8. El retorno a la "democracia" y la crisis de la izquierda (1990-93)
8.1. El carácter político y de clase de la "transición" pactada
Con el triunfo de Patricio Aylwin en la elección presidencial y de los partidos de la Concertación en las elecciones parlamentarias se concreta un paso decisivo en el curso político consensuado entre la dictadura y la oposición burguesa que, con el apoyo activo de la vieja izquierda, se dio en llamar "de transición a la democracia". Se trataba, como hemos señalado, de asegurar la continuidad del sistema de explotación capitalista a través de un proceso cuyo objetivo no era ni siquiera la instalación en plenitud de un régimen democrático burgués, basado en un sistema político realmente representativo, sino de la "democracia protegida" ideada por los ideólogos de la dictadura. Se apela, a través del voto, a la soberanía popular solo con el fin de dotar de un aparente manto de legitimidad al sistema político proyectado. Pero las autoridades políticas electas deberían actuar luego en un marco de facultades extremadamente restringidas y debidamente resguardado de un ejercicio real de la voluntad soberana del pueblo. El parlamento que se instala carece de reales potestades y su composición se encuentra, además, fuertemente distorsionada por un sistema electoral binominal y por la existencia de senadores designados.
La composición del parlamento electo en 1989, otorgando una ostensible sobrerrepresentación a la derecha pinochetista, permite ilustrarlo claramente. La Cámara de Diputados estaba integrada por un total de 120 miembros. De ellos, a pesar de haber obtenido solo un 34,18% de los votos, la derecha pinochetista pudo elegir, gracias al sistema electoral binominal, un 48% de los diputados. En el caso del Senado la distorsión de la representación ciudadana resultó ser aún mayor debido a que en su composición incluía la existencia de senadores designados. Así, de un total de 47 senadores solo 38 fueron electos por votación popular y los otros nueve designados. De estos últimos cuatro lo eran en representación de cada una de las ramas de las FFAA y Carabineros. A su vez, como el sistema electoral binominal solo permite elegir representantes de las dos mayores fuerzas electorales, únicamente a la Concertación y a la derecha se le abría la posibilidad de acceder a cupos electos. En la composición final del Senado esto significó que, a pesar de obtener solo un 34,85% de los votos, la derecha pinochetista pudiese contar con 25 escaños, es decir más de un 50% del total.
Por su parte, la disposición de la cúpula de la Concertación a subordinarse a las exigencias impuestas por la dictadura fue tal que incluso decidió incumplir como gobierno parte importante de las promesas hechas durante su campaña electoral, como por ejemplo la de revisar el gran número de privatizaciones de empresas estatales que fueron enajenadas a precio de huevo -con grave daño patrimonial para el Fisco- en las postrimerías de la dictadura. Desde luego, esa disposición no era fortuita sino que respondía a las determinaciones de clase a las que esa cúpula política se hallaba subordinada, a los realineamientos ideológicos que respondiendo a tales determinaciones ya se habían operado en ella -esto es la adscripción de casi todos sus economistas al giro neoliberal que se había producido en el mundo capitalista- y a los cálculos políticos asociados a la función de contención del "populismo" -esto es de las principales reivindicaciones y demandas de democratización y justicia social de la ciudadanía- que tales corrientes se habían asignado a sí mismas.
Solo la larga y sacrificada lucha de los familiares de las víctimas del terrorismo de Estado, junto a la presión nacional e internacional de los organismos de defensa de los derechos humanos, logró impedir que prosperase en ese ámbito el interés de la cúpula concertacionista por "dar vuelta la hoja", permitiendo mantener vigente y hacer avanzar a duras penas el reclamo de verdad y justicia por los horrendos crímenes y atropellos cometidos durante los años de la dictadura. Para enfrentar esta demanda el gobierno de Aylwin formó la "Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación" cuya misión sería la de investigar y evacuar un informe oficial sobre las violaciones a los derechos humanos cometidas bajo el régimen de Pinochet. Lo que se pretendía con ello era que el mero reconocimiento público de los crímenes fuese suficiente, aun en un contexto de impunidad, para generar un clima de "paz y reconciliación" en el país. ¡Ni hablar de someter a juicio a los principales cabecillas del golpe y del terrorismo de Estado que sobrevino posteriormente! El trabajo de dicha Comisión culminó con el llamado Informe Rettig en el cual se acoge la demanda de la derecha de incluir también, como "víctimas de la violencia política", al reducido número de miembros de las FFAA y Carabineros muertos en esa condición a partir del golpe.
