INFORME DEL COMITE CENTRAL AL TERCER CONGRESO DE LA LCCH


Estimados camaradas:

Nos separan catorce años desde la realización del Segundo Congreso de la Liga. Sabemos perfectamente que para cualquier partido, y más todavía para una organización revolucionaria joven y aún pequeña como la nuestra, este es un lapso de tiempo considerable, en el que se imponía la realización de no sólo uno sino incluso varios Congresos sucesivos. Sin embargo, más allá de cualquier deseo a este respecto, lo cierto es que las durísimas condiciones que nos impuso en estos años el desarrollo de la lucha de clases y sus repercu­siones concretas sobre nosotros en términos de aislamiento político y de brutal represión, tornaron virtualmente imposi­ble que este tipo de eventos pudieran tener lugar de acuerdo con el mandato establecido por nuestros estatutos. Este ha sido para nosotros, lo mismo que para otros destacamentos populares, un período de arduo y sacrificado batallar. Sobre­poniéndose a cada golpe recibido y sorteando cada una de las amenazas y dificultades a que se vio expuesta en estos años, la Liga exhibió empero una extraordinaria vitalidad. Hemos debido pagar un precio proporcionalmente muy alto en este combate sin tregua por la liberación nacional y social de nuestro pueblo, pero podemos decir con orgullo que jamás hemos arriado nuestra bandera. La realización de tres Confe­rencias Exteriores nos permitieron, además, paliar en parte los requerimientos de un Congreso, armándonos de orientacio­nes y decisiones que marcaron profundamente la trayectoria política de la Liga.

En estos años hemos presenciado cambios de gran trascendencia en la arena internacional, cambios que confirman el carácter profundamente revolucionario de la época en que vivimos. Las fuerzas que combaten al imperialismo han alcanzado resonantes victorias en diversos puntos del planeta. Desde la aplastante derrota sufrida por el ejército yanqui en Vietnam hasta la no menos ignominiosa derrota del ejército racista sudafricano en Angola, se han registrado numerosas e importantes luchas emancipadoras entre las que cabe destacar el derrocamiento por las masas populares insurreccionadas de los regímenes ultrarreaccionarios y proimperialistas del Sha en Irán y de Somoza en Nicaragua. Por otro lado, el propio sistema capita­lista mundial se ve enfrentado una nueva, profunda y genera­lizada crisis estructural que incluso en los mismos centros imperialistas ha comenzado ya a golpear severamente el nivel de vida de las masas trabajadoras. No menos significativo es, finalmente, lo que está aconteciendo en los países del llama­do "socialismo real". Caracterizados por el dominio despótico de la burocracia sobre las masas, los regímenes stalinistas de esos países se ven hoy sacudidos por una gran oleada de protestas populares, expresión de una crisis que la fracción más lúcida de la casta gobernante intenta conjurar con la aplicación de programas de reformas económicas y políticas.

En Chile la situación ha experimentado también un vuelco decisivo. Nuevas generaciones han entrado impetuosamente al combate, contribuyendo a dejar definitivamente atrás el trau­ma de la derrota catastrófica de 1973. Las masas han perdido el miedo y buscan hacer patente sus ardientes aspiraciones de justicia y libertad largamente reprimidas, emprendiendo con este fin amplias y combativas movilizaciones antidictatoriales. La correlación de fuerzas se ha tornado aplastantemente a favor de la causa democrática. El régimen fascista se encuentra definitivamente agotado, sin capacidad de iniciati­va política real ante el constante acoso de los más amplios sectores del pueblo que de una u otra forma buscan hacer sentir su descontento y exteriorizar su deseo de un cambio político efectivo. En consecuencia, un cambio de régimen se ha tornado inevitable. Es ante esta perspectiva inminente que todos los sectores del espectro político definen hoy sus respectivas posiciones. Atrincherados exclusivamente en la capacidad coercitiva del aparato militar, los partidarios del régimen se entregan a todo tipo de maniobras y de intri­gas con el exclusivo propósito de confundir al pueblo, desac­tivar sus movilizaciones y escamotear sus más sentidas aspi­raciones de pan, trabajo, justicia y libertad. Otro tanto hacen por su lado los sectores burgueses de oposición, indecorosamente secundados por los sectores más conciliadores de la vieja izquierda.

LA MISION DEL TERCER CONGRESO

El Tercer Congreso de la Liga Comunista se reúne, pues, en un momento de especial trascendencia política para el país. Vivimos tiempos de cambio que están llamados a dejar huellas profundas en el futuro político de la nación. En este contex­to, el Congreso tiene ante sí la misión primordial de avanzar una propuesta revolucionaria consistente para hacer frente a los grandes desafíos que nuestro pueblo tiene actualmente por delante. Como parte inseparable de ello, tenemos que dar cuenta también de la visión que como Partido revolucionario hemos desarrollado en el curso de estos años respecto de la lucha por el avance del comunismo en el mundo. Estamos en­frentados, en suma, a la necesidad de poner rigurosamente al día tanto nuestra línea política como nuestra identidad pro­gramática, en estrecha correspondencia con el curso que efec­tivamente han seguido los acontecimientos de la lucha de clases, tanto a escala nacional como internacional. Esto conlleva también la ineludible necesidad de una reflexión autocrítica dirigida a valorar los pasos que ya hemos dado en esa dirección, a identificar y corregir nuestros errores, y a proponer una vía apropiada para la superación de nuestras actuales debilidades. En esa medida, el Tercer Congreso de la Liga Comunista y las resoluciones que de él emanen estarán llamados a constituir un punto de apoyo decisivo para conti­nuar avanzando e imprimir en definitiva un nuevo y más vigo­roso impulso a la lucha por la democracia y el socialismo.

