EL FRACASO HISTORICO DEL REFORMISMO

BALANCE DEL GOBIERNO DE LA UNIDAD POPULAR


Quien hace revoluciones a medias, no hace más que cavar su propia tumba

(Saint-Just)


PRESENTACIÓN

Durante la década de los años 60 maduró en el país un intenso anhelo de cambios. Las arcaicas e injustas estructuras del capitalismo dependiente no tenían ya nada que ofrecer a las amplias masas de nuestro pueblo como no fuera mayor atraso, desigualdad y miseria. Por otro lado, el triunfo de la primera revolución socialista en nuestro continente evidenciaba a las claras que existía una alternativa real, que era completamente posi­ble acometer con decisión la solución de los problemas más graves que nos aquejan, que con el respaldo del pueblo es posible hacer frente y derrotar la tenaz resistencia que inevitablemente opondrán los detentores del poder y la riqueza. En estas condiciones el imperialismo cambió de lenguaje intentando con ello disimular sus verdaderos propósitos. En la elección de 1964 apadrinó a la candidatura demócrata cristiana que, con una retórica populista y una intensa campaña de terror anticomunista, logró imponerse sobre los partidos tradicionales de la izquierda. El lema de su campaña fue "todo tiene que cambiar" y su promesa la de realizar una "revolución en libertad". Los hechos se encargaron de poner rápidamente las cosas en su lugar, haciendo perder eficacia al permanen­te propósito de la DC por dividir al movimiento obrero y popular.

Fue en tales circunstancias que los partidos tradicionales de la iz­quierda tuvieron la oportunidad de acceder al gobierno. La promesa esta vez era la de abrir una "vía chilena al socialismo". Este propósito equivalía a hacer posible un "tránsito pacífico del capitalismo al socialismo", una "revolución sin costo social". Resultaba del todo claro, sin embargo, que las viejas clases dominantes no renunciarían fácilmente a su poder y sus privilegios, que por el contrario opondrían una tenaz resistencia a la voluntad de cambios de la mayoría del pueblo, recurriendo para ello a todos los medios a su alcance. Absolutamente a todos. Así lo habían demostrado ya todas las experiencias anteriores. Absolutamente todas. ¿Qué autorizaba a pensar que en Chile las cosas serían diferentes? El propio imperialismo se encargaba de advertir que no permitiría impasible el surgimiento de "otra Cuba" en América Latina, como lo había puesto de manifiesto con la invasión de la República Dominicana. A pesar de ello, los partidos tradicionales de la izquierda se mantuvieron tercamente aferrados a las ilusiones suicidas que habían cultivado y propagado durante tantos años, confiando en que la solidez de las "tradiciones democráticas" de Chile permitirían evitar una con­frontación militar entre las clases. Empapados de este espíritu de "cretinismo parlamentario" no hicieron nada más, en definitiva, que pavimentar el camino al fascismo.

La "revolución sin costo social" se tradujo en "costo social sin revolu­ción". ¡Y que costo! A quince años del sangriento golpe de losmilitares fascistas nuestro pueblo aún sufre las consecuencias de la miopía e irresponsabilidad política de sus viejas direcciones. Hoy reinan en Chile el abuso y la injusticia, la mentira y el crimen. En una palabra, la barbarie. Es eso lo que representa la dominación imperialista, ampa­rada en una minoría rica, satisfecha y mercenaria. Eso es el capitalismo para los chilenos de la presente generación. Se equivocan medio a medio quienes creen que bajo este sistema las cosas podrán ser sustancialmente diferentes en el futuro. La necesidad de un cambio revolucionario es por ello más imperativa y urgente que nunca, si aspiramos aconstruir una sociedad verdaderamente civilizada en la que primen los valores de justicia, solidaridad y libertad. El desafío de hacer posible este cambio revolucionario sigue, pues, estando planteado. Por ello resulta vital para nosotros no olvidar lo ocurrido entre los años 1970 y 1973, tener continuamente presente esa experiencia y comprender sus principa­les enseñanzas. Si son imperdonables los errores de todo tipo cometidos por los viejos partidos de la izquierda, aún más imperdonable sería hoy volver a cometerlos. Y ciertamente nuestro pueblo no se lo merece.

Precisamente por ello, para impedir que nuevas ilusiones vengan a ocupar el lugar de las antiguas y nos arrastren inexorablemente a una nueva derrota, es que el debate sobre las causas que condujeron al desastre de 1973 sigue siendo hoy una tarea de primera importancia. No obstante continúa siendo, en gran medida, una tarea postergada. Los principales responsables de la tragedia que hoy vive nuestro pueblo, los generales de la derrota que lo condujeron completamente desarmado a la carnicería contrarrevolucionaria, no tienen ningún interés en este debate. Por el contrarío, pretextando las tareas inmediatas de la lucha antidictato­rial, han intentado continuamente echar tierra al asunto. Su único interés reside en salir de esa derrota tan inmaculados como entraron a la batalla. Pero desde el punto de vista de los intereses generales de nuestro pueblo, de su lucha por un destino mejor, es esa una actitud criminal. Es por ello que el peso de un esfuerzo de clarificación como este cayó exclusivamente sobre Ios hombros de los revolucionarios.

El documento que publicamos a continuación es parte de este esfuerzo. Representa el aporte que los marxistas revolucionarios nucleados en torno a la Liga Comunista de Chile (LCCH) entregaron a este debate en los momentos más duros de la contrarrevolución victoriosa. En su versión original, este documento comenzó a circular a comienzos de 1974 con ocasión del Primer Congreso de la LCCH. Posteriormente fue enriquecido y ampliado, sometiéndose esta nueva versión ala aprobación del Segundo Congreso de la LCCH realizado un año más tarde. Lo reproducimos aquí sin modificaciones salvo algunas pocas correcciones de estilo que no alteran en nada su contenido. No se trata, entiéndase bien, de una historia del período de la UP, sino de un balance político que intenta rescatar y sintetizar las principales lecciones de ese período visto desde una perspectiva revolucionaria. De allí que se extienda sobre aspectos que aunque no se circunscriben ni temporal ni espacialmente al escenario examinado guardan una relación significativa, en términos analíticos, con las cuestiones centrales en debate. Demás está decir que el documen­to adolece de ciertas insuficiencias, lo que por lo demás era totalmente inevitable habida cuenta de las condiciones en que fue elaborado. Sin embargo sus conclusiones principales conservan plena validez. De allí que estimemos útil su reedición en las actuales circunstancias como una contribución al debate político que hoy tiene lugar en los destacamentos de vanguardia de nuestro pueblo. Confiamos en que aquellos a quienes va dirigido sabrán aquilatar en todo su valor la importancia de este es­fuerzo.

Santiago, abril 1988.


EL FRACASO HISTÓRICO DEL REFORMISMO

Elementos para un balance de la experiencia del gobierno de la Unidad Popular

"Quien hace revoluciones a medias no hace más que cavar su propia tumba"

Saint-Just.

Entre septiembre de 1970 y septiembre de 1973 Chile vivió el periodo más crucial de su historia contemporánea al convertirse en escenario de una prolongada, vigorosa y dramática lucha política frontal entre las clases fundamentales de la nación. La profunda crisis estructural en que hacia el final de la década de los sesenta se debatía la sociedad chilena, golpeando en forma insistente el nivel de vida de las masas populares y agravando angustiosamente los múltiples problemas sociales que se venían arrastrando por largos años, junto con el nivel de conciencia política alcanzado por el proletariado y los demás sectores oprimidos, educados durante cuatro décadas en la escuela de sus partidos tradicionales, el PC y el PS, constituyen, respectivamente, los elementos objetivos y subjetivos inmediatos que, al conjugarse, llevaron al país a vivir la experiencia de un gobierno de Unidad Popular como antesala del fascismo.

Los acontecimientos transcurridos durante este período son de una importancia política trascendental. Ellos permitieron verificar en forma clara yconcluyente la enorme validez que conservan las enseñanzas fundamentales del marxismo revolucionario, al mismo tiempo que arrojaban al tarro de la basura las teorías revisionistas en boga sobre la posibilidad de conquistar el poder en forma pacífica, a través de un lento y gradual proceso evolutivo que haría innecesaria la lucha revolucionaria del proletariado y de las masas populares. El análisis de este período constituye, pues, un formidable arsenal de experiencia y de enseñanzas políticas para la clase obrera, una fértil fuente de 'lecciones que deben tenerse rigurosamente en cuenta en el futuro, con el fin de evitar que ilusiones semejantes a las que encandilaron la vista de las masas, vuelvan a enceguecerlas más adelante.

Pero las utopías que guiaron al despeñadero del fascismo a los trabajadores chilenos no flotaban en el aire, sino que eran el patrimonio teórico y político de las organizaciones y partidos que las forjaron conscientes de su responsabilidad. El fracaso de la llamada "vía chilena" es el fracaso de esos partidos y organizaciones, especialmente del PC y del PS. Los acontecimientos referidos sometieron implacablemente a una prueba decisiva a cada una de las tendencias políticas que reclamaban para sí un rol de vanguardia en la lucha del proletariado por su liberación, desnudando el verdadero carácter de todas ellas y revelando con una nitidez difícil de igualar todas sus virtudes y defectos. El fantasma de la revolución, tan temido y tan odiado por las clases dominantes, hizo ver su presencia en todos los rincones del país, infundiendo ánimo e impulsando con renovados bríos la lucha de los sectores más combativos y decididos de las masas al mismo tiempo que hacía retroceder horrorizados a los reformistas y conciliadores que pululan en el seno de la izquierda disfrazados de revolucionarios. En una palabra, separó el trigo de la paja.

El que esta experiencia concluyera finalmente bajo el signo trágico de una espantosa y cruel derrota no disminuye en nada su importancia. Por el contrario, agudiza y hace mucho más imperiosa la necesidad de contar con un balance global y crítico de este período que ponga en evidencia, en la forma más explícita posible, las verdaderas causas del desastre y que extraiga al mismo tiempo las conclusiones adecuadas.

Las dificultades del trabajo clandestino bajo las condiciones actualmente imperantes en el país, sometido al arbitrio de la tiranta más despótica y criminal de cuantas han existido en América Latina en el presente siglo, nos impiden por el momento realizar una labor que satisfaga plenamente estas exigencias. Sin embargo, la importancia política que un balance de esta naturaleza tiene para el desarrollo de las tareas que enfrenta el proletariado en el actual período no permite postergarlo completamente. A lo menos se requiere la redacción inmediata de un esbozo general que sirva de punto de partida a un debate entre los diversos núcleos de militantes revolucionarios que en Chile luchan denodadamente por abrir una nueva senda al combate de la clase obrera y de las masas populares por la revolución proletaria y el socialismo.

Tal es el objetivo inmediato de este documento. Lo hemos divido en cinco partes, cada una de las cuales entrega distintos elementos explicativos que, tomados en su conjunto, concurren a formar un cuadro global y coherente de lo ocurrido en este período. Ellas son:

  1. Una breve síntesis de la trayectoria política y organizativa del movimiento obrero chileno en el curso de la cual se dibujan y comienzan a tomar forma las características que lo acompañaron durante la crisis de 1970-73.
  2. Una descripción igualmente breve de la coyuntura nacional e internacional que sirvió de antecedente inmediato y de marco de la experiencia de la UP.
  3. Un breve análisis del carácter de las fuerzas que constituyeron UP y del significado de sus concepciones.
  4. Una descripción explicativa de los tres años de gobierno de la UP a la luz del desenvolvimiento de la lucha de clases.
  5. Finalmente un primer balance del rol desempeñado por la izquierda revolucionaria en el curso de este período.

I. LA TRAYECTORIA DEL MOVIMIENTO OBRERO Y POPULAR CHILENO

Para comprender en su verdadero alcance y significación el valor histórico de la experiencia UP, el hecho mismo de su existencia y las características peculiares que la acompañaron, resulta indispensable tener presente, aunque sólo sea en sus rasgos más generales, la evolución histórica del movimiento popular Chileno y en particular de la clase obrera, de sus organizaciones políticas y sindicales, el desarrollo de su conciencia clasista y su lucha permanente por ampliar el marco de las libertades democráticas y de las conquistas sindicales, todo lo cual le permitió alcanzar una gravitación sin paralelo en América Latina sobre la vida económica, social, política y cultural del país (excepción hecha de Cuba, por supuesto, donde el capitalismo ha sido destruido). Esta evolución histórica del movimiento obrero y popular chileno podemos dividirla en cuatro etapas, claramente diferenciadas una de otra:

  1. a) En primer lugar, la llamada etapa 'heroica', que se extiende desde el surgimiento de las primeras organizaciones de obreros y artesanos a fines del siglo pasado, hasta la dictadura de Carlos Ibáñez.
  2. b) En segundo lugar, el turbulento período comprendido entre, los años 1931 (caída de Ibáñez) y 1936 (formación del Frente Popular).
  3. c) El período de la más activa, descubierta y grosera colaboración de clases (1936-1953).
  4. d) El período de la unidad política y sindical bajo la conducción del reformismo.

a) La etapa heroica

El nombre con que diversos autores han bautizado a este período en que el movimiento obrero da sus primeros pasos se debe al carácter enérgico, audaz y combativo de sus manifestaciones y al sello marcadamente clasista de las líneas que orientaron la acción de los líderes y las organizaciones de los trabajadores, al celo con que supieron defender su independencia política y sindical frente a partidos e instituciones estatales de las clases dominantes, a la sangre vertida a raudales por los mártires de estos combates memorables. Se trata, en suma, de un calificativo plenamente merecido que hace justicia a una trayectoria limpia y ejemplar del movimiento obrero.

Tras una lenta y difícil evolución que conoce el surgimiento de diversas formas embrionarias de organización clasista, como las mutuales y las sociedades de resistencia, se levantan finalmente, en las postrimerías del siglo XIX, los pilares de un poderoso y combativo movimiento obrero organizado; las mancomunales y sindicatos que ganan particular importancia entre los obreros del salitre, carbón, ferrocarriles, portuarios y marítimos. Conjuntamente con el desarrollo de la organización sindical de los trabajadores se desarrolla también una creciente ola de huelgas y manifestaciones diversas en pos de un mejoramiento económico de la situación de los sectores populares, cuyo punto más álgido lo constituyen los trágicos sucesos de la escuela Santa María de Iquique en la que mueren masacrados con sus familias miles de obreros del salitre que se encontraban en huelga. El desarrollo de las organizaciones clasistas del proletariado convergerá finalmente en la creación, a principios de siglo, de dos importantes centrales sindicales: la Federación Obrera de Chile (FOCH) fundada el 18 de septiembre de 1909, y la organización anarquista Obreros Industriales del Mundo, región chilena, o Industrial Workers of the World (IWW) fundada a fines de 1919.

Pero, sin lugar a dudas, el paso más importante dado por el proletariado en este período será el surgimiento del Partido Obrero Socialista (POS) que jugará un rol de decisiva importancia en la maduración política de los trabajadores chilenos, tanto por el carácter marxista de su programa como por el temple de sus dirigentes. Luis Emilio Recabarren se destaca como el líder indiscutido de las masas populares que comenzaban a emprender la lucha por sus derechos, como el artífice más importante de la organización política y sindical del proletariado y el principal propagandista de las ideas socialistas.

Un hecho significativo del comportamiento político de la vanguardia proletaria en este periodo, del marcado carácter clasista de su política, lo constituye su actitud frente a la candidatura de Arturo Alessandri en las elecciones presidenciales de 1920. Alessandri representaba a los sectores de la burguesía que, empleando un lenguaje que se ha hecho usual en nuestros días, podríamos llamar "progresistas". Pero en lugar de correr a apretar filas junto al burgués "progresista" de la época, como lo harían hoy muchos de los que se consideran los herederos y continuadores de la trayectoria heroica del POS y Recabarren, el POS defiende intransigentemente la independencia política del proletariado y desenmascara la candidatura de Alessandri denunciando "la ascensión al poder de una nueva oligarquía que alucinando al pueblo trabajador con falsas promesas de un falso evolucionismo pretende por este medio conseguir el apoyo de las clases trabajadoras para convertirse mañana en el amo de éstas." (párrafo del acuerdo de la Convención del POS celebrada en Antofagasta en junio 1920). El POS levanta la candidatura de Recabarren, quien durante la campaña permanece encarcelado en Tocopilla. En su cuarta Convención celebrada en Rancagua a fines de 1921 la FOCH acuerda su afiliación a Ia Internacional Sindical Roja y poco después el cuarto Congreso del POS celebrado en enero 1922 en la misma ciudad de Rancagua toma el acuerdo de afiliación del Partido a la Internacional Comunista (o III Internacional) cambiando su nombre por el de Partido Comunista de Chile, sección chilena de la Internacional Comunista. La salvaje represión desatada en contra del movimiento obrero por la dictadura de Ibáñez logró finalmente desarticular a esta vanguardia proletaria sana y vigorosa cuyo accionar forjó las mejores tradiciones de lucha de la clase obrera chilena, escribiendo páginas memorables en la historia del movimiento obrero y popular chileno de la que los trabajadores se sienten hoy legítimamente orgullosos.

b) 1931 - 1936, un periodo de transición

La dictadura de Ibáñez se derrumba estrepitosamente el 26 de julio de 1931 en medio de una ola generalizada de manifestaciones de descontento de diversos sectores sociales del país y particularmente de los trabajadores y estudiantes. Las tendencias clasistas del movimiento obrero comienzan a ponerse nuevamente en pie a partir de ese instante, pero ya no son las mismas que combatieron bajo la dirección de Luis Emilio Recabarren. Un reordenamiento general de fuerzas políticas y tendencias doctrinarias se opera en el seno de las masas populares durante este período crucial en la historia del movimiento obrero chileno configurando poco a poco, hasta lograr en 1936 una expresión definitiva, el nuevo rostro político que lo acompañará en las décadas siguientes por los derroteros del Frente Popular primero, del FRAP y de la UP posteriormente.

Este período representa una ruptura, un quiebre insuperable con respecto a la etapa anterior, a la etapa heroica cuyas características hemos esbozado brevemente. Entre 1931 y 1936, en medio de una situación de gran agitación social y política preñada de posibilidades revolucionarias, se van cimentando poco a poco los aparatos burocráticos que tanto en el terreno sindical como en el político lograron encauzar hegemónicamente la protesta popular en las décadas siguientes: el estalinismo, representado por el Partido Comunista, y el socialismo de carácter pequeñoburgués.

El Partido Comunista emerge de la clandestinidad fuertemente debilitado y dividido en dos fracciones que se combaten encarnizadamente: la fracción laffertista (Lafferte, Contreras, Chamúdez) que representa al estalinismo, y la fracción hidalguista (Hidalgo, Zapata, López) que poco después adopta el nombre de Izquierda Comunista y se adhiere a la Oposición de Izquierda al estalinismo encabezada por León Trotsky. Por otro lado, comienzan a proliferar diversos grupos socialistas entre los que se cuentan la Nueva Acción Pública dirigida por Eugenio Matte Hurtado, la Acción Revolucionaria Socialista encabezada por Eugenio González y Oscar Schnake, la Orden Socialista, el Partido Socialista Marxista, el Partido Socialista Unificado, etc., todos los cuales van a confluir posteriormente en la formación del Partido Socialista de Chile en 1933. En el terreno sindical se reorganiza la FOCH (aunque esta vez con una influencia más restringida), los anarquistas crean la CGT, y surge en marzo de 1934 la Confederación Nacional de Sindicatos (CNS).

Por otro lado, cabe destacar el conjunto de acontecimientos dramáticos que se sucedieron con una rapidez vertiginosa entre 1931 y fines de 1932 creando una situación de extrema inestabilidad social y política, de gran explosividad revolucionaria, que constituyeron la base sobre la que se desarrollaron posteriormente las fuerzas políticas y las organizaciones sindicales antes señaladas. Entre ellos los más destacados fueron:

1. La sublevación de la escuadra en septiembre de 1931, movimiento que es dirigido por los suboficiales en demanda de mejoras económicas y que es reprimido por el gobierno con las fuerzas del ejército y de la aviación.

2. Los sucesos de Vallenar y Copiapó en que decenas de militantes de la FOCH son masacrados cuando intentan apoderarse de los cuarteles policiales.

3. El golpe de Estado del 4 de junio de 1932 que instaura la llamada "República Socialista" cuya principal figura fue el director de la escuela de aviación Comodoro Marmaduke Grove y que doce días después es derribada por un nuevo golpe de Estado dirigido por Carlos Dávila.

En los años posteriores, bajo el segundo gobierno de Arturo Alessandri, el movimiento obrero es sometido a una intensa represión y el país vive en un permanente Estado de excepción. En el sector rural se produce, en 1934, la sublevación campesina de alto Bío-Bío que culmina trágicamente con la masacre de Ranquil (Lonquimay). Durante este período el proletariado logra, a pesar de todas sus debilidades políticas, conservar su independencia de clase frente a los partidos de la burguesía, llegando incluso a estructurarse un Frente Único Proletario -el Block de Izquierda- en base a la unidad del PS con la Izquierda Comunista.

c) La colaboración de clases

Con la formación del Frente Popular, en marzo de 1936, se inicia una etapa de abierta y vergonzosa colaboración de clases que se prolongará hasta octubre de 1953, fecha en que el Partido Socialista Popular (PSP) se retira del segundo gobierno de Carlos Ibáñez y orienta su política hacia la formación de un bloque de partidos obreros independiente de la burguesía. Esta etapa constituye sin lugar a dudas uno de los períodos más nefastos en la historia del movimiento obrero y popular chileno. En él, los partidos Socialista y Comunista (estalinista), habiendo consolidado su hegemonía sobre la conducción política de los trabajadores, se comprometen directamente en la defensa del régimen burgués, participando, desde los ministerios y reparticiones públicas, en la gestión de diversos gobiernos y tratando de paralizar toda forma de protesta popular. En suma, la independencia política del proletariado, indispensable para desarrollar la lucha y la organización de las masas haciéndolas tomar conciencia de sus propios objetivos históricos, esa independencia política tan celosamente defendida por Recabarren y su Partido en la década del veinte, fue echada por la borda por los partidos Socialista y Comunista que se engancharon apresuradamente al carro de la burguesía "progresista" de la época hasta que la propia burguesía "progresista" decidió prescindir de sus servicios.