En el plano económico y social -es decir de la estructura de intereses y "poderes fácticos" que moldea la realidad social en su conjunto- los cambios fueron insignificantes. Bajo el gobierno de la Concertación el sistema capitalista no solo no se vería mayormente afectado por las demandas de la población, sino que continuaría operando de manera muy similar a como lo había hecho bajo el régimen de Pinochet. En efecto, más allá de la adopción de algunas tenues regulaciones y del también muy débil incremento del gasto social, la promesa de lograr un "crecimiento con equidad" no pasaría de ser algo más que una frase. Por el contrario, poniendo en práctica el artilugio jurídico de la "concesión plena" ideado por José Piñera precisamente con ese propósito, el gobierno de la Concertación abriría como nunca antes las puertas del país a la voracidad del capital extranjero para permitirle adueñarse rápidamente de sus más ricos yacimientos mineros. Nadie en ese gobierno, con el fin de impedir el saqueo, invocaría el interés de la nación, ni el precepto constitucional que declara que "el Estado tiene el dominio absoluto, exclusivo, inalienable e imprescriptible de todas las minas", ni la capacidad de CODELCO para llevar plenamente a cabo su explotación. El profundo desquiciamiento moral de las esferas gubernativas conocido bajo la dictadura se prolongaba ahora bajo un fraudulento manto "democrático".
La ausencia de un real impulso transformador fue tan pronunciada que incluso los propios órganos de comunicación de masas que habían ayudado a conectar a la oposición burguesa con las expectativas de la población fueron percibidos ahora por las cúpulas concertacionistas como un potencial peligro para cumplir su rol de asegurar la prevalencia de un clima de "paz social". De allí que dejaran de recibir el apoyo estatal que necesitaban para continuar existiendo. El estratégico campo de los medios de comunicación, a través de los cuales se forman las representaciones dominantes en la población sobre mundo en que vivimos, quedaron así a poco andar completamente bajo el control de los mismos grandes consorcios periodísticos que habían imperado bajo la dictadura. A través de ellos, se continuó propagando de manera ininterrumpida aquella distorsionada y exitista visión de la realidad económica y social del país que sintoniza completamente con los intereses de clase del gran capital nacional y extranjero.
8.2. El impacto del desplome de los 'socialismos reales'
El término del régimen de Pinochet e inicio de la llamada "transición a la democracia", en conformidad con los principios y normas establecidas por su Constitución de 1980 y con el pacto de gobernabilidad alcanzado entre la dictadura y la Concertación tras el triunfo del No en el plebiscito de 1988, coincidió con el momento en que se comenzaba a producir el definitivo desplome del llamado campo socialista de Europa del Este y que culminó, a fines de 1991, con la disolución de la Unión Soviética. Puesto que la implosión de estos regímenes burocráticos, que se derrumbaron estrepitosamente ante las embestidas de un profundo rechazo ciudadano, no se saldó en definitiva con un avance hacia el comunismo -dado el vacío de conducción revolucionaria que se evidenció entonces en esos países-, sino que en todos los casos se tradujo en un retroceso hacia el capitalismo, el impacto de estos acontecimientos sobre la militancia de izquierda fue devastador. ¿Cómo era posible que el "socialismo", que la izquierda había abrazado con tan inmensa devoción como su proyecto histórico de emancipación social, fuese finalmente repudiado tan ampliamente por los propios trabajadores cuyos intereses había presumido encarnar? Ante la imposibilidad en que se encontraron sus principales partidos para ofrecer una respuesta clara y consistente a esta pregunta, la desorientación y desmoralización se propagó con gran fuerza entre el grueso de la militancia de izquierda, que había respaldado antes acríticamente a esos regímenes y depositado en ellos sus esperanzas de avance hacia un mundo mejor. Como expresivamente lo señaló un ex dirigente del PC, para muchos de ellos lo que estaba sucediendo representaba nada menos que una "caída de las catedrales"[1].
