
DIALOGO CON UN OBRERO SOCIALISTA
León Trotsky
Prinkipo, 23 de febrero 1933
Este folleto va dirigido a los obreros socialistas, aunque el autor, personalmente, pertenece a otro partido. Los desacuerdos entre comunistas y socialistas son muy profundos. Yo los considero irreductibles. Sin embargo, el curso de los acontecimientos plantea con frecuencia ante la clase obrera tareas que exigen imperiosamente la acción común de estos dos partidos. ¿Es posible esta acción? La experiencia histórica y la teoría atestiguan que es perfectamente posible: todo depende de las condiciones y del carácter de las mencionadas tareas. Desde luego, es mucho más fácil emprender una acción común cuando se trata para el proletariado no de tomar la ofensiva para lograr objetivos nuevos, sino de defender las posiciones adquiridas.
Así es como la cuestión se plantea hoy en Alemania. El proletariado alemán está en una situación tal que se ve obligado a retroceder y abandonar sus posiciones. Es cierto que no faltan bocazas para gritar que estamos en presencia de una ofensiva revolucionaria. Esta gente no sabe donde tiene la mano derecha. No cabe duda de que sonará la hora de la ofensiva. Pero hoy el problema consiste en detener el retroceso que se opera en desorden, y proceder al reagrupamiento de las fuerzas para la defensa. En política, como en el arte militar, comprender un problema significa facilitar la solución. Embriagarse con frases es ayudar al adversario. Lo primero que hay que hacer es ver claramente lo que pasa: el enemigo de clase, es decir, el capital monopolista y la gran propiedad feudal, perdonados por la revolución de noviembre, atacan en todo el frente. El enemigo utiliza dos medios que tienen un origen histórico distinto: 1.- el aparato militar y policíaco, que han preparado todos los gobiernos precedentes que se han colocado sobre el terreno de la Constitución de Weimar; 2.- el nacionalsocialismo, es decir, las tropas de la contrarrevolución pequeñoburguesa, que el capital financiero arma y excita contra los obreros.
El objetivo del capital y de la casta feudal es claro: destruir las organizaciones del proletariado, arrebatarles toda posibilidad no sólo de tomar la ofensiva, sino también de defenderse. Como se ve, veinte años de colaboración de la socialdemocracia con la burguesía no han podido ablandar ni un ápice el corazón de los capitalistas. Esta gente no admite más que una ley: la lucha por el provecho. Y esta lucha la plantea con una resolución feroz e implacable, sin detenerse ante nada y menos aún ante sus propias leyes.
La clase de los explotadores hubiera preferido desarmar y dispersar al proletariado con la menor cuantía de gastos posible, sin guerra civil, con la ayuda de los recursos militares y policíacos de la república de Weimar. Pero ha temido, y con mucha razón, que los medios "legales" fueran por sí solos insuficientes para reducir a los obreros a una situación en que se vieran despojados, en absoluto, de todo derecho. Y para esto ha tenido necesidad del fascismo, como fuerza de complemento. Pero el partido de Hitler, lubricado por el capital monopolista, quiere ser no una fuerza complementaria, sino la única fuerza gobernante de Alemania. Esta situación da lugar a conflictos incesantes entre aliados gubernamentales, conflictos que por momentos toman un carácter agudo. Los salvadores no pueden darse el lujo de entregarse a recíprocas intrigas más que porque el proletariado abandona sus posiciones sin combate y se bate en retirada sin plan, sin sistema y sin dirección. El enemigo se ha desatado de tal forma que no se detiene a examinar dónde y cómo descargar el golpe siguiente: atacando de frente; hendiendo primero el flanco izquierdo comunista; lanzándose a fondo sobre los sindicatos; cortando las comunicaciones, etc... Los explotadores, salvados por la república de Weimar, desertan de la misma como si se tratara de una vieja gamella; solamente se preguntan si sería bueno utilizarla todavía algún tiempo o si se debe arrojar desde ahora a la basura.
La burguesía disfruta de una completa libertad de maniobra, es decir, de la libertad de elegir medios, tiempo y lugar. Los jefes combinan las armas de la ley y las armas del bandolerismo. El proletariado, ni combina nada, ni se defiende. Sus tropas están divididas y sus jefes divagan tranquilamente sobre la cuestión de saber si hay motivo en general para combinar sus fuerzas. En esto reside el fondo de las interminables discusiones sobre el llamado frente único. Si los obreros de vanguardia no adquieren conciencia de la situación y no intervienen imperiosamente en el debate, el proletariado alemán se verá crucificado durante años en la cruz del fascismo.
Posiblemente, al llegar aquí, mi interlocutor socialista me interrumpa y me diga: "¿No será ya demasiado tarde para que vengas a propagar el frente único? ¿Qué has hecho antes?" Esta objeción no sería justa. No es la primera vez que planteamos la cuestión del frente único de defensa contra el fascismo. Me permitiré repetir lo que yo mismo dije a este respecto en septiembre de 1930, después del primer éxito grande de los nacionalsocialistas. Dirigiéndome a los comunistas, escribía:
"El partido comunista debe llamar a la defensa de las posiciones materiales y morales que la clase obrera ha logrado conquistar en el Estado alemán. Va en ello directamente la suerte de las organizaciones políticas, de los sindicatos, de los periódicos e imprentas, de los clubs, de las bibliotecas, de la clase obrera, etc. El obrero comunista debe decir al obrero socialista: "La política de nuestros partidos es inconciliable; pero si los fascistas vienen esta noche a saquear el local de tu organización, yo iré en tu socorro con las armas en la mano. ¿Me prometes tú que si el mismo peligro amenaza a mi organización vendrás de la misma manera en mi ayuda?" He aquí la quintaesencia de la política del período actual. Toda la propaganda debe ponerse a tono con este diapasón.
"Cuanto más seria, obstinada y reflexivamente llevemos a cabo esta agitación...; cuanto mejor realicemos en cada fábrica, en cada cuartel, en cada barrio obrero, medidas activas de organización de la defensa, menos peligro habrá de ser sorprendidos de improviso por el ataque de los fascistas, y tanto mayor será nuestra certidumbre de que este ataque, en lugar de destruir, fortalecerá las filas obreras."
