3. La orientación política general de la Liga en la lucha contra la dictadura
La perspectiva de lucha que se abría inmediatamente después del golpe ante las fuerzas de izquierda era la de un duro y obstinado esfuerzo por recomponer su capacidad de acción política, haciendo de la experiencia recién vivida una rica fuente de enseñanzas en la que apoyarse hacia el futuro. En gran medida, dada la fuerte y masiva represión desencadenada desde entonces y el inmediato establecimiento de un Estado de excepción permanente, se trataba en un primer momento de una labor dirigida a reagrupar y organizar a la vanguardia constituida por las franjas más politizadas y combativas del movimiento obrero y popular. En tales condiciones, era inevitable que gran parte de la actividad política tuviese por centro la batalla de ideas, la lucha ideológica. Y dadas las posiciones programáticas sobre las que se constituyó la Liga, su labor estaría en una importante medida centrada en la defensa y difusión del proyecto histórico de un comunismo revolucionario, internacionalista y democrático. Esa batalla de ideas necesariamente incluiría también el balance de la experiencia vivida en el periodo de gobierno de la UP y además otros temas que habían sido hasta entonces largamente postergados en el seno de la izquierda, como los de la discriminación de género, los tabúes y prejuicios en torno a la sexualidad, la preservación del medioambiente, etc.
En consecuencia, la importancia de la labor que estaba llamada a desplegar la Liga se hallaría en gran medida determinada por la pertinencia y relevancia de las ideas de las que ella era portadora, tanto de las que hacían parte de su identidad programática como de aquellas otras más contingentemente referidas a su apreciación del momento político y sus propuestas de acción. Un análisis riguroso de estos últimos problemas conllevaba importantes implicancias teóricas, ante las cuales la Liga, pensando en forma independiente y esmerándose en no hacerlo de manera superficial y repetitiva sino profunda y creativa, avanzó algunas líneas de razonamiento que dan cuenta de la gran fecundidad de su compromiso de lucha revolucionaria, a pesar de las adversas condiciones en que ella debió realizarse. Los más relevantes de esos problemas conciernen acuatro aspectos fundamentales: 1) el del carácter del régimen dictatorial y la naturaleza del período que se abre tras el golpe; 2) el de la política de alianzas y los objetivos que expresan el punto de vista del proletariado en la lucha antidictatorial; 3) el de las formas de lucha que desde esa perspectiva permiten abrir paso al derrocamiento de la dictadura; 4) el del combate por la construcción de un partido político revolucionario, internacionalista, clasista y democrático, capaz de ofrecer una orientación apropiada a estas luchas. Abordaremos por separado cada una de estas cuestiones.
3.1. Carácter del régimen y del periodo
Junto con un análisis de las causas de la derrota de 1973, las resoluciones de los dos primeros Congresos de la Liga se orientan a definir una muy clara y consistente línea política para el impulso de la lucha contra la dictadura. Ella se basa en una precisa caracterización del periodo abierto con el golpe de Estado y del régimen político que quienes lo llevaron a cabo se empeñan en constituir y consolidar, y cuya naturaleza de clase cobra inequívoca expresión en la política económica que éste define e impulsa desde su inicio. Evidentemente, el carácter del periodo lo marca el fuerte reflujo de la lucha de clases derivado de la aplastante derrota que el rápido éxito del golpe de Estado representó para el movimiento obrero y popular, sometido desde entonces a una situación de implacable, sistemática y permanente represión. Una situación cuyos negativos efectos se dejan sentir con fuerza sobre la vida cotidiana del conjunto de la población en sus más variados aspectos.
La dictadura ejerce un control prácticamente total sobre la vida del país, declarando en interdicción toda forma de actividad política y forzando a la población a someterse completamente a sus dictados, sin tolerar ni la más mínima expresión de protesta. Se vive a partir del golpe en un permanente estado de excepción, con toque de queda incluido y una intensa y brutal cacería de opositores políticos por parte de sus siniestros aparatos de exterminio. El régimen impone un estricto control sobre los medios de comunicación y los contenidos de la información que a través de ellos se difunde, transformándola en un mendaz, caudaloso y persistente torrente de propaganda. Todas las universidades se ven militarmente intervenidas y se llevan a cabo frecuentes allanamientos masivos a poblaciones. Junto con ello se pone en práctica una política económica directamente dirigida a operar una drástica redistribución regresiva del ingreso y de la riqueza que junto con favorecer directamente los intereses del gran capital va a tornar abismal la desigualdad social, sumiendo a grandes sectores de la población en una situación de profunda miseria.