En efecto, la adhesión que los llamados "socialismos reales" había logrado concitar en la inmensa mayoría de quienes aspiraban a liquidar el capitalismo para construir un nuevo tipo de relaciones sociales de carácter solidario no carecía de justificación. Los formidables éxitos económicos y sociales alcanzados en la Unión Soviética en base a una economía centralmente planificada eran vistos como un ejemplo a imitar para sacar del atraso y la miseria a las vastas regiones del planeta que constituyen la periferia del capitalismo. En el breve espacio de tiempo de tan solo medio siglo, y debiendo sobreponerse a la enorme devastación ocasionada en su territorio por la primera guerra mundial, la cruenta guerra civil que siguió a la revolución y luego por la segunda guerra mundial, la Unión Soviética había logrado dar un salto histórico sin parangón en el terreno económico. De una economía fundamentalmente agraria, basada en métodos ancestrales de explotación de la tierra, acompañada de un débil desarrollo industrial sustentado en el capital extranjero, se había transformado, basándose exclusivamente en sus propias fuerzas, en una de las mayores potencias industriales, científicas y militares del planeta. En el lapso una generación, el grueso de su población de más de 150 millones de habitantes se había logrado desplazar del campo a la ciudad, lo que significó crear y proveerla de las viviendas, centros de trabajo, escuelas, hospitales y servicios públicos necesarios para acogerla.
La mayor parte de quienes siguieron considerando deseable la liquidación del capitalismo -reconociendo en éste la fuente de las grandes calamidades sociales del presente- y vigente como modelo de sociedad alternativo la perspectiva del socialismo, tendieron a asumir que la causa de ese fracaso se hallaba en la extrema centralización y verticalismo del sistema político estaliniano, pero atribuyendo esto último a la mera ceguera ideológica de sus dirigentes. Así, lo que habría abierto camino al "sistema de orden y mando" del partido único, suprimiendo la libertad de crítica, fomentando el dogmatismo y postulando la infalibilidad del déspota de turno no sería otra cosa que ... ¡la teoría leninista del partido revolucionario! ¡Allí estaría la causa de todos los males! En la afanosa búsqueda de un "pecado original" algunos estimaron que era necesario ir aún más lejos y descubrieron que la causa del mal se encontraba ya en germen en la concepción de Marx de la dictadura del proletariado. Es decir, un fenómeno de la envergadura y trascendencia histórica que ha supuesto la existencia en el siglo XX de los regímenes estalinistas -los mal llamados "socialismos realmente existentes"- se explicaría por ... ¡la mera incidencia de unas cuantas ideas supuestamente erróneas! Esta mayúscula necedad ha sido también esgrimida como argumento por aquellos otros que, declarándose decepcionados del socialismo como proyecto histórico emancipador y enarbolando la bandera de la "renovación", optaron sencillamente por pasarse al campo del enemigo de clase, convirtiéndose en los defensores "progresistas" del sistema de explotación capitalista.