El folleto del cual extracto estas líneas fue escrito hace dos años y medio. No creo que se pueda dudar hoy que si esta política hubiera sido adoptada a tiempo, Hitler no sería actualmente canciller y las posiciones del proletariado alemán serían inexpugnables.
Pero no es cosa de volver atrás. A consecuencia de las faltas cometidas y del tiempo perdido estúpidamente, el problema de la defensa es hoy infinitamente más difícil; pero la tarea subsiste enteramente. Todavía es hoy posible modificar la proporción de las fuerzas en favor del proletariado. A este objeto hace falta un plan, un sistema, una combinación de las fuerzas en vista de la defensa, Pero ante todo es preciso estar poseído de la voluntad de defenderse. Tengo que agregar que sólo se defiende bien aquél que no se limita solo a la simple defensa, sino que, a la primera ocasión, está dispuesto a pasar a la ofensiva. ¿Qué actitud adoptan los socialistas con respecto a esta cuestión?
Los jefes socialistas proponen al Partido Comunista establecer un "pacto de no agresión". Al leer por primera vez esta frase en el Vorwärts,[1] lo consideré una broma de mal gusto. Por supuesto, la fórmula del pacto de no agresión está hoy en boga y es el eje de todas las discusiones. La dirección socialista no está desprovista de políticos experimentados y hábiles. Con tanto mayor motivo debemos preguntarnos cómo han podido elegir esta consigna, que va contra de sus propios intereses.
La fórmula ha sido tomada de la diplomacia. El sentido de este género de pactos consiste en lo siguiente: que dos Estados que tienen suficientes motivos de guerra se comprometen por un periodo determinado a no recurrir, el uno contra el otro, a la fuerza de las armas. La Unión Soviética, por ejemplo, ha firmado un pacto semejante, rigurosamente circunscrito, con Polonia. En caso de que la guerra estallara entre Alemania y Polonia, el mencionado pacto no obligaría, de ninguna manera, a la Unión Soviética a defender a Polonia. La no agresión es la no agresión, y nada más. Ella no implica, ni mucho menos, la acción común para la defensa; por el contrario, esta acción queda excluida, sin lo cual el pacto tendría otro carácter y se llamaría con otro nombre.
¿Qué sentido dan, pues, los dirigentes socialistas a esta fórmula? ¿Amenazarán los comunistas con saquear las organizaciones socialistas? ¿O bien, se dispondrá la socialdemocracia a emprender una cruzada contra los comunistas? A decir verdad, se trata de otra cosa. Si se quiere servir del lenguaje de la diplomacia, habría que hablar no de un pacto de no agresión, sino de una alianza defensiva contra un tercero, es decir, contra el fascismo. El objetivo no consiste en detener o en conjurar una lucha armada entre comunistas y socialistas, sino en combinar las fuerzas de los socialistas y de los comunistas contra el ataque a mano armada, emprendido ya contra ellos, de los fascistas.
Por increíble que esto pueda parecer, los jefes socialistas sustituyen la cuestión de la defensa real,contra los actos a mano armada del fascismo, por la cuestión de la controversia políticaentre comunistas y socialistas. Es exactamente lo mismo que si se sustituyera la cuestión de saber cómo prevenir el descarrilamiento de un tren, por la cuestión de la necesidad de una cortesía recíproca entre los viajeros de segunda y tercera clase.
El mal está, con todo, es que la desdichada fórmula del "pacto de no agresión" no podrá servir ni siquiera para la finalidad subalterna en cuyo nombre se ha traído por los cabellos. El compromiso adquirido por dos Estados de no atacarse mutuamente, no suprime, ni con mucho, su lucha, sus polémicas, sus intrigas y sus maniobras. Los periódicos oficiosos polacos, a pesar del pacto, hablan de la Unión Soviética con la espuma en la boca. Por su parte, la prensa soviética está lejos de hacer cumplidos al régimen polaco. A decir verdad, los jefes socialistas han hecho falsa ruta al tratar de sustituir las tareas políticas del proletariado por una fórmula diplomática convencional.
Los más prudentes periodistas socialistas traducen su pensamiento en este sentido: que ellos no son adversarios de una "crítica basada en los hechos", pero están contra las suspicacias, las injurias y las calumnias. Es ésta una actitud loable. Pero, ¿cómo encontrar el límite entre la crítica permitida y las campañas inadmisibles? ¿Y dónde están los jueces imparciales? En regla general, la crítica no agrada jamás al criticado, sobre todo cuando no puede objetar nada esencial. La cuestión de saber si la crítica de los socialistas es buena o mala, es cosa aparte. Si los comunistas y los socialistas tuvieran a este respecto la misma opinión, dejarían de ser en todo el mundo dos partidos independientes el uno del otro. Admitamos que la polémica de los comunistas no valga mucho. ¿Es que esto atenúa el peligro mortal del fascismo o suprime la necesidad de una defensa común? Tomemos, sin embargo, el reverso de la medalla: la polémica de la socialdemocracia contra el comunismo. El Vorwärts (me guío por un número que tengo en la mano) publica el discurso que ha pronunciado Stampfer a propósito de un pacto de no agresión. En este mismo número hay una caricatura que lleva como pie: "Los bolcheviques firman un pacto de no agresión con Pilsudsky, pero rehúsan establecer un pacto semejante con la socialdemocracia". Una caricatura así ya es una "agresión" polémica, y como ocurrencia es, además, francamente desgraciada. El Vorwärts olvida simplemente que un tratado de no agresión existía entre los Soviets y Alemania en una época en que el socialista Müller estaba al frente del gobierno del Reich. El Vorwärts del 15 de febrero, en la misma página, defiende en la primera columna la idea de un pacto de no agresión, y en la cuarta columna acusa a los comunistas de que su Comité de empresa de la casa Aschinger ha traicionado los intereses de los obreros al tratarse de la conclusión de las nuevas tarifas. Aquí se dice "traicionado".
