácil es predecir que una vez más los platos rotos se cargarán a la cuenta del "ultraizquierdismo". Pero no sólo el reformismo y el centrismo han sido condenados definitivamente por los acontecimientos sino también quienes sustentaban posiciones de tipo espontaneístas y que, confiando exclusiva y ciegamente en la capacidad de lucha de las masas, se negaron en los hechos a emprender el lento y fatigoso trabajo de construir una organización marxista-revolucionaria de masas.

Construir esta organización aparece hoy, en forma nítida, como el principal objetivo estratégico que los militantes revolucionarios chilenos tienen por delante en la etapa actual de la lucha, como una condición esencial del triunfo de la revolución proletaria.

EL ACTUAL PERIODO Y LAS TAREAS DEL PROLETARIADO

El golpe militar del 11 de septiembre marcó el fin de un largo período de ascenso de la lucha de masas que de prolongó en forma ininterrumpida durante casi seis años, hasta generar una aguda crisis prerrevolucionaria, y el inicio de un nuevo periodo de carácter contrarrevolucionario dominado por la derrota del movimiento obrero y por bruscos desplazamientos en el seno de las clases dominantes. En este cuadro, la correcta determinación de la táctica de lucha del proletariado exige un cuidadoso examen de los elementos que lo conforman.

La crisis prerrevolucionaria que sacudió al país provocó una brusca polarización de las fuerzas en conflicto lo que a su vez estimuló, en cada una de ellas, el desarrollo do ciertos cambios en su fisonomía a través de un conjunto de desplazamientos y recomposiciones internas. Así, por ejemplo, en el seno del movimiento obrero comenzó a sentirse, con una fuerza cada vez mayor, la crisis del reformismo y el surgimiento de una gran efervescencia revolucionaria en las masas, canalizada a través de las diferentes corrientes centristas, cuyas posiciones desafiaban abiertamente las orientaciones dominantes de la UP y del gobierno.

En el seno de las clases dominantes, las modificaciones operadas han sido, igualmente significativas y solo una adecuada comprensión de ellas nos permitirá definir con exactitud el carácter de la dictadura, y sus objetivos. La principal de estas modificaciones -cuya cristalización definitiva se ha producido con posterioridad al golpe, pero que comenzó a gestarse mucho antes de el- es el rol decisivo que como factor político han comenzado a jugar los grupos empresariales del país. Estos sectores (que tradicionalmente actuaron en forma indirecta en la política nacional a través de sus órganos de prensa y radio o ejerciendo una presión constante sobre los diferentes gobiernos burgueses del pasado, pero entregando, en última instancia, a la acción de los partidos políticos burgueses la misión de salvaguardar la vigencia y el funcionamiento del sistema capitalista y la defensa de sus intereses esenciales), bajo el gobierno de la UP, y en virtud de la imperiosa necesidad que tenían de encontrar una salida a la crisis de dominación que fuera congruente con sus intereses de clase, comenzaron a cobrar una creciente autonomía política actuando a través de sus propias organizaciones, transformadas en los verdaderos centros dirigentes de la contrarrevolución, y organizando a amplios sectores de la pequeña burguesía en los que se conoció con el nombre de Movimiento Gremial.

Estos grupos empresariales -en particular los sectores industriales reunidos en torno a la SOFOFA- teniendo como fuente de inspiración el llamado milagro brasileño, esbozaron las líneas centrales de un proyecto burgués de superación de la crisis cuyos aspectos fundamentales son:

1. Control total del país por las FFAA;

2. Fuertes estímulos al proceso de concentración y centralización de capitales privados;

3. Estímulos a las inversiones extranjeras realizadas bajo el control del Estado;

4. Superexplotación del trabajo;

Es este proyecto el que sirve de programa a la dictadura, la que ha llamado a sus principales promotores a asumir tareas de gobierno en ministerios, subsecretarías, asesorías y otros cargos de importancia.

La presencia directa de los grupos empresariales en la conducción del país y en la definición de los objetivos que la orientan, determina tanto el carácter de la dictadura como el de las contradicciones que sacuden el campo político burgués.