A consecuencia de esta falsa explicación de lo ocurrido, superficial y disparatada pero bastante extendida, que pasa completamente por alto las determinaciones sociales y materiales que condicionaron el desarrollo de dichas experiencias históricas, comenzaron a ganar creciente fuerza política entre quienes se continuaron identificando con el ideario socialista algunas tendencias políticas de carácter basista, muy próximas al anarquismo o derechamente anarquistas. Un fenómeno de un alcance e impacto político como el que presenciábamos tendió a explicarse así no en el marco de la comprensión científica que ofrece la concepción materialista de la historia, es decir a partir del grado de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas y de las posibilidades materiales e intereses y conflictos de clase que dicho desarrollo pone en juego, sino por el mero predominio de una teoría política supuestamente errónea, "autoritaria" y propia de algunos ambiciosos "iluminados" sedientos de poder. Es decir, en términos incuestionablemente idealistas, atribuyendo a la mera fuerza de las creencias un extraordinario poder explicativo, capaz de dar cuenta de los cauces por los cuales discurre en definitiva la evolución histórica de la humanidad. Por su parte, aquellos que no se sumaron al desbande provocado por "la caída de las catedrales" y se mantuvieron insertos en las filas de los viejos partidos "marxista-leninistas" no atinaron a explicarse lo sucedido más que por el "revisionismo" o aludiendo vagamente a los "errores" cometidos por las cúpulas dirigentes de aquellos regímenes presuntamente "socialistas".[2]
El hecho es que la mayor parte de las viejas fuerzas políticas de la izquierda se vieron abruptamente colocadas ideológicamente a la intemperie, navegando sin brújula en un mar de confusiones, completamente a la deriva. Se encontraron sumidas en una situación de aguda desorientación que inevitablemente las impactaba también con fuerza en el plano político y organizativo. Esa misma superficialidad que las había llevado antes a nutrirse acríticamente de los catecismos estalinianos de "marxismo-leninismo" les impedía ahora explicarse en forma medianamente consistente el hundimiento de los regímenes burocráticos de Europa del este, obligándolas a refugiarse en razonamientos tan simples como miopes. El partido político más afectado por el curso que tomaron estos acontecimientos fue, sin duda alguna, el PC. Este partido sufrió por una parte el impacto de perder a una gran parte de sus cuadros dirigentes, intelectuales y militancia de base, que se desplazaron hacia el PS o el PPD, y quedó por otra parte en una situación de agudo aislamiento en el escenario político debido a que el desplome de los regímenes burocráticos contribuyó a que el llamado proceso de "renovación" terminara arrastrando también a la mayor parte de los cuadros y militancia del viejo tronco socialista. Y es igualmente claro que en el imaginario de la mayor parte de la llamada "izquierda revolucionaria" el socialismo se identificaba también, en una u otra medida, con las experiencias históricas de los regímenes burocráticos. En consecuencia, el impacto de su caída afectó casi a la totalidad de la izquierda.
Además, en el plano intelectual, el desplome de los "socialismos reales" ayudó a potenciar enormemente la moda del llamado postmodernismo que se estaba abriendo paso entonces en los medios académicos: el anuncio del "fin de los megarrelatos" y la focalización en la crítica de los "micropoderes" ganó popularidad sobre todo entre los más jóvenes, aportando lo suyo al fraccionamiento ideológico y a la dispersión política de las luchas. De este modo, los árboles y aun las ramas, cada vez más tupidas, comenzaron a invisibilizar la dimensión y los contornos del bosque, es decir, a opacar y restringir el alcance de la mirada social, hasta el punto de escamotear la necesidad de contemplar la realidad sistémica del capitalismo a escala mundial y sus imperativos criterios de racionalidad económica. De una racionalidad económica basada en la lógica de una constante competencia entre los muchos capitales, de la explotación del hombre por el hombre y de una desaprensiva depredación de la naturaleza. Todo ello no hacía más que acentuar la crisis de la izquierda originada en sus sucesivas derrotas políticas pero agudizada por una debacle ideológica que la dejaba sin un proyecto político claro, llevando a muchos a un renunciamiento fundamental: desestimar la posibilidad y aun la necesidad misma de una transformación social anticapitalista para limitarse a la mera reivindicación de la democracia política formal y de una agenda de reformas exclusivamente "progresista". O en el caso de otros que, aun persistiendo en mantener en alto las banderas de la revolución, no logran dejar de oscilar entre la apología de un basismo ramplón, fundado en una miope mistificación del sujeto popular, y un dogmatismo sectario, de reminiscencias estalinianas.