Como revolucionarios, asumimos la realización de este impor­tante evento partidario vitalmente comprometidos con la in­tensa lucha política que, junto con la inmensa mayoría de los chilenos, libramos hoy para terminar de una vez por todas con el despótico y sanguinario régimen pinochetista. Lo hacemos plenamente concientes de nuestra responsabilidad, teniendo muy presente que el desafío que nuestro pueblo tiene ante sí no es sólo el de terminar con la tiranía fascista, sino también el de abrir paso a un proceso de genuina y profunda democratización del país. Esto es lo que está verda­deramente en juego y esta es, por tanto, nuestra primera y más intensa preocupación. Tampoco se nos escapa el hecho de que esta nueva "batalla de Chile" forma parte de aquella confrontación global, más trascendente y decisiva, que de uno u otro modo compromete al conjunto de la humanidad. La lucha que libramos en este rincón del planeta está indisolublemente ligada a los combates que a escala mundial llevan vigorosa­mente adelante las fuerzas de la paz, el progreso y la justi­cia social contra el imperialismo, la reacción y la barbarie. El Tercer Congreso de la Liga Comunista fijará su posición respecto de estas materias mediante los correspondientes documentos y resoluciones. En consecuencia, nos limitaremos a exponer aquí la visión que tenemos sobre el pasado, presente y futuro de nuestro Partido, el significado de su lucha, sus méritos y sus problemas.

CLARIDAD Y CONSECUENCIA REVOLUCIONARIA

La existencia de la Liga no es fruto del azar ni tampoco producto de decisiones apresuradas o caprichosas. Ella res­ponde, por el contrario, a una exigencia política ineludible. El mundo en que vivimos reclama la imperiosa y urgente nece­sidad de un cambio profundo, de un cambio revolucionario. Sólo ello puede permitirnos afianzar y perfeccionar los avan­ces logrados por la humanidad en el dominio de la naturaleza, preservar las condiciones de la vida en el planeta, superar los grandes conflictos que la amenazan y avanzar decididamen­te hacia un mundo verdaderamente civilizado, solidario y pacífico. No obstante, la crisis de la sociedad actual no podrá ser superada si de su propio seno no surge una fuerza política que sea la portadora conciente de un proyecto revo­lucionario capaz de interpretar y dar satisfacción a los grandes anhelos de liberación y justicia de las grandes mayorías. En esta perspectiva, uno de los grandes obstáculos que debemos remover se encuentra en aquellas diversas formas de degradación teórica, política y organizativa a que ha sido reiteradamente expuesto el gran ideario del comunismo. Desde hace más de seis décadas la principal fuente de esa degradación tiene un nombre muy preciso: se llama stalinismo. El dogmatismo y el reduccionismo en la teoría, la creencia ingenua en la existencia de un "proceso histórico" predeter­minado o, alternativamente, la fe igualmente ciega en la omnipotencia de los aparatos en el terreno de la política, el despotismo burocrático llevado a veces a extremos casi demen­ciales en el plano organizativo, han sido y son las manifes­taciones más frecuentes de este fenómeno pernicioso.

Ya no es posible aceptar que desde la izquierda se pretenda continuar escamoteando esta cuestión, ni ser indulgentes con aquellos que aún persisten en una actitud de abierta compli­cidad. Se requiere una toma de posición categórica, como elemental expresión de claridad y consecuencia revoluciona­ria: para fortalecer la causa del comunismo es indispensable llevar adelante un esfuerzo conciente por reivindicar su significado profundamente humanista y liberador, depurándolo de las aberraciones y rescatándolo del descrédito que el stalinismo trajo consigo. Pero se trata de rescatar ese significado no sólo en las palabras, sino ante todo a través de una práctica de claro contenido internacionalista, demo­crático y revolucionario. Ninguna de las principales corrien­tes que hoy existen en la izquierda chilena ha estado hasta ahora realmente a la altura de este desafío. ¡He ahí la razón de fondo que explica la existencia y la vital tenacidad de nuestro Partido! Nacimos a la vida política para luchar, comprometiéndonos incondicional, irrenunciable y consistente­mente con la gran causa de la revolución proletaria y el socialismo, asumida como la senda que conduce clara y firme­mente hacia la emancipación total y definitiva de la humani­dad. Ese y no otro es el sentido profundo de nuestra lucha. Al reivindicar los principios de Marx, Lenin y Trotsky, los asumimos como una guía fecunda para el pensamiento y la acción revolucionaria, vale decir para un pensamiento abierto y una acción creadora, no sujetos a dogmas ni esquemas pre­concebidos.