Es por ello que, en un contexto de fuerte reflujo de las luchas populares, en que resulta de momento imposible defender las posiciones políticas y sindicales antes conquistadas por los trabajadores, solo cabe esforzarse por mantener en pie las valiosas posiciones ideológicas ya alcanzadas por sus sectores de vanguardia. Esto significa organizar y desarrollar una sacrificada y paciente labor de propaganda revolucionaria dirigida a impulsar la paulatina reorganización de la vanguardia social y política del movimiento obrero y popular, procurando desplegar a través de ella una persistente acción de denuncia del criminal accionar de la dictadura. Este empeño permitirá ir preparando el terreno para estar en condiciones de generar luego, poco a poco, una resistencia propiamente de masas, capaz de ir ganando crecientemente en extensión y profundidad. Esa es la perspectiva de acción en la que se comprometerán los militantes de la Liga durante los primeros años de lucha contra la dictadura.
3.1.1. El mito del carácter democrático del Estado burgués
El golpe de Estado del 11 de septiembre destruyó el legendario mito de la democracia chilena, de su estabilidad a toda prueba, del compromiso con su defensa por parte de los partidos políticos tradicionales y del profesionalismo y vocación constitucionalista de sus FFAA. Con ello quedaron también sepultadas las ilusiones suicidas que el reformismo sembró durante tantos años en la conciencia de las masas trabajadoras, olvidando el carácter de clase de esta "democracia", de sus leyes y de sus instituciones. Si bien es efectivo que, como producto de las luchas del movimiento obrero y popular, el Estado burgués había conocido, en general, un largo y gradual proceso de democratización, también lo es que el creciente poder social del gran capital le ha permitido poner límites infranqueables a ese proceso, preservando así el carácter meramente formal de una democracia cada vez más vacía de contenido. En definitiva, lo cierto es que, más allá de sus formas, cualquiera que éstas sean, el Estado burgués siempre ha sido, y ciertamente continuará siendo, la expresión política de la "dictadura de la burguesía".
La crisis del esquema "democrático" de dominación burguesa comenzó a hacerse patente en el Chile de los años sesenta, durante los últimos años del gobierno de Frei Montalva, cuando la agudización de la crisis económica y social del país sacudió a vastos sectores populares, empujándolos a luchar por evitar que se deteriorasen sus ya precarias condiciones de vida. Pero, sin lugar a duda, fue durante el período de gobierno de la UP que las fisuras que cruzaban de punta a cabo la estructura de la sociedad chilena se ensancharon considerablemente hasta el extremo de imposibilitar la continuidad de las formas "democráticas" en el sistema de dominación política de la burguesía. Por primera vez las clases dominantes se vieron enfrentadas a una amenaza seria, proveniente de la fuerza alcanzada por el movimiento obrero y popular, que las colocó ante la disyuntiva de modificar sustancialmente sus métodos de ejercicio del poder o correr el riesgo de ser barridas por el empuje y la fuerza del pueblo trabajador.
El cambio político operado con el golpe no tuvo así una connotación meramente coyuntural sino estructural, pues estuvo íntimamente asociado a un proyecto global de superación de la crisis económica de larga duración que afectaba al modelo de desarrollo capitalista vigente. Un proyecto que fue concebido y ejecutado en beneficio exclusivo del gran capital monopolista, tanto nacional como extranjero. Por otra parte, el carácter despiadado que adquirió la explotación capitalista en Chile bajo la dictadura no constituyó un fenómeno excepcional. Por el contrario, tal carácter se correspondía plenamente con la tendencia general del sistema capitalista mundial a enfrentar su crisis estructural mediante un incremento de los niveles de explotación y una tendencia al endurecimiento cada vez mayor de la represión sistemática sobre los trabajadores. En este proceso de gradual desconocimiento de la soberanía popular por el Estado burgués, como real fundamento de su pretensión de legitimidad, le correspondía a las FFAA, tradicional retaguardia política de la burguesía, desempeñar un papel clave. Esta ha sido la perspectiva en la que se han orientado durante décadas gran parte de los esfuerzos del imperialismo hacia América Latina y en particular hacia sus FFAA.