El secreto de esta polémica (¿crítica basada sobre los hechos o campaña de calumnias?) es muy simple: en la casa Aschinger debían tener lugar nuevas elecciones del Comité de empresa. ¿Se puede exigir del Vorwärts que ponga fin, en interés del frente único, a los ataques de este género? Para esto sería necesario que el Vorwärts cesara de ser él mismo, es decir, un periódico socialista. Si el Vorwärts cree lo que escribe respecto de los comunistas, su primer deber es abrir los ojos de los obreros sobre las faltas, los crímenes, y la "traición" de éstos. ¿Cómo podría ser de otra manera? La necesidad de un acuerdo de combate se desprende de la existencia de dos partidos; pero ello, por sí solo, no suprime el hecho. La vida política continúa. Cada partido, aún adoptando la más honrada actitud respecto del frente único, no puede dejar de pensar en su porvenir.
Imaginaos un instante que un miembro comunista del Comité de empresa de la casa Aschinger declara al miembro socialista: "Puesto que el Vorwärts ha calificado mi actitud en la cuestión de las tarifas de acto de traición, yo no quiero defender contigo mi cabeza de las balas fascistas". Por muy indulgente que uno quisiera ser, no podría menos que calificar esta salida de inepta. EI comunista sensato, el bolchevique serio, dirá al socialista: "Tú conoces mi hostilidad hacia el Vorwärts. Me dedico y me dedicaré con todas mis fuerzas a minar la influencia nefasta que este periódico tiene entre los obreros. Pero yo lo hago y lo haré por la palabra, por la crítica y por la persuasión. Los fascistas quieren destruir físicamente el Vorwärts. Yo te prometo defender contigo tu periódico hasta el límite de mis fuerzas, pero espero de ti que a la primera llamada vendrás también a defender la Rote Fahne[2]cualquiera que sea la opinión que tengas de este periódico". ¿No es ésta una manera irreprochable de plantear la cuestión? ¿Es que acaso este criterio no responde a los intereses elementales del conjunto del proletariado? El bolchevique no exige del socialista que modifique la opinión que tiene del bolchevismo y de los periódicos bolcheviques. Tampoco exige por adelantado que el socialista adquiera, durante el período de acuerdo, el compromiso de callar la opinión que tenga del comunismo. Esta exigencia será absolutamente inadmisible. "En tanto -dice el comunista- que yo no te haya o tu no me hayas convencido, nosotros nos criticaremos el uno al otro con entera libertad y empleando los argumentos y las expresiones que cada cual juzgue necesarias. Pero cuando el fascista quiera ponernos una mordaza en la boca le daremos los dos juntos una respuesta". ¿Puede un obrero socialista sensato rehusar esta proposición?
La polémica entre periódicos comunistas y socialistas, por muy acerba que sea, no deberá impedir a los tipógrafos de estos periódicos establecer un acuerdo de combate para organizar una defensa común de sus imprentas contra la agresión de las bandas fascistas. Los diputados socialistas y comunistas en el Reichstag y en los Landtags, los consejeros municipales, etc., están también obligados a apoyarse mutuamente cuando los nazis esgriman los bastones y las sillas. ¿Harán falta todavía más ejemplos? Lo que es verdad en cada caso particular lo es asimismo en regla general: la lucha irreductible entablada entre la socialdemocracia y el comunismo por la dirección de la clase obrera, no puede y no debe impedirles cerrar las filas cuando los golpes amenazan a toda la clase obrera. ¿No es esto evidente?
El Vorwärts se indigna de que los comunistas acusen a los socialdemócratas -Ebert, Scheidemann, Noske, Hermann Müller, Gresinski- de abrir el camino a Hitler. El Vorwärts tiene perfecto derecho a indignarse. Pero es que éste va más lejos: "¡Cómo es posible -grita- hacer el frente único con tales calumniadores!" ¿Qué es esto? ¿Sentimentalismo, gazmoñería sensiblera? No, esto toca ya en la hipocresía. De hecho los jefes de la socialdemocracia alemana no han podido olvidar que Guillermo Liebknecht y Augusto Bebel han declarado muchas veces que la socialdemocracia estaba dispuesta, en nombre de objetivos determinados, a entenderse con el diablo y con su abuela. Los fundadores de la socialdemocracia no exigían para ello que el diablo relegara sus cuernos al museo y que su abuela se convirtiera al luteranismo. ¿De dónde procede, pues, esta pudibunda sensiblería de los políticos socialistas que han pasado, desde 1914, por el frente único con el Kaiser, Ludendorf, Groener, Brüning, Hindenburg? ¿De dónde vienen estos dos pesos y estas dos medidas: los unos, para los partidos burgueses; los otros para los comunistas?
Los líderes del centro estiman que todo impío que niega los dogmas de la Iglesia católica -la única salvadora- es un hombre perdido y, por tanto, condenado a tormentos eternos. Esto no ha impedido a Hilferding -que no debe particularmente creer en la inmaculada concepción- realizar el frente único con los católicos en el Gobierno y en el Parlamento. Los socialistas han creado con el centro el "frente de bronce". Sin embargo, ni un solo instante han dejado por esto los católicos su intolerable propaganda y sus polémicas en las iglesias. ¿Por qué estas exigencias por parte de Hilferding con respecto a los comunistas? O una cesación completa de la crítica reciproca, es decir, de la lucha de tendencias en la clase obrera, o la renuncia a toda acción común. "¡Todo o nada!" La socialdemocracia jamás puso tales ultimátums a la sociedad burguesa. Todo obrero socialista debe reflexionar sobre estos dos pesos y estas dos medidas. Que pregunte cualquiera en un mitin, hoy mismo, a Wels cómo ha sido posible que la socialdemocracia, que ha dado a la República su primer canciller y su primer presidente, haya conducido el país a Hitler. Wels responderá, seguramente, que gran parte de la culpa la tiene el bolchevismo. No pasa un día que el Vorwärts no repita esta misma explicación. ¿Se cree acaso, que el frente único con los comunistas le hará renunciar a su derecho y a su deber de decir a los obreros lo que estime ser la verdad? Los comunistas no tienen la menor necesidad de esto. El frente único contra el fascismo no es más que un capítulo del libro de la lucha del proletariado. No hay por qué borrar los anteriores capítulos de este libro. No se puede olvidar el pasado. Es lo que mejor puede instruirnos. Nosotros guardamos el recuerdo de la alianza de Ebert con Groener y el papel de Noske. Recordamos en qué condiciones murieron Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.