ESPIRITU DE PARTIDO Y NO DE FRACCION

Es a partir de esa actitud, genuinamente revolucionaria, que la Liga se esfuerza por entregar su aporte a la gran causa del comunismo. No obstante, lo hacemos sin asumir una postura exclusivista o mesiánica, con la firme convicción de que la revolución proletaria por la que luchamos será obra de la presente generación. La Liga Comunista no parte de la premisa absurda de los sectarios que los lleva a imaginarse que de ellos y sólo de ellos depende la suerte de la revolución. En los albores del movimiento socialista, cuando aún estaba por delante la inmensa tarea de organizar y politizar a las amplias masas trabajadoras, pudo haber base para una concep­ción semejante. La realidad política del presente es, sin embargo, bastante distinta y exige también una actitud dis­tinta. El movimiento obrero y popular cuenta ya con una rica y variada tradición de lucha y organización y sus destacamen­tos de vanguardia se hallan vinculados por mil conductos diferentes a una multiplicidad de grupos y corrientes políti­cas de inspiración socialista e incluso revolucionaria. Cier­tamente, muchos de estos grupos carecen de toda consistencia y sólo representan una respuesta elemental y pasajera a algunos de los problemas que el desarrollo de la lucha de clases plantea ante nosotros. Pero hay también corrientes que, a pesar del carácter contradictorio de sus propuestas y vacilante de su accionar, han logrado al menos forjar tradi­ciones de lucha que se encuentran fuertemente arraigadas en sectores, a veces muy importantes, de nuestro pueblo.

Una estrategia revolucionaria consistente no puede pasar por alto esta realidad. Tampoco puede encararla simplemente a partir de un viejo y anquilosado doctrinarismo que sólo conciba la posibilidad de avanzar por la senda de la revolu­ción mediante el éxito previo de sus cruzadas evangelizado­ras. La experiencia indica que semejantes manifestaciones de integrismo sólo condenan a la impotencia. La impugnación del reformismo se muestra, en cambio, eficaz cuando los revolu­cionarios son capaces de realizarla en el terreno de la acción, organizando y movilizando unitaria y combativamente a sectores cada vez más vastos del pueblo trabajador. Si la revolución proletaria ha de ser, como esperamos, obra de esta generación, lo más probable es que ella se abra paso arras­trando a los destacamentos más serios, aguerridos y conse­cuentes del movimiento obrero y popular hacia el terreno de una acción política concertada. El desenvolvimiento progresi­vo de la lucha de clases irá imponiendo, en otros términos, el surgimiento de una vanguardia política compartida de la revolución. La construcción de una alternativa proletaria debe partir entonces de una clara comprensión de esta posibi­lidad y concebirse a sí misma como un aporte activo, cons­tructivo y permanente en esa dirección. Exige, en suma, acentuar en todo momento un espíritu de partido por sobre un estrecho espíritu de fracción.

UNA SITUACION MAS FLUIDA EN LA IZQUIERDA

La conclusión anterior se ve por lo demás reforzada por la situación relativamente fluida que se experimenta actualmente al interior de la izquierda en la que, como contrapartida del curso reaccionario que han seguido la mayor parte de las fracciones surgidas del viejo PS, se puede observar el desa­rrollo de una evolución progresiva en corrientes importantes como el PC y el MIR. Particularmente significativa nos parece a este respecto la discusión que ha tenido lugar en el PC con motivo de su XV Congreso. En ella se sometió a una dura crítica la orientación reformista que mantuvo ese partido durante el período de la Unidad Popular, reconociéndosela como una de las principales causas de la derrota. Además, el PC se ha hecho eco de la crítica al período staliniano y ha aprobado una orientación que no puede dejar de dar cuenta del alto grado de radicalización política alcanzado en estos últimos años por el grueso de su militancia. Más allá de lo insuficiente y contradictorio que puedan ser este tipo de procesos, lo cierto es que ellos representan un avance real que no podemos ni debemos desconocer. A la base de esa evolu­ción se hallan factores de origen aparentemente muy diverso, pero todos ellos son en última instancia expresión de un fenómeno decisivo: la crisis irreversible del stalinismo.

La necesidad de avanzar hacia grados cada vez mayores de concertación para el impulso de la movilización unitaria y combativa de las masas se está tornando por tanto, no sólo más necesaria, sino también mucho más posible. Incluso si se diera aquella variante "clásica" a la que todavía muchos se aferran, de un partido revolucionario que sin el concurso de otras fuerzas logra colocarse a la cabeza de una insurrección popular victoriosa, variante que como hemos dicho nos parece altamente improbable para Chile, tampoco ella estaría exenta de inconvenientes. El florecimiento de una verdadera democra­cia socialista después del triunfo de la revolución, que ponga el poder efectivamente en manos del pueblo trabajador, requerirá sin duda alguna de una auténtica pluralidad de partidos. De lo contrario nos veríamos inexorablemente forza­dos a repetir aquellas nefastas experiencias de despotismo burocrático que hasta ahora han degradado, en una u otra medida, a cada uno de los "socialismos reales". Y si tenemos conciencia de ese riesgo no hay razón alguna para no comenzar a trabajar desde ya en prevenirlo. Es preciso enterrar de una vez por todas el dogma staliniano del "partido único" y abrirse claramente a la idea del protagonismo popular, de la democracia directa y participativa.