3.1.2. El carácter de la dictadura
En este contexto surge en el seno de la izquierda un debate sobre la naturaleza del régimen nacido del golpe de Estado, considerando sobre todo que los métodos de guerra civil que emplea en contra de las masas obreras y populares llevan a muchos a caracterizar, sin más, a la dictadura como "fascista". Ante ello, los documentos de la Liga advierten que el fenómeno del fascismo en su expresión clásica -es decir tal como se conoció en Italia o Alemania entre las dos guerras imperialistas que sacudieron a Europa en la primera mitad del siglo XX- exhibe ciertas diferencias sustanciales con la dictadura militar establecida en Chile. No se trata aquí de la defensa de los intereses de una burguesía nacional basada en una economía fuertemente desarrollada y decidida a expandir su poder sobre otros países, sino los de la burguesía de una economía dependiente que, habiendo abandonado ya toda esperanza de lograr un desarrollo autónomo del país, solo aspira a convertirse en socio menor de los monopolios imperialistas en las condiciones más ventajosas posibles. De allí que el "nacionalismo" de burguesías como la chilena, carente de un proyecto nacional propio de desarrollo y circunscrito a regateos territoriales menores con los países vecinos, no pasa de ser un engaño consciente.
Además, en su fase ascendente, el fascismo en Europa -al menos en los casos más destacados de Italia y Alemania- exhibe ciertos rasgos que no se replican con similar intensidad en Chile. Se trató de un movimiento político de extrema derecha predominantemente civil, agrupado en torno a un caudillo carismático y que, en un contexto de crisis profunda, logra organizar y movilizar un significativo contingente miliciano, principalmente pequeñoburgués, apoyado en un intenso despliegue de propaganda. Un movimiento que, una vez en el poder, logra permear todas las instituciones del Estado, incluidas las FFAA, para establecer un régimen totalitario. En cambio en Chile, si bien el desenlace de la crisis política terminó instaurando también un Estado de excepción, éste deriva de un golpe de Estado protagonizado por las FFAA, adoptando la forma más tradicional de una dictadura militar. Es decir, de un régimen en el que son las propias FFAA las que asumen directamente la dirección política y administrativa del país. Sin embargo, es preciso considerar también que han existido distintos tipos de dictaduras militares. En la historia reciente de América Latina ha habido algunas que incluso asumieron posiciones "progresistas" que las llevó a ofrecer cierta resistencia al imperialismo y, más frecuentemente, otras fuertemente reaccionarias y completamente subordinadas a él.
En el caso de la dictadura encabezada por Pinochet, por el carácter de la crisis de la que surge, era claro que estaría llamada -como efectivamente ocurrió- a representar en forma preeminente y de manera intensiva los intereses del gran capital imperialista y de sus socios internos. No obstante, si bien estos últimos asumirán, a través de sus "intelectuales orgánicos" presentes en el gobierno, un rol protagónico en el diseño e instalación progresiva del nuevo modelo económico y político-institucional, lo harán en el marco de un régimen sometido a la conducción directa de los altos mandos militares. De allí que, a falta de una definición más adecuada, y considerando tanto los intereses y objetivos de clase que orientan su accionar como los métodos de que se vale para imponerlos, la Liga consideró apropiado caracterizar al régimen encabezado por Pinochet como el de una "dictadura militar-fascista". Un régimen que poco a poco va ir adquiriendo rasgos bastante similares a los que caracterizaron a la dictadura militar establecida en España tras el triunfo de la contrarrevolución en la guerra civil de 1936-39 y que servía de fuente de inspiración a algunos de sus más importantes consejeros.[1]
Las confusiones que en torno a este problema se hicieron presente en los medios de la izquierda se originaron en su mayor parte en un difundido error metodológico: atender más a la forma que al contenido. En efecto, los conceptos forjados en el marco de la teoría política, y en general del conjunto de las ciencias sociales, son siempre resultado de una labor de abstracción, derivada de la necesaria focalización en las características esenciales de fenómenos que, a pesar de su similar naturaleza, se manifiestan en cada caso particular de una manera específica, singular, histórica y socialmente condicionada. De allí que en la realidad misma no exista un fascismo "químicamente puro", así como tampoco existe un capitalismo "químicamente puro", sino sólo como modelos teóricos, abstractos. Es ello lo que torna aparentemente forzadas las analogías históricas a las que el análisis científico-social debe apelar para definir sus categorías, en este caso las referidas a los llamados "estados de excepción", denominación esta última que conlleva implícita, a su vez, la suposición de que la forma "normal" de expresión del poder político bajo el capitalismo es la de un régimen "democrático-representativo".