Nosotros, bolcheviques, hemos enseñado a los obreros a no olvidar nada. Nosotros no pedimos al diablo que se corte el rabo: ello le haría daño, sin que para nosotros significara provecho alguno. Aceptamos al diablo tal como la Naturaleza lo ha creado. Nada cenemos que hacer del arrepentimiento de los jefes socialdemócratas y de su fidelidad al marxismo; pero sí tenemos necesidad de la voluntad de la socialdemocracia de luchar contra el enemigo que amenaza a ella misma de muerte. Por nuestra parte, estamos prestos a observar en la lucha común todos los compromisos que hayamos contraído. Prometemos batirnos bien y llevar la lucha hasta el fin. Esto es muy suficiente para un acuerdo de combate.
Sin embargo, conviene saber por qué los jefes socialistas hablan de todo: de las polémicas, del pacto de no agresión, de los hábitos detestables de los comunistas, etc., en lugar de responder a esta simple pregunta: ¿De qué manera combatir a los fascistas? Por la buena razón de que los jefes socialistas no quieren combatir. Ellos esperaban que Hindenburg les salvara de Hitler. Ahora esperan algún otro milagro.
El caso es no combatir. Hace ya tiempo que perdieron la costumbre de luchar. La lucha les da miedo. Stampfer escribe, con motivo de los actos de bandidaje fascistas en Eisleben: "La fe en el derecho y la justicia no ha muerto todavía en Alemania" (Vorwärts del 14 de febrero). No es posible leer estas palabras sin sublevarse. En lugar de una llamada al frente único de lucha, un consuelo de santurrón: "La fe en la justicia no está muerta." Pero la burguesía tiene su justicia; el proletariado, la suya. La injusticia armada tiene siempre la superioridad sobre la justicia desarmada. Toda la historia de la Humanidad es una prueba de ello. Quien apele a ese fantasma engaña evidentemente a los obreros. Quien quiera la victoria de la justicia proletaria sobre la violencia fascista debe invitar a la lucha y crear los órganos del frente único proletario.
Imposible encontrar en toda la prensa socialista una sola línea que demuestre una preparación real de la lucha. No hay nada, fuera de frases generales, de apelaciones a un porvenir incierto, de consuelos nebulosos. "Que los nazis intenten, y entonces..." Y los nazis intentan. Y los nazis avanzan paso a paso, se apoderan tranquilamente de una posición tras otra. Estos malhechores pequeñoburgueses reaccionarios no aman el peligro. Lo que ocurre es que no tienen necesidad de arriesgar nada: están seguros de que, al avanzar, el enemigo retrocederá sin combate. Y no se engañan en sus cálculos. Es evidente que muchas veces el combatiente debe retroceder, a fin de tomar impulso y atacar a su vez. Pero los jefes socialistas no se disponen a atacar. No quieren atacar. Y todas sus disertaciones no tienen otro objeto que disimular este hecho. En primer lugar, declaran que mientras los nazis no salgan del terreno de la legalidad, no hay motivos para el combate. Sin embargo, bien claro estaba lo que era esta legalidad: un golpe de Estado en varias etapas.
Pero este golpe de Estado sólo es posible porque los jefes socialistas cloroformizan a los obreros con frases sobre la legalidad del golpe de Estado y los consuelan con la esperanza de un nuevo Reichstag, más impotente aún que los anteriores. No podían los fascistas desear otra cosa. Hoy, la socialdemocracia ha cesado de hablar de luchas hasta por un porvenir indeterminado. Con respecto a la destrucción, ya empezada, de las organizaciones y de la prensa obreras, el Vorwärts "recuerda" al Gobierno que no se debe olvidar que en un país capitalista desarrollado las mismas condiciones de la producción agrupan a los obreros en las fábricas. Estas palabras significan que la dirección socialista acepta ya, por adelantado, la destrucción de las organizaciones políticas, económicas y culturales creadas por tres generaciones del proletariado. Los obreros quedarán, "por lo menos", agrupados por las mismas empresas. Según esto, ¿a qué fin las organizaciones proletarias, si la cuestión es tan simple de resolver? Los dirigentes de la socialdemocracia y de los sindicatos se lavan las manos, se apartan y esperan. Si los obreros, por sí mismos, "agrupados por las empresas", rompen los retos de la disciplina y entablan la lucha, los jefes evidentemente, intervendrán, como en 1918, en calidad de pacificadores y de mediadores, y se esforzarán por restablecer sus posiciones perdidas a costa de los trabajadores. Los jefes disfrazan a los ojos de las masas su negativa a combatir y su miedo a la lucha por medio de frases hueras sobre el pacto de no agresión. ¡Obreros socialistas, vuestros jefes no quieren combatir, vuestros jefes no quieren defender los más elementales intereses de la clase obrera!
Al llegar aquí, el socialista nos interrumpirá para decirnos: "Puesto que vosotros no creéis en el deseo de nuestros jefes de combatir el fascismo, ¿no se desprende de esto que vuestra proposición de frente único es una simple maniobra?". Después repetirá la reflexión de Vorwärts, a saber: que los obreros tienen necesidad de unirse y no de "maniobras". Este género de argumento tiene un aire bastante convincente. En realidad, es una palabra huera. Sí, nosotros, comunistas, estamos cerciorados de que los funcionarios socialistas y sindicales continuarán esquivando la lucha con todas sus fuerzas. En el momento crítico una gran parte de la burocracia obrera pasará abiertamente al fascismo. La otra parte que haya logrado pasar al extranjero las "economías bien adquiridas", emigrará en tiempo oportuno. Todos estos actos han comenzado ya y están llamados a desarrollarse inevitablemente. Pero nosotros no confundimos esta parte, hoy la más influyente de la burocracia reformista con el partido socialista o la masa de los sindicatos. El núcleo proletario del partido combatirá, sin duda alguna, y arrastrará con él a una parte considerable del aparato. ¿Dónde pasará la línea de demarcación entre los tránsfugas, los traidores, los desertores, de una parte, y los que quieran combatir, de otra? Esto no se podrá establecer más que en la experiencia. He aquí por qué, sin alimentar la menor confianza respecto a la burocracia socialista, los comunistas no pueden dejar de dirigirse al conjunto del partido socialista. Solo de esta manera se podrá separar los combatientes de los desertores. Si estamos equivocados en nuestra manera de apreciar y de juzgar a Wells, Breitcheid, Hilferding, Crispi y otros, que nos lo desmientan con actos. Por nuestra parte no tendremos inconveniente en entonar el mea culpa en la plaza pública.