En efecto, la dictadura militar no es más que un instrumento al servicio directo de monopolios en cuyo exclusivo beneficio ha impuesto a sangre y fuego una política brutalmente represiva sobre todos los ámbitos de la vida nacional. Su objetivo político central ha sido y es quebrar por la fuerza toda resistencia a los planes de rearticulación del sistema capitalista que ha puesto en marcha. Los métodos de guerra civil que emplea en contra de las masas obreras y populares ha llevado a muchos compañeros a caracterizar esta dictadura como "fascista". Sin embargo, tal caracterización no es completamente apropiada y no puede tener otro alcance que señalar su naturaleza contrarrevolucionaria y el carácter ferozmente sanguinario de sus métodos.

El fascismo en su expresión clásica, es decir como se conoció en Italia o Alemania entre las dos guerras imperialistas que han sacudido a Europa en lo que va corrido de este siglo, presenta diferencias sustanciales con la dictadura militar que gobierna en Chile. No se trata aquí, por ejemplo, de la defensa de los intereses de una burguesía nacional fuertemente desarrollada y decidida a implementar una política de carácter expansionista frente a la burguesía de otros países imperialistas, sino los de una clase burguesa débil y dependiente que ha abandonado toda esperanza de desarrollo autónomo, aspirando sólo a convertirse en socio menor de los monopolios imperialistas en las condiciones más ventajosas posibles. El nacionalismo de burguesías como la chilena no pasa, a estas alturas del desarrollo histórico, de ser una ilusión o un engaño consciente.

Por otro lado, el fascismo fue un movimiento político predominantemente civil, con una gran capacidad de movilización de masas y un despliegue enorme de propaganda que, una vez en el poder, copó todas las instituciones del Estado, incluidas las FFAA, y las puso a su servicio. Significativo es a este respecto señalar que bajo el régimen fascista la represión era ejercida preferentemente por la policía secreta y no por el ejército. En Chile, si bien se ha implementado un Estado de excepción, similar en muchos aspectos a la dictadura fascista o a cualquier otro tipo de Estado de excepción, este ha adoptado la forma de una dictadura militar, es decir, un régimen en el que las FFAA asumen la totalidad de las funciones políticas y administrativas de la nación. Sin embargo, el caracterizar a la junta simplemente como una dictadura militar, envuelve nuevos problemas que se derivan de la existencia objetiva de diferentes tipos de dictaduras militares.

El gobierno de Juan José Torres, por ejemplo, a pesar de su carácter, presentó diferencias muy marcadas con respecto al de los gorilas brasileños. Por esto, en ausencia de una definición más adecuada, y teniendo en cuenta tanto los objetivos como los métodos de la junta, nos parece apropiado caracterizarla como una dictadura militar-fascista. Por lo demás, la ideología de los gorilas chilenos no se diferencia mucho de la de los nazis, teniendo por base nociones como las de "geopolítica", ''instinto bélico de matar", "principio de autoridad", "superioridad de la raza", etc.

La instauración de esta dictadura ha desplazado del liderato burgués a los sectores políticos que hasta ahora ocuparon una posición de privilegio en el seno de las clases dominantes, afectando seriamente sus intereses, incluso con la amenaza de su propia disolución. Por ello, no tardarán en salir a flote y hacerse cada vez más evidentes las contradicciones existentes entre estas dos alas del bloque burgués, hasta que su desenlace definitivo permita que una de ellas imponga su hegemonía. En otros términos, la estabilización de la dictadura militar-fascista exige, como condición esencial, no solo el aplastamiento del proletariado, sino también la represión de cualquier manifestación de resistencia a su política que provenga de la pequeña burguesía o de algunos sectores de la propia burguesía. Estas contradicciones, aún no resueltas en el seno de las clases dominantes y que se manifiestan también en el interior de las FFAA, hacen objetivamente posible unir a la inmensa mayoría de los chilenos en contra de la política antipopular de la dictadura, oponiendo a cada iniciativa de los reaccionarios una amplia y combativa movilización de masas.