El Partido Radical, eje de las coaliciones frentepopulistas de este período, había dominado por más de quince años la escena política del país participando activamente en la gestión de casi todos los gobiernos que se constituyeron desde 1920, incluido el gobierno dictatorial de Carlos Ibáñez. Era la expresión política de los intereses de la burguesía minera del norte chico, de los terratenientes de las provincias australes del país y de la pequeña burguesía de la zona central que con la ayuda del imperialismo yanqui habían logrado desplazar del gobierno a la oligarquía conservadora, aristocrática y probritánica que se mantuvo en el poder hasta 1920. El paso del PR por los diferentes gobiernos de la época lo había desprestigiado y debilitado considerablemente, por lo que la política de los partidos "obreros" -que le brindaban su apoyo a cambio de unas cuantas poses "izquierdistas" y "democráticas"- le ofreció una inmemorable oportunidad para revitalizarse y mantenerse vigente.

Poco después de la formación del Frente Popular el movimiento obrero va a consumar la unificación de sus organizaciones sindicales, constituyéndose entre los días 24 y 26 de diciembre de 1936 la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCH). Sin embargo, en lugar de convertirse en un poderoso instrumento de lucha, la CTCH, dada la orientación colaboracionista de los partidos que la controlaban, adoptó por el contrario una actitud de colaboración servil ante el gobierno de la burguesía "progresista", contribuyendo de esta manera eficazmente a la mantención del clima de "paz social" que caracterizó a este período en sus diez primeros años. Toda la acción reivindicativa se va a encauzar dentro de las normas de arbitraje estipuladas por el Código del Trabajo. El servilismo de la CTCH y de los partidos "obreros" llega al extremo de aceptar, sin protesta alguna, una orden del presidente Aguirre Cerda en el sentido de prohibir a los funcionarios del trabajo que colaboren, como lo estipula el propio Código del Trabajo, en la constitución de sindicatos campesinos. El campesinado continuará siendo bajo el período del Frente Popular el gran ausente de la política chilena y, en consecuencia, los latifundistas continuarán conservando toda su influencia.

Por otro lado, la Izquierda Comunista, incapaz de soportar el aislamiento político a que se vio sorpresivamente arrastrada con la formación del Frente Popular, opta por ingresar al PS para mantener en su interior una oposición de izquierda. Sólo el Partido Obrero Revolucionario (POR), formado por un sector de la Izquierda Comunista que se negó a ingresar al PS, mantiene durante esta etapa una posición de defensa de la independencia política del proletariado, pero al no lograr establecer sólidos vínculos orgánicos con la clase obrera quedó relegado a una situación de completo aislamiento político. Por otro lado, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), surgido en 1940 de una escisión del PS que se desarrolló en abierta oposición a la línea colaboracionista de éste y a la corrupción y burocratización de sus esferas dirigentes, tampoco logró consolidarse como una alternativa independiente debido fundamentalmente a los rasgos típicamente centristas de su política y se disolvió a los pocos meses ingresando una parte de sus cuadros al PC y reintegrándose el resto al PS.

La reanimación de las luchas obreras y el giro de los acontecimientos internacionales que abrían paso al período de la "guerra fría" finalmente terminó por romper los moldes de la política de colaboración de clases de los partidos "obreros". La Huelga General de enero de 1946 realizada en protesta por la masacre de la plaza Bulnes ocurrida bajo el gobierno "progresista" de Duhalde, y la huelga del carbón con ocupación de las minas en octubre de 1947 constituyen los hitos fundamentales que marcan el ascenso de la combatividad de las masas obreras y populares. La traición del PS a la huelga general del 46 acelera rápidamente la división de la CTCH. Esta actitud traidora se repite frente la huelga del carbón donde el PS se encarga de acarrear krumiros para quebrar el Movimiento que se alarga por más de 40 días sin que la combatividad de los mineros sufra merma alguna. Finalmente lo conocido por todos: el PC fue objeto de una brutal y salvaje represión de parte del gobierno "progresista y democrático" de Gabriel González Videla, pagando en esta forma el precio de una política errónea, suicida y criminal: la política del Frente Popular. Las acusaciones, de "traición" lanzadas contra González Videla son infantilmente ingenuas. Gabriel González no traicionó a su clase porque nunca fue representante de los trabajadores como lo pretendieron sus propagandistas, incluido el PC, sino simplemente un político burgués. En consecuencia, lo único que pudo "traicionar" fueron las ilusiones que, respecto a su alianza con él, se forjaron los propios estalinistas. Por su parte el PS, que pasa a llamarse Partido Socialista Popular (PSP) luego de la división de sus filas debido a la actitud anticomunista de respaldo al gobierno de Gabriel González adoptada por la camarilla de Bernardo Ibáñez, extiende aún por algunos años la fase colaboracionista al ingresar al gobierno de Carlos Ibáñez y mantenerse en él hasta octubre de 1953.

d) La unidad del proletariado bajo las banderas del reformismo

Desde que la exacerbación de la lucha de clases canceló definitivamente la política de colaboración de clases abierta y descarada del estalinismo y los "socialistas", aún antes de que la etapa de la colaboración concluyera formalmente, el movimiento obrero y popular chileno comenzó a avanzar a pasos agigantados en todos los terrenos, adquiriendo una gravitación decisiva en la marcha económica, social, política y cultural del país. El primer fruto de la radicalización del movimiento obrero fue el despertar de una vigorosa conciencia de unidad clasista a nivel de sus organizaciones sindicales que dará por resultado la fundación de la Central Única de Trabajadores (CUT) el 12 de febrero de 1953. La declaración de principios aprobada en el Congreso Constituyente de la CUT revela en forma clara la fuerza con que los trabajadores rechazaban toda fórmula conciliatoria frente al régimen burgués luego de los desastrosos resultados de la política de colaboración de clases. Los delegados rechazaron decididamente toda concepción estrechamente reivindicacionista del papel de las organizaciones sindicales y afirmaron orgullosamente la necesidad de llevar adelante una lucha sin cuartel contra el sistema capitalista defendiendo a toda costa su independencia frente a las distintas fracciones de la burguesía. En una de sus partes medulares la declaración de principios señala que:

"la Central Única de Trabajadores considera que la lucha sindical es parte integrante del movimiento general de clases del proletariado y de las masas explotadas, y en esta virtud no puede ni debe permanecer neutral en la lucha social y debe asumir el rol de dirección que le corresponde. En consecuencia, declara que los sindicatos son organismos de defensa de los intereses y fines de los trabajadores dentro del sistema capitalista. Pero, al mismo tiempo, son organismos de lucha clasista que se señalan como meta la emancipación económica de los mismos, o sea, la transformación socialista de la sociedad, la abolición de las clases y la organización de la vida humana mediante la supresión del Estado opresor"

En ausencia de una alternativa política proletaria frente al Estado burgués en general y al gobierno de Ibáñez en particular, cuya desastrosa política económica golpeó con fuerza sobre los niveles de vida de las masas generando una profunda ola de descontento, la CUT se transformó rápidamente en el polo catalizador de una lucha popular de gran envergadura. Tanto el paro general de mayo de 1954 por la libertad de Clotario Blest, su honesto y combativo presidente, como el formidable paro general del 7 de julio de 1955 mostraron a las claras su poderío.

Sin embargo el potencial revolucionario de los trabajadores, que encontraba en la CUT su canal de expresión más significativo, provocó un terrible pánico entre los sectores reformistas los que rápidamente maniobraron con el fin de "controlar" y "frenar" la lucha de masas. El primer indicio del proceso de burocratización de la CUT a manos de los partidos "obreros", en contubernio con radicales y falangistas, fue la suspensión del paro de solidaridad con los trabajadores de la salud programado para el 5 de septiembre de 1955 mediante tratativas inconsultas con el intermediario del gobierno Cuevas Mackenna. En estas condiciones, que alimentan la desconfianza de amplios sectores de los trabajadores, se produce el fracaso del paro general del 9 de enero de 1956 contra el plan Herrera de "estabilización" de sueldos y salarios convocado por la CUT, que a partir de ese instante pierde definitivamente la combatividad que la caracterizó durante sus tres primeros años de vida. Frente a esta situación alarmante que aún no lograba percibirse en sus reales dimensiones Clotario Blest escribía en julio de 1957 con tono de preocupación:

"Estimo que la CUT debe tener un pronunciamiento preciso y concreto sobre su finalidad inmediata y de fondo. La CUT no es un organismo superficial y destinado a apuntalar al régimen capitalista, dando soluciones temporales y accidentales a los conflictos del trabajo, sino para dar solución permanente e integral a sus problemas".

Sin embargo, ante la inexistencia de una fuerte corriente política revolucionaria que pudiera hacerle frente, el reformismo terminó por ahogar las voces de alarma de Clotario Blest, el líder sindical más importante desde los tiempos de Luis Emilio Recabarren.

En el terreno político se produce igualmente un proceso de unificación de los partidos "obreros" constituyéndose el 29 de febrero de 1956 el Frente de Acción Popular (FRAP) en base al PC, las dos fracciones socialistas (el PSP y el PSCH), el PADENA y otros grupos menores. El FRAP define sus objetivos de la siguiente manera:

"El Frente de Acción Popular se caracterizará fundamentalmente como núcleo aglutinador de las fuerzas que estén dispuestas a luchar por un programa antiimperialista, antioligárquico y antifeudal. Su acción esencial se dirigirá a consolidar un amplio movimiento de masas que pueda servir de base social a un nuevo régimen político y económico, inspirado en el respeto a los derechos y aspiraciones de la clase trabajadora y dirigido a la emancipación del país, al desarrollo industrial, a la eliminación de las formas feudales de la explotación agraria, al perfeccionamiento de las instituciones democráticas y a la planificación del sistema productivo con vistas al interés de la colectividad y a la satisfacción de las necesidades básicas de la población trabajadora"

Esta declaración resume la médula de la orientación programática que los reformistas le imprimirán en adelante al movimiento obrero y popular chileno, el antecedente directo e inmediato de la futura Unidad Popular. Bajo un ropaje nuevo, más vistoso y colorido que el anterior que condujo a la política del Frente Popular, se pretende pasar de contrabando la teoría menchevique de la revolución "por etapas" que descarta la lucha por el socialismo, relegándola a un remoto e indeterminado futuro. De lo que se trataría entonces, según esta teoría no sólo antimarxista sino también completamente ahistórica, sería de encauzar la lucha de los trabajadores hacia el logro de un Estado de democracia burguesa "avanzada" a través de una tranquila y gradual "evolución pacífica" operada en los marcos de la legalidad establecida.

Poco después de la formación del FRAP se unificaron las dos fracciones socialistas despejando con mayor nitidez el cuadro de la hegemonía socialista-comunista al interior de la alianza político-electoral constituida por éste. El FRAP postula la candidatura de Salvador Allende en las elecciones presidenciales de 1958 y 1964 obteniendo el 29% y 39% de los votos respectivamente. Estos resultados muestran la enorme influencia que los partidos de la Izquierda han logrado desarrollar entre la clase obrera y las masas populares, incluso a pesar del carácter oportunista y conciliador de su comportamiento político. Y ha sido precisamente en base a esta influencia sobre el movimiento obrero organizado y sobre vastas capas de las masas explotadas, influencia que va incluso más allá de las propias filas del FRAP generando un proceso de "izquierdización" general del cuadro político del país que conduce al experimento desarrollista de la Democracia Cristiana, que a fines del gobierno democratacristiano va a surgir la Unidad Popular ampliando e incluso profundizando en algunos aspectos el marco político-programático del FRAP.


II. LA CRISIS DEL CAPITALISMO DEPENDIENTE Y EL ASCENSO DE LA LUCHA DE MASAS

Desde principios de la década de los años sesenta, con el triunfo de la Revolución Cubana -que señala el comienzo de la crisis irreversible de los movimientos nacionalistas pequeñoburgueses- y con el posterior surgimiento de numerosos frentes guerrilleros en diversos países del Continente, América Latina comienza a vivir una situación de crisis prerrevolucionaria que obliga al imperialismo a reconsiderar su política con respecto a esta región del planeta. América Latina se convierte en el escenario de una prolongada batalla entre las fuerzas oligárquicas y proimperialistas y la creciente insurgencia popular en sus múltiples manifestaciones. Esta confrontación reviste las formas mas diversas y se libra en todos los campos y esferas de la vida cotidiana de estos países y no exclusiva y fundamentalmente en el plano militar. En otras palabras, el imperialismo se pone en campaña con el objetivo manifiesto de aplastar a la revolución latinoamericana emergente de la misma forma como intenta hacerlo también en otras regiones del mundo y cuyo punto más álgido será por muchos años la guerra del Viet-Nam. Su estrategia consistirá básicamente en combinar e impulsar conjuntamente según sea el caso la "política del buen vecino" remodelada y perfeccionada, con "la política del garrote".

El primer aspecto de esta estrategia global contrarrevolucionaria será la promoción del proyecto desarrollista conocido con el nombre de "Alianza para el Progreso". Su propósito fundamental será favorecer el surgimiento de sectores industriales "dinámicos" en base a la asociación de capitales norteamericanos y nativos estimulando al mismo tiempo en algunos países el desarrollo de una reforma agraria que permitiera abrir espacio en las zonas rurales al surgimiento de una extensa capa de pequeños propietarios con la doble finalidad de ampliar el mercado interno a disposición del desarrollo industrial y la base de sustentación social del sistema. Entre los más importantes ejemplos que expresan en forma clara la naturaleza del proyecto desarrollista impulsado por el imperialismo se cuentan los casos de Goulart en Brasil, Belaúnde en el Perú y Frei en Chile. Como se sabe, la Alianza para el Progreso concluyó en un estrepitoso fracaso que no dejó al imperialismo más alternativa que optar por un apoyo franco y decidido al establecimiento en los principales países del continente de regímenes militares de carácter fascista. Se trata de regímenes que borran por la fuerza todo margen de negociación entre las clases, incluso entre las distintas fracciones de la propia burguesía, e instauran la dictadura abierta y despiadada del gran capital monopolista nacional y extranjero sobre el conjunto de la sociedad. De este modo la política del garrote, cuya expresión más vergonzosa la constituyó la invasión norteamericana en Santo Domingo, sólo excepcionalmente implicará en el futuro la intervención militar directa del imperialismo en América Latina desde el momento que su política se ha orientado fundamentalmente a estrechar sus lazos con la oficialidad de los distintos ejércitos del continente, capacitándolos para llevar a cabo ellos mismos la labor represiva sobre el movimiento revolucionario. Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos e incluso de sus éxitos momentáneos, el imperialismo pierde terreno y no ha logrado destruir en la mayoría de los países de América Latina la expresión de un descontento cada vez mayor, el desarrollo de un profundo sentimiento antiimperialista entre los sectores mayoritarios de la población.

El fracaso de los ambiciosos planes de dominación imperialista representados por la "Alianza para el Progreso" en gran parte obedece al hecho de que el sistema ha comenzado a sentir los efectos de una profunda crisis económica que socava las bases sobre las cuales asentó por largos años su estabilidad social y política interna. La onda expansiva de la economía norteamericana de posguerra ha entrado desde mediados de la década de los sesenta en una fase de progresivo .agotamiento. Concluida la reconstrucción de las economías capitalistas destruidas por la segunda guerra, las industrias japonesas y europeas comienzan a disputar a los Estados Unidos el predominio sobre el mercado mundial. La exacerbación de la competencia ínter-imperialista, el déficit crónico de la balanza de pagos norteamericana, la inflación permanente, el aumento del desempleo, la crisis del dólar, la disminución de las ventas, etc. son algunos de los aspectos que configuran el cuadro sombrío de una economía en crisis en los centros más importantes del capitalismo mundial. Desde el año 1967 no hay prácticamente ningún país imperialista que no haya sufrido los efectos de una recesión, y la crisis no hace más que comenzar. Por su parte, los mercados abiertos a los capitales imperialistas por China y la URSS son un paliativo muy modesto comparado con las verdaderas necesidades del imperialismo.

Como es obvio, los efectos de la crisis se hacen sentir con toda su fuerza sobre los hombros de los trabajadores que viven en los países capitalistas, incluidos los países imperialistas, lo que no podrá dejar de producir una reanimación de la lucha de clases a escala mundial. El año 68 marca en este sentido un giro en la situación internacional, abriendo un período de ascenso de las luchas obreras y populares en todas las regiones del planeta. Al tiempo que la ofensiva del Tet impulsada por los vietnamitas propina un golpe espectacular al ejército de ocupación norteamericano demostrando lo ilusorio de sus pretensiones de victoria militar en el sudeste asiático, diez millones de trabajadores y estudiantes paralizan completamente a Francia durante el mes de mayo; casi en forma simultánea se suceden en Checoslovaquia vigorosas movilizaciones del proletariado y de las masas populares para exigir la democratización del país y su independencia con respecto a la burocracia soviética, lo que obliga a esta última a intervenir militarmente; en Estados Unidos gana un enorme terreno el movimiento contra la guerra, especialmente entre la juventud estudiantil, como asimismo la protesta negra y chicana en contra de la discriminación racial y el movimiento de liberación de la mujer; en 1969 todo el norte industrial de Italia es sacudido por violentas movilizaciones obreras; la protesta en contra de la opresión burocrática se extiende en Polonia y Yugoslavia; se reanima la lucha del proletariado británico; se intensifica la resistencia popular a las dictaduras de Grecia, España y Portugal; recrudece el conflicto de Irlanda, etc.

A partir del mismo periodo la situación no ha sido muy diferente en América Latina. En los años 68 y 69 se suceden en Uruguay importantes movilizaciones de masas como la célebre marcha de los cañeros, la huelga de los obreros de los frigoríficos y de los bancarios, la creciente actividad del movimiento estudiantil y la espectacular irrupción de la guerrilla del MNL-Tupamaros. En Brasil, en el mismo período, asistimos también a una situación de alza del movimiento obrero y estudiantil y a un recrudecimiento de la actividad de las organizaciones guerrilleras, situación que es enfrentada por la dictadura a través de un endurecimiento de su política represiva. En Argentina ocurre otro tanto, pero esta vez con resultados diferentes: en medio de la aparente calma que se arrastraba desde la instauración del régimen fascista de Onganía estalla el año 69 el levantamiento del proletariado de Córdoba, generando un movimiento que adquiere por su fuerza y envergadura las características de una semiinsurrección popular. El Cordobazo, seguido luego de levantamientos de masas similares en otras ciudades, abre una situación de crisis permanente en los círculos gobernantes provocando la caída de Onganía primero y de Levingston después para concluir con el retorno de Perón al gobierno. En Bolivia, por su parte, la movilización combativa y decidida de las masas logra, en octubre de 1970, conjurar un intento de golpe fascista acaudillado por Rogelio Miranda produciéndose una "apertura democrática" -el gobierno del general Juan José Torres- en la que las masas obreras y populares despliegan una febril actividad política reivindicando sus derechos, reestructurando sus partidos de clase y constituyendo los gérmenes de un poder revolucionario, la Asamblea Popular, hasta que este proceso fue cortado por el golpe fascista de agosto de 1971 dirigido por Hugo Banzer. Por otro lado, en Perú asistimos al experimento de un gobierno militar de corte "nasserista" interesado en llevar adelante un proyecto desarrollista que, aunque no implica la ruptura de los lazos que atan a ese país al imperialismo, debilitan en todo caso sus márgenes de maniobra sobre el continente, generando incluso ciertos roces entre el gobierno peruano y el de los Estados Unidos.

Chile también fue escenario de esta formidable ola de ascenso de la lucha de masas y es precisamente en el marco de tal ascenso que se gestó la experiencia que debemos examinar: la constitución de la Unidad Popular, su triunfo en las elecciones presidenciales de 1970 y los tres años de su gobierno.

A mediados del año 1967, a sólo dos años y medio desde que se iniciara el gobierno democratacristiano bajo el slogan de "Revolución en Libertad", el descontento y la frustración generalizada hacían presa de los sectores populares que habían depositado su esperanza en la DC. La economía del país comenzó a atravesar por una fase de estancamiento progresivo que rápidamente repercutió sobre los niveles de vida de las masas en términos de desempleo, inflación, falta de viviendas, deterioro de los servicios públicos, etc. El volumen del endeudamiento externo se elevó considerablemente, las fábricas trabajaban muy por debajo de su capacidad instalada y los convenios del cobre, evidenciaron ante todos el carácter servil del gobierno frente al imperialismo. Por otro lado, frente a las crecientes manifestaciones de protesta de las masas, el gobierno democratacristiano comenzó a emplear cada vez con más energía, o "mano dura", una política de represión que le acarreó un enorme desprestigio en los sectores más diversos, a excepción por supuesto de los sectores patronales siempre amantes del "orden" y de la "autoridad".

Sin embargo, la represión sistemática, con sus crímenes y sus masacres cobardes de obreros y pobladores indefensos, no logró frenar la expresión del descontento, sino que, por el contrario, sólo contribuyó a agudizar la crisis general en que se debatía el sistema en todos sus niveles, incluidas sus instituciones más estables y conservadoras.