SOLO HEMOS DADO LOS PRIMEROS PASOS

Al reconocer como una posibilidad muy cierta la eventualidad de una vanguardia compartida de la revolución, no estamos menoscabando, por cierto, la importancia del rol que la Liga está llamada a desempeñar en esta empresa revolucionaria. Sólo estamos situándolo en una perspectiva que, teniendo en cuenta la realidad política actual de la izquierda, nos parece más justa y conveniente. Tenemos, sin complejos de ningún tipo, una muy alta valoración de la misión que, como destacamento revolucionario de vanguardia, le corresponde a nuestro Partido. Aún cuando su aporte llegara a ser a la postre cuantitativamente modesto, de todos modos éste conti­nuaría siendo indispensable. Y ello porque con vanguardia compartida o sin ella, tanto por su programa como por sus actos, la Liga representa más consecuentemente que cualquier otra corriente el punto de vista del proletariado en la lucha de clases. Ella no sólo ha simbolizado hasta ahora la defensa irreductible de una postura revolucionaria consistente sino también la voluntad indoblegable y tenaz de sostenerla contra viento y marea hasta sus últimas consecuencias. Ha sido y continuará siendo la expresión de un compromiso a toda prue­ba. Por lo tanto, su activa presencia en los combates de nuestro pueblo representará siempre un factor de organiza­ción, impulso y conducción necesario para un más claro, dinámico y vigoroso avance de la lucha revolucionaria.

Es evidente, sin embargo, que a pesar de todos sus méritos, la Liga no ha podido o no ha sabido superar todavía los más grandes escollos que se interponen en su camino, impidiéndole proyectarse con la fuerza y el empuje necesarios sobre el escenario político del país. Su exhortación a construir una alternativa revolucionaria que haciendo pie en las experien­cias acumuladas, tanto a escala nacional como internacional, sea capaz de asumir consistente y consecuentemente el punto de vista del proletariado en la lucha de clases, aún no logra arraigar con fuerza en sectores que son claves para el éxito de esta empresa, como lo son, en primer lugar, el movimiento obrero y, secundariamente, el movimiento estudiantil. En este sentido, todo lo que hemos hecho hasta ahora sólo representa los primeros pasos hacia la concreción de la inmensa tarea que nos hemos propuesto. Para que todos los sectores que comparten con nosotros esa misma aspiración a construir una alternativa revolucionaria consecuente puedan ver en la Liga una posibilidad real de hacerlo y comiencen a sumarse activa­mente a este esfuerzo, es decir, para que la Liga pueda transformarse en un efectivo polo catalizador capaz de rever­tir la tendencia a la dispersión que hoy día se observa entre los sectores que tienden a la revolución, el desafío princi­pal que hoy tiene por delante consiste, precisamente, en superar rápidamente estas carencias.

NECESITAMOS DAR UN GRAN SALTO HACIA ADELANTE

Es, por lo tanto, fundamental para las perspectivas de nues­tro proyecto revolucionario que la Liga logre desarrollar al más breve plazo posible una presencia activa, pujante y destacada en el seno del proletariado y de los estudiantes. Es cierto que su desarrollo no se encuentra estancado, que está creciendo y fortaleciéndose en todos los terrenos, pero también lo es que todavía lo hace en una medida y a un ritmo que son claramente insuficientes. Necesitamos dar un gran salto hacia adelante en la construcción de nuestro Partido. No se trata sólo de imprimirle un impulso más vigoroso al desarrollo de todas nuestras tareas, sino también de mejorar sustancialmente la calidad y la eficacia de nuestra labor de agitación y propaganda revolucionaria, concentrando nuestros mayores y mejores esfuerzos en el objetivo de implantar firmemente a la Liga en el seno de los sindicatos. La crisis del régimen fascista ha abierto la posibilidad de una irrup­ción más vigorosa y combativa de las amplias masas populares en la escena política del país en demanda de sus postergadas reivindicaciones de pan, trabajo, justicia y libertad. Pero el que esa posibilidad se transforme en realidad dependerá, como siempre, de la correlación de fuerzas imperante. En consecuencia, tenemos el urgente e imperativo deber de colo­carnos rápidamente en condiciones de aprovechar a fondo cada una de las oportunidades que el desenvolvimiento de la lucha de clases nos brinde para hacer avanzar firme y decididamente la causa de la revolución.

Al examinar las causas que explican la situación de debilidad política y organizativa en que todavía se halla nuestro Partido, no resulta difícil reparar en aquellas de origen externo, vale decir, en el cúmulo de circunstancias desfavo­rables que han rodeado el surgimiento y la historia ulterior de la Liga: su constitución inicial de modo completamente independiente del resto de las organizaciones de la izquierda y cuando todas ellas, encaminándose con la vista vendada hacia el despeñadero del fascismo, vivían el momento de su mayor popularidad, el número extremadamente pequeño de quienes dieron ese primer paso, el repliegue inmediato y forzado a la clandestinidad a consecuencia del golpe fascista de 1973, los duros golpes represivos que recibió posterior­mente y que le arrebataron un número proporcionalmente alto de sus escasos cuadros, la cuota inevitable de deserciones que las duras condiciones de esta lucha trajo aparejada, el exilio posterior de un porcentaje también elevado de sus militantes y, finalmente pero no menos significativa, las fuertes tendencias desintegradoras a que se vio expuesta a consecuencia de su vinculación con el movimiento trotskista internacional y la profunda crisis política, organizativa y moral en que éste se debate. Gracias al temple de sus mili­tantes, la Liga pudo hacer frente y sobreponerse a todas y cada una de esas adversidades, pero ciertamente no podía dejar de pagar por ellas un alto costo político y organiza­tivo.