La táctica revolucionaria debe tener la flexibilidad suficiente que le permita utilizar en su beneficio las contradicciones que se producen en el campo enemigo. Sin embargo, todo depende definitivamente de la propia capacidad de lucha de las masas obreras y populares, de su nivel de organización y del carácter de su dirección. De lo contrario, no será el proletariado quien esté en condiciones de utilizar en su provecho las contradicciones interburguesas sino al revés: será el ala "democrática" de la burguesía quien utilizará en el suyo el potencial de lucha de los trabajadores. Por ello, la cuestión clave, desde un punto de vista revolucionario, ha sido y será siempre la situación política y orgánica del movimiento de masas, y particularmente del proletariado. Sin prestar suficiente atención al carácter de las orientaciones políticas dominantes en los medios obreros y populares, al estado de ánimo de las masas, a su nivel efectivo de organización, resulta de todo punto imposible determinar correctamente los objetivos tácticos centrales de la revolución en cada periodo.

La dictadura militar-fascista ha logrado desarticular parcialmente la organización sindical de los trabajadores, eliminar a una parte significativa de la vanguardia obrera que estuvo a la cabeza de las luchas proletarias en el periodo anterior al golpe y suprimir la vigencia de la totalidad de los derechos conquistados en el pasado. Hasta ahora, los obreros han debido soportar uno tras otro estos golpes, sin poder todavía implementar una respuesta masiva.

En este cuadro de retroceso generalizado, surge en los medios de vanguardia una serie de interrogantes con relación a los pasos que es necesario dar inmediatamente. Esto se debe a que si bien el actual periodo contrarrevolucionario es, por su propia naturaleza, transitorio, su duración dependerá fundamentalmente de la capacidad que muestre el movimiento revolucionario para poner nuevamente en pie de combate a las masas obreras y populares, sorteando el peligro de alimentar ilusiones oportunistas o de caer en desviaciones ultraizquierdistas. Resulta tanto más importante, en las actuales condiciones, ser capaces de elaborar una línea política correcta cuanto que las condiciones internacionales derivadas de la actual coyuntura critica del sistema capitalista mundial y del ascenso extraordinario de las luchas obreras en los países imperialistas, como aquellas que se derivan de las propias características del movimiento obrero chileno, de su alto nivel de conciencia clasista y su riquísima tradición de lucha y organización, permiten objetivamente una relativamente fácil superación del actual periodo de reflujo del movimiento de masas.

Sin embargo, esto no es mas que una mera posibilidad. Convertirla en realidad concreta y objetiva de la lucha es el objetivo táctico central del actual período. Para ello, es necesario en primer lugar, reorganizar en la clandestinidad todas las organizaciones de lucha de los trabajadores y movilizar en cada fábrica, taller o faena a la totalidad -o al menos a la inmensa mayoría- de ellos en defensa de sus reivindicaciones elementales. En segundo lugar, es necesario organizar una vasta campaña de denuncias políticas de los abusos y arbitrariedades de la dictadura, con el propósito de movilizar en torno a algunos objetivos precisos a los más amplios sectores de la población. En este plano, el de la agitación y propaganda revolucionarias, debemos tener siempre presente la necesidad de distinguir con exactitud el alcance de cada una de nuestras consignas. Algunas de ellas tienen un carácter exclusivamente propagandístico, es decir, tienen por objeto promover, en los sectores a que van dirigidas, algunos elementos programáticos fundamentales de nuestra lucha (por ejemplo, su carácter socialista y revolucionario) o los objetivos estratégicos fundamentales de ella en la presente etapa (construir el partido revolucionario, por ejemplo). Por su naturaleza, estas consignas son incapaces de suscitar acciones concretas de lucha, pero sirven para afirmar la presencia de la organización y generar ciertos niveles de simpatía hacia ella en los medios más politizados de la izquierda. Las consignas de carácter agitativo, elaboradas cuidadosamente en torno a objetivos claros y precisos aunque generalmente limitados, tienen, en cambio, por finalidad impulsar la movilización combativa de amplios sectores políticamente heterogéneos, pero igualmente interesados en la obtención de los objetivos reivindicativos propuestos (reajustes automáticos del 100% del alza del costo de la vida, fin al Estado de guerra interno, restitución de los derechos sindicales, etc.). La línea de masas del movimiento revolucionario necesita apoyarse firmemente en un conjunto definido de consignas agitativas de carácter democrático y de transición que permitan aislar a la dictadura arrastrando a la lucha por derribarla a todos los sectores descontentos con su política económica regresiva y con sus arbitrariedades. Explotando toda manifestación de descontento, por limitada que sea, es posible y necesario unir en torno a la clase obrera a la inmensa mayoría del país hasta formar un amplio pero sólido Frente Único Antifascista. Comprendiendo claramente el alcance preciso de esta orientación y sus limitaciones, los militantes revolucionarios tienen el deber de acrecentar su influencia directa sobre los sectores de vanguardia del proletariado, previniéndoles acerca del carácter inestable de los aliados circunstanciales y la necesidad de profundizar permanentemente los objetivos de la lucha cada vez que la dinámica del enfrentamiento lo permita.