El punto de partida del ascenso de la lucha de masas que hemos señalado puede situarse en la segunda mitad del año 1967 con el estallido de tres conflictos sumamente significativos en tres sectores del movimiento de masas:

1. La huelga con ocupación de fábrica de los obreros de SABA

2. La toma del fundo San Miguel de San Esteban por sus campesinos

3. El inicio de la lucha por la reforma universitaria en el Pedagógico de la Universidad de Chile y en la Universidad de Concepción

Frente a cada uno de estos conflictos el gobierno respondió adoptando medidas de represión. Pero no se trataba de conflictos aislados, sino de las primeras manifestaciones de un vigoroso ascenso de la lucha de masas que se multiplicó enormemente en los meses siguientes. El 23 de noviembre de ese mismo año la CUT convoca a un paro nacional en protesta por la política económica del gobierno que pretendía recortar los sueldos de los trabajadores con el pretexto de crear un "fondo de capitalización nacional", los llamados "chiribonos". Las ocupaciones de fundos y las huelgas campesinas a escala regional y nacional ganan una envergadura cada vez mayor. La lucha por la reforma se extiende a todas las universidades. Los estudiantes secundarios se movilizan para exigir mayores cupos en las universidades y ocupan liceos en solidaridad con los profesores en conflicto. Los gremios de la salud, transportes, correos, telégrafos y el magisterio protagonizan combativas huelgas en demanda de mejores salarios. El movimiento de los pobladores sin casa gana una amplitud sin precedentes.

En el plano político asistimos a un proceso de creciente polarización que arrastra a la desintegración al tradicionalmente poderoso partido de centro, el Radical, y que debilita sustancialmente a la DC, sacudida por numerosos conflictos internos. En la izquierda, especialmente en sus sectores juveniles, comienzan a tomar cuerpo diversas corrientes revolucionarias de corte centrista tanto en el interior de los partidos tradicionales como fuera de ellos. El MIR se lanza a la política de "acciones directas".

En el plano institucional se producen los primeros síntomas de desasosiego entre la oficialidad de las FFAA, los que conducen en octubre de 1969 al "tacnazo" acaudillado por el general Viaux. El poder judicial por primera vez en su historia realiza una huelga en demanda de mejores salarios. En el seno de la Iglesia se hace sentir la presencia de corrientes radicalizadas. En las universidades el movimiento de reforma abre las puertas a los sectores académicos de izquierda para que puedan ocupar cátedras, realizar investigaciones y asumir cargos de responsabilidad en el gobierno y la administración de esos planteles.

Como se puede apreciar, durante la segunda mitad de la década del sesenta, el país comentó a atravesar por una situación de crisis generalizada. Se trataba, en última instancia, de la crisis del sistema económico-social vigente, vale decir la crisis del capitalismo dependiente, al menos en los términos en que se había estructurado en las décadas precedentes. Para la burguesía, el principal escollo lo constituía la presencia vigilante de un combativo y bien organizado movimiento de masas puesto que ello le impedía reestructurar la economía en crisis del único modo que resulta consistente con sus intereses de clase: descargando sobre los trabajadores el peso de la acumulación requerida. Necesitaba de un "gobierno fuerte" que hiciera respetar el "principio de autoridad". Tal fue el significado de su opción política en las elecciones presidenciales de 1970. La candidatura de Tomic, con su programa demagógico y populista sólo le quitaría votos a la izquierda. Desde el punto de vista del proletariado lo que estaba en el centro de la confrontación política era el problema del poder. No cabían soluciones intermedias. La propia realidad de la lucha de clases no daba margen a ellas. Esto incluso lo reconoció el PC en su XIV Congreso realizado en el año 1969, aunque para ellos como se sabe, se podía y se debía, encarar y resolver esta cuestión en el marco de la "vía pacífica". Fue en este cuadro general de crisis profunda del sistema capitalista en Chile que se gestó la Unidad Popular. Esta finalmente se constituyó en diciembre de 1969 mediante la firma de un pacto entre el Partido Comunista, el Partido Socialista, el Partido Radical, el Partido Socialdemócrata, el MAPU y el API.


III. LA UNIDAD POPULAR: EL ESTALINISMO LOGRA LLEVAR A LA PRACTICA SU ESTRATEGIA

Aunque sus integrantes se negaron a reconocerlo, la UP surgió en el ánimo de la mayoría de ellos como una mera alianza electoral ante la proximidad de los comicios presidenciales. En este plano sus perspectivas eran indudablemente promisorias puesto que sumando la votación alcanzada en 1969 por sus principales componentes se reunía un porcentaje cercano al 50% de los votos. Se esperaba obtener entonces una victoria segura y amplia sobre las candidaturas rivales. Ello explica el grotesco espectáculo que brindaron los "partidos populares" cuando, habiéndose ya puesto de acuerdo en el programa de gobierno, se reunieron para discutir la designación del candidato: pusieron tal énfasis en esta cuestión que la recién constituida UP estuvo a punto de romperse.

Sin embargo, para los estalinistas se trataba de algo más que de una mera alianza electoral. En ellos la constitución de la UP respondía a toda una concepción de lucha política, tanto en lo que se refiere a sus objetivos programáticos y al carácter de la alianza como a los medios que correspondería utilizar para abrir paso a la íntegra realización de su programa. ¿Cuáles eran los rasgos esenciales de esta estrategia? Dejemos que sean ellos mismos quienes lo expliquen. Luis Corvalán, secretario general del PC, en un artículo publicado en la revista Principios en enero de 1961 -y que lleva el sugestivo título "Acerca de la Vía Pacífica"- cita un extenso párrafo de la Declaración de Moscú de los "81 Partidos Comunistas y Obreros" en el que se recoge la tesis de la "vía "pacífica" formulada por el XX Congreso del PCUS. El párrafo en cuestión es el siguiente:

"En varios países capitalistas la clase obrera, encabezada por su destacamento de vanguardia, puede en las condiciones actuales, basándose en un frente obrero y popular y en otras posibles formas de acuerdo y colaboración política de distintos partidos y organizaciones sociales, agrupar a la mayoría del pueblo, conquistar el poder estatal sin guerra civil y asegurar el paso de los medios de producción fundamentales a manos del pueblo. Apoyándose en la mayoría del pueblo y dando una resuelta réplica a los elementos oportunistas incapaces de renunciar a la política de conciliación con capitalistas y terratenientes, la clase obrera puede derrotar a las fuerzas reaccionarias, antipopulares, conquistar una mayoría estable en el Parlamento, hacer que éste deje de ser un instrumento al servicio de los intereses de clase de la burguesía, para convertirse en un instrumento al servicio del pueblo trabajador, desarrollar una amplia lucha de masas fuera del Parlamento, romper la resistencia de las fuerzas reaccionarias y crear las condiciones necesarias para hacer la revolución socialista por vía pacífica. Todo esto será posible únicamente por medio de un desarrollo amplio y constante de la lucha de clases de las masas obreras y campesinas y de las capas medias urbanas contra el gran capital monopolista, contra la reacción, por profundas reformas sociales, por la paz y el socialismo"

Más adelante, comentando el significado de esta tesis Corvalán señala:

"La posibilidad de que la clase obrera una a su alrededor a la mayoría del pueblo y llegue al poder, en una serie de países, por una vía pacífica, es hoy más factible que ayer en virtud de los profundos cambios operados en la situación internacional"

Y agrega más adelante:

"La tesis acerca de la posibilidad de la vía pacífica se refiere, es cierto, al tránsito del capitalismo al socialismo en determinados países. Pero hay que tener en consideración el punto de vista marxista de que el derrumbe del colonialismo, la independencia de las naciones oprimidas por el imperialismo, forman una parte de la revolución proletaria mundial. Del mismo modo, hay que tener también en consideración el pensamiento marxista en el sentido de que entre la revolución democrática y la revolución socialista no media ninguna muralla china. Todo esto nos permite afirmar que teóricamente la tesis acerca de la posibilidad de la vía pacífica es también válida en el caso de algunos países donde en este momento no se plantea la revolución socialista, sino la revolución democrática, o simplemente una revolución nacional libertadora".

En otro artículo publicado en la misma revista Principios en octubre de ese año, Corvalán aclara un poco más la posición del PC sobre el carácter de la revolución que correspondería realizar en Chile. Textualmente afirma lo siguiente:

"...las transformaciones que están planteadas sólo podrán ser la obra de una verdadera revolución popular y nacional, democrática, antiimperialista y antifeudal"

Las citas podrían multiplicarse pero lo esencial de las concepciones del PC se encuentran expresadas en los párrafos que hemos citado: de una parte sostener la tesis del "tránsito pacífico del capitalismo al socialismo" o, simplemente, de la "vía pacífica", y de otra afirmar que en Chile no está planteada la necesidad de realizar una revolución socialista sino una de carácter "democrático" o como la define el programa aprobado por el XIV Congreso del PC, "una revolución antiimperialista, antimonopolista y agraria, con vista al socialismo". Estos dos aspectos centrales de la estrategia estalinista envuelven no sólo una negación radical del marxismo revolucionarlo sino también una reivindicación del revisionismo teórico y del oportunismo político de la Segunda Internacional.

El primero de ellos, el que se refiere a la "vía pacífica" involucra un abierto rechazo a la teoría marxista del Estado y de la revolución proletaria, y su reemplazo por las clásicas concepciones revisionistas de Bernstein. Para la primera,

"el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del "orden" que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases"

Por tanto,

"resulta evidente que la liberación de la clase oprimida es imposible, no sólo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción del aparato del poder estatal que ha sido creado por la clase dominante" .

Comentando el análisis hecho por Engels sobre las revoluciones burguesas del siglo pasado en Francia, Lenin señala:

"El balance de las revoluciones burguesas es tan corto como expresivo. El quid de la cuestión -¿tiene armas la clase oprimida?- aparece enfocado aquí de un modo admirable. Este quid de la cuestión es precisamente el que eluden con mayor frecuencia lo mismo los profesores influidos por la ideología burguesa que los demócratas pequeñoburgueses".

Y añade más abajo:

"Todas las revoluciones anteriores perfeccionaron la máquina del Estado, y lo que hace falta es romperla, destruirla. Esta conclusión es lo principal, lo fundamental, en la teoría del marxismo acerca del Estado".

Las implicaciones políticas de este razonamiento son para Lenin igualmente claras:

"La necesidad de educar sistemáticamente a las masas en ésta, precisamente en esta idea de la revolución violenta, es algo básico en toda la doctrina de Marx y Engels" (todas las citas y los subrayados son de Lenin y han sido tomadas de El Estado y la Revolución)

No es nuestra costumbre argumentar en base a citas. No obstante en este caso el procedimiento se impone para poner en evidencia la abierta contradicción que existe entre la tesis de la "vía pacífica" y la clásica concepción marxista del Estado. El problema central de la revolución proletaria es la conquista de poder, es decir, la destrucción del poder estatal de la burguesía, y la instauración de la dictadura del proletariado. Sin esto no hay revolución alguna posible sino únicamente un proceso reformista encuadrado en los marcos jurídico-políticos y por lo tanto económicos de la sociedad burguesa. Esto constituye el ABC del marxismo.

Las reformas, que no son más que un producto subsidiario de la lucha de clases, en ningún caso introducen los elementos de una nueva sociedad al interior del capitalismo sino únicamente permiten mejorar en parte la situación de los trabajadores en las condiciones de existencia del sistema de explotación capitalista. Como señala acertadamente Rosa Luxemburgo:

"Es una nota peculiar del orden capitalista, que en él los elementos de la sociedad futura adquieren primero, en su desarrollo, una forma que no se acerca al socialismo, sino por el contrario, se aleja más y más de él". (Reforma o Revolución)

Los marxistas revolucionarios no se oponen, ni mucho menos, a conducir al proletariado a la lucha por determinadas reformas. A lo que sí se oponen resueltamente es a considerar la lucha por las reformas como un fin en sí mismo o, peor aún, como el medio a través del cual se puede llegar a transformar gradualmente el carácter de clase del Estado y de la sociedad. Las reivindicaciones parciales por las que lucha el proletariado sólo se elevan al nivel de una verdadera lucha de clases cuando se ligan a la lucha revolucionaria por la conquista del poder. La lucha por las reformas y las posiciones que a través de ella se pueden alcanzar deben entenderse como un instrumento llamado a favorecer el desarrollo de la organización y la conciencia política de las masas y que bajo la dirección de un partido revolucionario puede conducirlas a través de aproximaciones sucesivas a la lucha directa por el poder.

Estas verdades elementales del marxismo han sido completamente olvidadas por los estalinistas. Para ellos la conquista del poder por el proletariado no consiste en la destrucción del aparato estatal burgués y su reemplazo por la dictadura del proletariado, sino que es sinónimo de "conquistar una mayoría estable" al interior de las instituciones representativas del Estado burgués para "hacer que éste deje de ser un instrumento al servicio de los intereses de clase de la burguesía, para convertirse en instrumento al servicio del pueblo trabajador". Por ello es que Corvalán afirmaba con tanto desparpajo en diciembre de 1970, poco después de constituirse el gobierno de la UP, que:

"El "caso chileno" viene a demostrar que los caminos y métodos del proceso revolucionario tienen en cada país sus propias particularidades, y prueba que no es precisamente descabellada la tesis que proclamó el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS, y que hizo suya el movimiento comunista en su Conferencia de 1960, en el sentido de que la clase obrera y demás fuerzas que luchan por el socialismo pueden conquistar el poder y realizar los cambios revolucionarios sin que sea obligatorio recurrir alas armas" ("El Gobierno Popular", artículo publicado en Revista Internacional, Nº12, diciembre 1970).

El segundo aspecto, el que se refiere al carácter de la revolución definiéndola como "antiimperialista, antimonopolista, y agraria, con vista al socialismo", es tan elocuente como el anterior para demostrar la naturaleza antimarxista de dicha estrategia. Nos encontramos ni más ni menos que frente a la vieja teoría de la "revolución por etapas acuñada por el ideólogo menchevique Martinov (que después pasó a ocupar una posición prominente junto a Stalin) en polémica con la concepción leninista-trotskista de la "revolución permanente". Según la teoría menchevique-estalinista de la "revolución por etapas", en los países atrasados sometidos al vasallaje colonial y semicolonial de las potencias imperialistas y en los que aún están vigentes numerosas reivindicaciones que históricamente fueron patrimonio de las revoluciones burguesas en los países centrales, correspondería realizar una revolución "democrático-burguesa" antes de que el proletariado y las masas populares puedan plantearse siquiera una lucha por el socialismo. De acuerdo con esta perspectiva, en tanto que la revolución es burguesa por sus objetivos, la dirección de ella la ejerce la propia burguesía. El proletariado y las masas populares deben limitarse a contribuir al éxito de la revolución burguesa. Tal es la esencia de esta teoría enarbolada primero por los mencheviques, a los que Lenin caracterizaba como demócratas pequeñoburgueses, y posteriormente por los estalinistas. Esta teoría es la que llevó a los mencheviques a conciliar con la burguesía rusa y combatir a los bolcheviques en 1917 y fue también la que llevó a los comunistas chinos a Ingresar al Kuomintang y a colaborar activamente con Chiang Kai-shek hasta que fueron ferozmente reprimidos por éste.

En contraposición a la tesis menchevique-estalinista, Lenin y Trotsky señalaron claramente que si bien existían numerosos objetivos propios de una revolución burguesa incumplidos en los países coloniales y semicoloniales, la burguesía constituía en todas partes una clase reaccionaria y por lo tanto absolutamente incapaz no sólo de encabezar, sino incluso de tomar parte activa en la lucha por las reivindicaciones democráticas. Ante el temor que le causaba el peligro de una revolución obrera y popular prefería aliarse a las viejas clases oligárquicas y al imperialismo antes que emprender una luchar seria en su contra. En consecuencia, la única clase que estaba en condiciones de encabezar esta lucha era el proletariado, agrupando a su alrededor a todos los sectores oprimidos de la nación. Esta situación otorga un carácter peculiar a la revolución en los países atrasados: si bien la revolución puede comenzar como una revolución democrática arrastrando a todos los sectores populares, el que sea la clase obrera la que se encuentre a su cabeza, manteniendo intransigentemente su independencia frente a los partidos e instituciones del Estado burgués, abre la vía a la transformación de la revolución de democrática en socialista. La revolución socialista no está separada por ninguna "etapa" de la realización integral de los objetivos democráticos sino que, por el contrario, se encuentra íntimamente ligada a ella e incluso constituye su premisa fundamental. Ello supone por otro lado que la revolución no podrá realizarse a través de la "vía pacífica" sino a través de la destrucción violenta del aparato estatal burgués y la instauración de la dictadura del proletariado.

Si bien es efectivo que los estalinistas chilenos han ido poco a poco modificando su planteamiento sobre el carácter de la revolución, desechando los aspectos más grotescos de la concepción menchevique-estalinista tal cual ésta fue formulada originalmente, han permanecido en lo esencial en el ámbito de ella. La colaboración de clases, la conciliación y el reformismo, no se manifestarán ahora en la forma de una clara subordinación de los primeros a los sectores "progresistas" de la burguesía, en el reconocimiento de su rol dirigente en la revolución "antiimperialista, antimonopolista y agraria", sino de una manera mucho más sutil: a través de una completa subordinación de los partidos "obreros" a la legalidad burguesa.

No sin cierta ingenuidad y timidez el PC proclamó recién en su XIII Congreso realizado en octubre de 1965, el papel dirigente que a la clase obrera le corresponde en la revolución:

"Esta no es una formulación dogmática, sino una verdad concreta. En países como la República Árabe Unida y otros, la burguesía nacional ha demostrado cierta capacidad revolucionaria en la lucha por la independencia y el progreso. Pero aquí, en Chile, ayer bajo la jefatura radical y hoy bajo el liderato demócratacristiano, demuestra que, si bien suele tener una que otra "aniñada", cae por lo general en la conciliación y la entrega ante el imperialismo y la oligarquía. En cambio, la clase obrera ha tenido y tiene por esencia una actitud de lucha consecuente contra, tales enemigos" ("La clase obrera, centro de la unidad y motor de los cambios revolucionarios", informe central al XIII Congreso Nacional del PC).

Y como si aún no se sintieran suficientemente seguros de estar en lo cierto repiten con idéntica timidez:

"Por lo visto, la burguesía latinoamericana ya no es capaz de encabezar los procesos revolucionarios, aunque sí, algunos sectores de esta clase social pueden participar en ellos" (Luis Corvalán: "Unión de las fuerzas antiimperialistas", artículo publicado en la revista Nuestra Época Nº6, junio de 1967)

Sin embargo este reconocimiento del papel dirigente de la clase obrera así como otras afirmaciones de los estalinistas sobre la importancia de la acción combativa de las masas se anulan a sí mismas en la medida en que permanece en pie lo sustancial de sus concepciones:

1. Que es preciso, en alianza con otros sectores, incluida la burguesía "progresista", realizar una "etapa" democrática antes que esté planteada la posibilidad del socialismo. Esto equivale a sostener que el objetivo central de la lucha de los trabajadores es la modernización del sistema capitalista en beneficio de los supuestos sectores "progresistas" de la burguesía (decimos supuestos porque la pequeña y mediana burguesía no tienen mucho de "progresistas"; por el contrario son más bien reaccionarias puesto que sus aspiraciones se resumen en el anhelo de una "vuelta al pasado" o a lo sumo una mantención del statu quo en la medida que el futuro sólo les depara la ruina a manos de la competencia monopólica. Por otro lado, las burocracias militares que gobiernan en la mayor parte del mundo árabe son tan "progresistas" que a pesar de su alianza militar con la URSS no han tenido el menor reparo en hacer colgar en plazas públicas a los dirigentes comunistas de sus respectivos países).

2. Que esta "revolución" puede y debe hacerse a través de la "vía pacífica" usando los canales legales o institucionales que ofrece el Estado burgués.

Puesto en claro el carácter antimarxista y por lo tanto no proletario de las concepciones estalinistas, cabe señalar cuáles son los Intereses que dichas concepciones representan, sus contenidos de clase. Como lo señala claramente la tesis central aprobada en el 1º Congreso Nacional de la Liga Comunista,

"El PC forma parte de una corriente internacional cuyas concepciones teóricas, políticas y organizativas tienen su origen en la degeneración burocrática del Estado Soviético. Este fenómeno, que se produjo durante la década de los años veinte -especialmente en los años posteriores a la muerte de Lenin- y que condujo a la total supresión de la democracia proletaria tanto a nivel del poder del Estado -ejercido hasta entonces directamente por los trabajadores a través de los soviets o consejos obreros- como en lo que concierne al régimen interior del Partido y de la Internacional, permitió que se desarrollaran y se impusieran sobre el movimiento comunista internacional concepciones revisionistas completamente extrañas al marxismo, que expresan intereses contrapuestos a los del proletariado como son los de la mantención y fortalecimiento de la dominación burocrática, y cuya finalidad no es otra que la de cubrir apologéticamente con un ropaje seudomarxista su carácter contrarrevolucionario"

Y poco más adelante agrega:

"Es a partir de esta vinculación intima que une a la burocracia estalinista de la URSS con todos los PC prosoviéticos del mundo como debe emprenderse la caracterización de clase de estos últimos. La política de tales partidos se explica por la doble relación que mantienen, con las masas por un lado y, con la burocracia soviética por el otro. Dicho en otros términos, su reformismo se explica por la necesidad que tienen de apoyarse en las masas, organizándolas y movilizándolas en defensa de sus intereses elementales, sólo en la medida en que sus luchas no entren en contradicción con los objetivos de la política internacional de la burocracia soviética a cuyos intereses se encuentran subordinados en última instancia. Esto no excluye la "posibilidad de que algunos PC puedan exhibir, en algún momento, un cierto margen de autonomía con relación a algunos aspectos de la política de la burocracia soviética (como ocurrió por ejemplo con la invasión a Checoslovaquia), pero en lo esencial sus orientaciones son plenamente congruentes con los aspectos básicos de ella". ("La contrarrevolución fascista y las tareas del proletariado", tesis central del 1º Congreso Nacional de la Liga Comunista de Chile).