CENTRO Y MOTOR DEL TRABAJO REVOLUCIONARIO

No obstante, si queremos sacar provecho de la experiencia para visualizar mejor el carácter de las tareas que tenemos por delante, debemos tener presente también nuestras propias insuficiencias en el terreno organizativo, especialmente si ellas son expresión de confusiones respecto del modo en que nos corresponde articular la totalidad del trabajo partida­rio. La Liga ha sostenido reiteradamente que todo su accio­nar se funda en la imperiosa y urgente necesidad de construir un Partido Revolucionario de Combate que intervenga activa­mente en la lucha de clases como un auténtico destacamento de vanguardia de las amplias masas obreras y populares, siempre tratando de organizar, impulsar y conducir las luchas de nuestro pueblo con una clara y firme determinación de vencer. Por sí sola, esta definición coloca claramente las cosas en su lugar. Si la misión del Partido es organizar, impulsar y dirigir la lucha de las masas, el centro de gravedad de todo su accionar no puede ser más que el desarrollo de una vasta, sistemática y tenaz labor de agitación política en las filas de la clase obrera y el pueblo. Sus mayores preocupaciones deben estar dirigidas a proporcionar una respuesta clara y precisa a los problemas que, para el eficaz cumplimiento de esta misión, surgen y se plantean en cada momento. La agita­ción política revolucionaria está llamada a constituir, por tanto, el verdadero eje articulador de la actividad partida­ria, el centro y motor de todo su trabajo revolucionario. Se trata de saber en todo momento qué hacer y cómo hacerlo, traducido en propuestas de organización y consignas de lucha que, apuntando claramente, hacia el objetivo estratégico de la revolución, puedan ser efectivamente acogidas por las masas.

Es pues en este terreno, el de la agitación política sistemá­tica, donde se plasma una verdadera política revolucionaria. Esta es la premisa de la que partimos. Pero para que esa política sea efectivamente revolucionaria debe guardar ade­más, en todo momento, una clara e inequívoca relación con el objetivo estratégico principal del combate que es la conquis­ta del poder. Debe, en términos más precisos, permitirnos avanzar hacia ese objetivo que es el que en definitiva orien­ta y confiere sentido a cada uno de los pasos que damos. Por otro lado, el alcance y la velocidad de estos pasos se hallan siempre condicionados por la correlación de fuerzas políticas imperante en cada momento o coyuntura de la lucha de clases. Es importante tener siempre muy presente esta relación dia­léctica entre la parte ‑en este caso la táctica de interven­ción o la labor a nivel local‑ y el todo ‑la orientación estratégica o la labor global del Partido‑ porque sólo ella ilumina y permite comprender con claridad el verdadero signi­ficado de cada acción en el marco de una política revolucio­naria consistente como la nuestra. De lo contrario se es fácil presa de la impaciencia o del oportunismo y se sucumbe inexorablemente a todo tipo de desviaciones. Si, teniendo en cuenta lo anterior, pasamos a examinar ahora la realidad política y organizativa de la Liga a lo largo de todos estos años, constataremos la presencia de a lo menos tres problemas que han dificultado permanentemente el desarrollo de nuestro trabajo partidario.

FORTALECER LAS INSTANCIAS DE DIRECCION

Uno de esos problemas concierne al carácter excesivamente restringido, y en una importante medida fortuito, de las instancias que han tenido hasta ahora la responsabilidad de dirigir a la Liga. Las tareas que plantea el desarrollo de la lucha revolucionaria son de una envergadura gigantesca. Se trata ante todo de forjar una poderosa voluntad colectiva, consciente, aguerrida y disciplinada. La insustituible mi­sión de la Dirección es la de ser guía y motor de este esfuerzo. Sin embargo, como inevitable expresión del carác­ter aún primario de su propio desarrollo, la Liga aún no cuenta con un equipo de Dirección que por su grado de ampli­tud, capacidad política y nivel de profesionalismo esté cla­ramente a la altura de este desafío, imprimiéndole toda la fuerza, el dinamismo, la creatividad y la confianza en sí misma que ella requiere para alcanzar sus objetivos. Este es, sin duda, un problema crucial y sus implicancias son fáciles de comprender. ¿Cómo encararlo? Lo más inmediato y lo más obvio es mantener una constante preocupación por adecuar los criterios, métodos y estilos de funcionamiento de las actua­les instancias de Dirección a las exigencias políticas y organizativas cada vez mayores que nos plantea el desarrollo de la lucha de clases. Tenemos plena conciencia de lo impor­tante que es desplegar un esfuerzo sistemático por superar ese modo intuitivo, improvisado y hasta descoordinado con que frecuentemente se encaran los problemas y se fijan las ta­reas, procurando avanzar hacia niveles superiores de regla­mentación, planificación y control de toda la actividad partidaria.