3.1.3. El bonapartismo y el fascismo como tipos de Estado de excepción
Debido a las presuntas implicancias políticas frente populistas que supondría definir a un régimen como "fascista", la Liga debió justificar su caracterización de la dictadura, por una parte, frente a la que hizo el MIR al calificarla simplemente de "gorila" y, por otra, frente a su tipificación como "bonapartista" que ha sido habitual en los medios trotskistas. Aludiremos a dichas supuestas implicancias políticas más adelante, al examinar la orientación estratégica de la Liga en su lucha contra la dictadura, haciéndonos cargo ahora de los aspectos de carácter más propiamente conceptuales. En este plano, la caracterización utilizada por el MIR no constituyó, evidentemente, ningún aporte. Solo apelaba al hecho de que el rol protagónico en la nueva forma de Estado lo desempeñaban las FFAA que, al igual que en otros países de la región, habían sido largamente permeadas por la influencia del imperialismo, y no un movimiento político de tipo fascista. Sin embargo, el debate versaba sobre el tipo de régimen político que se instaura en Chile tras el golpe de Estado y no sobre los sujetos que lo administran. En tal sentido, cabe recordar que lo sustantivo en el Estado de excepción de tipo fascista es el carácter de clase de su accionar, el cual por lo demás opera a través del propio aparato burocrático estatal, distinguiéndose en esto claramente de las características plebeyas que caracterizan al fascismo antes de su acceso al poder.
Desde esta perspectiva, por sobre la multifacética diversidad de formas pueden adoptar los Estados de excepción en la historia del capitalismo, se pueden distinguir en ella a lo menos dos tipos o categorías básicas: el Bonapartismo y el Fascismo. Tal distinción obedece tanto a la relación que estos tipos de regímenes buscan establecer con las distintas clases sociales como a la función histórica que ellos están llamados a desempeñar. El primero, buscando ejercer una función arbitral entre los intereses de las diversas clases sociales, particularmente en la época de los albores del desarrollo capitalista y del dominio político de la burguesía, y el segundo, empeñado en imponer, de la manera más irrestricta posible, los intereses del gran capital en la época de la decadencia histórica del sistema.
En efecto, el bonapartismo surge, bajo diversas formas, en todos los principales países capitalistas en el momento de su expansión inicial, cuando necesita resolver el problema de la unidad nacional (la formación de un mercado que unifique ese espacio económico) y consumar la hegemonía política de la burguesía, desplazando del poder a las viejas clases oligárquicas ligadas a la propiedad de la tierra y removiendo las trabas que obstaculizan el normal desarrollo del capitalismo, pero acogiendo también, como una suerte de árbitro, los intereses las demás clases igualmente interesadas en esos objetivos. Es la época en que el aun débil grado de desarrollo de las fuerzas productivas, de un capitalismo en formación, y la gran dispersión de las fuerzas sociales (debilidad de las clases típicamente capitalistas, atomización de la gran masa de pequeños propietarios agrícolas, desarrollo incipiente del movimiento obrero) desataban la competencia entre las diversas fracciones de la burguesía, dando origen al proceso de centralización y concentración de capitales. El régimen bonapartista aparece así como el demiurgo del desarrollo de las relaciones sociales capitalistas en su primera fase, el instrumento con ayuda del cual el sistema da sus primeros pasos.
El Estado fascista en cambio, es un fenómeno más característico de la fase de decadencia del capitalismo, cuando para hacer frente a su crisis y a la amenaza creciente de un movimiento obrero en pie de lucha debe apelar al empleo sistemático de métodos de guerra civil para combatirlo. Haciendo a un lado todo tipo de comparaciones formales con la situación alemana o italiana de los años treinta -de la que tomamos su denominación-, el Estado fascista es la expresión política de la hegemonía absoluta, brutal y descarnada de la gran burguesía monopólica sobre el conjunto de la sociedad. Y como tal, es característico de un período histórico en el cual el sistema capitalista experimenta ya su fase tardía, de decadencia, resquebrajándose por todos sus flancos al no tener ya nada socialmente progresista que ofrecer y viéndose amenazado constantemente por eso mismo por el peligro de una revolución proletaria. Llegados a esta fase del desarrollo capitalista, el fascismo y el terrorismo de Estado no aparecen como una alternativa entre otras, sino como la última a la que puede apelar la gran burguesía en momentos de aguda crisis social para prolongar los plazos de su derrumbe definitivo. El punto alcanzado por el desarrollo de las contradicciones inherentes al régimen burgués no le deja, en tales circunstancias, otra posibilidad.