A propósito de las relaciones que existen entre el PC chileno y la burocracia soviética no está demás recordar que éste llegó incluso a apoyar sin reservas la invasión a Checoslovaquia no obstante que hasta ese instante había mantenido una activa campaña en pos de la defensa del principio de "autodeterminación de los pueblos, esto es, el respeto al derecho que cada pueblo tiene a darse la forma de gobierno que estime más conveniente. Comentando lo ocurrido en el acto convocado por el PC en el que se leyó un informe sobre los sucesos de Checoslovaquia, Luis Corvalán cayó incluso en el ridículo de sostener:

"La respuesta coreada, espontáneamente, por la masa -"checo, comprende, los rusos te defienden"- es la demostración más concluyente de la clarividencia política de los ocho mil participantes del acto" ("El Partido", artículo publicado en El Siglo el 27 de agosto de 1968)

La "clarividencia política" de Corvalán quedó definitivamente certificada el 11 de septiembre de 1973. Pero cabe insistir en la relación existente entre los problemas que ella ha originado a nuestro pueblo y la actitud de postración ideológica que la explica. El propio Corvalán ha reconocido con bastante candidez:

"Yo, como todos los comunistas de mi época, aprendí mucho de Stalin, he leído y estudiado todos sus escritos. Creo que Stalin se caracteriza, entre otras cosas, por su claridad como expositor, por ser muy preciso en sus escritos, muy concreto y claro. Y en verdad, creo que incluso desde el punto de vista teórico entregó su contribución al marxismo. Nos consideramos estalinistas en un tiempo. Después vino lo que se sabe: el deshielo, se conocieron cosas desgraciadas que habían ocurrido en la Unión Soviética en los tiempos de Stalin. Se supo que en el último período de su vida cayó en el culto a la personalidad, en contradicción con mucho de lo que él mismo había escrito, de lo que había planteado en sus trabajos teóricos y políticos. Pero creo que nadie le quita lo bailado en uno y otro sentido" (Eduardo Labarca, Corvalán, 27 horas)

Igualmente significativa a este respecto es la concepción que el PC tiene sobre:

"la importancia decisiva que tiene el apoyo resuelto del mundo socialista, sin lo cual no hay posibilidad de enfrentar al imperialismo, pudiendo resultar estéril el heroísmo de un pueblo" (Luis Corvalán: "La vía pacífica y la alternativa de la vía violenta")

Ahora bien, la constitución de la Unidad Popular responde plenamente a la concepción estratégica que hemos descrito, es decir a la concepción estratégica del estalinismo, independientemente de que en uno u otro aspecto la redacción del Programa Básico de gobierno se aparte un poco de ella debido principalmente a la injerencia de otras fuerzas políticas, particularmente socialistas y mapucistas. El triunfo de la UP en las elecciones presidenciales de 1970 y la constitución de un gobierno de Unidad Popular abren un período crucial en la vida política del país y someten, a la decisiva prueba de los acontecimientos, estas concepciones en las que el proyecto UP se apoya y en las que encuentra sus racionalizaciones más precisas y coherentes. Debemos por lo tanto prestar una atención particular a las formas específicas que adquiere en la constitución de la UP esta estrategia y a las condiciones objetivas prevalecientes en el país.

El control del gobierno y el significado de la política económica de corto y largo plazo en la estrategia de la UP

La UP se gestó, como hemos dicho, en medio de una crisis generalizada y profunda del capitalismo en Chile cuyo aspecto más significativo desde el punto de vista político lo constituía el vigoroso ascenso de la lucha de masas, la presencia de un movimiento obrero y popular férreamente organizado, que en el transcurso de los últimos años había logrado demostrar su combatividad y fortaleza en la culminación exitosa de varios paros nacionales y que entregaba mayoritariamente su respaldo a aquello que la ambigua fraseología reformista había bautizado como "proceso de cambios".

Esta situación planteó a la UP, desde un primer momento, difíciles problemas que resolver. Los trabajadores habían comenzado a llevar sus luchas mucho más allá de lo que permitían los marcos tradicionales en que se desenvolvió en el pasado la lucha social y política, ensayando nuevos y superiores métodos de lucha (tomas de terreno, ocupaciones de fábrica, etc.) que entraban en abierta contradicción con el plan estrictamente electoral y legalista de la UP. Si el triunfo en las elecciones presidenciales constituía el medio de acceder a "una parte del poder político" de acuerdo con las concepciones reformistas, la mantención de la legalidad burguesa era su requisito. Por ello, los esfuerzos del reformismo, antes y después de los comicios presidenciales, no sólo se encaminaron en el sentido de agrupar fuerzas para vencer en las elecciones, sino también en el de vigilar que las condiciones en que éstas se podían llevar a cabo no se vieran alteradas. Encuadrar las luchas políticas y sindicales del proletariado y de las masas populares en los estrechos márgenes del enfrentamiento electoral y de la legalidad burguesa fue desde entonces la constante y prioritaria preocupación de los dirigentes reformistas con respecto al movimiento de masas. Dicho gráficamente se trataba de "ponerle camisa de fuerza" a los trabajadores para que éstos no pusieran en peligro la estabilidad del "Estado de derecho" burgués.

Es claro que no se trata de mantener una oposición de principio a la posibilidad y necesidad de aprovechar los numerosos "resquicios" que ofrece la legalidad burguesa a la lucha revolucionaria. De hecho, la izquierda revolucionaria levantó durante este período numerosas consignas democráticas (libertad para los obreros de SABA y los presos políticos, cese de las torturas a los detenidos, reforma a las universidades, etc.) en defensa y por la ampliación de determinados derechos y garantías consagrados por la Constitución y las leyes burguesas, logrando en numerosas ocasiones movilizar a vastos sectores tras la defensa de las libertades amenazadas por el curso ascendente de la represión. Pero las concepciones defendidas por el reformismo de hecho hacían de la legalidad burguesa un fetiche. La lucha por mantener la vigencia de determinados derechos y libertades pasa a constituir el eje estratégico de las luchas políticas de la clase obrera.

En estas condiciones, el reformismo se esforzará en todo el período preelectoral (y también en el período postelectoral) por imponer una política de control burocrático sobre las masas y de conciliación con los sectores "democráticos" de la burguesía. Toda la actividad independiente desplegada espontáneamente por los trabajadores es rápidamente conminada a replegarse sobre el estrecho margen de la negociación y de la lucha electoral, frenando con ello la inmensa combatividad que comenzaba a aflorar por doquier en el seno del proletariado y de las masas oprimidas del campo y la ciudad. ¿Cuál era entonces el camino que el reformismo se había trazado para poner en marcha y hacer triunfar el "proceso de cambios"? ¿Cuál era la forma específica que adquiría en las condiciones prevalecientes en Chile la estrategia estalinista de la "vía pacífica" y la "revolución por etapas"? Trataremos de explicarlo en la forma más esquemática posible, sin caer por ello en trivializaciones o tergiversaciones de ningún tipo, tratando únicamente de poner en claro los rasgos esenciales del proyecto UP y sus incongruencias.

Puesto que el problema central de toda verdadera revolución es el problema del poder estatal, de suconquista por nuevos sectores o clases sociales que desplazan a las antiguas clases dominantes, debemos comenzar por analizar la forma en que el reformismo enfocaba esta cuestión.

Luis Corvalán en el informe rendido al Pleno del Comité Central del PC, el 26 de noviembre de 1970, se refería al problema en los siguientes términos:

"El pueblo ha conquistado el gobierno, que es una parte del poder político. Necesita afianzar esta conquista y avanzar todavía más, lograr que todo el poder político, que todo el aparato estatal pase a sus manos en una sociedad pluralista. Se requiere, además, erradicar al imperialismo y a la oligarquía de los centros del poder económico y poner todo el poder político y el poder económico al servicio del progreso nacional, del bienestar de las masas, de la cultura y de una nueva moral".

Y el mismo Corvalán aclara un poco más esto en un artículo publicado por la Revista Internacional Nº12 de diciembre de 1970 que se titula "El Gobierno Popular". Textualmente afirma:

"Los partidos de la Unidad Popular se han comprometido a realizar el Programa, a llevar a cabo las transformaciones revolucionarias por los caminos que franquean la Constitución y las leyes vigentes o las que democráticamente se dé el país. La Carta Fundamental y numerosas leyes le dan al Ejecutivo muchas e importantes atribuciones, un gran poder. Pero toda la política de nacionalizaciones y de cambios institucionales tiene que realizarse con apoyo parlamentario. Y en el Congreso Nacional los partidos de la Unidad Popular sólo tienen mayoría relativa, no la mayoría absoluta. Esta es una gran dificultad, una limitación que, sin embargo, se podrá superar con el concurso de la Democracia Cristiana en asuntos capitales en que hay coincidencia programática y, sobre todo, con el apoyo del pueblo, con su presencia activa. De consiguiente algunas posibilidades de avanzar existen, aún en los marcos de la actual institucionalidad. Pero al fin y al cabo esta misma tiene que ser transformada para avanzar todavía más, para colocarla al servicio de los cambios y de la mayoría nacional. Se ha incorporado a la Constitución la facultad del Ejecutivo de disolver el Parlamento por una sola vez durante su mandato, previa consulta plebiscitaria en caso de conflicto entre ambos poderes. En algún momento, en el momento oportuno habrá que echar mano de dicha facultad"

Sergio Ramos, uno de los principales teóricos del PC chileno, ha tratado de dar una forma más precisa a esta formulación afirmando que a partir de la constitución del gobierno de la UP :

"se ha creado en Chile una situación cuya peculiaridad radica en que, desde el punto de vista de clases, la dualidad de poder se expresa en una línea demarcatoria al Interior del propio aparato estatal existente, más que en el enfrentamiento al aparato estatal de la burguesía por uno alternativo a él que exprese los intereses del proletariado y sus aliados, como era el caso, por ejemplo, de los soviets frente el Gobierno Provisional" (Sergio Ramos, Chile: ¿una economía de transición?, subrayado en el original)

Tal es, en esencia, la forma como el problema del poder era enfocado por el reformismo. El gobierno constituía una "parte del poder político", la más importante dadas las atribuciones de que gozaba el Ejecutivo en la legislación chilena. Se trataba entonces de "conquistar la otra parte", esto es, de "conquistar una mayoría estable en el Parlamento", y todo estaría resuelto. Mientras tanto, "desde un punto de vista de clases" una situación de doble poder se expresaría "al interior del propio aparato estatal existente".

En cuanto a las Fuerzas Armadas, los dirigentes reformistas prácticamente sin excepción hacían suyo el siguiente punto de vista:

"es cierto que no se debe pasar por alto las condiciones en que han sido formadas y sobre todo, la educación y el entrenamiento que han recibido en los últimos decenios, bajo la inspiración del Pentágono. Pero no por esto se las puede calificar de obsecuentes servidores del imperialismo y de las clases dominantes. En ellas impera el espíritu profesional y el respeto al gobierno establecido de acuerdo a la Constitución. Además, el Ejército y la Marina nacieron en la lucha por la independencia. Los soldados y suboficiales de las tres instituciones de las FFAA provienen de capas sociales modestas y casi todos los oficiales han salido de las capas medias. Hace ya tiempo que la oligarquía y la burguesía más ricachona dejaron de interesar a sus hijos en la carrera militar. En especial se debe tener presente que ya no hay institución que permanezca impermeable a las conmociones sociales, cerrada a los vientos que corren en el mundo, ajena o indolente al drama de millones y millones de seres humanos que viven en la miseria más atroz. La actuación que le cupo a buena parte del Ejército Dominicano durante la invasión yanqui de su territorio y el carácter progresista del gobierno militar del Perú demuestra que las Fuerzas Armadas no deben ser miradas con criterio dogmático. Es verdad que los institutos militares también necesitan cambios; pero éstos no pueden serles impuestos. Deben surgir de su propio seno, por su propio convencimiento. En lo demás, el tiempo y la vida hablarán" (Luis Corvalán: "El Gobierno Popular", artículo publicado en la Revista Internacional, Nº 12, diciembre de 1970).

No puede negarse que, mirando las cosas retrospectivamente, "el tiempo y la vida" hablaron, en forma suficientemente rotunda para echar al tarro de la basura esta desafortunada teoría sobre la transformación "gradual y pacífica" de la sociedad desde el capitalismo al socialismo. Lo trágico es el precio que la clase obrera y las masas populares han debido pagar por el "experimento".

Pero retomemos el hilo del razonamiento. Hemos señalado que según los reformistas la conquista del poder por el proletariado adquiriría en Chile la peculiarísima forma de un copamiento gradual del aparato estatal burgués por las fuerzas políticas "populares". Esta sui géneris "conquista del poder" debería lograrse desde luego a través de los canales que para ello franquea el propio sistema institucional vigente, esto es, las elecciones presidenciales y parlamentarias. Habiendo logrado, en una primera fase, ganar una "parte" del poder, cual era el gobierno de la nación, su rama ejecutiva, era necesario ahora lograr una mayoría nacional que pudiera expresarse en la composición del Parlamento, ganando por esta vía la otra "parte" del poder, la rama legislativa del aparato estatal burgués. Para ello era necesario conquistar efectivamente un respaldo mayoritario en el electorado, es decir, en los diversos sectores sociales del país. Esta era la llave que permitiría abrir las puertas de la institucionalidad poniéndola "al servicio del pueblo trabajador".

¿Cómo lograr este respaldo mayoritario? El control del gobierno haría posible alcanzar este objetivo: la evolución de la economía del país hacia formas cada vez más acentuadas de capitalismo monopolista de Estado (en el marco de las relaciones de dependencia que le son propias) había puesto en sus manos diversas formas de control sobre el aparato productivo que, manejadas inteligentemente por las "fuerzas populares", permitirían desarticular las bases del poder económico de las clases dominantes y mejorar considerablemente la relación de fuerzas en beneficio del proletariado. En efecto, el Estado, especialmente a través del Ejecutivo, venía ejerciendo desde hacía muchos años un rol decisivo en la reproducción ampliada del sistema, regulando su funcionamiento, entregando un alto porcentaje de las inversiones totales y defendiéndolo más allá de los intereses coyunturales de uno u otro sector burgués. Si esta función reguladora se adecuaba al funcionamiento "normal" de una economía fuertemente dependiente del capital extranjero y a un proceso de concentración creciente del poder económico en manos de unos pocos monopolios, los instrumentos legales que permitían el cumplimiento de esta función bien podrían ser usados por un "gobierno popular" para impulsar el desarrollo de una política económica que beneficiara a las grandes mayorías, a los sectores más empobrecidos de la nación. Esta relativa autonomía del gobierno dentro del conjunto del sistema legal e institucional burgués y la enorme incidencia de éste sobre la marcha de la economía del país abrían la posibilidad de poner en práctica una política económica de corto plazo que favoreciera claramente a los trabajadores.

La política económica de corto plazo diseñada para estos efectos por la UP, se apoyaba básicamente en la utilización de los siguientes recursos y atribuciones del Ejecutivo:

1. La enorme incidencia del gasto del sector público sobre el producto geográfico bruto y la influencia que esto representaba sobre la demanda global. Ello abría la posibilidad de dirigir el desarrollo prioritario de determinadas ramas de la producción, precisamente aquellas que permitían solucionar las necesidades más urgentes originadas en los sectores de más bajos ingresos;

2. El rol predominante del Estado en el proceso de acumulación de capitales. La inversión estatal había alcanzado en el año 1969 cerca de un 75% de la inversión geográfica bruta de capital fijo;

3. Además de los dos factores mencionados el gobierno disponía de facultades para fijar precios, determinar y regular el régimen tributario y arancelario, fijar el monto de los reajustes de sueldos y salarios, etc. Estos instrumentos permitirían al gobierno el desarrollo de una política destinada a lograr una rápida reactivación de la economía, estancada desde 1967, favoreciendo al mismo tiempo, en forma prioritaria a los trabajadores. Básicamente se trataba de lograr un incremento de la demanda, a través de una drástica redistribución de los ingresos a favor del sector asalariado, la absorción de la cesantía y la contención del ritmo inflacionario, y de lograr simultáneamente un incremento de la oferta, es decir, el aumento de la producción.

El éxito de esta política económica de corto plazo, constituía un aspecto clave, decisivo, en la estrategia UP puesto que ello permitiría aumentar el respaldo de masas al gobierno, premisa indispensable para hacer posible la implementación de un conjunto de reformas institucionales sin romper la continuidad de los mecanismos legales vigentes. El sentido de dichas reformas planteadas en el programa básico de la UP no iba encaminado a la gestación de un nuevo ordenamiento institucional cualitativamente distinto desde un punto de vista de clase (esto último habría hecho necesaria una ruptura radical con el conjunto del ordenamiento jurídico burgués que no estaba contemplada en ningún caso en el programa UP). Su objetivo consistía exclusivamente en lograr una mayor democratización de las instituciones ya existentes con tal de favorecer el desarrollo de la estrategia de "copamiento gradual" del aparato del Estado a que ya hemos hecho referencia. Así, por ejemplo, la creación de la Cámara Única o Asamblea Popular contemplada por el programa de la UP no tenía otra finalidad que hacer del Parlamento un organismo más representativo de la voluntad nacional (al suprimir al Senado que de acuerdo con el sistema vigente se renovaba por mitades cada cuatro años), más eficiente y menos burocratizado (al eliminar trámites inútiles y demoras excesivas) que haría más expedita la creación de nuevas leyes. En la misma perspectiva y con idéntico significado el programa de la UP consulta otras reformas democráticas del sistema institucional vigente (ampliación del derecho a voto a los mayores de 18 años y a los analfabetos, reorganización del poder judicial, etc).

Junto con estas medidas, el programa de la UP señalaba también la necesidad de poner simultáneamente en ejecución una política económica de largo plazo cuyo objetivo central consistía en acrecentar el control del Estado sobre la economía a través de la expropiación de los grandes monopolios industriales y mineros en poder de los capitales nacionales y extranjeros y su paso al "Área de Propiedad Social". Según reza el Programa Básico de la UP los sectores expropiados serían los siguientes:

1. la gran minería del cobre, salitre, yodo, hierro y carbón mineral;

2. el sistema financiero del país, en especial la banca privada y seguros;

3. el comercio exterior;

4. las grandes empresas y monopolios de distribución

5. los monopolios industriales estratégicos;

6. en general, aquellas actividades que condicionan el desarrollo económico y social del país, tales como la producción y distribución de energía eléctrica; el transporte ferroviario, aéreo y marítimo; las comunicaciones; la producción, refinación y distribución del petróleo y sus derivados, incluido el gas licuado; la siderurgia; el cemento; la petroquímica y química pesada; la celulosa, el papel.

Estas medidas tienen por objeto "fortalecer y desarrollar conscientemente el capitalismo de Estado" con el fin de "facilitar -en su momento- la base material para la transición al socialismo" (Sergio Ramos, Chile: ¿una economía en transición?).

Junto al área estatal, el programa de la UP consultaba la creación de un área mixta (propiedad compartida de capitales del Estado y capitales privados) que estaría integrada sobre todo por aquellos sectores de la economía en las cuales no era posible por el momento prescindir del aporte de tecnología extranjera (electrónica, industria automotriz, etc).

El tercer sector de la economía, el área privada, estaría compuesta por la gran mayoría de las empresas nacionales. Al preservar la propiedad privada en este sector, beneficiándolo además con nuevos y más ventajosos sistemas de créditos y ampliando la demanda de bienes y servicios, la UP esperaba contar con el respaldo de la pequeña y mediana burguesía, duramente afectados por el proceso de concentración monopólica (monopolización de los créditos por los grandes consorcios, precios desorbitados de las materias primas, etc.).

Por otro lado, se le daría un decisivo impulso a la reforma agraria golpeando de esta forma las fuentes de poder de los sectores terratenientes y concitando el apoyo masivo del movimiento campesino. Tal era en sus rasgos generales la estrategia diseñada por la UP para realizar en Chile el "tránsito pacífico del capitalismo al socialismo". Tales eran los rasgos esenciales de la "vía chilena".

Ahora bien, ¿constituía el proyecto UP una estrategia "viable" al socialismo como lo sostenían insistentemente sus ideólogos y propagandistas? ¿Era posible que el proletariado iniciara la transición al socialismo sin haber resuelto previamente a su favor el conflicto de clases, sin haber conquistado para sí todo el poder político? ¿Podría la clase obrera llegar a construir una sociedad socialista a través de un proceso gradual de transformaciones políticas y económicas, de una sucesión de reformas a la estructura jurídico-institucional que fueran consagrando paulatinamente un nuevo tipo de relaciones al interior de la sociedad burguesa? Para decirlo con las palabras del propio Allende, ¿era posible el desarrollo de un "segundo modelo de transición al socialismo ... la primera sociedad socialista edificada según un modelo democrático, pluralista y libertario" (es decir sin convulsión revolucionaria o "costo social")? A nivel teórico el marxismo entregaba una respuesta rotundamente negativa. En un nivel práctico, "el tiempo y la vida" entregaron su respuesta trágica y categórica el 11 de septiembre de 1973. Veamos cómo se desarrolló en la práctica este experimento concebido y ejecutado por el reformismo estalinista, el socialismo pequeñoburgués y algunos elementos residuales de la pequeña y mediana burguesía "democrática".