Más allá de lo inmediato, continúa planteada la necesidad de ir constituyendo ese equipo de Dirección amplio, capacitado y profesional que la Liga requiere para poder cumplir a cabali­dad su insustituible misión revolucionaria. Existen básica­mente dos vías, de ningún modo excluyentes sino más bien complementarias, para avanzar en esa dirección: la primera, esforzarnos por captar y homogeneizar cuadros ya formados y suficientemente experimentados; la segunda, preocuparnos de formar y capacitar nuevos cuadros dirigentes que, a la par de su desarrollo, vayan surgiendo de las propias filas de la Liga. Siendo excesivamente aleatorios los resultados que se podrían obtener de la primera, lo que corresponde es centrar seriamente nuestros mayores y mejores esfuerzos en la segun­da. Una cuestión clave en todo esto es la de los criterios que deben tenerse en cuenta para la selección y promoción a cargos de responsabilidad partidaria. Es un error bastante habitual el que, ante una decisión de esta naturaleza, se opte por privilegiar el nivel de cultura política por sobre el nivel de compromiso real con las tareas del Partido, error que cabe relacionar con ciertos resabios de corte propagan­dista. En el marco de la organización que estamos empeñados en construir, lo que corresponde es priorizar en el sentido contrario, colocando en los primeros lugares de la escala el nivel de compromiso revolucionario, la seriedad organizativa y el espíritu de superación con que cada militante encara el desarrollo de su trabajo partidario. Por supuesto que la cultura política también es muy importante y que necesita ser constantemente enriquecida, pero sin esas tres cualidades básicas que mencionamos no nos serviría de mucho puesto que no estaríamos en presencia de un verdadero cuadro revolucio­nario.

LA FUNCION DEL ORGANO CENTRAL

Un segundo problema, estrechamente vinculado con el anterior, atañe al grado en que el Órgano Central (OC) ha sabido hacer­se eco de los constantes esfuerzos que despliegan las instan­cias de Dirección por organizar, impulsar y conducir el trabajo político de la Liga. Saltan inmediatamente a la vista numerosas insuficiencias. Sin embargo, no se trata de juzgarlas en base a criterios excesivamente rígidos, puesto que, por lo general, ellas han estado fuertemente condiciona­das por las circunstancias del momento. De lo que más bien se trata es de fijar ciertos principios rectores que nos permitan orientar con mayor claridad hacia el futuro los esfuerzos que destinamos a esta tarea. La función principal del OC es la de cohesionar al conjunto del Partido y a los sectores de vanguardia que se encuentran bajo su influencia en torno a aquellas propuestas y planteamientos que mejor traduzcan a las necesidades y posibilidades de cada coyuntura su línea de acción revolucionaria. En otros términos, en torno a aquellas consignas que mejor expresen en cada momento la necesidad de que la clase obrera y el pueblo se organicen y luchen por sus derechos. Partiendo de esa premisa, el OC no puede limitarse a ser un instrumento de propaganda (explica­ción y defensa de nuestras ideas) ni tampoco, en un sentido estricto, un órgano de agitación revolucionaria (llamado inmediato a la acción), sino ante todo un organizador colec­tivo, vale decir un instrumento del Partido destinado a instruir, cohesionar y lanzar al combate al conjunto de sus efectivos.

Concebida de este modo la función del OC, lo que corresponde es disponer sus contenidos de modo que ellos expresen con fuerza la intencionalidad política de la que son portadores. En ese sentido, su voz debe resonar claramente como un llama­do unitario a la acción. El análisis de la coyuntura políti­ca, el debate ideológico, el reportaje a las experiencias locales, etc., deben estar invariablemente subordinados a las necesidades de la agitación y dirigidas a un mismo y único fin: exponer, fundamentar y legitimar una orientación de lucha clara y precisa. Hay que demostrar que las acciones que propiciamos son a la vez realistas, necesarias y legítimas, que la lucha a la que convocamos no sólo es posible, sino que constituye además el único camino efectivo para que el pueblo pueda hacer valer sus derechos, intereses y aspiraciones. El OC debe destacar y valorar también en el más alto grado la infatigable labor que realiza el Partido, la extraordinaria importancia de su misión y la necesidad permanente de forta­lecer su presencia activa en todos los escenarios. Para nosotros, el problema no reside tanto en comprender la nece­sidad de atenernos estrictamente a estos criterios como en estar realmente en condiciones de hacerlo. Aunque ya hemos avanzado bastante en la dirección indicada, el OC exhibe todavía serios altibajos en la elaboración de sus contenidos y grandes deficiencias en la calidad de su presentación.

EL TRABAJO POLITICO EN LA BASE

Un tercer problema que aún debemos superar es la falta de claridad que frecuentemente observamos en el desarrollo del trabajo de las organizaciones de base del Partido. La tarea fundamental de las células no es otra que la de llevar la línea de acción revolucionaria de la Liga al seno de las masas populares. Esto significa, muy concretamente, asumir en el terreno de la agitación a nivel local las orientacio­nes, instrucciones y consignas contenidas en el OC. Por regla general, los llamados directos a la acción sólo pueden efec­tuarse en el momento y lugar mismo de la acción. Ello le confiere a la actividad de las células una importancia decisiva en la concreción final de todo el trabajo partidario. Sólo si las células se muestran capaces de desempeñar eficaz­mente su insustituible misión de enraizar al Partido en las masas y conquistar en ellas una posición dirigente, éste podrá finalmente cumplir el papel que le corresponde. La actividad de las células no debe adquirir, por tanto, un carácter rutinario, ni mucho menos estar prioritariamente orientada en una dirección diferente. Por el contrario, hay que asumirla con la mayor claridad, entereza, tenacidad, iniciativa y creatividad posibles. En nuestra lucha por las masas, cada célula debe ocupar su lugar. Sólo excepcionalmen­te el Partido puede admitir la existencia de células cuya constitución y funcionamiento no obedezca a este criterio.