En consecuencia, más allá del hecho de constituir ambos tipos de Estado formas autoritarias de gobierno basadas en el uso discrecional de la fuerza coercitiva que detentan, ellos surgen de situaciones históricas y políticas claramente distintas, derivando de estas últimas sus rasgos y funciones más características. Por el hecho de surgir para conjurar una situación revolucionaria y promover los intereses del gran capital, la dictadura chilena adopta los rasgos característicos de un Estado fascista. Pero como ya se ha señalado, por el rol protagónico que desempeñan las FFAA en la constitución del régimen de excepción que se establece a partir del golpe, ella guarda una mayor afinidad con la variante española del fascismo -que lleva al establecimiento de la prolongada dictadura encabezada por el general Franco- que con las experiencias más "clásicas" del fascismo alemán o italiano que, en su fase plebeya al menos, toma cuerpo ante todo a través del protagonismo de un beligerante movimiento político de masas -principalmente de carácter pequeñoburgués- paramilitarmente organizado.
3.2. La unidad de los explotados y sus objetivos en la lucha contra la dictadura
Considerando la naturaleza brutalmente represiva y totalitaria del régimen político establecido en Chile a partir del golpe de Estado y el carácter de clase de su política -expresión del dominio absoluto del gran capital sobre el conjunto de la sociedad-, ¿cuál había de ser la manera políticamente más apropiada de hacerle frente desde la perspectiva de los trabajadores y sus intereses de clase? En respuesta a esta interrogante tiende a imponerse, casi como una consideración de sentido común, la idea de que a un régimen fascista solo cabe enfrentarlo convocando a todos los sectores sociales afectados por su política a través de una muy amplia alianza política y sobre la base de un "programa mínimo", exclusivamente democrático, cuyo horizonte solo sea el del restablecimiento de las instituciones, derechos y libertades suprimidas. Esto significaba llamar a la constitución de un Frente Antifascista que congregara a todo el espectro de partidos políticos que, desde el MIR a la Democracia Cristiana, o aún más allá de ella, manifestaran la decisión de oponerse a la dictadura y terminar con ella. De allí que algunos sugirieran que el solo hecho de caracterizar al régimen como fascista implicaba limitar la lucha en su contra al estrecho marco de una política de carácter frente populista, es decir, de subordinación de los trabajadores y sus luchas al liderazgo de los sectores presuntamente "democráticos" de la burguesía.
Esa fue, en efecto, la línea política que desde el momento mismo del golpe comenzaron a defender las cúpulas de la izquierda reformista, muy particularmente del PC, redoblando con más fuerza que antes del golpe sus llamamientos a la Democracia Cristiana. En el caso del PS este posicionamiento aparece inicialmente algo más matizado por el hecho de haber sostenido antes del golpe una línea de acción más radical y de verse posteriormente severamente fraccionado, sin una dirección que fuese unánimemente reconocida como tal por todas sus diversas corrientes internas. Por su parte el MIR, sin avalar directamente esa propuesta de colaboración de clases con los sectores "democráticos" del bloque burgués, tampoco la va a rechazar de plano, formulando pronunciamientos ambiguos y vacilantes que en definitiva lo van a llevar a situarse progresivamente sobre ese mismo terreno. Sin embargo, tal propuesta de una alianza política amplia va a permanecer por largo tiempo solo en el papel, sin poder concretarse debido al desinterés inicialmente evidenciado por la propia Democracia Cristiana. Esta última, luego de respaldar primero a los golpistas, optará luego por levantar una alternativa de "oposición" en base al proyecto de institucionalización de una "democracia protegida", excluyendo de ella a las corrientes de izquierda que se reivindican como "marxistas".