Si todo esto no es más que "maniobra" por nuestra parte, es maniobra justa, sana, necesaria, que sirve a los intereses de la causa. Vosotros, socialistas, permaneced en vuestro partido, ya que tenéis fe en su programa, en su táctica y en su dirección. Es éste un hecho con el cual contamos. Vosotros estimáis que nuestra crítica es falsa. Estáis en vuestro derecho. No estáis en ninguna manera obligados a creer a los comunistas sólo bajo palabra de honor, y ningún comunista serio os exigirá tal cosa. Pero a su vez los comunistas tienen el derecho de no conceder su confianza a los funcionarios de la socialdemocracia y de no considerar a los socialistas como marxistas, como revolucionarios, como socialistas verdaderos. De otra marera, los comunistas no tendrían necesidad de crear partido e Internacional propios. Hay que tomar los hechos como son. Es necesario edificar el frente único no en las nubes, sino sobre el fundamento creado por todo el desarrollo anterior. Si vosotros creéis verdaderamente que vuestra dirección conducirá a los obreros a luchar contra el fascismo, ¿qué temor podéis tener a una "maniobra" comunista? ¿Qué maniobra es ésta de la que el Vorwärts no cesa de hablar? Reflexionad seriamente: ¿no habrá en ello una verdadera maniobra de vuestros jefes que os quieren asustar con el coco de la "maniobra" para evitar que forméis en el frente único con los comunistas?
El frente único debe tener sus órganos. Estos órganos de ninguna manera deben ser fruto de una caprichosa invención: la misma situación dicta la naturaleza de estos órganos. En muchos lugares los obreros han sugerido ya la forma de organización del frente único, en forma de cartels de defensa que se apoyan en todas las organizaciones y empresas proletarias locales. Es una iniciativa que hay que aprovechar, profundizar, reafirmar, ampliar, cubriendo los centros industriales de cartels, articulándolos todos para preparar un Congreso de defensa obrera alemana. El hecho de que los obreros sin trabajo y los obreros ocupados sean cada vez más extraños los unos a los otros, comporta en sí un peligro mortal, no solamente para los contratos colectivos sino que también para los sindicatos; y esto, aunque no existiera la cruzada fascista. El frente único entre socialistas y comunistas significa ante todo el frente único de los obreros ocupados y de los obreros en paro forzoso. Sin esto toda lucha seria en Alemania es, en términos generales, inconcebible.
La Oposición Sindical Roja (RGO) debe entrar en los sindicatos reformistas con carácter de fracción comunista. Esta es una de las principales condiciones del frente único. Los comunistas deben tener en el seno de los sindicatos todos los derechos de la democracia obrera, en primer lugar, una entera libertad de crítica. Por su parte han de respetar los estatutos de los sindicatos y la disciplina de los mismos.
La defensa contra el fascismo no es una cosa aislada. El fascismo no es más que una estaca en manos del capital financiero. La finalidad de la destrucción de la democracia proletaria consiste en establecer una norma omnipotente de explotación de la fuerza de trabajo. Aquí hay un campo inmenso para el frente único del proletariado: la lucha por el pan de cada día, ampliada y acentuada, conduce directamente, en las actuales condiciones, a la lucha por el control obrero de la producción. Las fábricas, las minas, las grandes empresas, sólo viven del trabaje de los obreros. ¿Es posible que éstos no tengan el derecho a saber a dónde lleva el propietario la empresa, por qué reduce la producción y lanza a la calle a los obreros, cómo se establecen los precios, etc.? Se nos contestará: "Secreto comercial". ¿Qué es el secreto comercial? Un complot del capitalista contra los obreros y el pueblo en general. Productores y consumidores, los obreros deben, a este doble título, conquistar el derecho de control sobre todas las demás operaciones de sus empresas; desenmascarar el fraude y la mentira para defender sus intereses y los intereses del pueblo entero, con hechos y cifras en la mano. La lucha por el control obrero de la producción puede y debe convertirse en la consigna del frente único. Sobre el terreno de organización, las formas necesarias de cooperación entre obreros socialistas y obreros comunistas se hallarán fácilmente: solo hace falta pasar de las palabras a los actos.
¿Y si la defensa común contra el ataque del capital es posible, no se puede ir más lejos y formar un verdadero bloque de los dos partidos en todas las cuestiones? Entonces la polémica entre uno y otro adquiriría un carácter interno, pacífico, cordial. Algunos socialistas de izquierda, del género de Seidewitz, llegan, como se sabe, a soñar una unificación completa de la socialdemocracia y del Partido Comunista. ¡Todo esto, sin embargo, no son más que sueños vanos! A comunistas y socialistas los separan antinomias en las cuestiones esenciales. La forma más simple de traducir el fondo de sus desacuerdos es la siguiente: la socialdemocracia se considera como el médico democrático del capitalismo; nosotros somos sus sepultureros revolucionarios. El carácter inconciliable de los dos partidos aparece con una claridad particular a la luz de la reciente evolución de Alemania. Leipart se lamenta de que, al llamar al poder a Hitler, las clases burguesas hayan roto "la integración de los obreros en el Estado", y pone en guardia a la burguesía centra los "peligros" que de esto se derivan (Vorwärts del 15 de febrero de 1933). Leipart se asigna, por tanto, el papel de guardián del Estado burgués al querer preservarlo de la revolución proletaria. ¿Es posible, por tanto, pensar en unirse con Leipart?
El Vorwärts se glorifica todos los días de que cientos y miles de socialistas han muerto durante la guerra "por la idea de una Alemania más hermosa y más libre..." Solamente se olvida de explicar por qué esta Alemania "más hermosa" resulta ser la Alemania de Hitler-Hugenberg. En realidad, los obreros alemanes, lo mismo que los obreros de otros países beligerantes, han muerto en calidad de carne de cañón, como esclavos del capital. Idealizar este hecho significa continuar la traición del 4 de agosto de 1914.