Aparte de su tarea principal en el terreno de agitación política, cada célula tiene, por cierto, el deber de desarro­llar otras tareas. Lo que se debe tener presente, sin embar­go, es que desvinculadas de la labor de agitación ellas carecerán de sentido o se traducirán en un esfuerzo completa­mente infructuoso. Concretamente, es una responsabilidad de las células velar por la constante elevación de los niveles de formación y capacitación de cada uno de sus integrantes, como lo es asimismo la realización de periódica de aquellas tareas que permitan reunir los recursos que son necesarios para sostener tanto sus actividades como las del Partido en su conjunto. También cabe esperar de las células una labor de captación de nuevos militantes mucho más enérgica, persisten­te y variada que la desplegada hasta ahora. Haciendo pie una vez más en aquellas premisas que están a la base de todo este razonamiento, y sin que ello constituya una disyuntiva que obligue a optar por lo uno o lo otro, debemos asignar priori­dad a la capacitación (formación de dirigentes) respecto de la mera formación (adquisición de conocimientos teóricos) puesto que nuestro principal interés está en hacer de cada uno de nuestros militantes un verdadero agitador revoluciona­rio, claro y convincente en la palabra, impetuoso y audaz en la acción. Sólo con militantes educados en ese espíritu, actuando siempre en forma coordinada y con el respaldo polí­tico y moral de todo el Partido, seremos capaces de acrecen­tar la autoridad política de la Liga en el seno de las masas y asumir un efectivo rol de vanguardia en la conducción de sus luchas.

LA DECISIVA IMPORTANCIA DE LOS ESCENARIOS LOCALES

Pasando revista a los tres problemas que hemos examinado aquí, volvemos a nuestro punto de partida: para ser efectiva y alcanzar sus objetivos, la agitación política a nivel local no sólo debe estar dirigida a las masas en general, sino volcada de lleno en aquellas organizaciones que agrupan a sus destacamentos de vanguardia, sean éstas un sindicato, un centro de alumnos, un comité poblacional u otras. Es allí, por lo demás, donde se nos abren hoy mayores posibilidades de crecer. Lo clave es que efectivamente se trate de organi­zaciones de masas y no de meras instancias de carácter cupu­lar. No debemos pasar por alto la decisiva importancia que, sobre todo para una organización aún pequeña como la nuestra, pueden llegar a adquirir las experiencias de lucha que se desarrollan a nivel local, en el marco de una determinada industria, obra, escuela o población. Con una conducción adecuada cada una de esas experiencias puede transformarse en un ejemplo destacado, digno de ser imitado por otros secto­res, o incluso en un detonante directo de luchas mucho mayo­res. Por lo demás, este sería para la Liga el modo más conve­niente y eficaz de acceder al escenario político nacional puesto que le permitiría estar en condiciones de mostrar, a la luz de ejemplos concretos de lucha a nivel local, el real sentido, valor y trascendencia de sus propuestas. Tenemos, por tanto, la obligación de aprovechar a fondo cada posibili­dad que se nos abra para vincularnos activamente a las masas y para extender luego, tan rápidamente como sea posible, el prestigio y la autoridad política de la Liga.

Al mismo tiempo, es necesario que cobremos una clara concien­cia de la necesidad de superar el carácter fragmentario y discontinuo de nuestras denuncias y llamados, sobre todo cuando ellos responden a objetivos que exigen pasar rápida­mente de las palabras a los hechos. En este sentido resulta imperativo que podamos dar un carácter más sistemático a nuestra labor de agitación política y, también en otro plano, a tareas partidarias como las de financiamiento y captación de militantes. El modo más idóneo de hacerlo es la organiza­ción regular y planificada de campañas, sea que giren en torno a objetivos políticos de significación nacional (p.ej. por la libertad de los presos políticos, por el no pago de la deuda externa, etc.), que estén más directamente vinculadas a la política que levantamos para un determinado sector del movimiento de masas o que simplemente respondan a las necesi­dades de nuestro propio desarrollo como organización revolu­cionaria. En suma, la organización de campañas que nos permitan concentrar y articular la mayor parte de la activi­dad partidaria, imprimiéndole un mayor grado de coordinación y de eficacia. La Liga tiene todavía escasa experiencia a este respecto, pero es indispensable que comience ahora a adquirirla.