La Liga en cambio, llamará a esforzarse por organizar e impulsar decididamente la movilización de masas, "explotando toda manifestación de descontento, por limitada que sea", a fin de "unir en torno a la clase obrera a la inmensa mayoría del país".[2] En esa perspectiva es que la Liga considera necesaria la confluencia de las fuerzas políticas en "un amplio pero sólido Frente Único Antifascista".[3] Se trata, por tanto, de concretar a través de la lucha una alianza de las clases explotadas que se ven sistemáticamente golpeadas por la política de la dictadura. Su objetivo es unir fuerzas para golpear juntos al enemigo. La Liga no propone, por tanto, constituir una alianza de carácter cupular, fraguada en base a los objetivos y métodos de sus componentes más moderados, sino ante todo impulsar una convergencia de las fuerzas políticas en lucha empeñadas en elevar permanentemente los niveles de conciencia, organización y movilización de las amplias masas del pueblo trabajador. Se trata de impulsar el combate por las demandas democráticas y de carácter transitorio que hagan eso posible, buscando siempre extender y profundizar la lucha por el derrocamiento de la dictadura tanto como la propia dinámica del enfrentamiento de clases lo hiciese posible.
A través de la táctica del frente único -enfatizando no tanto la búsqueda de acuerdos cupulares sino, de manera plebeya, el llamamiento directo a la movilización del pueblo trabajador- lo que se busca es lograr una persistente mejora de la correlación de fuerzas frente al enemigo. Esto tampoco significa que se deban ocultar las divergencias existentes entre las fuerzas políticas que concurriesen al impulso de la acción común. Por el contrario, una labor de clarificación del significado y alcance de las divergencias solo puede ayudar a fortalecer la conciencia política de los sectores de vanguardia. Por otra parte, esta orientación táctica tampoco restringe su ámbito de validez a la lucha contra la dictadura, sino que vislumbra como posible y necesario "extenderla hacia un entendimiento más sólido y permanente de todas las tendencias clasistas y revolucionarias, articulando una política coherente de alianzas orientada a fortalecer las posiciones revolucionarias, elevando la conciencia y la combatividad del proletariado".[4] Es decir, se trata de una orientación empeñada en fortalecer siempre el rol protagónico y dirigente del proletariado y sus destacamentos de vanguardia en el impulso de la lucha antidictatorial.
Desde una perspectiva de clase, el fortalecimiento de la lucha independiente de las masas obreras y populares en contra de la dictadura guarda clara correspondencia con su objetivo, que no es el de buscar una salida negociada con la tiranía sino derrocarla. Tampoco busca limitarse a establecer en su reemplazo una Asamblea Constituyente, como lo proponían casi todas las demás organizaciones de la izquierda, incluidos los grupos de exiliados que se reclamaban del trotskismo, sino que plantea como objetivo la constitución de un gobierno de los trabajadores. Es decir, en consonancia con lo señalado por la experiencia histórica de las luchas antidictatoriales, la voluntad y los sentimientos presentes en la conciencia efectiva de las amplias masas populares y las enseñanzas del marxismo revolucionario, la Liga llama a impulsar la lucha por el derrocamiento de la tiranía en una perspectiva que solo una amplia y combativa movilización popular puede hacer realidad: la del establecimiento de un Gobierno Obrero y Popular. En efecto, en las condiciones de vida que las amplias masas populares deben soportar a diario bajo la pesada loza de un régimen totalitario, que solo existe para subyugarlas y superexplotarlas, el deseo de derrocarlo surge intensamente de manera espontánea. Y también la de colocar en su lugar un gobierno que efectivamente responda a sus más preciados intereses, derechos y aspiraciones.
La idea del carácter puramente democrático de la lucha antidictatorial, en cambio, según el patrón histórico de las revoluciones burguesas, solo es propio de la conciencia ilustrada y reformista de una intelectualidad pequeñoburguesa, no un patrimonio de la conciencia elemental de las amplias masas populares. Ello supone autolimitar por anticipado el alcance de la lucha contra la tiranía. Además, la misma propuesta de una Asamblea Constituyente, salvo en aquellos países en que ella forma parte de su propia experiencia histórica y por lo tanto anida en la conciencia colectiva de su población, resulta ser en principio algo enigmático para las masas, cuyo significado necesita ser larga y pacientemente explicado para que logre ser comprendido y acogido por ellas. Como observaba Trotsky a propósito de la lucha contra la tiranía fascista en Italia,[5] esta frontalmente diferente manera de concebir y valorar las posibilidades abiertas por la lucha de clases es característica de la distancia que separa, en la época en que vivimos, a las corrientes reformistas de las revolucionarias.