IV. CUADRO SINÓPTICO DE LOS TRES AÑOS DE GOBIERNO DE LA UP

El acceso de la Unidad Popular al gobierno de la nación abrió un nuevo período, crítico y decisivo, en el desarrollo de la lucha de clases en el país. Los contenidos programáticos de la UP que golpeaban a los centros rectores de las clases dominantes (capital monopólico y terratenientes), el peso que los partidos "marxistas" tenían sobre amplias capas de la población y su clara hegemonía al interior de la UP, la rápida evolución favorable de la relación de fuerzas luego del triunfo electoral que hinchaba de optimismo a los sectores de la izquierda, el alto grado de movilización de las masas obreras y populares, la relajación de los mecanismos represivos y la desorganización y desmoralización de las fuerzas políticas de la burguesía, fueron todos factores que contribuyeron a dar forma a ese salto cualitativo experimentado por la lucha de clases en Chile a partir de noviembre de 1970 e incluso desde el momento mismo en que fueron conocidos los resultados de la elección presidencial. La lucha de masas, que hasta antes del 4 de septiembre había permanecido en los marcos estrechos de las demandas de mejoras económicas y que sólo encontraba una expresión política pasajera en las elecciones presidenciales o parlamentarias, pasa ahora a tener un carácter predominantemente político. Por ello, éste será un período de violentos enfrentamientos de clase, de intensa crisis política, social y económica del sistema capitalista, en el que una lucha a muerte se encuentra entablada entre las clases fundamentales de la sociedad, sin posibilidad alguna de conciliación o entendimientos estables. La perspectiva es clara: socialismo o fascismo; tales son los verdaderos términos de la disyuntiva en que vive el país. Echemos un rápido vistazo a la forma como se fue desenvolviendo esta crisis hasta culminar en el trágico desenlace conocido por todos.

a) Los primeros meses de gobierno

El primer período es el de gloria de la Unidad Popular. Todos los vientos soplan a su favor y una a una son derrotadas las maniobras desesperadas que intenta la burguesía con la intención de contener la ofensiva de las masas populares, vigorosamente multiplicada luego de la constitución del nuevo gobierno.

Fracasados los intentos de la patronal por evitar el ascenso de la UP al gobierno, el cuadro político resulta entonces particularmente nítido: una izquierda eufórica, agresiva y confiada de sus fuerzas, sin rupturas importantes en su frente interno, teniendo al frente a una burguesía completamente desconcertada, dividida y a la defensiva, intentando solo hilvanar algunas débiles respuestas.

La Democracia Cristiana, cuya política aparece entonces como la única coherente dentro del campo de la burguesía, no aspira a otra cosa que a capear el temporal en la mejor forma posible, aferrándose firmemente al Estado de Derecho burgués prevaleciente, cuyas leyes e instituciones constituyen el único tesoro que aspiran a conservar con el objeto de atar de pies y manos al nuevo gobierno y obligarlo a negociar con ella su programa. La DC dio su primer paso en este sentido cuando, utilizando las maniobras legales y extralegales que llevaba adelante la extrema derecha para impedir que Allende asumiera la presidencia de la república, ofrece a la UP negociar un acuerdo a cambio de sus votos en el parlamento, mediante el cual se modificaría la Constitución restando al Ejecutivo un conjunto de atribuciones con que normalmente habían contado los gobiernos anteriores. Allende y la UP no se detuvieron a pensar y firmaron apresuradamente.

Se obtienen importantes avances en el campo de las medidas económicas contempladas en el programa de la Unidad Popular: se nacionaliza el cobre, se compran las empresas de salitre, hierro y carbón (a pesar de la indemnización, estas medidas son un paso adelante), se constituye el área de propiedad social, se acelera la reforma agraria y comienza a operar una drástica redistribución del ingreso a favor de los trabajadores. A su vez, las masas campesinas comienzan a desarrollar una violenta ofensiva en la zona sur y central del país.

La radicalización proletaria y el efecto de las medidas económicas adoptadas por el gobierno, contribuyeron a aumentar su respaldo de masas con lo cual, a poco más de cuatro meses de asumir obtiene, en las elecciones municipales de marzo del 71 más del 50% de los votos.

Puede observarse que el aumento del porcentaje que registró la UP con relación a las elecciones presidenciales, que es de alrededor del 14%, tiene su origen en un desplazamiento de parte importante de la votación tomicista hacia la Izquierda, en apoyo del nuevo gobierno. La DC mantiene en lo esencial su porcentaje de la votación presidencial capitalizando, a su vez, una parte de la votación Alessandrista, cuyo desbande el PN resulta incapaz de contener. En consecuencia, el fenómeno más importante, junto con el enorme incremento de la votación UP que demuestran las elecciones, es la derechización de la base electoral de la DC y la conformación de un cuadro político de polarización creciente. Esta tendencia, que comenzó a desarrollarse antes de la elección presidencial pero que apareció cubierta durante ella por efecto de la distorsión que provocó la tercera candidatura (Tomic), comienza nuevamente a dominar la escena política del país, y se hará cada vez más profunda con el correr del tiempo (esto provocará pequeños reordenamientos finales del cuadro político como son la aparición de la IC y del PIR.

b) La burguesía reorganiza sus fuerzas

El ajusticiamiento de Edmundo Pérez Z. por la VOP, fue un hecho que vino a alterar significativamente el cuadro político característico de los primeros meses de gobierno UP. La reacción, que hasta entonces no había logrado reagrupar sus fuerzas en un frente sólido y coherente, levanta por primera vez su voz con firmeza.

Es pues, el momento en que se rompe definitivamente el curso conciliador de la política que habían sostenido las agrupaciones empresariales (Sociedad Nacional de Agricultura, Sociedad de Fomento Fabril) con el gobierno y en el que se consolida al interior de la DC la 
hegemonía del sector freísta. Junto con las primeras dificultades del gobierno comienzan a aparecer, pues, los primeros éxitos de la oposición y la situación inicial va cambiando progresivamente.

Las masas continúan desplegando una gran iniciativa en todos los frentes pero la acción del gobierno va poco a poco cobrando un carácter paralizante que permite a las clases dominantes rearticular sus fuerzas y pasar a la ofensiva, movilizando a los sectores medios e iniciándose un progresivo acercamiento entre el PN y la DC, que sin eliminar aún sus diferencias y la lucha entre ambos por la hegemonía del bloque opositor, al menos les permite levantar un frente unido burgués en su enfrentamiento con el gobierno, y sobre todo, con las masas obreras y populares en lucha.

Debido a las vacilaciones del gobierno, los avances registrados en el campo económico durante los primeros meses no encontraron su complemento indispensable en el plano político institucional (Asamblea Popular, democratización del poder judicial, de las FFAA, de la educación, plebiscito, nueva legalidad, etc.) lo cual hubiera permitido desarmar en una importante medida el arsenal-conspirativo de la reacción y abrir paso a una acción más resuelta del proletariado en todos los campos. Debido a esto, el gobierno es incapaz de controlar los efectos de la reestructuración económica, haciendo su aparición el desabastecimiento que comienza a minar su respaldo de masas. Al mismo tiempo, el aumento de las importaciones, disminuye las disponibilidades de divisas lo que hace al conjunto de la economía más vulnerable al corte de créditos internacionales.

La oposición logra a estas alturas, algunos triunfos importantes como los obtenidos en las elecciones complementarias de O'Higgins, Colchagua y Linares, elecciones de FESES, la marcha de las cacerolas realizada durante la visita de Fidel Castro, etc.

c) La crisis del reformismo

El carácter de los sectores dominantes de la UP, así como las contradicciones internas de ésta, comenzaron a mostrarse en forma cada vez más nítida a medida que la oposición obtenía nuevos avances y que el gobierno comienza a hacer abandono de algunas posiciones -en lugar de preparar directamente la lucha por el poder- aspirando simplemente a vivir con cargo al capital acumulado durante el primer período.

El desarrollo de las contradicciones al interior de la UP precipitará finalmente su primera crisis abierta en mayo del 72, tomando como punto de ruptura los acontecimientos de Concepción (enfrentamientos callejeros, Asamblea Popular, ruptura de la UP provincial, etc.). Para discutir estos problemas y definir claramente la política del gobierno en todos los planos, fue convocado el cónclave de Lo Curro, en el cual se impusieron en toda la línea las orientaciones sustentadas por el PC, Allende y los grupos burgueses de la UP. Básicamente estas orientaciones eran contrarias a toda iniciativa de masas que pusiera en peligro la vigencia del Estado de Derecho burgués y abriera paso a una situación revolucionaria, y partidarias de buscar un entendimiento con la DC y de poner en práctica una política de estabilización económica de corte tecnocrático que restaurara el normal funcionamiento del capitalismo, especialmente en la esfera de la distribución, seriamente alterada por enorme expansión del poder de compra.

Las conclusiones del cónclave contenían desde ya los gérmenes de la derrota inevitable a la que eran conducidas las masas por una dirección ciega y cobarde que retrocedía espantada ante el avance de una situación revolucionaria que colocaba a la orden del día la preparación política y militar para el asalto al poder. A consecuencia de ese retroceso se desarrollará una creciente contradicción entre la acción de las masas de una parte y la del gobierno y el aparato estatal por otra. Durante este período la burguesía logra constituir un centro único de dirección a nivel empresarial, en tanto que en el plano político el PN y la DC se ponen de acuerdo en la formación de la CODE.

d) El paro empresarial

Es en el marco de estas tendencias al fortalecimiento del campo burgués que se desarrolla la crisis de octubre de 1972. El paro patronal arrastró a todas las organizaciones empresariales y a la mayor parte de los sectores pequeñoburgueses (comercio detallista, colegios profesionales, sectores universitarios, etc.) agudizándose rápidamente a causa de ello los problemas de abastecimiento y servicios de la población. Su objetivo era el de paralizar al país para obligar a las FFAA a derrocar al gobierno y asumir directamente el control de la situación.

Por su parte la UP respondió a ésta provocación implementando una táctica estrictamente defensiva, orientada a mantener el funcionamiento del aparato productivo y de la distribución, entregando el control de gran parte del país a las FFAA por la vía del Estado de Emergencia.

En estos momentos críticos la clase obrera y las masas populares, desbordando con su iniciativa la política de la UP, se convirtieron en la clave de la situación, mostrando una decisión, disciplina y capacidad organizativa inmensa -y sorprendente para los burócratas que la conducían- levantando en torno a los sectores industriales organismos de frente único proletario destinados a organizar y dirigir democrática y centralizadamente la lucha contra la agresión patronal en curso. Estos organismos, los cordones industriales y comandos comunales, gérmenes de poder obrero y popular, contaron desde un primer momento con la oposición activa del PC y los demás sectores reformistas de la UP que aspiraban a toda costa mantener el control burocrático sobre los trabajadores.

Las FFAA por su parte no se encontraban en condiciones de llevar adelante una intervención congruente con los objetivos del paro y mostraban por el contrario (al menos sectores del alto mando del ejército), buena disposición a cooperar con el gobierno en la búsqueda de salidas de transacción a la crisis, lo que se concretará en la constitución de un gabinete con participación de las FFAA. A estas alturas el peso de las concepciones reformistas sobre la clase obrera se había convertido en el principal factor de freno al avance de las masas. Los sectores dominantes de la UP no promovían ninguna forma superior de lucha y de organización que se correspondiera con las exigencias del período. Las causas de ello eran obvias. La estrategia de la UP era antes que nada un proyecto de manipulación burocrática de las masas trabajadoras. La clase obrera sólo debía asumir el papel de apoyar lo que desde el gobierno hacían y dictaban "sus representantes". El proletariado sólo debía limitarse a aumentar la producción (a fin de ganar una mayoría nacional para la UP) y a salir a las calles a apoyar al gobierno cuando éste lo requiriera.

Con la constitución del gabinete UP-FFAA (el general Carlos Prats por el ejército, el contraalmirante Ismael Huerta por la armada y el general Claudio Sepúlveda por la FACH) quedaba concertada una "tregua política" y ambos bloques (Unidad Popular y CODE) desvían todos sus esfuerzos hacia la contienda electoral de 1973.

e) Las elecciones parlamentarias de marzo 73

La campaña electoral muestra claramente las tendencias que existen en ambos bloques. La CODE por sus métodos y estilo no presenta fisuras mayores puesto que ninguno de sus componentes quiere aparecer ante sus electores como menos "duro" que otros frente al gobierno. No obstante, las contradicciones estratégicas de la oposición aún permanecen presentes y sólo comenzarán a desvanecerse con posterioridad a la elección. En el campo de la izquierda el choque permanente entre reformistas y centristas encuentra su expresión en la propaganda de ambas tendencias. El PS por ejemplo, levanta consignas tales como "avanzar sin transar", "decisión revolucionaria" "trabajadores al poder", etc. El PC por su parte hace una campaña de apoyo al gobierno y denuncia la intención de derrocarlo y desatar una guerra civil por parte de la oposición. Las elecciones se realizan en medio de un clima de tensión y de las enormes dificultades económicas a que debe hacer frente a diario la población (inflación, desabastecimiento, mercado negro, etc.).

Contra todos los pronósticos la UP obtiene una fuerte votación que alcanza el 43% de los votos. La DC mantiene en lo sustancial su porcentaje de 1971 en tanto que el PN obtiene algunas ganancias. La votación alcanzada por la UP si bien es inferior a la lograda en 1971 -lo cual era por lo demás inevitable dada la evolución de la situación durante los dos años posteriores a ella- expresa una consolidación del respaldo de masas de la izquierda como producto del fortalecimiento de la conciencia clasista y revolucionaria de amplias capas de la población. No se trata en este caso de un mero apoyo al gobierno sino al proyecto revolucionario amenazado por la ofensiva contrarrevolucionaria en marcha.

Estos resultados provocan nuevos reacomodos en ambos bloques y en particular en la oposición. La DC al analizar las cifras y porcentajes durante su Junta Nacional de abril llega a la conclusión de que su línea de "oposición popular en la base" propugnada por el sector Tomic-Fuentealba y vigente aún durante el período precedente como orientación oficial del partido, no pisa sobre terreno suficientemente sólido ya que no sólo se ha consolidado la votación de la izquierda, sino que la tendencia entre los sectores jóvenes es ampliamente favorable a ella. La propia votación de Frei no satisface en modo alguno a los DC. Junto a estos cálculos la DC comienza a preocuparse por el surgimiento y fortalecimiento de los cordones industriales que adquieren en forma cada vez más nítida el carácter de gérmenes de poder obrero y popular en abierta contraposición con las relaciones Jurídico-políticas existentes. En base a estas consideraciones, la Junta Nacional de abril da un golpe de timón a la orientación política de la DC encaminándose a un emplazamiento directo al gobierno tras el objetivo de lograr su total capitulación o su derrocamiento.

f) Las fases finales del enfrentamiento

Después de las elecciones parlamentarias de marzo se producen los últimos reordenamientos de fuerzas que se encaminan tras una superación definitiva de la crisis. En este cuadro, las FFAA se convierten en un factor político clave. La DC confía en lograr hacer de ellas el soporte de la continuidad del Estado de Derecho burgués, obligando al gobierno a capitular y entregar el control de las áreas claves del Ejecutivo a los militares. El PN por su parte no piensa en otra cosa que en derrocar cuanto antes al gobierno arrastrando a las FFAA a la ejecución de un golpe de Estado. Las mismas voces se escuchan desde las agrupaciones empresariales, especialmente la SOFOFA.

En la UP el panorama es mucho menos claro. A pocas horas de la elección se produce el quiebre del MAPU como producto de una profunda crisis que se venía gestando desde antes de su Segundo Congreso. El PC realiza un pleno para analizar el resultado electoral y fijar las nuevas tareas de la militancia, en el que se concluye que el objetivo más importante que los comunistas tienen por delante es asegurar un nuevo "gobierno popular" en las elecciones de 1976. Se trata de una orientación claramente defensiva, centrada en la necesidad de redoblar los esfuerzos por aumentar la producción como base sobre la cual el gobierno pudiera llevar adelante una política de saneamiento financiero que permitiera controlar la inflación, terminar con el mercado negro y hacer rentables las empresas del área social. Al mismo tiempo se propone llevar adelante una campaña contra la guerra civil con que la burguesía chantajea al gobierno con el objeto de aislar a los golpistas, llegar a un acuerdo con los sectores "democráticos" de la burguesía y preservar la continuidad del Estado de Derecho. Esta era también la política de Allende y de toda la corriente dominante en la UP.

Por otro lado, las corrientes centristas de la UP señalaban la necesidad de hacer frente a la embestida patronal con una política más agresiva que tomara en cuenta en su verdadera importancia la fortaleza de las masas y estimulara su iniciativa en forma permanente. Estas corrientes, junto con el MIR, aunque en forma muchas veces contradictoria y vacilante, hicieron de la lucha por el poder popular el eje de su política durante esta última fase. Las consignas de poder popular habían logrado, en correspondencia con el desarrollo de los órganos de poder popular, una honda repercusión en las masas y en cada concentración terminaban por imponerse.

El período que abren las elecciones de marzo es, pues, crítico y decisivo. La lucha de clases llega a su clímax exacerbada por el cúmulo de contradicciones generadas por la crisis global de la sociedad burguesa. El impasse no puede prolongarse ya por más tiempo; es necesario avanzar hacia el socialismo o retroceder hacía la barbarie fascista: tales eran los únicos términos en que podía ser superada la crisis, dependiendo la salida de la capacidad que mostraran las clases en lucha para imponerse sobre su antagonista y derrotarlo.

En el mes de Junio la crisis política se agudiza. La huelga de los trabajadores de El Teniente sirve de base para a una nueva ofensiva de masas de la burguesía que genera a su vez como respuesta una vasta, enérgica y decidida movilización de masas de parte de la izquierda que frena bruscamente el avance de la oposición y desbarata sus planes. A fines de ese mes y cuando todo parecía aquietarse, se produce el levantamiento de las unidades del regimiento blindado Nº2 que rodean la Moneda y atacan el ministerio de defensa. Sin embargo, al no conseguir arrastrar a otras unidades de las FFAA y al mantener el control sobre éstas los altos mandos, el levantamiento es rápidamente sofocado.

La situación política sin embargo lejos de mejorar comienza, por el contrario, a agravarse cada vez más. La contrarrevolución afina los preparativos del golpe. El gobierno debe levantar el Estado de Emergencia restituyendo el poder a intendentes y gobernadores, ante la actitud de las FFAA que clausuran radios e imponen una rígida censura de prensa sobre las Informaciones relacionadas con los sucesos de 29 de junio. Al mismo tiempo, comienzan los allanamientos en gran escala de fábricas, fundos, locales sindicales y políticos y otros lugares, llevados adelante por las FFAA amparadas en las disposiciones de la ley de "control de armas". En todos estos allanamientos los trabajadores son maltratados y los bienes del local o fábrica destruidos. En Punta Arenas resulta muerto un obrero como producto de estas acciones. Algunas radios son allanadas y clausuradas por los efectivos militares en los instantes en que transmitían programas políticos. Un grupo de marineros son arrestados y torturados bajo acusación de complotar contra los mandos navales. Se suceden declaraciones con contenido claramente político de parte de altos oficiales. En síntesis, las FFAA comienzan a actuar por cuenta propia sin prestar efectiva obediencia al poder civil, en una perspectiva claramente golpista.

Las premisas políticas del golpe son cuidadosamente preparadas por la oposición para que nada falle esta vez. Es necesario, en este plano, crear con fuerza una imagen de ilegitimidad del gobierno y desatar una nueva ofensiva de masas que logre la paralización del país. Lo primero lo logran a través de una intensa y sistemática campaña orquestada desde el Parlamento por medio de declaraciones en ese sentido de los presidentes de la cámara y del senado y, posteriormente, de un acuerdo de la Cámara en representación del poder legislativo, la Corte Suprema de Justicia, que hace también una declaración en ese sentido, y de la Contraloría que se niega a aceptar la promulgación parcial de la reforma constitucional sobre las áreas de la economía y, sobre todo, desde los medios de comunicación de masas controlados por la oposición, que preparan el clima psicológico necesario para el golpe. Junto a ello se hace más intensa la presión ejercida contra el comandante en jefe del ejército, general Carlos Prats, para lograr su renuncia. La ofensiva de masas es lanzada nuevamente teniendo como base la paralización del transporte terrestre, al que se suman posteriormente los otros sectores que la oposición controla: el comercio, los colegios profesionales, algunos sectores estudiantiles, etc. El PN comienza a recolectar firmas para "pedir la renuncia a Allende". El enfrentamiento es, pues, inevitable.

El gobierno sin embargo no lo cree así y realiza esfuerzos desesperados por llegar a un acuerdo con la DC. Allende hace un llamado público a dialogar y se muestra dispuesto a hacer concesiones. Como prendas de garantías se comienza a atacar desde el gobierno -por medio del ministro del interior, Carlos Briones, y del propio Allende- y desde la dirección de la CUT a los organismos de lucha creados por los trabajadores durante la crisis de octubre y que continuaron fortaleciéndose posteriormente: los cordones industriales y comandos comunales. Al mismo tiempo se ordena la devolución de la mayoría de las fábricas ocupadas por los obreros durante el tanquetazo. La DC para salvar su responsabilidad y guardar las apariencias acepta "dialogar", pero sin la menor intención de llegar a algún acuerdo. La condición impuesta por ellos era la incorporación de las FFAA al gabinete con efectivo poder de mando, la promulgación íntegra del proyecto de áreas de la economía aprobado por el parlamento, la devolución del canal 9 TV, etc. Luego de algunas vacilaciones el gobierno comenzó a acceder a las exigencias DC, reorganizando el gabinete con la presencia de los Comandantes en Jefe de las tres ramas de las FFAA y del Director General de Carabineros, removiendo de su cargo al subsecretario de transporte Jaime Faivovic, ordenando la devolución del canal 9 TV, etc.