8.3. La orientación y la actividad de la Liga en estos años
La Liga, plenamente consciente de la situación de marginalidad política en que se hallaba, tanto por ser parte de la situación general de retroceso que afectaba entonces al conjunto de la izquierda anticapitalista como por su propia situación de debilidad orgánica en tanto que agrupamiento político, se empecinaba en llevar a delante su "travesía por el desierto". En este contexto había decidido, ya a mediados de 1989, suspender la publicación regular de Combate, su Órgano Central, para concentrar sus mayores esfuerzos durante este periodo en la batalla por la recomposición de la izquierda, concibiéndola principalmente como un desafío de carácter teórico y programático dirigido a reagrupar a la militancia más decididamente comprometida con una opción socialista y revolucionaria. Era claro para ella que el agudo fraccionamiento y la gran dispersión que afectaba a su variado contingente militante obedecía ante todo a su fragmentación y dispersión en el plano de las ideas, sobre todo en torno a los problemas fundamentales de carácter programático: la concepción del socialismo como proyecto histórico emancipador y la estrategia de lucha política que permitiría llevar a él. Esto a su vez cobra una definida expresión en la explicación que se da a las grandes y sucesivas derrotas sufridas por el movimiento obrero y popular, no solo en Chile sino que también a escala internacional.
Por otra parte, la situación de la organización no permitía sostener simultáneamente entonces una labor de agitación política permanente dirigida a lograr un enraizamiento en los sectores populares y que se evidenciaba, dadas las condiciones del momento político, en gran medida infructuosa. Por ello la Liga se aboca a publicar una buena cantidad de materiales de propaganda política buscando difundir sus concepciones estratégicas y programáticas entre la militancia de izquierda. Para ella, el problema de la fragmentación y dispersión de las corrientes más definidamente clasistas y revolucionarias había que abordarlo, además, desde una perspectiva de partido y no de secta. La Liga se concebía a sí misma solo como un destacamento de vanguardia, el que por su programa expresaba más consistentemente el punto de vista del proletariado en la lucha de clases, pero considerando que el partido revolucionario que aspiraba a construir no surgiría de su mero crecimiento orgánico sino que inevitablemente demandaría un reagrupamiento mayor de la vanguardia obrera y popular. Por ello, la Liga desplegará un sostenido esfuerzo dirigido a impulsar la convergencia política de tales sectores de vanguardia, participando decidida y lealmente de las iniciativas que en tal sentido se logran desplegar en este periodo, como lo son las llevadas sucesivamente a cabo a través del Comité por la Unidad de la Izquierda, del esfuerzo por constituir luego el Movimiento del Pueblo Trabajador (MPT) y, finalmente, del empeño puesto en hacer prosperar la iniciativa a favor de la construcción de un Partido de los Trabajadores (PT) en Chile.
Impulsando esta orientación, los militantes de la Liga participarán también en todas las movilizaciones sociales y políticas que se realizaron durante este periodo. Una de ellas, particularmente emotiva, fue el masivo funeral de 16 campesinos asesinados en octubre de 1973 en el fundo El Escorial de Paine que se realizó el sábado 12 de enero de 1991 y cuyos restos fueron trasladados desde el Instituto Médico Legal hasta el cementerio "La Rana" de Huelquén. Si la Liga pudo tener una destacada participación en este masivo acto de homenaje a las víctimas de la represión de la dictadura fue por el hecho de contar entonces con una presencia efectiva de militantes y simpatizantes en la zona de Buin y Paine. Por su parte, en el plano político-contingente su labor se centrará sobre tres ejes fundamentales: 1) la demanda de verdad y justicia por la violaciones a los DDHH cometidos durante la dictadura, apoyando todas las iniciativas y campañas desplegadas en tal sentido; 2) la demanda de avanzar sustantivamente en la democratización política del país, lo cual suponía desatar las amarras impuestas por la dictadura, denunciando constantemente los bloqueos y trampas antidemocráticas del pacto de gobernabilidad contraído entre el pinochetismo y la Concertación; 3) la demanda de terminar con la política económica neoliberal y recuperar para el pueblo chileno los bienes, derechos y conquistas sociales que le fueron arrebatados por la fuerza durante los años de la dictadura.