De allí que en la mayor parte de los casos en que una dictadura ha sido derribada por la fuerza incontenible de una rebelión popular ella no ha dado lugar a la constitución de un gobierno provisional y a la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Como bien sostenía Trotsky, al aludir en el Programa de fundación de la IV Internacional a la orientación política que debían impulsar los revolucionarios en los países regidos por dictaduras fascistas, "tan pronto como el movimiento asuma caracteres masivos, las consignas democráticas se entrecruzarán con las transitorias ... los soviets cubrirán Alemania antes de que pueda reunirse en Weimar una nueva Asamblea Constituyente. Lo mismo sucederá en Italia y en el resto de los países totalitarios y semitotalitarios".[6] Esa fue la perspectiva estratégica de lucha que hizo suya y defendió la Liga Comunista mientras se mantuvo abierta la posibilidad de que la dictadura fuese derrocada mediante la acción directa, independiente y combativa, de las amplias masas obreras y populares. Solo cuando, con la activa ayuda de la izquierda reformista, la oposición burguesa logró canalizar el descontento popular hacia una salida negociada con la dictadura, la demanda de una Asamblea Constituyente Libre y Soberana pasó a tener para la Liga una justificación política real desde una perspectiva revolucionaria, como forma de reivindicar, contra ese tipo de contubernios, el principio democrático elemental de la soberanía popular.
3.3. Emplear todas las formas de lucha que fortalezcan
al movimiento obrero y popular
En cuanto a las formas de lucha en el combate por el derrocamiento de la dictadura, para la Liga solo cabía guiarse por un principio rector: emplear todas aquellas que efectivamente contribuyesen a fortalecer la lucha del movimiento obrero y popular. Esto significa, aquellas formas de acción que, en clara correspondencia con la correlación de fuerzas existente, permitiesen elevar los niveles de conciencia, organización y movilización de las masas. Ese era el criterio fundamental con el que se debía juzgar la pertinencia de tal o cual forma de lucha en un momento dado. Y era con arreglo a ese criterio que también cabía juzgar el papel que pueden desempeñar las acciones armadas como factor de desmoralización de las fuerzas enemigas y de apoyo a las tareas centrales de reorganización e impulso de la lucha del movimiento obrero, cuestión que estuvo constantemente presente en las controversias de la izquierda durante los años del enfrentamiento contra la dictadura. En todo caso, era claro que durante el primer periodo de esta lucha, cuando el enemigo se encontraba en una posición de fuerza tan extremadamente ventajosa, y por lo tanto sin posibilidades reales de articular una respuesta de masas en su contra, la realización de ese tipo de acciones resultaba inconducente y aun políticamente contraproducente.
En relación con este problema, la Tesis Central del I Congreso Nacional de la Liga Comunista consideró oportuno recordar estas palabras de Lenin:
"Es indudable que sin este rasgo -sin la violencia revolucionaria-, el proletariado no habría podido vencer, pero tampoco ofrece duda que la violencia revolucionaria constituyó un medio necesario y legítimo de la revolución sólo en determinados momentos de su desarrollo, sólo cuando existían ciertas condiciones especiales, mientras que la organización de las masas proletarias, la organización de los trabajadores, ha sido y sigue siendo una propiedad mucho más profunda y permanente de dicha revolución y una condición de su triunfo. Precisamente, en esta organización de millones de trabajadores se encierran las mejores premisas de la revolución, la fuente más profunda de sus victorias".[7]
En esa misma dirección, la Liga consideró necesario señalar que el camino hacia el derrocamiento de la dictadura por las masas obreras y populares necesariamente pasaba por una multiplicación e intensificación tal de sus luchas que se evidenciaran capaz de culminar en una Huelga General Revolucionaria de carácter insurreccional. Tal era la perspectiva estratégica que la Liga propició insistentemente como el gran escenario hacia el cual se hacía necesario hacer converger todas las manifestaciones de descontento que la existencia y accionar de la dictadura despertaba a cada paso en los más amplios sectores del pueblo trabajador. Como lo mostraba la experiencia histórica, solo una movilización social de tal envergadura y radicalidad, junto a las iniciativas políticas desplegadas por las fuerzas revolucionarias, sería capaz de quebrar la cohesión de los aparatos armados del Estado burgués, abriendo con ello una posibilidad real de triunfo para una insurrección popular. Cualquier otra salida, sobre todo si llega a contar con el consentimiento de los propios cabecillas del criminal régimen fascista, se orientaría en cambio a perpetuar el sistema de opresión y explotación capitalista y, en consecuencia, a contrariar en sus aspectos más sustanciales los intereses de la inmensa mayoría, a burlar el ejercicio de sus derechos políticos y a defraudar sus más caros anhelos de justicia.