El Vorwärts continua, refiriéndose a Marx, a Engels, a Guillermo Liebknetch, a Bebel, que de 1848 a 1871 hablaron de la lucha por la unidad de la nación alemana. ¡Referencias embusteras! En aquella época se trataba de acabar la revolución burguesa. Todo revolucionario proletario debía combatir el particularismo y el provincialismo que sobrevivía al régimen feudal. Todo revolucionario proletario debía combatir este particularismo y este provincialismo en nombre de la creación de un Estado nacional. Hoy, un objetivo de este género no tiene un carácter de progreso más que en China, en Indochina, en las Indias, en Indonesia y otros países coloniales y semicoloniales atrasados. Para los países avanzados de Europa las fronteras nacionales son exactamente las mismas cadenas reaccionarias que antes las fronteras feudales.
"La nación y la democracia son gemelas", repite el Vorwärts. ¡Es verdad! Pero estas gemelas han llegado a ser ya viejas, caducas y caídas en la senilidad. La nación como un todo económico y la democracia como forma de dominación de la burguesía se han transformado en cadenas para las fuerzas productivas y la civilización. Citemos una vez más a Goethe: "todo lo que nace es digno de perecer". Se puede sacrificar todavía algunos millones de seres por el "corredor", Alsacia-Lorena, Malmedy. Se puede cubrir con tres, cuatro, cinco, diez filas de cadáveres esos trozos de tierra en litigio. Se puede calificar todo esto de defensa nacional. Sin embargo la humanidad no progresará nada por ello; al contrario, retrocederá a cuatro patas hacia la barbarie. La salida no está en la "liberación nacional" de Alemania sino en la liberación de Europa de las barreras nacionales. Es este un problema que la burguesía no puede resolver, de la misma manera que, en su época, los feudales no pudieron poner fin al particularismo. En este sentido, la colaboración con la burguesía es doblemente culpable. Hace falta una revolución proletaria. Es necesaria una federación de repúblicas proletarias de Europa y del mundo entero. El social-patriotismo es el programa de los médicos del capitalismo; el internacionalismo es el programa de los sepultureros de la sociedad burguesa. Esta antinomia es irreductible.
Los socialistas estiman que la Constitución democrática está por encima de la lucha de clases. Para nosotros, la lucha de clases está por encima de la Constitución democrática. ¿Es posible que la experiencia hecha por Alemania después de la guerra, haya transcurrido sin dejar huella, como la experiencia hecha durante la guerra? La revolución de noviembre llevó a la socialdemocracia al Poder. La socialdemocracia orientó el poderoso movimiento de masas en la ruta del "derecho" y de la "Constitución". Toda la vida política consiguiente evolucionó en Alemania sobre las bases y en los cuadros de la República de Weimar. Ahora tenemos el resultado: la democracia burguesa se transforma legalmente, pacíficamente, en dictadura fascista. El secreto es bien simple; la democracia burguesa, al igual que la dictadura fascista, son los instrumentos de una sola y misma clase: la de los explotadores. Es absolutamente imposible impedir que un instrumento sea reemplazado por el otro con la simple apelación a la Constitución, al Tribunal Supremo de Leipzig, a una nueva consulta electoral, etc. Lo que hace falta es movilizar las fuerzas revolucionarias del proletariado. El fetichismo constitucional entraña el mejor socorro al fascismo. Hoy esto ya no es un pronóstico, una afirmación teórica, sino una realidad viva. ¡Contesta, obrero socialista! Si la democracia de Weimar ha conducido a la dictadura fascista, ¿cómo se podrá lograr que conduzca al socialismo?
- ¿Pero es que no podemos nosotros, obreros socialistas, conquistar la mayoría en el Reíchstag democrático?
- No, no lo podéis. El capitalismo ha cesado de desarrollarse, se pudre. El número de obreros industriales no crece. Una fracción importante del proletariado se deprava en el paro continuo. Por sí solos estos hechos sociales excluyen la posibilidad de todo desarrollo estable y metódico de un partido obrero en el Parlamento, como antes de la guerra. Pero aun suponiendo, contra toda evidencia, que la representación obrera en el Parlamento pudiera lograr la mayoría, ¿es que la burguesía iba a consentir una expropiación pacífica? La máquina gubernamental está enteramente en sus manos. Admitiendo que la burguesía deje pasar el momento y permita al proletariado apropiarse de la representación parlamentaria en la proporción de 51 por 100, ¿es que la Reichwehr, la Policía, los Cascos de Acero y las tropas de asalto fascistas no dispersarían este parlamento de la misma manera que la camarilla dispersa hoy de un plumazo todos los Parlamentos que no le satisfacen?
- ¿Entonces, abajo el Reichstag y las elecciones?
- No, no es eso lo que yo quiero decir. Somos marxistas, no anarquistas. Somos partidarios de utilizar el Parlamento: éste no es un instrumento para transformar la sociedad sino un medio de agrupar a los obreros. Sin embargo, en el desarrollo de la lucha de clases llega un momento en que es necesario decidir la cuestión de saber quién será en adelante el dueño del país: ¿el capital financiero o el proletariado? Las disertaciones sobre la "nación" y la "democracia" en general constituyen en estas condiciones la más impúdica mentira. A nuestros ojos, una pequeña minoría alemana organiza y arma, por así decir, la mitad de la nación para pisotear y estrangular a la otra mitad. No se trata ahora de reformas secundarias, sino de la vida o de la muerte de la sociedad burguesa. Jamás estas cuestiones han sido resueltas por el voto. Quien apele en estas circunstancias al Parlamento o al Tribunal Supremo de Leipzig engaña a los obreros y prácticamente ayuda al fascismo.
- ¿Qué hacer en estas condiciones? preguntará mi interlocutor socialista.
- La revolución proletaria.
- ¿Y después?
- La dictadura del proletariado
- ¿Cómo en Rusia? ¿Las privaciones y los sacrificios? ¿La asfixia completa de la libertad de opinión? No, yo no paso por eso.