CINCO PRINCIPIOS FUNDAMENTALES

Atendiendo a lo primordial y esquematizando al máximo, pode­mos decir que nuestro trabajo de masas, dirigido a hacer cada vez más de la Liga un efectivo destacamento de vanguardia del movimiento obrero y popular, debe estar claramente estructu­rado sobre la base de cinco principios fundamentales : 1) Ir a las masas, acercarse resueltamente a ellas y convocarlas al combate (agitar, hacer conciencia, conversar en torno a ini­ciativas específicas); 2) Organizar seria y decididamente la movilización y la lucha de las masas (elaborar los planes de acción, asumir las iniciativas y proponer los lugares de encuentro, discusión y decisión colectiva que se requieran para llevar adelante los combates); 3) Extender y unificar la lucha de las masas (convocar a otros sectores de la clase obrera y del pueblo a plegarse a los combates o a solidari­zarse activamente con ellos); 4) Profundizar los objetivos y métodos de la movilización de masas (extraer las conclusiones que corresponda de cada una de las luchas emprendidas, propo­ner nuevas acciones y objetivos que hagan pie en esas expe­riencias y permitan impulsar la lucha hacia adelante, elevan­do el nivel de conciencia política de las masas); 5) Cons­truir Partido en el seno de las masas, especialmente al calor de sus más importantes experiencias de lucha (acercarse a los elementos más destacados, combativos y concientes e invitar­los a incorporarse a la Liga, darles a conocer nuestro pro­grama y nuestra orientación política, aclararles pacientemen­te las dudas).

Enmarcando todo el trabajo de la Liga en un permanente es­fuerzo por hacer realidad cada una de estas orientaciones, estaremos avanzando por la única ruta que nos conduce a paso firme y seguro hacia el triunfo de la revolución proletaria y el socialismo. De una revolución que puede y debe ser obra de esta generación, pero que sólo emergerá como creación colec­tiva de todo un pueblo movilizado. Si nos hemos detenido a examinar aquellos problemas que en más alto grado han difi­cultado hasta ahora nuestro trabajo como organización revolu­cionaria, es precisamente porque tenemos una muy clara con­ciencia de la imperativa y urgente necesidad de superarlos. Sabemos perfectamente que no existen fórmulas mágicas para salir adelante, que sólo mediante un trabajo serio, sacrifi­cado y tenaz lograremos colocar a la Liga en condiciones de cumplir la insustituible misión para la que ella ha sido creada. Pero la perspectiva de un esfuerzo duro y perseveran­te no nos asusta ni nos desmoraliza. ¡Jamás nos postraremos ante las dificultades o los peligros, sean cuales sean las circunstancias de la lucha! Somos los constructores concien­tes de un porvenir mejor para nuestro pueblo y sabremos colocarnos a la altura de esta gran responsabilidad históri­ca. Haremos honor a la memoria de todos nuestros mártires y a los nobles e irrenunciables principios y valores que susten­tan nuestro combate. Y en esta lucha ¡nadie nos trancará el paso!

NUESTRO LLAMADO ES A UNIRSE Y LUCHAR

La sola realización de este Tercer Congreso, hecho con es­tricto apego a las normas democráticas que rigen el funciona­miento de nuestro Partido, constituye ya para nosotros una importante victoria. Estamos seguros que de él emergerá una Liga Comunista más conciente de su misión, más clara y con­sistente en sus propuestas, más cohesionada y audaz en todo sentido. Una Liga Comunista, en suma, ideológica, política y organizativamente fortalecida. Más allá del Congreso, prose­guiremos luchando por abrir camino a la construcción de una alternativa revolucionaria que represente una efectiva supe­ración de aquel nocivo e injustificado divorcio entre la teoría y la práctica que se expresa hoy en la existencia de corrientes que, aferradas a viejos dogmas y orientándose sólo por la imagen mítica de sus deseos, sucumben a un empirismo ciego y desastroso, apenas disimulado con ayuda de una estéril retórica doctrinaria. Sin teoría revolucionaria no puede haber una práctica revolucionaria consistente, del mismo modo que sin esta última no puede desarrollarse y mantenerse viva tampoco una teoría auténticamente revolucio­naria. Nuestro llamado a todos quienes comparten con nosotros este propósito y una misma determinación de combatir sin desmayo por hacerlo realidad es a unirnos y luchar juntos bajo la bandera democrática, revolucionaria e internaciona­lista del auténtico comunismo.

Miramos el futuro con optimismo. Somos expresión de ese formidable clamor de justicia que inexorablemente irá cre­ciendo hasta transformarse en la arrolladora e incontenible marea revolucionaria que acabará para siempre con toda forma de explotación, opresión, discriminación y violencia. Nos hemos puesto de pie para luchar sin claudicaciones por un destino mejor para todos. Vamos a terminar con el bárbaro orden social existente. Un orden social que admite y justifi­ca la presencia de abismales desigualdades entre aquellos pocos que todo lo tienen y los millones de seres humanos que no tienen nada y que se ven diariamente condenados al ham­bre, la miseria, las enfermedades, la falta de trabajo, de educación y de oportunidades. Un orden social que exalta los derechos del hombre pero que en la práctica reniega de ellos a cada paso. Nos identificamos sin reservas con la justa aspiración de construir un nuevo orden económico, social y político a escala universal, basado en el reconocimiento y respeto del derecho de todos a una vida digna, confortable y segura. Y contribuiremos a ello con todas nuestras fuerzas, colocando nuestras propias vidas al servicio de esta causa. Ese ha sido y ese es nuestro más sagrado compromiso.

¡VIVA EL TERCER CONGRESO DE LA LIGA COMUNISTA!

Liga Comunista de Chile
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