Introducción

El cruento golpe de estado del 11 de septiembre de 1973 -consumado con el desquiciado y cobarde bombardeo de La Moneda, la ocupación militar de todos los espacios públicos y el total control de las comunicaciones por los usurpadores- dio inicio al periodo más sombrío y trágico de toda la historia republicana del país. Junto con decretar de inmediato un draconiano "estado de guerra interna" e imponer un toque de queda que, aunque gradualmente acortado, la dictadura mantendría vigente a lo largo de casi toda su existencia, los golpistas descargaron sobre el conjunto de la población un caudaloso e incesante torrente de mentiras a fin de justificar su tenebroso accionar. Se catalogó de "extremista" y amenazó con aniquilar ipso facto a todos quienes intentaran cualquier manifestación de resistencia. La masividad e ilimitada brutalidad que cobró la represión en contra de los militantes, y aun simpatizantes, de la izquierda es ya de sobra conocida.

La calle, esta vez sin la turbulenta y estimulante presencia de las grandes movilizaciones populares que antecedieron al golpe, transformada luego del mismo en un peligroso escenario -en que constantemente acechaba la amenaza del secuestro, seguido luego de la tortura y muy probablemente la muerte o la posibilidad de ser simple y fríamente asesinado en un falso "enfrentamiento"-, pasó a ser desde entonces el lugar obligado para coordinar la mayor parte del accionar de la resistencia. A través de contactos continuados las organizaciones en lucha hacían circular entre sus militantes y simpatizantes sus materiales de agitación y propaganda, sus análisis políticos, sus orientaciones e instructivos para la acción mancomunada. La calle se constituyó así en el centro neurálgico desde el cual se buscó articular la lucha y desplegar luego en forma cotidiana, en los lugares de trabajo, estudio y residencia, los empecinados esfuerzos por mantener viva en el Chile posterior al golpe la llama de la dignidad.

En definitiva, solo los lugares de actividad habitual de las personas ofrecían la posibilidad de justificar sus encuentros y reunirse de una manera relativamente segura. A las instancias estrictamente partidarias, que buscaban articular una acción colectiva de mayor alcance, esto les resultaba bastante más problemático, de modo que había que ingeniárselas de uno u otro modo para que pudieran realizar su labor. Era preciso observar las normas de seguridad de una manera rigurosa. En la medida de lo posible, las reuniones debían evitar los domicilios a fin de preservar a sus moradores de los estragos de la represión. Los breves minutos que brinda un almuerzo en un restaurant o una caminata callejera bastaban para mantener vigentes los vínculos que permitían extender las redes de la resistencia. Pero en la calle acechaba y operaba también el enemigo, buscando, a través de sus bien equipados y nutridos aparatos de contrainsurgencia, detectar y desarticular toda posible actividad "extremista".

Naturalmente, las noticias sobre la ilimitada brutalidad de la represión no aparecían en la prensa, pero eran ampliamente difundidas por los informativos en onda corta de las radios extranjeras y circulaban copiosamente entre los que se mantenían activos en las filas de la resistencia y también más allá de ella. Los represores buscaban inhibir por el terror toda posible acción opositora. Ser miembro activo de la resistencia solía llevar aparejado no solo un alto costo personal, obligando a postergar todo proyecto individual en aras de la noble causa colectiva que la convocaba, sino también un alto riesgo por todos conocido. Cada militante se estaba jugando en forma permanente la libertad, la integridad física y la vida. Y si esto era ya una exigencia elevada para cualquiera, lo era mucho más para quienes habían optado por militar en una trinchera política ajena a los marcos programáticos, políticos y organizativos de las viejas y reconocidas organizaciones de la izquierda.

¿Cómo se explica entonces la decisión de quienes viéndose llamados, por fidelidad a los principios y valores que habían comenzado a orientar sus vidas, a asumir un compromiso de lucha en condiciones no solo tan extremadamente riesgosas sino también políticamente adversas como las prevalecientes en Chile tras el golpe de 1973, decidan hacerlo en el marco de pequeñas y casi ignoradas organizaciones revolucionarias como la Liga? ¿A qué obedece esa temeraria decisión de luchar a contracorriente de la situación imperante, cualquiera fuesen las consecuencias, no solo para contribuir a organizar y desplegar una oposición popular frontal a la tiranía sino también buscando abrir paso, en esas condiciones, a la titánica tarea de transformar profundamente la fisonomía política de la izquierda? ¿Qué es lo que en definitiva motiva esa opción?