- Eso quiere decir, precisamente, que tú no estás dispuesto a entrar en el sendero de la revolución y de la dictadura y que, por tanto, no podríamos pertenecer los dos a un solo partido. Pero me concederás el derecho a responderte que tu objeción no es digna de un proletario consciente. Si, las privaciones de los obreros rusos son considerables, pero, en primer lugar, los obreros rusos saben bien en nombre de quién hacen estos sacrificios. Aun si llagara el caso de que fueran derrotados, la Humanidad habrá sacado muchas lecciones de esta experiencia. ¿Y en nombre de quién la clase obrera alemana se sacrificó en los años de la guerra imperialista? ¿Y en estos años de paro forzoso? ¿A qué conducen estos sacrificios, qué dan, qué enseñan? Solo son dignos del hombre los sacrificios que abren el camino a un porvenir mejor. Esta es la primera objeción que tengo que hacerte; la primera pero no la única. Los sufrimientos de los trabajadores rusos son considerables porque en Rusia, a causa de factores históricos particulares, ha nacido el primer Estado obrero que, de una miseria extrema, debe elevarse por sus solas fuerzas. No olvides que Rusia era el país más atrasado de Europa. El proletariado no constituía allí más que una pequeña parte de la población. En este país, la dictadura del proletariado debía forzosamente revestir las formas más duras. De aquí las consecuencias que de ello se han derivado: el desarrollo de la burocracia, que detenta el poder, y la cadena de errores cometidos por la dirección política, que ha caído bajo la influencia de esta burocracia. Si a fines de 1918, cuando el Poder estaba por completo en sus manos, la socialdemocracia se hubiera lanzado enérgicamente en la ruta del socialismo, y hubiera establecido una alianza indisoluble con la Rusia soviética, toda la historia de Europa hubiera recibido otra orientación y la Humanidad hubiera llegado al socialismo en un plazo mucho más corto y con infinitamente menos sacrificios. No es nuestra si las cosas no han sucedido así.
Sí, la dictadura en la Unión Soviética tiene actualmente un carácter extremadamente burocrático y disforme. Personalmente más de una vez he criticado en la Prensa el régimen soviético actual, que es una deformación del Estado obrero. Miles y miles de mis amigos llenan las prisiones y la deportación por haber luchado contra la burocracia estaliniana. Pero aun cuando se juzgan los lados negativos del régimen soviético actual es necesario observar una perspectiva histórica justa. Si el proletariado alemán, mucho más numeroso y civilizado que el proletariado ruso, tomara mañana el Poder, esto no solamente abriría inmensas perspectivas económicas y culturales, sino que además entrañaría inmediatamente una atenuación radical de la dictadura en la Unión Soviética.
No es indispensable pensar que la dictadura del proletariado vaya a ir unida necesariamente a los métodos del terror rojo que nosotros hemos tenido que aplicar en Rusia. Nosotros hemos sido los pioneros. Las clases poseedoras rusas, repletas de crímenes, no creían en la duración del nuevo régimen. La burguesía de Europa y de América sostenía la contrarrevolución rusa. En estas condiciones no era posible vencer más que al precio de una terrible tensión de fuerzas y del castigo implacable de nuestros enemigos de clase. La victoria del proletariado en Alemania ha de revestir un carácter muy diferente. La burguesía alemana una vez perdido el Poder, no tendrá ninguna esperanza de recuperarlo. La alianza de Alemania soviética con Rusia soviética no doblará sino que decuplicará las fuerzas de los dos países. En todo el resto de Europa la situación de la burguesía es tan comprometida que es muy poco probable que pueda llevar sus ejércitos contra Alemania proletaria. Ciertamente, la guerra civil será inevitable: para esto es bastante el fascismo. Pero armado por el Poder, el proletariado alemán, teniendo a retaguardia la Unión Soviética, pronto dispersaría al fascismo, atrayéndose a importantes masas de la pequeña burguesía. La dictadura del proletariado en Alemania dispondrá de fuerzas incomparablemente más suaves y cultivadas que la dictadura del proletariado en Rusia.
- En ese caso, ¿por qué la dictadura?
- Para aniquilar la explotación y el parasitismo; aplastar la resistencia de los explotadores; poner todo el poder, todos los medios de producción, todos los recursos de la civilización en las manos del proletariado y permitirle utilizar todas las fuerzas y todos los medios en interés de la transformación socialista de la sociedad: no hay otro camino.
-Sin embargo, muchas veces nuestros comunistas nos amenazan a los socialistas: esperad, en cuanto estemos en el Poder os fusilaremos.
- Sólo los imbéciles, fanfarrones y majaderos que, a buen seguro escaparán en el momento de peligro, pueden lanzar tales amenazas. Un revolucionario serio, aun admitiendo la inevitabilidad de la violencia revolucionaria y su función creadora, comprende al mismo tiempo que la aplicación de la violencia en la transformación socialista de la sociedad tiene límites bien definidos. Los comunistas no pueden prepararse más que buscando una comprensión recíproca y una aproximación con los obreros socialistas. La unanimidad revolucionaria de la aplastante mayoría del proletariado alemán reducirá al mínimo la represión que ejercerá la dictadura revolucionaria. No se trata de copiar de una manera servil a la Rusia soviética, haciendo una virtud de cada una de sus necesidades. Esto no es digno de marxistas. Aprovechar la experiencia de la Revolución de octubre no quiere decir que se la deba copiar ciegamente. Se debe tener en cuenta la diferencia de estructura social de las naciones, y, ante todo, de la importancia relativa y del nivel cultural del proletariado. Creer que se puede hacer la revolución socialista de una manera constitucional, pacífica, con la aquiescencia de la burguesía y del Tribunal Supremo de Leipzig, solo es propio de filisteos incurables. El proletariado alemán podrá prescindir de la revolución. Pero en su revolución hablará en alemán, no en ruso. Yo estoy convencido de que hablará mucho mejor de lo que nosotros lo hicimos.
- Muy bien; pero nosotros, socialistas, nos proponemos igualmente llegar al Poder por la democracia. Vosotros, comunistas, consideráis esto como una utopía absurda. En este caso, ¿es posible el frente único defensivo? Porque resulta imprescindible que sepa cada cual lo que defiende. Si nosotros defendemos una cosa y vosotros otra, no podremos llegar a acciones comunes, ¿Podéis entregaros vosotros, comunistas, a la defensa de la Constitución de Weimar?