La táctica del frente único en ningún caso supone el abandono de la lucha ideológica contra el reformismo u otros sectores contrarrevolucionarios, sino que, por el contrario, hace de ella una de las condiciones fundamentales de su éxito. Se trata de agrupar fuerzas heterogéneas con el objeto de lograr una correlación favorable frente al enemigo que posibilita la obtención de los objetivos que aparecen como indispensables, pero en ningún caso de ocultar las divergencias que existen entre ellas. Por otro lado, no se trata de levantar la táctica del frente único solo al nivel de la lucha contra la dictadura militar-fascista, sino, de extenderla hacia un entendimiento más sólido y permanente de todas las tendencias clasistas y revolucionarias, articulando una política coherente de alianzas orientada a fortalecer las posiciones revolucionarias, elevando la conciencia y la combatividad del proletariado. En este sentido, resulta indispensable la estructuración de un Frente Único Revolucionario. Las acciones concretas de lucha que tales frentes sean capaces de impulsar deben estar, desde luego, subordinadas por completo a los objetivos tácticos centrales de cada período. Este es el caso de las acciones armadas de corte operativo.

La cuestión que se plantea con insistencia es la del papel que, en el marco de una orientación como la descrita, pueden desempeñar este tipo de acciones como factor de desmoralización de las fuerzas enemigas y de apoyo a las tareas centrales de reorganización del movimiento obrero. Estas acciones de carácter táctico, como cualquier otra, deben ser valoradas en función de la relación de fuerzas existente y, sobre todo, de las tendencias generales del enfrentamiento de clases en curso. Consecuencialmente, en un período de progresivo deterioro de las posiciones del enemigo y de alza de la lucha de masas, ellas pueden objetivamente contribuir a hacer más profundas estas tendencias y servir, al mismo tiempo, para abrir una fase de transición a la guerra civil revolucionaria, cualquiera sea la forma dominante que ésta finalmente adquiera. Pero, en un momento en que el enemigo se encuentra en una posición de fuerza tan extremadamente ventajosa como la actual, aceptar como regla general la realización de acciones de esto tipo equivaldría poco menos que a colocar al movimiento revolucionario al borde del abismo.

La experiencia de la izquierda revolucionaria brasileña, cuyo fracaso no puede explicarse por las fallas técnicas que se pudieron cometer, sino exclusivamente por una errada concepción política de lucha, es suficientemente elocuente al respecto. Como lo señaló Lenin, al recordar la experiencia de los bolcheviques: "Es indudable que sin este rasgo -sin la violencia revolucionaria-, el proletariado no habría podido vencer, pero tampoco ofrece duda que la violencia revolucionaria constituyó un medio necesario y legítimo de la revolución sólo en determinados momentos de su desarrollo, sólo cuando existían ciertas condiciones especiales, mientras que la organización de las masas proletarias, la organización de los trabajadores, ha sido y sigue siendo una propiedad mucho más profunda y permanente de dicha revolución y una condición de su triunfo. Precisamente, en esta organización de millones de trabajadores se encierran las mejores premisas de la revolución, la fuente más profunda de sus victorias".