Se trata, por cierto, no solo de un acto de dignidad frente al prepotente y perverso torrente de autoritarismo reaccionario desatado por los golpistas, sino también de consistencia política frente a la criminal ceguera política y al espíritu acomodaticio exhibido por la mayor parte de las cúpulas de la vieja izquierda. No era posible rendirse ante al secular y desquiciado propósito de esclavización social, que se desplegaba ahora sin ningún tipo de disfraces. Pero tampoco era ya posible continuar reconociendo el liderazgo político de aquellos que, miopemente aferrados a ilusas concepciones políticas, claramente alejadas de la cruda realidad de la lucha de clases, habían conducido a un movimiento popular preñado de posibilidades ciertas de emancipación al despeñadero de la contrarrevolución.

Se hacía imperativo entonces dar por superada esa etapa e iniciar un nuevo camino. Las razones que explican y fundamentan esa convicción -alejadas de cualquiera de las motivaciones y empeños de carácter personalista que con frecuencia se encuentran a la base de la formación de nuevos agrupamientos políticos- es lo primero y más importante que necesita ser destacado, sobre todo si ellas aún conservan la significación y vigencia de entonces. Tal es el propósito central de este trabajo, siendo inevitable colocar también la exposición de esas razones en clara correspondencia con la experiencia, en constante e ininterrumpido desarrollo, de la lucha de clases y de los posicionamientos y confrontaciones que éstas provocan en los distintos partidos y corrientes políticas.

El horizonte estratégico de este compromiso de lucha se encontraba ya suficientemente definido por la izquierda: lo da el reconocimiento del combate por el socialismo como el gran objetivo fraguado por la razón emancipatoria para realizar los más acariciados e irrenunciables anhelos colectivos de libertad, justicia y solidaridad que han acompañado desde siempre las luchas de los sectores explotados y oprimidos de la sociedad. Un objetivo que es, además, el único capaz de impedir que se consume finalmente el trágico destino que la lógica autodestructiva que el capitalismo le tiene reservada actualmente al conjunto de la humanidad. Frente a la barbarie cotidiana de una lucha incesante de todos contra todos que el insaciable afán de lucro que mueve las ruedas del capitalismo les impone a los seres humanos, tanto a escala nacional como internacional, se levanta la perspectiva de la cooperación solidaria, pacífica y fraterna, de todos con todos que promueve el socialismo.

Pero definido el objetivo por el que se hace necesario luchar, se plantean luego los problemas de cómo hacerlo para actuar con la eficacia requerida. Y en esto la izquierda tradicional chilena ha quedado definitivamente al debe. En efecto, el triunfo de la contrarrevolución en septiembre de 1973 no fue en modo alguno algo imprevisto, salvo para quienes cerraban los ojos ante la cruda realidad de la confrontación irreductible de intereses que se vivía entonces en Chile, ilusionándose irreflexivamente con las perspectivas tranquilizadoras que ellos mismos hacían circular sobre la "irreversibilidad de los procesos históricos" o la "excepcionalidad de la situación chilena" debida a la solidez de sus instituciones democráticas y al "patriotismo y constitucionalismo de sus fuerzas armadas". En realidad, la ciega y suicida capacidad de autoengaño que imperaba en el liderazgo histórico de la izquierda chilena parecía no tener límites y conducía inexorablemente a una cruel derrota.

Por otra parte, las corrientes políticas que sí visualizaron claramente la grave amenaza que pendía sobre el movimiento obrero y popular en aquellas circunstancias críticas, tampoco lograban articular un accionar que estuviese a la altura de las circunstancias. Si bien la agudización del conflicto de clases y muchas de las iniciativas adoptadas espontáneamente por los sectores más combativos del movimiento obrero y popular en respuesta a la ofensiva reaccionaria habían favorecido el fortalecimiento de estas corrientes, ellas aun no lograban alcanzar el grado de claridad, cohesión y fuerza política necesaria para triunfar. Una alternativa consistentemente revolucionaria que fuese capaz de incidir suficientemente sobre el curso que tomaban los acontecimientos era, en septiembre de 1973, un objetivo aún por alcanzar.