Sin embargo, su esfuerzo principal estuvo dirigido a enfatizar la necesidad de reagrupar política y organizativamente a las fuerzas de izquierda en base a una política de independencia de clase, en una perspectiva revolucionaria que apuntase claramente hacia el socialismo. En consecuencia, asumiendo la situación de marginalidad política en que al momento de restablecerse un régimen de gobierno civil nacido de una elección popular se encontraban las corrientes clasistas y revolucionarias, la Liga comprometió de manera continuada gran parte de sus esfuerzos en propiciar la acción común de todas ellas y en impulsar un proceso de convergencia programática que permitiese contar con fuerzas militantes suficientemente numerosas como para hacer oír la voz de una alternativa de independencia de clase en el escenario político. En este empeño dio primero su apoyo a la formación del Comité por la Unidad de la Izquierda a cuya cabeza se encontraba el exministro de economía Pedro Vuskovic. Sin embargo, a poco andar, y respondiendo a la presión ejercida en tal sentido por el PC, esta iniciativa se frustró al excluir de ella a todos los grupos que se hallaban a la izquierda de ese partido: el Partido Socialista Popular, el Partido Socialista Salvador Allende, el MIR (Laferte), la Liga Comunista y el PC (AP). Ello era un claro indicio del nuevo giro hacia la inserción en la institucionalidad que estaba experimentando entonces el PC.
Ante ello la Liga, conjuntamente con otros agrupamientos, convocó a un nuevo proceso de convergencia del que participaron el Grupo por el Socialismo, un sector del MIR, el MAPU-PT y algunos destacados ex dirigentes del PS. Para la Liga esta iniciativa debía impulsarse ya entonces como un movimiento por la formación de un Partido de los Trabajadores debido a la clara contribución que tal denominación podía aportar al indispensable esfuerzo por reconstituir y fortalecer una indispensable identidad y conciencia de clase, ya fuertemente debilitada tanto por los efectos políticos e ideológicos como por las condiciones materiales que conllevaron los largos años de dictadura que se habían vivido. Sin embargo, el solo hecho de que esta denominación fuese propuesta por la Liga hizo que, sin ningún argumento razonable, fuese vetada por otros participantes de esta iniciativa que recelaban del protagonismo que ella estaba logrando alcanzar en el impulso de la misma. Ante el riesgo de que una divergencia menor pudiese provocar un quiebre de lo que se estaba gestando aun antes de que lograse nacer, la Liga se allanó a ceder a esta presión y aceptar que tal iniciativa fuese bautizada con la denominación alternativa de "Movimiento del Pueblo Trabajador" (MPT).
Durante este mismo periodo la Dirección de la Liga sostuvo una serie de reuniones e intercambios escritos con una célula trotskista que se reconocía como parte del SU y que se hacía llamar "Por el Socialismo", sin que en definitiva de ello pudiese surgir un acuerdo político de mayor alcance. Lo mismo aconteció con algunos contactos que pudo establecer con el grupo morenista que actuaba entonces bajo el disfraz de la "juventud socialista". El espíritu de secta seguía marcando fuertemente la conducta endogámica de estos grupos, impidiéndoles asumir un comportamiento político asociado a un horizonte visual más amplio, orientado a incidir sobre el accionar del conjunto de la clase, es decir, guiado por un verdadero espíritu de partido como el que en su época caracterizó la política de los bolcheviques. Por lo tanto, lo clave para la Liga continuó siendo el esfuerzo por reagrupar a las fuerzas de la izquierda e imprimirle a su accionar un claro carácter de clase, independiente del y en oposición al curso paralizante y de capitulación que los promotores de la "transición pactada" le estaban imponiendo al movimiento obrero y popular. De allí la importancia de los pasos que se lograron dar en el marco de la iniciativa que dio origen al MPT.