Los sectores revolucionarios deben comprender claramente esta cuestión y abocarse de lleno al trabajo de agitación y propaganda en el seno de las masas, organizándolas y movilizándolas combativamente. Este es, en la actualidad, el único medio de avanzar seria y decisivamente por el camino de la revolución proletaria, es decir, de una revolución cuyos únicos e insustituibles protagonistas serán las masas trabajadoras bajo la dirección de su partido revolucionario.

CONSTRUIR EL PARTIDO PROLETARIO: ACTUAL IMPERATIVO ESTRATEGICO DE LA REVOLUCION.

La construcción de este partido proletario es, como ya lo hemos dicho, el objetivo estratégico central de los marxistas revolucionarios en la etapa actual de la lucha. Este objetivo, más allá de las adecuaciones indispensables y necesarias a las condiciones específicas de la lucha de clases en cada período, exige el desarrollo de un trabajo teórico, político y organizativo cuyas características principales, es decir, aquellas que diferenciándolo del resto de los partidos u organizaciones existentes le confieren una fisonomía particular, ya han sido plenamente definidas por el movimiento revolucionario, especialmente durante los primeros años de la Internacional Comunista dirigida por Lenin y Trotsky.

¿Cuáles son estas características? En primer lugar, la íntima vinculación que una la construcción de una dirección revolucionaria a escala nacional con la construcción de una dirección internacional del proletariado, de un estado mayor que centralice y dirija la lucha revolucionaria en todos los países del mundo hasta el triunfo total y definitivo del comunismo. Esta es, para cualquier marxista, una verdad elemental que se deriva del carácter internacional del sistema capitalista y de las clases fundamentales que le dan vida: la burguesía y el proletariado. Resulta por lo demás superfluo detenerse a demostrar esto cuando salta a la vista a cada instante la existencia de una estrategia global de dominación a nivel mundial de las fuerzas contrarrevolucionarias, a las que el proletariado sólo puede oponer su propia estrategia global revolucionaria. El internacionalismo proletario no es un vago sentimiento de solidaridad con la lucha revolucionaria de los pueblos de otros países o regiones del mundo sino, por el contrario, una posición política concreta, práctica, militante, que se traduce en la necesidad de poner bajo un mando político unificado y centralizado la lucha revolucionaria a escala internacional.

En segundo lugar, el carácter de su programa. La construcción de la dirección revolucionaria, tanto a escala nacional como internacional, está unida hoy como en el pasado a la defensa íntegra y consecuente del marxismo revolucionario, de todas las conquistas teóricas y programáticas del movimiento obrero, expresadas actualmente en la lucha del movimiento trotskista y la Cuarta Internacional. Solo en base a una completa reivindicación del marxismo, del internacionalismo y la democracia proletaria, de la teoría de la revolución permanente y del papel de la violencia en la lucha revolucionaria, es posible construir una organización verdaderamente proletaria, políticamente homogénea y férrea pero conscientemente disciplinada. Sin esta base programática, todo intento de centralización dará como resultado inevitable un proceso de burocratización y de otros vicios como los que ya hemos conocido en la experiencia de otras organizaciones. En este sentido, la lucha por un partido proletario es, en primer lugar, la lucha por un programa marxista, por imponer en los medios de vanguardia las ideas del socialismo revolucionario, por educar y cohesionar en base a ellas a lo mejor de la clase obrera y de la intelectualidad revolucionaria.

En tercer lugar, una política de masas correcta y consecuentemente aplicada. Sin lanzarse audaz y resueltamente a la conquista de las masas populares, sin lograr una implantación y una influencia cada vez mayor en la clase obrera, sin ganar, en definitiva, la dirección efectiva de sus luchas, la organización revolucionaria jamás podrá desempeñar el papel de vanguardia que le corresponde, jamás logrará liberar a las masas de la influencia de la ideología dominante y conducirla al derrocamiento del régimen burgués y a la instauración del poder obrero.

La línea de masas es, pues, para la organización proletaria, uno de los pilares decisivos de su actividad. Los criterios permanentes que deben tomarse en cuenta en su elaboración son esencialmente los siguientes:

1. Una correcta valoración de la situación política, de la relación de fuerzas y de las tendencias en curso, del estado político, organizativo y anímico do la clase obrera y de las masas populares

2. Una clara y precisa determinación los objetivos tácticos fundamentales del periodo y de la forma como éstos se encuentran ligados al desarrollo de los objetivos estratégicos de la lucha, cuidadosa elaboración de las consigas, etc.