Si el curso frontalmente contrarrevolucionario adoptado por la clase dominante y sus expresiones políticas era algo con lo que todo impulso de un proyecto histórico de emancipación social tenía que contar desde la partida, lo que finalmente impedía que este proyecto pudiese prosperar solo cabe buscarlo en las debilidades propias que afectaban al movimiento obrero y popular bajo el liderazgo de los viejos partidos de la izquierda. Más aun cuando la necesidad de aquella transformación social había llegado a ser sentida y respaldada, en diversos grados, por una gran mayoría de la población. Así lo había evidenciado el tenor de los programas y las ideas-fuerza que concitaron el respaldo ciudadano de dos de las candidaturas en las elecciones presidenciales de 1964 y 1970: las de los partidos de izquierda y de la Democracia Cristiana. No hay que olvidar que esta última debió apelar a una retórica revolucionaria para impedir (en la primera) o intentar evitar (en la segunda) el triunfo del abanderado de la izquierda.

¿A qué obedecían estas fatales debilidades políticas que comenzó a evidenciar de manera cada vez más clara y pronunciada la izquierda tradicional chilena a medida que transcurría la crítica coyuntura de la situación revolucionaria que empezó a insinuarse, precisamente, a partir de su triunfo en las elecciones presidenciales de 1970? ¿Se trataba simplemente de errores circunstanciales de apreciación del momento político, plasmados en decisiones tácticas equivocadas, enteramente superables en el marco de sus viejos partidos? ¿O eran expresión de falencias más de fondo, referidas a las concepciones programáticas y estratégicas que enmarcaban todo su accionar, impidiéndoles colocarse a la altura de los inmensos desafíos planteados en esas críticas circunstancias?

La Liga Comunista surgió como proyecto político partidario intentando responder de un modo coherente a tales interrogantes y comprendiendo también que para ello resultaba necesario apoyarse no solo en el conocimiento de la experiencia histórica acumulada por el movimiento obrero y revolucionario en Chile sino también a escala mundial. Solo ese horizonte visual mayor hacía posible contar con una perspectiva suficientemente amplia para, por una parte, descubrir y ponderar los factores que habían incidido y contribuido de manera decisiva a configurar el perfil político e ideológico de la vieja izquierda chilena, con sus inevitables limitaciones, y por otra, formular un proyecto político alternativo, en consonancia con la trayectoria y continuidad histórica del movimiento obrero y revolucionario mundial.

Nos proponemos reseñar aquí de manera comprensiva, y a la vez sintética, la trayectoria política de la Liga Comunista a lo largo de las dos décadas que abarcó su experiencia de lucha revolucionaria, lo cual plantea de inmediato la cuestión del modo más apropiado de hacerlo. Reflexionando sobre este mismo problema, el gran revolucionario italiano Antonio Gramsci -cuyo pensamiento político ha sido fuertemente deformado por los epígonos del estalinismo[1]- realizó algunas indicaciones que a este respecto resultan claramente pertinentes. En rigor, no se trata de limitarse a narrar la vida interna de una organización política, con los protagonistas, controversias y situaciones que en mayor medida la hubiesen marcado. También "será necesario tener en cuenta el grupo social del cual el partido en cuestión es la expresión y la parte más avanzada". Pero como, a su vez, la historia de ese grupo o clase social se halla inserto en un contexto más vasto y dinámico,

"sólo del complejo cuadro de todo el conjunto social y estatal ... resultará la historia de un determinado partido, por lo que se puede decir que escribir la historia de un partido no significa otra cosa que escribir la historia general de un país desde un punto de vista monográfico".[2]

En consecuencia, para poder dar cuenta de esta experiencia de un modo suficientemente claro y comprensivo, hemos dividido la exposición que sigue en nueve capítulos. El primero da una cuenta somera de las condiciones históricas, fuertemente marcadas por la crisis de dirección revolucionaria que evidenció la derrota del movimiento obrero y popular chileno en 1973, que explican y justifican el surgimiento de la Liga. El segundo está destinado a describir, en sus aspectos sustanciales, el carácter de la identidad programática de su proyecto político. El tercero se aboca a describir y fundamentar, en sus aspectos esenciales, la orientación política con que la Liga desarrolla su intervención en el combate antidictatorial. A través de los cinco capítulos siguientes se examinan, insertos en el contexto político correspondiente, los distintos momentos de la lucha desplegada por la Liga a lo largo de sus dos décadas de existencia, analizando someramente los principales problemas y debates que marcan cada uno de ellos. Cierra este trabajo un capítulo de conclusiones con las que se intenta realizar una apreciación global de la actividad teórica y práctica que caracterizó la experiencia política de la Liga Comunista de Chile.


[1] Sobre esto ver el trabajo de Chris Harman Gramsci versus el reformismo, disponible en el sitio de internet https://www.marxists.org/espanol/harman/1983/001.htm

[2] Gramsci, Cuadernos de la cárcel, Tomo 4, Editorial Era, México, p.46

Liga Comunista de Chile
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