-La pregunta viene a propósito y yo procuraré responderla francamente. La Constitución de Weimar representa todo un sistema de instituciones, de derechos y de leyes. Comenzaremos por arriba. A la cabeza de la República está un presidente. ¿Creéis vosotros, socialistas, necesario defender a Hindenburg contra el fascismo? Yo creo que esta necesidad no se deja sentir: Hindenburg mismo ha llamado a los fascistas al poder. Inmediatamente viene el Gobierno presidido por Hitler. Me parece que este gobierno no tiene necesidad de ser defendido contra el fascismo. En tercer lugar, tenemos el Parlamento. Cuando estas líneas se publiquen la suerte del Parlamento, salido de las elecciones del 5 de marzo, estará probablemente resuelta. Pero ya desde ahora se puede decir con certidumbre que si la composición del Reichstag se muestra hostil al Gobierno y si Hitler se decide a querer liquidar el Reichstag, y si la socialdemocracia se muestra dispuesta a combatir por este último, los comunistas ayudarán a la socialdemocracia con todas sus fuerzas. Substituir la dictadura del proletariado contra vosotros o sin vosotros, obreros socialistas, nosotros, comunistas, no podemos hacerlo y tampoco lo queremos. Queremos, por el contrario, que la dictadura sea el resultado de una labor de conjunto. Y la defensa común contra el fascismo lo consideramos como el primer paso en este sentido. El Reichstag no es evidentemente a nuestros ojos, una conquista histórica capital que el proletariado debe defender contra los vándalos fascistas. Hay cosas más sagradas. En los cuadros de la democracia burguesa, y paralelamente a una lucha incesante contra ella, se han formado en el curso de varios decenios los elementos de la democracia proletaria: partidos políticos, prensa obrera, sindicatos, comités de fábrica, clubs, cooperativas, sociedades deportivas, etc. La misión del fascismo no consiste tanto en barrer con los residuos de la democracia burguesa como en destruir los primeros jalones de la democracia proletaria. En cuanto a nuestra misión, consiste en colocar los elementos de la democracia proletaria, ya creados, como base del sistema soviético del Estado obrero. Con este fin es preciso rasgar la corteza de la democracia burguesa para liberar el núcleo de la democracia obrera; en esto reside la esencia de la revolución proletaria. El fascismo amenaza el núcleo vital de la democracia obrera. Este peligro inminente es lo que dicta claramente el programa del frente único. Nosotros estamos dispuestos a defender vuestras imprentas y las nuestras, pero también el principio democrático de la libertad de Prensa; vuestras casas obreras y las nuestras, pero también el principio democrático de la libertad de reunión y de asociación. Somos materialistas, y por esto no separamos el alma del cuerpo. En tanto no tengamos la fuerza rara instaurar el sistema soviético, nos colocamos sobre el terreno de la democracia burguesa. Pero no por ello nos hacemos ilusiones a este respecto.
- ¿Y qué haréis de la prensa socialista si lográis tomar el Poder? ¿Prohibiréis nuestros periódicos como los bolcheviques rusos prohibieron los periódicos mencheviques?
- Planteas mal la cuestión. ¿Qué quiere decir "nuestros" periódicos? En Rusia la dictadura del proletariado no ha sido posible más que después de que la inmensa mayoría de los obreros mencheviques pasaron a las filas del bolchevismo, mientras que los despojos pequeñoburgueses del menchevismo pasaron a la burguesía para combatir por la restauración de la "democracia", es decir, del capitalismo. Ni siquiera en Rusia figuraba en nuestra bandera la prohibición le les periódicos mencheviques. Nos vimos obligados a hacerlo por las condiciones increíblemente duras de la lucha que nos impuso como cuestión de vida o muerte mantener la dictadura revolucionaria. En la Alemania soviética, la situación será como ya antes he consignado, infinitamente más favorable, y el régimen de prensa se beneficiará con ello. Yo no creo que en este dominio el proletariado alemán tenga necesidad de recurrir a la represión. Desde luego, no quiero decir con esto que el Estado obrero vaya a tolerar ni un día el régimen de "libertad (burguesa) de la prensa"; es decir, el estado de cosas que quiere que solamente puedan publicar periódicos y libros los detentores de las imprentas, las manufacturas de papel, las librerías, etc., esto es, los capitalistas. La "libertad (burguesa) de prensa" significa el monopolio para el capital financiero de imponer al pueblo los prejuicios capitalistas por medio de cientos y de miles de periódicos encargados de propagar el virus de la mentira bajo la forma técnica más perfecta. La libertad proletaria de la prensa significará la nacionalización de las imprentas, de las manufacturas de papel y de las librerías en interés de los trabajadores. Nosotros no separamos el alma del cuerpo. La libertad de prensa, sin linotipias, sin rotativas y sin papel, es una miserable ficción. En el Estado proletario, los medios técnicos de expresión serán puestos a disposición de los grupos de ciudadanos según su importancia numérica real. ¿Cómo hacerlo? La socialdemocracia obtendrá medios de impresión correspondientes al número de sus partidarios. Yo no creo que en tal momento ese número sea muy elevado; de lo contrario, el régimen mismo de la dictadura sería imposible. Sin embargo, dejemos al porvenir el cuidado de resolver esta cuestión. Pero el principio de la distribución de los medios técnicos de la Prensa no en función del tamaño del talonario de cheques, sino en función del número de partidarios de un determinado programa, de una determinada corriente o de una determinada escuela, es, creo ya, el principio más honrado, el más democrático, el más auténticamente proletario. ¿No te parece así?
- Es posible.
- Entonces ¿nos damos la mano?
- No te pido yo otra cosa, querido camarada; la finalidad de todas mis reflexiones es conducirte a meditar una vez más todos los grandes problemas de la política proletaria.
Notas
[1] Vorwärts (Adelante), Órgano Central del Partido Socialista de Alemania (SPD)
[2] Die Rote Fahne (La Bandera Roja), Órgano Central del Partido Comunista de Alemania (KPD)