Sin embargo, los avatares de este proceso de convergencia política se vieron prontamente superados por el surgimiento de una iniciativa similar pero de un alcance que prometía ser mucho mayor. En efecto, un importante grupo de dirigentes sindicales convocó para el 12 de octubre de 1991, en el local del sindicato de MADECO, a un encuentro de dirigentes y activistas bajo el lema "POR LA AUTONOMIA Y UN PROYECTO PROPIO DE LOS TRABAJADORES". Este resultaría ser el primer paso para constituir lo que muy pronto llegaría a ser el movimiento por la construcción de un Partido de los Trabajadores (PT). Sin embargo, como se comprobaría más tarde, desde su inicio este movimiento congregó voluntades que giraban en torno a dos proyectos distintos: por una parte, el de avanzar hacia la construcción de un PT propiamente tal a fin de levantar una alternativa de los trabajadores sobre la escena política y, por la otra, el muy basista, y en los hechos antipartido, de limitarse a proclamar y fortalecer un Movimiento por la Autonomía Sindical (MAS) con un accionar circunscrito al ámbito social. Esta última orientación era firmemente apoyada por algunos cuadros políticos con pasado mirista, todos los cuales lograron ejercer una decisiva influencia sobre los principales dirigentes sindicales que habían impulsado esta iniciativa.
Uno de los logros más importantes de esta iniciativa fue la elaboración y difusión de un manifiesto político titulado "Un Chile para todos", en cuya redacción la Liga tuvo, a través de un miembro de su Dirección, una activa participación. Pero ese logro se vio rápidamente opacado primero por el inconsistente accionar de los dirigentes sindicales que, esgrimiendo un discurso basista que los colocaba en un plano de superioridad moral con respecto a los "políticos", comenzó a coartar la vida democrática de la naciente organización. Luego, al aproximarse la elección presidencial de diciembre de 1993, que conllevaba para el PT la necesidad de definir una opción presidencial propia, el real alcance y significado político del basismo se haría sentir con toda su fuerza. Todo hacía prever que para reafirmar y consolidar la decisión de construir un PT en Chile éste debía levantar la candidatura de un representante de los trabajadores, siendo para todos claro que quien estaba en mejor situación de representar ese papel era el dirigente que, por su condición de presidente del sindicato N°2 de Chuquicamata, encabezaba uno de los núcleos organizados del movimiento obrero más importantes del país.
Sin embargo, esta opción representaba una verdadera prueba de fuego para la dirigencia sindical ya que la legislación heredada de la dictadura les impedía intervenir en una contienda política. En consecuencia, la decisión de levantar una candidatura obrera personificada en un dirigente sindical conllevaba también la de renunciar a dicho cargo, al fuero que lo protegía y muy probablemente al propio empleo. Pero este era un costo que ninguno de los dirigentes sindicales estuvo dispuesto a asumir. Por otra parte, a los sectores más definidamente basistas que operaban al interior del PT no se les ocurrió nada mejor que proponer que al candidato "lo elija la gente", precisamente en un momento en que todas las encuestas indicaban que, con más de un 50% de apoyo ciudadano, "la gente" se identificaba mayoritariamente con la candidatura ya proclamada de Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Es decir que siguiendo la miope lógica del basismo ... ¡el candidato presidencial del PT tendría que haber sido nada menos que el de la Concertación! Finalmente, y sin ninguna consulta al resto de quienes entonces formaban parte del PT, los dirigentes sindicales que lo encabezaban decidieron engancharlo a la candidatura a la Presidencia que levantó entonces Manfred Max-Neef, un académico a quien el Parlamento sueco le había concedido en 1983 el premio nobel alternativo de economía por su trabajo sobre la "economía descalza".