Sin embargo, las cartas ya estaban echadas y la debilidad del gobierno solo favorecía a los golpistas. La renuncia del Comandante en Jefe del Ejército y de otros dos altos generales era un signo elocuente de lo que ocurría en el interior del alto mando. Los mismos desplazamientos se observan en el almirantazgo. Los trabajadores, por su parte, que no estaban dispuestos a abandonar el escenario sin combatir, mostraron su descontento con la política del gobierno y organizaron por la base su movilización. Elocuentes en este sentido fueron las pifias al gabinete con las FFAA durante una concentración de la CUT, y las marchas de pobladores y de los cordones saboteadas por el PC y la dirección de la CUT. Finalmente, el 11 de septiembre se produjo el golpe. Las FFAA lograron sofocar la resistencia ofrecida en los propios cuarteles por sectores de la tropa y la suboficialidad, plegar al cuerpo de carabineros y controlar la situación, silenciando las radios de izquierda e implantando el toque de queda. Los trabajadores abandonados por sus viejos partidos, sin lograr neutralizar la voz de la dictadura (por ejemplo a través de una emisora propia o acallando las del enemigo), sin un mando central que organizara la lucha, no pudieron ofrecer una resistencia eficaz al golpe, a pesar de la disposición y el heroísmo de muchos que cayeron víctimas de los enfrentamientos.

La significación política de los cordones y comandos

Hasta antes del paro de octubre las masas sólo contaban con sus organizaciones sindicales y con ciertas formas avanzadas de organización poblacional (el MIR había promovido allí la formación de comandos de autodefensa, encargados además de ejercer en algunos campamentos y poblaciones el control popular sobre el abastecimiento y los precios de la misma forma como en diversos barrios y poblaciones lo hacían las JAP). La CUT -cuya estructura orgánica respondía muy directamente a las exigencias de una lucha económica encuadrada en el marco del respeto a las leyes e instituciones del Estado de Derecho burgués- no constituía el canal más adecuado para impulsar la movilización combativa de las masas por sus reivindicaciones históricas, esto es, por objetivos preeminentemente políticos y menos aún, por aquellos que constituyen la esencia de la lucha política y que se encontraban en un sentido directo e inmediato en el centro de la lucha de clases: la conquista del poder, la imposición de una hegemonía de clase sobre el conjunto de la sociedad. Los sindicatos y las luchas por reivindicaciones económicas no habían perdido en modo alguno su vigencia y legitimidad, pero la situación política del país exigía enfrentar urgentemente tareas muy superiores.

El paro patronal de octubre fue la campanada de alerta que permitió hacer variar en forma significativa esta situación. Sin mayor conducción, casi espontáneamente, las masas comenzaron a levantar nuevas formas de organización para responder a la provocación reaccionaria y conjurar el peligro de la contrarrevolución fascista que amenazaba ya seriamente la "irreversibilidad del proceso". Estas nuevas formas de organización fueron los Cordones Industriales y los Comandos Comunales. Los primeros agrupaban en un verdadero Frente Único Proletario a todos los trabajadores fabriles de un determinado sector industrial (Cerrillos, Vicuña Mackenna, San Joaquín, etc.), y los segundos integraban junto a los trabajadores a otros sectores populares de cada comuna (pobladores, dueñas de casa, estudiantes, etc.). Las masas se organizaron, centralizando democráticamente sus decisiones y sus acciones y desplegando una gran iniciativa en todos los planos, hasta derrotar completamente, en la coyuntura de octubre, a los reaccionarios, hasta hacer fracasar estrepitosamente sus planes. Al paro de los transportes respondieron organizando nuevas redes de movilización (mediante la requisición de camiones, microbuses, etc.) para mantener una distribución de productos, si no normal, al menos suficiente para abastecer las exigencias mínimas de consumo de la población, particularmente de alimentos, y para permitir también que los trabajadores pudieran llegar hasta sus centros de trabajo. Ante la intentona patronal de paralizar las fábricas respondieron ocupándolas y echando a andar la producción bajo la dirección de los propios obreros. Al cierre del comercio respondieran con la distribución directa de la producción, requisando y abriendo negocios, formando almacenes populares dirigidos por los propios pobladores. A la agresión de las bandas fascistas, formando piquetes de vigilancia y autodefensa.

Una vez que hicieron fracasar el paro patronal de octubre de 1972, las masas obreras y populares no echaron pie atrás. Por el contrario, continuaron formando nuevos cordones y comandos comunales en aquellos lugares en que aún no se habían organizado. El gobierno y el PC intentaron por todos los medios convencer a los trabajadores para que disolvieran estas organizaciones de lucha, argumentando que el objetivo para el que, según ellos, habían surgido (esto es, hacer fracasar el paro reaccionario) ya había sido alcanzado. La CUT por su lado, controlada burocráticamente por el PC y el PS y que había sido convertida en una mera oficina de enlace entre el gobierno y los trabajadores, comenzó a lanzar todo tipo de acusaciones en contra de estas nuevas formas de organización clasista y de los sectores políticos que las apoyaban. El principal cargo que los burócratas formularon contra los cordones y comandos fue el de constituir una forma de paralelismo sindical con respecto a la CUT y de fomentar en esta forma la división en el seno de la clase obrera.

La ceguera política o, peor aún, el oportunismo más extremo que este tipo de acusaciones hace patente, ilustran a las claras el papel de freno que los reformistas comenzaron a jugar abiertamente una vez que la situación se hizo crítica, permitiendo de ese modo que la contrarrevolución levantara cabeza. Para su mentalidad de burócratas anquilosados, los cordones y comandos, a través de los cuales la revolución proletaria comenzaba a mostrar su rostro, constituían una amenaza, un peligro, frente al orden institucional que aspiraban a conservar. Para un revolucionario, tales organismos constituían, en cambio, una inmensa conquista de las masas en el camino de la revolución proletaria, los gérmenes de un poder popular alternativo al poder burgués, que era necesario fortalecer incesantemente, impulsando su desarrollo anivel regional y nacional e impulsando simultáneamente el armamento de las masas.

Más tarde, cuando terminó por convencerse de que eran inútiles sus esfuerzos por destruir estos gérmenes de poder obrero y popular, el reformismo intentó una nueva maniobra: confundir una vez más a las masas reconociendo formalmente la importancia de los cordones industriales y de los comandos, pero desfigurando su verdadera significación. Para los reformistas, el papel de estos organismos se reducía al de elementos se apoyo al gobierno, completamente subordinados a su dirección, es decir, sin capacidad de decisión propia. En lugar de órganos de poder independientes del Estado burgués y contrapuestos a él, los cordones se transformaban, de acuerdo a esta concepción, en apéndices del poder ejecutivo del Estado burgués. Sin embargo, también esta maniobra fue rechazada por las masas que ya comenzaban a darse cuenta de las limitaciones y del carácter claudicante de las direcciones reformistas.

Es así como los destacamentos de vanguardia de la clase obrera y de las masas populares, fuertemente atrincherados en los cordones y comandos, se opusieron tenazmente a todo retroceso y claudicación frente a los sectores patronales. Frente a la política conciliadora del reformismo, las masas impulsaron:

- La no devolución de las fábricas requisadas y tomadas durante el paro

- El control y la dirección obrera sobre las industrias, hospitales, reparticiones fiscales, etc. (en oposición al pacto CUT-gobierno que sólo permitía una "participación" de los trabajadores en la conducción de las empresas)

- El descarte definitivo de los antiguos mecanismos capitalistas de distribución, imponiendo la requisición de las distribuidoras mayoristas, dando mayores atribuciones a las JAP, creando almacenes populares e imponiendo el racionamiento sobre algunos productos básicos de consumo (la canasta popular)

Los nuevos objetivos tras los que se desarrollaban los combates de los trabajadores y en función de los cuales se agrupaban las masas en los cordones y comandos comunales implicaban de hecho un cuestionamiento de la legalidad burguesa. La forma en que espontáneamente se organizaron los cordones y comandos desborda nítidamente las divisiones administrativas en las que artificiosamente los burócratas se habían esforzado por mantener encuadrada a la clase obrera, reemplazándolas por nuevos criterios de sectorización que tomaban en cuenta, ante todo, la solidaridad combativa de las masas agrupadas en un mismo complejo industrial y poblacional. En contraposición con la división administrativa de la CUT (departamental, comunal, etc.) determinada por los mecanismos de "arbitraje" del Estado burgués, los cordones y comandos agrupaban a las masas no para llevarlas delante de las "juntas de conciliación", sino con vistas a fortalecer su capacidad de combate frente a los enemigos de clase preparándolas para el asalto al poder.

Sin embargo, al mismo tiempo que la situación exigía impulsar y preparar enérgicamente a estos organismos para enfrentar las inmensas tareas que las masas populares tenían por delante, las organizaciones políticas que dirigían mayoritariamente los cordones se quedaban a medio camino, mostrando su completa incapacidad de ponerse a la altura que las circunstancias exigían. Por ello, los cordones y comandos no lograron recuperar su carácter de poder embrionario, es decir, no pudieron desarrollarse a escala nacional y regional y, mucho menos, preparar el armamento del proletariado y de las amplias masas del pueblo. La ausencia de un verdadero Partido Revolucionario se hizo sentir aquí con toda su fuerza como la mayor debilidad, como la debilidad fatal del pujante movimiento de masas que se encontraba casi a las puertas de la victoria.

El gobierno de la UP y las FFAA

El papel decisivo que les cupo a las FFAA en el período que culminó con la derrota del proletariado chileno merece ser examinado más atentamente. Cabe, sin embargo, detenerse un momento a explicitar el papel que las FFAA están llamadas a jugar en toda sociedad burguesa como pieza clave del aparato estatal, con el fin de prevenir todo enfoque empírico y, por lo tanto, oportunista del problema.

Desde luego las características generales que son comunes a los diversos ejércitos burgueses no bastan por sí solas para explicar su comportamiento en tal o cual coyuntura, pero toda coyuntura histórica no es sino la forma peculiar en que se combinan y manifiestan las tendencias generales y las características esenciales del sistema que las genera. Por esta razón está fuera de toda duda que un problema como este no puede ser cabalmente comprendido si no se tiene en cuenta, el carácter de clase del Estado del que las FFAA constituyen la columna vertebral y la función específica para la cual han sido creadas.

Comencemos pues por sentar algunas verdades elementales del enfoque marxista sobre el Estado que han sido completamente olvidadas por los oportunistas. Ya señalábamos más arriba que el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra -en nuestro caso de la burguesía sobre el proletariado-, opresión que en última instancia es ejercida por la coerción que se funda en el monopolio de la fuerza por parte de las clases dominantes. Todas las leyes e instituciones del Estado tienen ese carácter. Desde luego la opresión de una clase por otra no se realiza exclusivamente por medio de la violencia desenfrenada. Existen otras formas más sutiles que coadyuvan poderosamente a la mantención del "orden establecido", formas ideológicas de dominación socializadas por medio de la educación, los medios de comunicación, la religión, la moral etc., cuya finalidad consiste en hacer que los oprimidos no tomen una verdadera conciencia de su situación de tales o, en su defecto, que consideren esa condición como algo "natural" e "inevitable", debida fundamentalmente a factores individuales y no a factores históricos y sociales.

Sin embargo, no por ello es menos cierto el hecho de que, en última instancia, todo el sistema de explotación encuentra en el monopolio de las armas su último y verdadero fundamento. El aparato estatal es un poderoso factor de centralización de la nación bajo la hegemonía de las clases dominantes y, a la vez, un factor de homogenización política de las propias clases dominantes. Históricamente, la formación de los Estados nacionales modernos hizo necesario un tremendo fortalecimiento del aparato burocrático-estatal con tal de forzar la superación de los particularismos locales y regionales y mantener la cohesión del Estado frente a las presiones internas y externas. En todo este proceso los ejércitos nacionales han jugado un rol fundamental, decisivo.

Sin embargo, en la actualidad, el rol de los ejércitos convencionales, y especialmente de ejércitos como el chileno, ha sufrido una importante modificación acentuando algunos de sus rasgos originales y debilitando otros. En la medida en que las burguesías "nacionales" de los países semicoloniales como el nuestro se muestran, a estas alturas del desarrollo histórico, absolutamente incapaces de sostener una política independiente frente al imperialismo -con cuya capacidad económica y militar no pueden competir, debiendo en consecuencia aceptar la integración económica, política y militar del país a los centros imperialistas de los que dependen- los ejércitos de estos países pasan a constituir piezas subordinadas del sistema militar imperialista. La capacidad combativa de estos ejércitos frente a las exigencias de la guerra moderna no puede ser tomada demasiado en serio, dado lo restringido y anticuado de su armamento. En caso de desatarse algún conflicto local entre dos de estos países, estos ejércitos pasan a convertirse en juguetes a manos de las potencias que están en condiciones de suministrarles armamento moderno y reponer los equipos dañados. Por ello, la principal misión que les corresponde a las FFAA en países como los de América Latina es decarácter interno, "antisubversivo": garantizar por medio de la fuerza la completa sumisión de las masas oprimidas al régimen de superexplotación que caracteriza al proceso de acumulación monopólica de estas regiones. Algunos ejércitos latinoamericanos han sostenido incluso que su misión no se encuentra limitada por las fronteras políticas existentes entre los diferentes Estados, que su deber consiste en combatir la subversión allí donde aparezca, y que sería conveniente organizar una fuerza militar interamericana. Tal es, en esencia, la famosa teoría de las "fronteras ideológicas" acuñada por los gorilas brasileños en la década de los sesenta.

Es esta situación, considerada globalmente, lo que explica el tremendo peso que las instituciones armadas del Estado burgués han adquirido en los países latinoamericanos, en su vida interna, asumiendo en muchos de ellos la conducción política del país.

El carácter de clase de un ejército no puede, por otra parte, ser modificado por medio de medidas administrativas (como por ejemplo la destitución de algunos generales) del mismo modo como el Estado burgués en su conjunto no puede ser transformado en sus contenidos de clase. Desde un punto de vista revolucionario, se trata entonces de actuar en el sentido de su desarticulación en cuanto tales y, especialmente, en el caso del ejército que es la institución más sólida del Estado burgués, cohesionada en función de la defensa por múltiples factores que determinan (salvo raras excepciones) la mentalidad y el comportamiento de todo el cuerpo de oficiales: educación, supuestos ideológicos de la doctrina militar de estos ejércitos (las concepciones geopolíticas, por ejemplo), vínculos familiares y personales con los círculos capitalistas y reaccionarios, relaciones estrechas a todos los niveles con el ejército norteamericano, espíritu de casta, verticalidad del mando, etc. Si estos aspectos que hemos señalado no son suficientemente comprendidos y valorados, o si se los oculta deliberadamente o se minimiza su importancia, es seguro que se cometerán errores irreparables que comprometerán por un largo período la suerte de la revolución proletaria.

Esto es exactamente lo que ocurrió en Chile durante el período pasado. Ya hemos señalado las ilusiones alimentadas por el PC a este respecto. Cabría añadir que, en mayor o menor medida, todas las fuerzas de la izquierda alimentaron ilusiones semejantes y que ninguna de ellas fue capaz de asumir una política enteramente consecuente frente a los problemas militares de la revolución. Veamos pues, como se desarrollaron en grandes líneas los acontecimientos en este plano.

Semanas antes de la elección presidencial de 1970 el entonces Comandante en Jefe del Ejército, General René Schneider, entregó una declaración en la que precisaba la actitud del Ejército ante los comicios. En ella se afirmaba que el Ejército acataría el veredicto popular o, en el caso de que ninguno de los candidatos obtuviera mayoría absoluta, la decisión del Congreso Nacional como lo estipulaba explícitamente la Constitución Política del Estado. Esta posición "constitucionalista" sería conocida posteriormente como "doctrina Schneider". Esta declaración -que dicho sea de paso le costó la vida al General Schneider- se originó como respuesta a los insistentes rumores que circulaban sobre un eventual golpe de Estado en caso de triunfar el candidato de la UP. El Alto Mando expresaba en esa forma su buena disposición a colaborar en la implementación de un proyecto reformista rechazando a quienes pretendían hacer de ellos un mero instrumento de sus intereses inmediatos.

Esta postura del Alto Mando era producto de una concepción sobre la seguridad nacional más elaborada que la tradicional, concepción que había ganado a esas alturas un considerable terreno en el seno de las FFAA. De acuerdo con ella, las FFAA no podían limitarse a mirar desde lejos el desarrollo de los acontecimientos políticos que afectaban el destino del país, tanto en el terreno de la "unidad nacional", como en el del desarrollo económico, sino que debían tomar parte activa en el manejo del Estado, colaborando con los planes del Ejecutivo en la medida que ellos contaran con su aprobación.

Sin embargo, esta colaboración inicial entre las FFAA -especialmente el ejército- y el Gobierno de la UP, que permitió conjurar varias tentativas sediciosas de la extrema derecha, fue poco a poco tornándose más difícil en la medida en que la lucha de clases conocía un grado de exacerbación cada vez mayor. La polarización de las fuerzas políticas que tanto el Alto Mando como el Gobierno se esforzaban por contener, precipitó una situación de aguda crisis política y social que empujó a la mayoría de la oficialidad al camino de la sedición contrarrevolucionaria que buscaba derrocar al gobierno para poder reprimir con entera libertad al movimiento obrero y popular en ascenso. Las posiciones intermedias ("constitucionalistas") defendidas por un grupo de oficiales de las FFAA y de Carabineros y por el propio Gobierno quedaron suspendidas en el aire, sin base sobre la que apoyarse, como producto de esta misma situación de extrema polarización política.

En estas condiciones los generales, almirantes y oficiales reaccionarios pusieron en marcha el plan sedicioso. Este consultaba:

  1. La detección y vigilancia de los oficiales y suboficiales antigolpistas.
  2. Dar curso a la deliberación abierta y permanente de los oficiales en sus cuarteles.
  3. Crear un estado de tensión sicológica permanente entre los oficiales y suboficiales amenazándolos con el peligro de ataques a los cuarteles o a sus familias por parte de grupos de izquierda.
  4. Iniciar operativos en gran escala de allanamientos a fábricas, locales sindicales, emisoras de radio, etc., amparados en las disposiciones de la ley de "control de armas".
  5. Iniciar una campaña destinada a desplazar a los sectores del Alto Mando que constituían un serio obstáculo al desarrollo de la acción golpista, particularmente el Comandante en Jefe del Ejército, General Carlos Prats.

Estos preparativos no constituían un secreto para nadie y mucho menos para el gobierno. Sin embargo, la ceguera política y las vacilaciones del reformismo no conocen límites. Confiando en mantener a la mayor parte de la oficialidad "leal al ejecutivo" de acuerdo con la función que la Constitución y las leyes le asignaban a las FFAA como cuerpos profesionales, no deliberantes y obedientes al poder civil, el gobierno hizo todo lo posible por complacer sus deseos y evitar toda acción que pudiera molestarlos. Por ello, el propio gobierno contribuyó a la represión de los sectores de marinos, soldados y suboficiales antigolpistas.

Por otro lado, las organizaciones centristas, y particularmente el MIR, cometieron diversos errores vinculados con la apreciación que hicieron de las FFAA en los distintos períodos del gobierno de la UP. Así, en los primeros meses del gobierno UP, incapaces de valorar acertadamente la situación política en sus aspectos fundamentales (relación de fuerzas, opciones políticas predominantes en el campo burgués, contradicciones en el seno de las FFAA, verdadero alcance de los intentos sediciosos de la extrema derecha, etc.), contribuyeron a crear una verdadera sicosis de golpe inminente a corto plazo que, en esas condiciones, sirvió paradojalmente sólo al reformismo en la medida en que el golpe no se produjo inicialmente y que su peligro latente impulsaba a las masas a mantener su cohesión en las filas de la UP.

Posteriormente ganó cuerpo en las filas del centrismo la idea de que el desenlace de la crisis política estaría fatalmente determinado por el resultado del enfrentamiento interno que se desarrollaba en el seno de las FFAA entre los sectores golpistas y los oficiales, suboficiales, clases y tropas antigolpistas. Por ello es que todo su esfuerzo militar se concentró en los últimos meses del gobierno UP en el trabajo de propaganda y organización dirigido a las FFAA y no en procurar resolver el problema del armamento del proletariado y de las masas populares.

El trabajo revolucionario en el seno de las FFAA del Estado burgués, que busca dislocar y desarticular al máximo la capacidad combativa de las fuerzas represivas en una situación revolucionaria, es, sin duda, un aspecto decisivo en la preparación de una insurrección victoriosa. Pero siendo importante, e incluso decisivo, este trabajo tiene un carácter auxiliar con respecto a la organización y preparación de los destacamentos de combate del proletariado que constituye la tarea central en la preparación de una lucha insurreccional por el poder. Si esto no es comprendido claramente, se estará trabajando inevitablemente para la derrota: en el momento del enfrentamiento todas e las posiciones conquistadas en el seno de las FFAA se perderán si el proletariado no se muestra capaz de levantar sus propios frentes de lucha, poner en pie de combate a sus propias fuerzas y pasar a la ofensiva sobre los objetivos militares estratégicos del enemigo, atrayendo e integrando a estos sectores previamente ganados en el seno de las FFAA. Esta conclusión se encuentra avalada por toda la experiencia histórica, por la experiencia de todas las insurrecciones proletarias, tanto las vencidas como las victoriosas.