3. Las fuerzas con que en preciso contar con el fin de asegurar una correlación favorable que permita el éxito en la lucha por los objetivos propuestos, es decir, una correcta política de alianzas (Frente Único) y una clara comprensión del carácter de los eventuales aliados y de las relaciones que se debe mantener con ellos. En todo caso, cualesquiera sean los objetivos inmediatos que se desprendan del carácter de la situación específica en cada momento, la coherencia de la línea política proletaria se deriva de sus objetivos permanentes, cuales son los de fortalecer a cada paso las posiciones de la clase obrera, sus niveles de organización, movilización y conciencia revolucionaria.

En cuarto lugar, el carácter de su organización, no solo en el aspecto esencial ya señalado del internacionalismo, sino también en el de su estructura interna y su funcionamiento. El partido proletario es un partido de nuevo tipo, completamente diferente del resto de los partidos que, en su mayor o menor medida, expresan los intereses de la preservación del sistema de explotación, y delimitado del resto de la clase obrera por una organización férrea y disciplinada de sus miembros. Esta organización se funda en algunos principios fundamentales que garantizan la unidad de acción y la democracia interna del partido, la selección de los nuevos militantes y su trabajo clandestino:

a) El centralismo democrático que garantiza a todos los militantes el derecho a participar activamente en la elaboración de la línea política de la organización, a través de la realización regular y periódica de congresos, pero que exige al mismo tiempo, el estricto sometimiento de la minoría a la mayoría y de las instancias inferiores a las superiores con el fin de que el partido actúe unido aplicando en todas partes una misma orientación. De acuerdo con este principio, la organización revolucionaria debe ser construida de arriba hacia abajo, a partir de la instancia suprema del Congreso, sin dar cabida en su seno al caudillismo u otras manifestaciones de individualismo pequeñoburgués. Todas sus instancias actúan en forma colectiva. Él principio del centralismo democrático es el pilar fundamental de la estructura orgánica del partido proletario.

b) Centralización política y descentralización administrativa, que pone de relieve el carácter esencialmente político de la vinculación que une a todas las estructuras y miembros del partido y la relativa autonomía con que deben actuar en sus frentes específicos en la aplicación de la línea política común, desplegando la mayor iniciativa, sin esperar que las instancias superiores den a cada instante las indicaciones precisas de cómo hacerlo.

c) Selección rigurosa de los militantes, exigiendo de cada uno de ellos una completa entroja a las tareas políticas que le corresponden. El partido revolucionario no puede dar cabida en sus filas a elementos inestables que solo sientan simpatía por la causa del proletariado, pero que son incapaces do realizar un trabajo sistemático y permanente por ella. Por el contrario, resulta indispensable que lo constituyan comunistas cien por ciento a todo nivel, para quienes su actividad revolucionaria esté por encima de cualquier otra, y por la cual estén dispuestos a realizar cualquier sacrificio. Los simpatizantes o ayudistas de la revolución pueden ser integrados a organismos de encuadre más amplios (círculos de ayudistas, círculos rojos, frentes, etc.), pero no al partido.

d) Compartimentación celular de su estructura, con el fin de hacer frente con éxito a la represión patronal, impidiendo que la captura de algún militante o la infiltración de espías pueda proporcionar al enemigo una información que le permita desarticular el funcionamiento de la organización o destruirla. Desde luego, para que esto último no suceda no basta solamente con que la organización guarde rigurosamente su estructura compartimentada sino que es necesario, además, que cada militante posea una instrucción mínima que le permita moverse en la clandestinidad con una relativa seguridad.

En el marco de estos principios organizativos, y de las bases teóricas y políticas ya señaladas, la Liga Comunista se propone trabajar intensamente por construir un partido proletario que sea capaz de superar la actual crisis de dirección revolucionaria de las masas obreras y populares y de conducirlas hasta la victoria total y definitiva del comunismo: la sección chilena de la IV Internacional.

Liga Comunista de Chile
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