Enarbolando el discurso de la "economía de la solidaridad", Max-Neef sostenía que el sistema económico estaba conformado por tres sectores: el Estado, la empresa privada y las actividades informales del "tercer sector". De esos tres los dos primeros, según él, lo estaban haciendo bastante bien, por lo que la tarea consistía en concentrar los esfuerzos en apoyar al tercero. De modo que, en su discurso, la "economía de la solidaridad" no resultaba ser más que una "economía de la marginalidad", en el marco de un sistema económico dominado por el gran capital. Los basistas, cuyo discurso se deleitaba entonces con divagaciones sobre la horizontalidad de las "redes", quedaron encantados con la alusión de Max-Neef al actuar de los "mosquitos" como la forma más inteligente de llevar a cabo la acción política. El decía que al sistema, como a un rinoceronte, no se lo podía combatir de frente porque, dada su fortaleza, fácilmente "nos haría polvo", pero ese rinoceronte se mostraría en cambio absolutamente incapaz de lidiar con "una nube de mosquitos" que lo picotearan por todas partes. Pero lo que los basistas no consideraban es que ese enjambre de mosquitos a lo más podrá molestar y enfurecer al rinoceronte pero jamás liquidarlo, por lo que semejante concepción de la acción política no pasa de ser, en definitiva, una apología de la impotencia.
Es precisamente para dar vida a un "rinoceronte", que sea capaz de enfrentar y derrotar a ese que por ahora impera, que se requería tener la decisión de construir un Partido de los Trabajadores, es decir, ese partido revolucionario, capaz de unir y movilizar a la mayoría, que los basistas abominan. El escenario de la acción política propuesto por Max-Neef se evidenciaba en cambio completamente incapaz de trascender y superar el dominio hegemónico del gran capital, por lo que representaba solo una nueva variante de ese "progresismo" completamente inmerso en la política de colaboración de clases. Así, la decisión de apoyar su candidatura, decidida entre cuatro paredes e impuesta mediante procedimientos contrarios a los de una vida democrática interna, digna de la peor tradición del estalinismo, no hacía más que sepultar el proyecto de construir en el Chile de entonces una real alternativa de clase. Un proyecto por el que los militantes de la Liga se habían jugado por entero. A las grandes derrotas del movimiento obrero en 1973 y 1986 en Chile, más el retroceso mundial que significaba el restablecimiento del capitalismo en los países de Europa oriental, creando un estado de confusión y desmoralización gigantesco en la militancia de izquierda, se añadía ahora una nueva y dolorosa frustración.
Los militantes de la Liga no podían dejar de sentirse entonces arando en el mar, desarrollando un esfuerzo que se evidenciaba, al fin de cuentas, infructuoso. La frustrada experiencia del PT representó así un nuevo y fuerte golpe a la moral de las debilitadas fuerzas partidarias que la Liga había logrado rescatar de ese naufragio. Había una desproporción enorme entre los esfuerzos y sacrificios que sus militantes habían comprometido a lo largo de dos décadas en forma cotidiana y los magros resultados que habían logrado cosechar. Después de varios años no eran pocos los que, presionados por difíciles situaciones personales y familiares, habían abandonado ya la intensa labor partidaria y quienes habían persistido en ella enfrentaban también situaciones parecidas. En el esfuerzo por hacer prosperar el proyecto PT habían puesto todas sus energías y sus recursos hasta el punto de haberse autodisuelto en él como organización política diferenciada. Fue así que, aún sin abandonar las convicciones que los llevaron a constituir la Liga y a luchar denodadamente bajo la dictadura, no les pareció conducente intentar reconstituir la Liga para persistir en un empeño que, aun por un largo periodo hacia el futuro, prometía continuar siendo tan demandante como improductivo. Por su parte, el propio PT tampoco logró sobrevivir luego de la opción electoral que adoptó en su nombre el pequeño grupo de dirigentes sindicales que se sintieron y actuaron como sus dueños.
[1] La expresión es del ex diputado y miembro del Comité Central del PC Luis Guastavino que en 1990 publica sus reflexiones sobre el derrumbe de los "socialismos reales" y sus implicancias políticas en un libro titulado Caen las catedrales.
[2] Tampoco han faltado quienes, con la simpleza y estrechez de miras propias de las teorías conspirativas, han atribuido este formidable fracaso a la "traición" de Gorbachov.