V. LA IZQUIERDA REVOLUCIONARIA: UN PRIMER BALANCE

La derrota del movimiento obrero y popular chileno no constituye, en modo alguno, un hecho novedoso en la historia política contemporánea: sólo configura un nuevo eslabón en la ya larga y pesada cadena de fracasos y frustraciones que el proletariado mundial carga sobre sus espaldas. No obstante, se trata de una inmensa tragedia política, no tanto por la secuela de horrores que arrastró consigo como por el hecho de haber sido motivada por la misma causa que en el pasado, casi sin excepción, ha constituido el factor principal y determinante de todos los fracasos y reveses más significativos: la inexistencia o debilidad de una auténtica dirección revolucionaria. Cada derrota encierra un inmenso caudal de experiencias, de enseñanzas políticas que es preciso tener siempre rigurosamente presentes en el futuro, de lecciones que deben ser imperiosamente asimiladas por las nuevas generaciones de combatientes revolucionarios. Y sin embargo, pareciera que una y otra vez esa experiencia es arrojada por la borda precisamente en los momentos en que resulta más necesario tenerla en cuenta.

Esta experiencia indica, como primera lección, que sin un partido revolucionario audaz y disciplinado, con una fuerte implantación los medios obreros de vanguardia y sólidamente cimentado en un programa marxista consecuentemente defendido, no sólo la revolución proletaria constituye una utopía, sino que incluso la defensa de las posiciones ya conquistadas por las masas resulta imposible en un período de abierta crisis del capitalismo cuando las clases dominantes no vacilan en recurrir al fascismo para aplastar y someter al movimiento obrero.

En Chile, la manifiesta incapacidad de las fuerzas revolucionarias para construir un partido semejante, arrebatando al reformismo sus posiciones en el seno de la clase obrera y del pueblo, selló definitivamente la suerte del proletariado, haciendo prácticamente inevitable el triunfo del fascismo. Pero, si las "condiciones objetivas" estaban en el período de la UP más que maduras para la revolución, especialmente durante el año 73, si a nivel de masas se podía palpar una gran efervescencia revolucionaria, una disponibilidad y potencial combativo inmensos que llegaron incluso a poner en jaque a la conducción reformista, constantemente desbordada por la acción espontánea de los trabajadores, ¿cuál fue la causa por la que la izquierda revolucionaria se mostró incapaz de conquistar una posición hegemónica en los medios obreros de vanguardia? ¿Por qué fue incapaz de transformarse en la verdadera fuerza dirigente de las masas populares, arrastrándolas a una lucha franca y decidida por el poder? ¿Acaso esto era materialmente imposible? ¿O por el contrario, las causas deben buscarse en las debilidades y errores que caracterizaron la política de las fuerzas revolucionarias?

Nosotros estamos firmemente convencidos de que a esta última interrogante corresponde responder en términos afirmativos. Es decir, que sin negar las enormes dificultades que la izquierda revolucionaria debió enfrentar para abrirse paso en el seno de las masas dominadas mayoritariamente por el reformismo, sus propios errores y debilidades políticas contribuyeron decisivamente a sepultar las posibilidades revolucionarias abiertas por la crisis generalizada del sistema. Si la izquierda revolucionaria fue presa de sus propios errores ¿cómo explicar esta situación? ¿A qué factores obedecen tales errores y debilidades? ¿Acaso ello no estaría señalando un fracaso político de una magnitud parecida a la del reformismo? Todas estas interrogantes merecen ser clara y prontamente dilucidadas.


El Movimiento de Izquierda Revolucionaria

Hablar del rol desempeñado por la izquierda revolucionaria durante el período pasado, supone en lo fundamental referirse al MIR puesto que esta organización logró constituir su expresión política más fuerte y significativa. Conociendo una importante evolución en todos los planos de su actividad, el MIR logró saltar del nivel de grupúsculo semidesconocido y marginal al de una dinámica e influyente organización revolucionaria estructurada a escala nacional, con una creciente implantación en las masas, hegemonizando el espacio político que las fuerzas revolucionarias lograron conquistar en el curso de la crisis que sacudió al país. Por ello resulta lógico formular en términos más precisos las interrogantes planteadas más arriba: ¿Por qué el MIR fue incapaz de convertirse en la dirección revolucionaria que las masas necesitaban para triunfar? ¿Por qué no pudo asumir el rol que la situación general del país exigía imperiosamente desde el punto de vista de la revolución proletaria? ¿Cuál fue, en definitiva, la causa verdadera de esta incapacidad y cuáles los errores y limitaciones más significativas a que dio lugar?

Antes de responder de un modo directo a estas interrogantes, intentaremos esbozar una breve síntesis de la trayectoria política del MIR en sus aspectos más relevantes. Ello nos permitirá demostrar que su fracaso en el periodo crucial de la UP no constituye algo casual o sorprendente, sino el resultado inevitable de las insuficiencias e incongruencias propias de organizaciones que, como el MIR, carecen de una base de principios sólida y coherente, es decir, plenamente marxista. Dividiremos la trayectoria del MIR en dos etapas, la primera de las cuales abarca los años que van desde su nacimiento en 1965 hasta la crisis de julio-agosto de 1969, y la segunda desde esa fecha hasta la caída del gobierno de la UP en septiembre de 1973.

Primera Etapa

("De las luchas estudiantiles a las filas de la revolución")

En agosto de 1965 se realiza el Congreso Constituyente del MIR. A él concurren reducidos núcleos de militantes revolucionarios de diverso origen y de formación ideológica heterogénea, en particular un núcleo de antiguos dirigentes del Partido Obrero Revolucionario (POR), de la Vanguardia Revolucionaria Marxista (Rebelde) y de ex-militantes de la Juventud Socialista.

El MIR en el momento de fundarse es uno de los numerosos grupos revolucionarlos que surgen en ese mismo período a lo largo del país como producto de múltiples desprendimientos operados en las filas del PC y del PS. En general la "izquierda revolucionaria" presenta un cuadro de atomización extrema, desgarrada por una controversia ideológica entre los diferentes grupos y grupúsculos que la conforman y que viven en una situación de crisis permanente, dividiéndose, unificándose y volviendo a dividirse. Es un período de confusión y búsqueda de una opción política valedera, efectivamente alternativa al reformismo.

Tres factores contribuyeron poderosamente a generar esta eclosión de grupos revolucionarios:

  1. La frustración de amplios sectores de la militancia de izquierda ocasionada por la derrota del FRAP en las elecciones presidenciales de 1964.. 
  2. El conflicto chino-soviético que profundizó enormemente la crisis del estalinismo.
  3. El triunfo de la revolución cubana y la orientación impulsada por sus dirigentes en América Latina de estímulo político y material a las guerrillas.

Este último factor va a adquirir finalmente un peso fundamental en la definición de los rasgos característicos del MIR como organización revolucionaria, dando base y dirección al proceso de homogenización de sus cuadros. Un ejemplo que ilustra claramente este hecho lo constituye una de las primeras consignas que los militantes del MIR escribieron en las murallas de Santiago y Concepción y que decía simplemente "Revolución a la cubana".

El proceso por el cual el MIR se identifica con la corriente castrista y pasa a constituir la expresión chilena de esa corriente no lo lleva a superar el vacío teórico sobre el que surgió, el eclecticismo que lo caracterizó desde un comienzo, sino a justificarlo, a elaborar racionalizaciones sobre la necesidad de "actuar antes que teorizar" y a buscar su cohesión en la elaboración de una "estrategia militar" para Chile y en la preparación técnica y militar de sus miembros.

Bajo el alero de la enorme influencia ejercida por la revolución cubana sobre vastos sectores de la militancia de izquierda y el prestigio adquirido por los frentes guerrilleros de diversos países de América Latina, el MIR logró crecer y consolidarse frente a otros núcleos revolucionarios que poco a poco fueron reconociendo su liderato y se incorporaron a sus filas. Su estrategia "alternativa" al reformismo prácticamente se redujo a propagandizar el valor de la lucha armada frente a la vía pacífica propugnada por los partidos del FRAP. Desde el punto de vista de sus fuerzas militantes y de su significación política, el MIR constituye durante esta primera etapa una organización grupuscular, que se desarrolla al margen del desenvolvimiento de la lucha de clases en el país, carente de nexos con la clase obrera o con otros sectores populares e implantada exclusivamente en algunos medios universitarios e intelectuales.

El Congreso que realiza durante el año 1967 consolidó en forma mucho más clara la fisonomía política del MIR como una organización castrista. La nueva dirección elegida en el Congreso, compuesta por un equipo de jóvenes cuadros revolucionarios formados en los medios estudiantiles, se identificaba en forma casi absoluta con la orientación propugnada por los cubanos y se abocó a desarrollar más claramente sus concepciones sobre la lucha armada "irregular y prolongada" que tendría lugar en Chile y cuyo escenario fundamental sería el campo. Incluso se llegó a afirmar que las peculiaridades nacionales carecían de importancia y en modo alguno podrían objetar la validez de la estrategia de "guerra irregular y prolongada".

En esta forma toda la actividad desplegada por el MIR comenzó a girar en torno a la "estrategia", desatendiendo casi por completo la evolución objetiva de la situación y sus exigencias inmediatas. En la medida en que el MIR suplantó la realidad social y política del país por un esquema preconcebido de lucha revolucionaria, su actividad no podía ser más que la de una secta, es decir la de una organización cuya actividad resulta congruente sólo si se la relaciona con un mundo imaginario creado y recreado permanentemente por ella misma y cuya inconsistencia se revela al primer contacto con la lucha política verdadera (cuyos protagonistas son las clases en conflicto y en la que, por lo tanto, participan amplias masas de la población). En este último, plano el MIR sólo pudo desarrollar una presencia política significativa en algunos centros universitarios, particularmente en Santiago (Instituto Pedagógico y otras escuelas de la U. de Chile) y Concepción, alcanzando cierta notoriedad durante la lucha por la reforma universitaria. Con relación a la clase obrera u otros sectores populares no se intentó desarrollar ningún trabajo serio y organizado. El periódico sólo apareció algunas pocas veces en forma completamente irregular y sin mostrar un contenido que demostrara la intención de realizar un trabajo de implantación en las masas.

En síntesis, el MIR nace y da sus primeros pasos asumiendo los rasgos distintivos que caracterizan a las organizaciones castristas: su rechazo al estalinismo y a otras variantes reformistas se realiza, en un plano teórico, como rechazo o menosprecio de los postulados políticos fundamentales del marxismo revolucionario (necesidad de construir un partido revolucionario de tipo leninista, la importancia decisiva de una labor paciente y sistemática de educación política, organización y conducción de la lucha de masas, el rol central de la agitación y la propaganda revolucionaria, etc.) y su reemplazo por la concepción guerrillerista defendida por los cubanos, sistematizada en su forma más radical por Regis Debray y que se dio en llamar foquismo. En un plano político lleva adelante una agitación sectaria que se expresa en un conjunto de consignas que no guardan ningún nexo con la realidad de la lucha de clases que se desarrolla en el país, consignas ultraizquierdistas propias de un propagandismo vacío. Un ejemplo significativo es la consigna "Che: guerrillas adelante - MIR" que ocupa un lugar central, durante algún tiempo, en la propaganda del MIR.

Desde un punto de vista marxista, el MIR es, en consecuencia, producto de una ruptura empírica con el reformismo -es decir una ruptura de hecho muy real pero al mismo tiempo no realizada en base a una profunda comprensión de los problemas políticos y organizativos que tal ruptura plantea en términos de una verdadera alternativa revolucionaria- y de una práctica política ulterior marcada igualmente por el empirismo. Este, a su vez, es consecuencia directa de su eclecticismo -es decir, ausencia de una base de principios sólida y coherente que eduque y cohesione políticamente a sus miembros y posibilite el desarrollo de una práctica plenamente consciente y unitaria- que se expresa no tanto bajo la forma de un compromiso entre diversas concepciones de la lucha revolucionaria, sino más bien como prescindencia de toda concepción política coherente, como indigencia teórica propia de las corrientes premarxistas, indigencia que es compensada con la elaboración de la "estrategia de guerra irregular y prolongada".

Estos rasgos distintivos del MIR en los primeros años de su desarrollo no han logrado ser superados ulteriormente a pesar de los importantes cambios operados a nivel de su trabajo práctico en las diferentes esferas de la actividad revolucionaria. Ello hace del MIR una organización centrista, esto es una organización que se encuentra a medio camino entre el reformismo -del que ya se ha alejado lo suficiente- y el marxismo revolucionario -al que aún no se acerca lo suficiente- debatiéndose en múltiples contradicciones, interminables crisis internas y en una incapacidad general para comprender y valorar en su real magnitud el conjunto de problemas que a nivel teórico, político y organizativo envuelve el construir un verdadero partido proletario. Todo esto significa, al mismo tiempo, que se trata de una corriente política de la pequeña burguesía revolucionaria puesto que trasplanta al terreno de la lucha política las actitudes, pautas de comportamiento y valores propios de los medios pequeñoburgueses y porque el camino de la proletarización, que básicamente significa asumir en su integridad el punto de vista del proletariado en la lucha política, punto de vista representado por el marxismo revolucionario, no ha sido completamente recorrido.

Segunda Etapa

(de las "acciones directas" a la lucha por un "verdaderogobierno de los trabajadores").

El año 1969 constituye un hito fundamental en la trayectoria del MIR, al operarse una profunda transformación en su estructura orgánica y en la actividad práctica de sus militantes. Esta transformación es impulsada desde arriba, a través de métodos burocráticos, por el Secretariado Nacional elegido en el Congreso de 1967. En agosto de ese año correspondía realizar un nuevo Congreso en el que se debería hacer un balance de lo realizado hasta la fecha y fijar la orientación política para el próximo período. Sin embargo, el Secretariado Nacional decidió imponer sus puntos de vista al conjunto de la organización por medios diferentes, expulsando del MIR a los miembros disidentes del Comité Central y cancelando la realización del Congreso. La organización se encontró abruptamente sacudida por una grave crisis interna. La actitud del SN provocó la marginación de numerosos cuadros, especialmente en la Universidad de Chile en la que la influencia del MIR decayó ostensiblemente. Estos militantes darán origen a diversos grupos entre los cuales se contaron el Frente Revolucionario, la Tendencia Revolucionaria Octubre, el Movimiento Revolucionario Manuel Rodríguez (MR-2) y la VOP.

A partir de ese momento, a los rasgos ya señalados de eclecticismo y empirismo, el MIR añade un tercer elemento que completa el cuadro de centrismo que lo caracteriza en la actualidad: el carácter burocrático de su estructura orgánica y métodos de funcionamiento.

El viraje que entonces tiene lugar en la orientación del MIR consistía en lo fundamental en la implementación de una política destinada a procurar apoyo de masas para la lucha armada por medio de un trabajo de agitación y propaganda cuyo eje central lo constituirían las "acciones directas". Estas debían estar claramente vinculadas a la solución de los problemas reales de las masas, señalándoles el camino de lucha que las propias masas deberían emprender. Las "acciones directas" fueron concebidas como la fase de transición que conduciría desde una situación de relativa paz social a una situación de guerra popular abierta. En consecuencia, deberían tener un significado político transparente para las masas y realizarse en forma generalizada, a lo largo y a lo ancho del país, en ciudades y campos, en industrias y poblaciones, etc. Se buscaba crear de esta forma un quiebre de la institucionalidad burguesa, un descrédito de sus argumentos de legitimidad. El desarrollo de esta línea plantea un conjunto de exigencias desde el punto de vista de la estructura orgánica y el funcionamiento del MIR que éste no puede enfrentar con los antiguos métodos y estructuras. Surge en esta forma una fuerte centralización organizativa que, dado las características del MIR, sólo podía conducir al verticalismo más extremo, y se trabaja en la constitución de los grupos político-militares (GPM), que equivalen a los comités locales del PC o a las seccionales del PS pero incluyendo algunas unidades operativas y técnicas.

Por otro lado, el Secretariado Nacional, que por esa fecha se encontraba en la clandestinidad a raíz del "affaire" Osses, se lanzó a la realización de expropiaciones a los bancos con el fin de financiar las crecientes necesidades de infraestructura. El período de la lucha clandestina en los últimos años del gobierno de Frei, con las acciones espectaculares que trajo aparejadas, hizo conocido al MIR a nivel nacional, creando una aureola de romanticismo y una leyenda heroica en la conciencia de amplios sectores populares. Sin embargo, los lazos del MIR con la clase obrera continuaron siendo sumamente débiles o inexistentes. Sólo en los medios estudiantiles continuaba desarrollándose, reclutando a la mayor parte de sus futuros cuadros intermedios (recuperación de parte de la influencia en la U. de Chile, apertura de nuevos frentes en la UC, UTE, secundarios y sedes universitarias de provincias). Por otro lado, aparte de la publicidad que sus acciones lograban en la prensa sensacionalista, el MIR carecía de una propaganda propia, sistemática y planificada. Sólo la revista Punto Final ofrecía cierta difusión a sus opiniones políticas. Y, desde luego, no eran recursos o posibilidades lo que faltaba.

El giro operado en la actividad del MIR a partir de la crisis de julio-agosto de 1969 no constituye en modo alguno una superación de sus rasgos centristas, sino, como ya hemos señalado, una profundización de ellos. La definición de su táctica se realizará siempre desde una perspectiva cortoplacista y empírica, lo que inevitablemente lo conducirá en reiteradas oportunidades a asumir opciones lindantes con el oportunismo. En esta misma dirección empujaba también la política de los cubanos hacia América Latina a partir de la muerte del Che. Un ejemplo de las peligrosas confusiones a que conduce una visión empírica y cortoplacista de la lucha política la tenemos en la actitud del MIR frente a la coyuntura del "tacnazo" acaudillado por el general Viaux, actitud que estuvo dominada por una tremenda desorientación política.

En enero de 1970, el MIR logra finalmente su primer éxito de importancia en el seno de las masas populares, cuando algunos de sus militantes se colocan a la cabeza de un comité de familias sin casa y dirigen una ocupación de terrenos en Santiago. Los métodos de lucha empleados por estos pobladores y el sistema de organización del campamento lo convierten rápidamente en un ejemplo a través del cual el MIR logra extender su influencia sobre el movimiento de pobladores. Al campamento 26 de enero vinieron a sumarse entonces los campamentos Lenin en Concepción, 26 de julio, Elmo Catalán y muchos otros a lo largo del país. Un factor que facilitó enormemente este rápido crecimiento de la influencia del MIR entre los pobladores fue la actitud del reformismo, contraria a las tomas durante los meses previos a la elección presidencial, temeroso de que ello pudiera perjudicar sus opciones electorales. Durante este mismo período el MIR logra también sus primeros éxitos entre los campesinos, especialmente en las provincias del sur del país.

Durante el año 1970 se produce un acontecimiento que permite demostrar una vez más el carácter empírico y ahistórico de la práctica política del MIR: la elección presidencial. Sin concederle mayor importancia y dando por sentado el triunfo del alessandrismo en ella, el MIR prefirió ignorarlas sistemáticamente, guardando silencio con respecto a las tareas que desde un punto de vista revolucionario necesitaban ser imperiosamente impulsadas. Solamente llamó a combatir a las candidaturas de Alessandri y de Tomic. Sobre el significado político de la candidatura de la UP, sus perspectivas y la necesidad de apoyarlo o no, simplemente no dijo una palabra. La verdad es que el MIR consideraba inevitable la derrota de Allende y se apresuraba a sacar cuentas alegres sobre sus propias posibilidades después de la elección, cuando la frustración generalizada de la izquierda por su derrota inminente la llevara a volver la vista hacia él. En resumen, ante la elección presidencial el MIR simplemente no supo qué posición adoptar, confundido por la receptividad de las masas populares, incluidas las familias que habitaban los campamentos que se encontraban bajo su dirección, hacia la candidatura de la UP.

Una vez producido el triunfo de la UP, el MIR se apresuró a levantar una teoría acerca de la inminencia de un enfrentamiento a corto plazo -específicamente se afirmó que un golpe de Estado se produciría inevitablemente en los meses siguientes llegándose incluso a señalar algunas fechas- lo que por un lado le proporcionaba un elemento de cohesión a sus propias filas y, por otro, le permitiría encubrir su viraje conciliador y oportunista frente al reformismo durante el primer período del gobierno UP (formación del GAP, elecciones FECH, asesinato de Amoldo Ríos, silencio frente a la operación UNITAS, posición inicial en torno a la nacionalización del cobre, etc.). Para que esta teoría resultara coherente no vaciló en afirmar que el conjunto de las fuerzas políticas de la burguesía propiciaban una salida golpista a corto plazo y se llegó incluso a afirmar que la DC era una formación fascista, mostrando en estos aspectos una total falta de comprensión de la coyuntura poselectoral, una miopía político-táctica verdaderamente sorprendente y, en general, una gran incapacidad para valorar las contradicciones que se agitaban tanto en la UP como en los partidos de oposición. La política del MIR durante este período -es decir, los meses inmediatamente anteriores y posteriores a la elección presidencial- reveló con gran nitidez su desorientación y su inconsistencia, su carácter empírico y cortoplacista y la ausencia de una clara comprensión de la naturaleza de las distintas fuerzas políticas en pugna. Si antes
de la elección presidencial su política fue sectaria, luego de ella predominaron los rasgos oportunistas en la medida en que se colocó a la zaga de los acontecimientos, en una actitud conciliatoria con el reformismo.

Sin embargo, y a pesar de ello, el MIR continuó acrecentando su influencia entre las masas puesto que, a pesar de todo, nunca dejó de estar ubicado a la izquierda de la UP, en una posición de lucha mucho más clara y definida hacia la cual convergían gradualmente las masas en proceso de permanente radicalización. Pero, debido a la inconsistencia de su línea política, este crecimiento era lento, insuficiente, muy por debajo de las posibilidades reales que la situación política del país abría al movimiento revolucionario. Precisamente por ello, el reformismo y el centrismo pudieron mantener hasta el final su autoridad sobre aquellas amplias capas de trabajadores que pudieron y debieron ser ganadas por las fuerzas revolucionarias.

Un reflejo de esta situación lo proporcionaron las elecciones de la CUT. En definitiva, la incapacidad del MIR para conquistar el apoyo masivo de los sectores más avanzados del movimiento de masas, no sólo le impidió convertirse en una alternativa real al reformismo, sino que también hizo posible que los sectores más atrasados de las masas populares, a medida que se desilusionaban del reformismo UP, se vieran arrastradas a los brazos de las fuerzas de la oposición burguesa que demagógicamente logró canalizar a su favor este enorme potencial combativo.

La política tímida, zigzagueante y contradictoria del MIR frente a la UP no se debe a que tras ella marcharan la mayoría de los trabajadores con un mínimo de conciencia clasista. Este hecho lejos de justificar las vacilaciones plantea por el contrario la exigencia de una línea política audaz e intransigente de denuncia y clarificación sistemática entre las masas respecto del verdadero carácter de la UP y su programa, una línea política nítidamente demarcada del reformismo, similar si se quiere a la impulsada por los bolcheviques frente al
gobierno provisional a partir de la Conferencia de abril de 1917. Los zigzagueos y contradicciones de su política se debieron únicamente a las enormes insuficiencias y confusiones que el MIR arrastraba consigo desde su nacimiento y que lo definen como una organización centrista de tipo castrista.

El desplazamiento de la dirección cubana hacia la estrategia internacional de la burocracia soviética ha contribuido fuertemente a redefinir la orientación del MIR, ejerciendo una inevitable presión sobre sus dirigentes y sus cuadros intermedios. El giro de los cubanos ha sido tan radical que incluso Carlos Rafael Rodríguez, en una de sus visitas al país, llegó a declarar que la UP constituía la única alternativa revolucionaria existente en Chile. Deeste modo, una política de total independencia frente a la UP habría llevado al MIR a una inevitable ruptura con la dirección cubana y eventualmente con otras organizaciones castristas de América Latina (MNL - Tupamaros de Uruguay, ELN de Bolivia, PRT-ERP de Argentina) en cuya ayuda material y prestigio político basaba en parte la cohesión de sus propias filas.

La ausencia de una orientación política definida frente a la UP y con relación a las tareas que estaban a la orden del día desde un punto de vista revolucionarlo se manifestó en múltiples oportunidades. Una de ellas fue la actitud del MIR con relación a la Asamblea Popular surgida en Concepción en mayo de 1972. Independientemente de las vicisitudes del experimento penquista, la idea de la Asamblea Popular, es decir del poder obrero y popular independiente y contrapuesto al poder burgués y a sus instituciones, idea que las masas harían suya durante el paro de Octubre, era completamente correcta y justamente por ello provocó una profunda crisis interna en la UP. El senador "comunista" Volodia Teitelboim llegó incluso a calificarlo de "idea calenturienta" y otro tanto hicieron algunos dirigentes del PS, entre ellos el "eleno" Rolando Calderón. Sin embargo, esta idea central de una táctica revolucionaria en ese período no encontró ninguna acogida en la propaganda y en la agitación realizada por el MIR a escala nacional. Frente a la reacción indignada del reformismo ante la Asamblea Popular, el MIR guardó un completo silencio. Ni un sólo rayado mural en Santiago o en el resto del país propagandizó la vigencia política del "Poder Popular", ninguna campaña a favor de la Asamblea Popular apareció tampoco en el "Rebelde" y superada la crisis del reformismo todos se olvidaron del asunto hasta que las masas comenzaron espontáneamente a levantar los "cordones industriales" y los "comandos comunales de trabajadores" durante el paro empresarial de Octubre de 1972.

Durante esta última coyuntura el MIR fue igualmente incapaz de entregar una coordinación adecuada a la lucha de masas. La parálisis del reformismo y del MIR contrastó notablemente con la prontitud con que los propios trabajadores respondieron en forma espontánea a la provocación patronal. Sólo cuando la intentona reaccionaría de Octubre se encontraba completamente fracasada, en estado agonizante, y la DC intentaba una salida "honorable" para la oposición, el MIR pudo sacar el habla y lanzar un manifiesto alternativo al llamado "Pliego de Chile" demócratacristiano: el "Pliego del Pueblo".

El "Pliego del Pueblo", concebido en base a un conjunto de reivindicaciones de transición cuya agitación entre las masas debería extender y profundizar la dinámica de lucha de la clase obrera y de las masas populares, entregó por primera vez a los militantes del MIR una orientación relativamente coherente para el trabajo de masas, a pesar de las insuficiencias centrales que contenía desde un punto de vista revolucionario. Estas insuficiencias, que limitaban enormemente la eficacia y las posibilidades que abría la agitación del "Pliego del Pueblo", se refieren una vez más a la inexistencia de una delimitación clara y tajante frente al gobierno, la inexistencia de una fórmula política de poder hacia la que convergieran todos los esfuerzos y que entregara una salida revolucionaria a la crisis existente en esos momentos.

Durante los meses postreros del gobierno UP, el MIR sólo se atreverá a llamar tímidamente a las masas a luchar por un "verdadero gobierno de los trabajadores", fórmula desde todo punto de vista equívoca, cuya materialización en la práctica era concebida como producto de la presión de las masas sobre el gobierno de la UP para "obligarlo" a comportarse como un "verdadero gobierno de los trabajadores" y a actuar enérgicamente frente a la ofensiva desatada de la burguesía. Esta fórmula sólo ayudaba objetivamente a reforzar los lazos a través de los cuales las masas se encontraban atadas al reformismo, renovaba la confianza de los trabajadores en las posibilidades del gobierno y de los mecanismos institucional-burgueses que éste controlaba, sin mostrarles una alternativa independiente de poder. Desde un punto de vista revolucionario, la idea central que a lo largo de toda la coyuntura crítica de los últimos meses del gobierno UP debió presidir la propaganda y la agitación entre las masas, era la de luchar por un Gobierno Obrero y Popular en base al desarrollo a escala nacional de los órganos de Poder Popular (cordones, comandos, asambleas populares regionales y nacional) y del armamento del proletariado y las masas populares (formación de piquetes y milicias).

En este último aspecto el MIR tampoco estuvo a la altura de las exigencias que la situación hacía a una dirección revolucionaria de masas. Su política militar consistió exclusivamente en preparar sus «propios destacamentos armados y en llevar la agitación al seno de las FFAA tratando de organizar allí puntos de apoyo entre la tropa y la suboficialidad. Desde luego ambos aspectos del trabajo militar de una organización revolucionaria en un período preinsurreccional, como el que se vivió en Chile durante los últimos meses del gobierno UP, son necesarios y deben llevarse adelante con la mayor decisión. Pero el aspecto central de una política militar en un período preinsurreccional debe ser el armamento de las masas, la formación de destacamentos de combate entre los trabajadores como fuerza central de apoyo de las acciones ofensivas que los destacamentos del Partido, mejor adiestrados y más seguros, deben realizar. El descuido completo de este aspecto por parte del MIR, aunque sólo fuera a nivel de la propaganda, haciendo conciencia en las masas de la necesidad urgente de asumir en esos instantes niveles de organización y de preparación militar y procurarse al mismo tiempo todo tipo de elementos ofensivos y defensivos, constituye sin duda uno de sus más graves errores. Los afiches dirigidos a la tropa que fueron pegados en las murallas de Chile por el MIR fueron variados y numerosos. Igualmente lo fueron las páginas que dedicó "El Rebelde" a propagandizar este aspecto del trabajo militar. Sin embargo, ni un afiche o artículo de "El Rebelde" fue dedicado a propagandizar la idea de las milicias populares.

Tales han sido, a nuestro juicio, los rasgos más sobresalientes en la trayectoria del MIR. Ellos nos muestran una fisonomía política característica -la del centrismo- que responde por sí sola las interrogantes que formulábamos al comienzo. Para que las fuerzas revolucionarias hubieran podido conducir a las masas a la lucha por el poder con posibilidades de éxito habría sido necesario que estas fuerzas conformaran un Partido Revolucionario de tipo leninista, esto es, un Partido cimentado sobre toda la experiencia teórico-práctica acumulada por el proletariado mundial a lo largo de muchas décadas, un Partido, en consecuencia, con una clara visión totalizante del proceso revolucionario en la que educara sistemáticamente a sus cuadros y a las masas, con una comprensión profunda de la naturaleza de cada una de las fuerzas políticas en pugna, etc. El MIR, a pesar de muchos aciertos innegables, estuvo lejos de constituir ese Partido. Desde luego ya no era en 1973 la organización guerrillerista de 1967 o incluso de 1969. Había sufrido una notable evolución en todos los planos de su actividad, madurando en muchos aspectos. Y sin embargo, como lo señalábamos anteriormente esta evolución siempre estuvo enmarcada en los moldes del centrismo, es decir, del eclecticismo teórico, el empirismo político y el burocratismo organizacional. Fueron estos rasgos, que el MIR no dejó de arrastrar ni un instante como un pesado fardo sobre sus espaldas, lo que en definitiva le impidieron colocarse a la altura de los acontecimientos decisivos del período 1970-1973. Con todo, los sectores militantes que logró agrupar a su alrededor constituyen hoy uno de los pilares más importantes sobre los que se deberá construir el Partido Revolucionario del Proletariado chileno.

El movimiento trotskista

Así como el MIR, a pesar de su eclecticismo y del carácter confuso y contradictorio de su línea política, debe ser considerado en el balance de la izquierda revolucionaria bajo el gobierno de la UP debido a su fortaleza orgánica y política en el cuadro de las fuerzas revolucionarias, el movimiento trotskista debe serlo, a pesar de su enorme debilidad política y organizativa, por la fortaleza de sus concepciones políticas, por la vigencia histórica de su programa que encarna los objetivos históricos del proletariado mundial y representa el legado teórico y político del marxismo revolucionario.

El trotskismo, nacido de una lucha sin cuartel en contra de la degeneración burocrática del Estado soviético y su ideología revisionista, el estalinismo, representa el peldaño más alto alcanzado hasta ahora por el marxismo revolucionario, en el que se funden los principales aportes teóricos de los dirigentes del proletariado mundial, en particular Carlos Marx, Federico Engels, Rosa Luxemburgo, V.I.Lenin y León Trotsky. Podría definírselo con justicia entonces como el marxismo-leninismo de nuestra época. Durante el dramático y decisivo período de la UP, el movimiento trotskista continuó, sin embargo, siendo el gran ausente de la política chilena, mostrándose absolutamente incapaz de superar el estadio primitivo, artesanal, de su actividad política centralizada.

¿Cuál ha sido el origen de esta incapacidad manifiesta, sus causas principales? Sin pretender realizar aquí un examen acabado de esta cuestión -que sin duda alguna es de importancia capital para la construcción de un Partido Revolucionario de masas en Chile y en consecuencia para el futuro de la propia revolución proletaria- intentaremos precisar una respuesta que de cuenta de sus aspectos más relevantes. Para ello debemos señalar algunos antecedentes previos, fundamentales para una comprensión cabal del problema, sin pretender por cierto describir la trayectoria política del movimiento trotskista en Chile o a escala internacional.

El movimiento trotskista nace a fines de 1923 en el seno del Partido Comunista (Bolchevique) de la URSS y de la Internacional Comunista como una reacción en defensa del marxismo frente a la dogmática y totalitaria degeneración estalinista, como continuador del legado teórico y político del leninismo y, en consecuencia, como la expresión política genuina de los intereses históricos del proletariado. Su lucha tenaz, heroica y consecuente, librada en las condiciones más difíciles que sea dable imaginar, ha templado la voluntad de lucha y el espíritu combativo de sus militantes, haciendo honor a la tradición magnífica que encarna. En la negra noche del terror estalinista y hitleriano primero, y de la "guerra fría" en un mundo dividido en "bloques" que aparecían como superpuestos a la lucha de clases subordinándola y embotándola después, los trotskistas se vieron forzados a realizar una "larga travesía por el desierto" relegados a una situación de completo aislamiento político. En tales condiciones su actividad se redujo a una labor de preparación para el futuro, para los grandes combates de masas que se producirían en un futuro no lejano.

Sin embargo, en tales condiciones de aislamiento, resultaba inevitable el surgimiento de tendencias centrífugas. Resulta, por ejemplo, inevitable que exista gente que se deje ganar por la impaciencia y comience a alimentar todo tipo de ilusiones cortoplacistas, gente que se lance bien provista de racionalizaciones a la búsqueda de éxitos rápidos y espectaculares aunque ello sea a costa de sacrificar aspectos sustanciales del programa del movimiento revolucionarlo. La IV Internacional y el movimiento trotskista chileno fueron víctimas de estas tendencias que debilitaron en forma sustancial su labor de preparación de sus escasas fuerzas. De allí la crisis que afectó durante tanto tiempo al movimiento trotskista, debilitando su acción y desprestigiándolo ante los ojos de muchos militantes honestos del movimiento obrero.

La situación es hoy radicalmente distinta. El alza de la combatividad de las masas trabajadoras a escala mundial -en consonancia con la crisis conjunta del capitalismo y del estalinismo- ha creado las condiciones objetivas que hacen posible romper, el aislamiento en que durante tantos años se ha debatido el movimiento revolucionario internacional. Es justamente lo que ocurrió en Chile, dando fuerza de masas a corrientes revolucionarias como el MIR o las tendencias centristas existentes al interior de la UP y abriendo un ancho campo a la circulación de la propaganda y la literatura revolucionaria, incluida la propaganda y la literatura trotskista. Y sin embargo, el movimiento trotskista como tal no logró romper su aislamiento. Este es el hecho que debemos explicar.

¿Cuáles fueron sus causas reales? La más importante a nuestro juicio fue sin duda la preeminencia en el seno de las organizaciones trotskistas de concepciones de carácter organizativo no-leninistas e incluso pre-leninistas. Sabido es que no basta contar con una teoría correcta, con un programa revolucionario válido si no se cuenta al mismo tiempo con una fuerza de masas capaz de llevar adelante y realizar ese programa. Y sabido es igualmente que el eslabón que une y funde en una acción político-revolucionaria eficaz a la teoría revolucionaria con las masas en lucha, es el Partido Revolucionario. De aquí la importancia central, decisiva de una correcta teoría y práctica de organización del Partido Revolucionario. La solución adecuada de los problemas de organización se encuentra permanentemente situada en un primer plano, junto al programa, la estrategia y la táctica como premisas fundamentales del desarrollo del movimiento revolucionario. Y ha sido justamente la forma como los trotskistas han enfrentado tradicionalmente en Chile sus problemas de organización la fuente de su mayor debilidad, su talón de Aquiles. Prisioneros aún de ciertas ilusiones alimentadas durante la "travesía del desierto" se han mostrado incapaces de superar el estadio primitivo de los círculos de propagandistas y pasar derechamente a la construcción de una organización de combate del proletariado chileno, a la construcción de un verdadero Partido Revolucionario de tipo leninista.

En un período como el que vivimos en Chile entre 1970 y 1973, la inexistencia de un centro de revolucionarios profesionales, sólidamente centralizado y disciplinado, con una visión audaz de las tareas de propaganda, agitación y organización, es decir, la inexistencia de un germen de Partido Revolucionario, ha sido el peor de los pecados imaginables del movimiento trotskista. Y no es simplemente un problema de número el que establece la diferencia entre una organización de círculos de propaganda y un germen de Partido Revolucionario, sino un problema de calidad, del tipo de estructura orgánica y métodos de trabajo. La situación que describimos no fue algo casual o inevitable sino perfectamente comprendido y justificado por los cuadros dirigentes de los círculos trotskistas chilenos que, en su inmensa mayoría, depositaban su confianza en el eterno espejismo de muchos sectores trotskistas del pasado: la llamada táctica del "entrismo sui-generis", a través de la cual esperaban encontrar un atajo en el camino de la construcción del Partido Revolucionario. En los hechos este camino se demostró durante la coyuntura de gobierno UP tan falso y liquidacionista como lo fue en el pasado, relegando la actividad independiente de los trotskistas al nivel de los círculos de propaganda.

La responsabilidad por esta situación recae enteramente en los dirigentes de la ex TRO (Tendencia Revolucionaria Octubre) y del FRT (Frente Revolucionario Trotskista), que al fusionarse en noviembre de 1972 fundaron el Partido Socialista Revolucionario (PSR). En verdad los autores, y defensores de la táctica del entrismo fueron los dirigentes de la ex TRO, cuyo Secretario General afirmaba en un documento fechado en marzo de 1971, titulado "Partido y Táctica", lo siguiente:

"En las circunstancias presentes la acentuación de nuestro trabajo en el interior del Partido Socialista, haciendo de él nuestro sector preferente es inevitable. Debemos liberar sólo aquellas fuerzas indispensables para el mantenimiento pleno de una expresión política independiente, no alienada por compromisos organizativos inevitables. Nos proponemos desde dentro del PS dar un apoyo crítico a las tendencias más sanas y resueltas que existen en su interior, soldarnos a ellas al calor del combate y junto a ellas transformarnos en la dirección que las masas requieren para su triunfo definitivo" (Los subrayados son nuestros).

Más claro imposible. La táctica del entrismo se muestra de esta forma liquidadora de la A a la Z. Ya no se trata de construir un partido independiente, un partido marxista revolucionario del proletariado sino de integrarse al PS para "dar un apoyo crítico" a las tendencias más "sanas" que existen en su interior, tendencias que gracias a nuestro "apoyo crítico" se convertirán de la noche a la mañana en "la dirección que las masas requieren para su triunfo definitivo". Como se deduce de este razonamiento, la "dirección que las masas requieren para su triunfo definitivo" ya no es un partido marxista revolucionario, un partido trotskista, sino una organización formada por "las tendencias más sanas y resueltas que existen" en el interior del PS a las que débenos "soldarnos" y entregarles nuestro "apoyo crítico". Lo que se refiere al "mantenimiento pleno de una expresión política e independiente" no es más que un simple eufemismo (a menos que "mantenimiento pleno de una expresión política independiente" signifique editar un par de veces al año un modestísimo periódico).

En cuanto a los dirigentes del ex-FRT, si bien han rechazado de palabra el camino del entrismo, no han tenido la entereza de librar un combate a fondo en su contra y de hecho lo han tolerado en la práctica del PSR. El propio origen del FRT, una de las cinco fracciones en que se escindió el FR, revela que estos compañeros no han tenido en el pasado una comprensión cabal de la importancia de construir una organización de tipo leninista, es decir, teórica y políticamente homogénea, decidida a que no se transe un sólo principio, y orgánicamente centralizada y disciplinada, sin hacer concesiones a un falso democratismo que sólo acarrea desorganización y anarquía.

Desde luego nadie puede negarse a considerar la posibilidad de realizar un trabajo al interior de los partidos reformistas y centristas, pero de ahí a hacer del entrismo el eje de la actividad revolucionaria, relajando sustancialmente el trabajo independiente o simplemente abandonándolo, hay un abismo. Entre la línea de construcción de un partido revolucionario que acepta como una posibilidad enteramente subordinada a las prioridades del trabajo independiente, el entrismo en los partidos reformistas y centristas, y la línea del entrismo concebido como el eje del trabajo revolucionario existe la misma diferencia que media entre el partido revolucionario de masas que acepta, como una posibilidad táctica completamente subordinada a las exigencias de la línea de masas, el desarrollo de acciones armadas y la organización que hace de los atracos y el terrorismo su razón de ser.

Si admitimos que el trotskismo es el genuino heredero y continuador del leninismo, no podemos ser indulgentes con aquellas tendencias que pugnan por mantenerlo en la esfera del propagandismo, de la organización de círculos, de los métodos primitivos y artesanos de trabajo, de una práctica vegetativa carente de horizontes y perspectivas. El entrismo no ha sido ni será nunca una real alternativa frente al trabajo paciente y sistemático de educación revolucionaria, de agitación y propaganda, de organización y acumulación de fuerzas realizado por un verdadero germen de partido basado en las concepciones de organización desarrolladas y defendidas por Lenin.

Este último es, en definitiva, el camino que los marxistas revolucionarios tenemos por delante, el único que puede efectivamente conducirnos a la meta: el triunfo de la revolución proletaria mundial y la edificación de la sociedad comunista. Y cuando las condiciones políticas generales del desenvolvimiento de la lucha de clases hagan nuevamente posible y necesaria la conducción revolucionaria de las masas nada podrá excusar ante los ojos de los elementos más radicalizados nuestra incapacidad para actuar de acuerdo a las circunstancias, nada nos acarreará un desprestigio político mayor. Por ello el tiempo disponible debe ser aprovechado intensamente para preparar el futuro, para estar en condiciones de asumir nuestro papel cuando se produzcan las grandes batallas que están por venir.

Este es el camino que ha emprendido un grupo de militantes revolucionarios que, en abierta pugna con las concepciones organizativas predominantes en los viejos círculos trotskistas, maduraron políticamente al calor de los combates librados por las masas trabajadoras en el período pasado y que sólo pocas semanas antes del 11 de septiembre de 1973 dieron el gran salto que significa lanzarse a la construcción del Partido Revolucionario del Proletariado y que hoy ya constituyen el germen de ese partido: la Liga Comunista. La construcción de este partido, que necesariamente se hará en base a las fuerzas revolucionarias que se forjaron en el período anterior y que es hoy más indispensable que nunca a pesar de las dificultades que ofrece el período que vivimos con un terror blanco desenfrenado, deberá tener en cuenta y superar conjuntamente tanto el eclecticismo en que fueron educados los militantes del MIR, como el primitivismo organizativo de los círculos trotskistas del pasado.

Liga Comunista de Chile
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