En consecuencia, el que la lucha antidictatorial culminara de una u otra forma era algo que dependería enteramente de dos factores: por una parte, de la fuerza y combatividad que lograse desplegar en las calles el pueblo trabajador movilizado y, por otra, de la capacidad que evidenciasen las fuerzas revolucionarias para alcanzar, en base a una política de independencia de clase, la conducción política de esa movilización, permitiéndole hacer valer sus reales objetivos. Esto último suponía desconocer y sobrepasar en la lucha todos los hipócritas intentos del democratismo burgués por presentarse como la genuina expresión y representación política de las demandas populares, lo cual solo hace con el propósito de lograr controlar y encauzar la movilización popular hacia una salida que asegure la preservación del sistema de explotación capitalista.
3.4. La lucha por la construcción del partido revolucionario
Por último, el eje articulador de la lucha desplegada por la Liga desde su inicio fue el objetivo de construir en Chile un partido revolucionario capaz de luchar de manera consistente y consecuente por la revolución proletaria y el comunismo. La construcción de ese partido, como indispensable destacamento de vanguardia de las luchas obreras y populares, es señalada en sus documentos como "el objetivo estratégico central de los marxistas revolucionarios". Un objetivo que, según lo especifica la Tesis Central de su Primer Congreso "más allá de las adecuaciones indispensables y necesarias a las condiciones específicas de la lucha de clases en cada período, exige el desarrollo de un trabajo teórico, político y organizativo cuyas características principales ... ya han sido plenamente definidas por el movimiento revolucionario, especialmente durante los primeros años de la Internacional Comunista dirigida por Lenin y Trotsky".
¿Cuáles son esas características? En ese mismo documento se destacan cuatro, que sintetizan la comprensión que los militantes de la Liga habían logrado alcanzar entonces en torno a la lucha por este objetivo:
1) La íntima vinculación que une la construcción de una fuerza política revolucionaria a escala nacional con la construcción de una dirección internacional del proletariado. Así como el propio sistema capitalista había alcanzado rápidamente un desarrollo de alcance mundial, la lucha de los explotados se encuentra planteada también, estratégicamente, sobre ese mismo escenario global, aun cuando de manera inmediata y directa asuma expresiones concretas y diferenciadas en el marco de los Estados nacionales.
2) El carácter de su programa, que como expresión íntegra y consecuente del "punto de vista del proletariado en la lucha de clases" se halla plasmado ya, en sus aspectos fundamentales, en la rica tradición teórica del marxismo revolucionario. Un programa que, dando cabal cuenta de los intereses históricos e inmediatos de los explotados en su irreductible pugna antagónica con los explotadores, asume y sintetiza la rica experiencia acumulada por el proletariado de todos los países en esa confrontación, nutriendo su conciencia política y asegurando su continuidad.
3) Una orientación política que, en clara correspondencia con un programa marxista, centre claramente su atención y sus mayores esfuerzos en la constante elevación de los niveles de conciencia, organización y movilización política autónoma de las amplias masas obreras y populares, con independencia de cualquier tutelaje burgués. Una política de masas que, más allá de los objetivos tácticos de cada momento, se oriente permanentemente por imprimirles a sus luchas un sello de carácter clara e inconfundiblemente unitario, clasista y democrático.
4) El carácter de su organización, fundada en principios y normas de funcionamiento que permitan asegurar tanto su indispensable unidad de acción como la generación democrática de su orientación política. Una organización de luchadores que, junto con estar dispuestos a consagrar sus vidas al esfuerzo colectivo por abrir paso a la revolución, actuando en todo momento y de manera consciente con la disciplina y cohesión política propias de un partido leninista de combate, participen de manera activa y protagónica en la construcción de esa fuerza política partidaria.
¿Qué es lo que todo esto significa? En el desarrollo de esta labor, la Liga consideró necesario inspirarse y orientarse por la clarividente concepción de Lenin cuando, en los inicios de su formidable lucha política, formula una idea que se hallará luego permanentemente presente en sus materiales de formación y propaganda:
"Nuestro cometido principal y fundamental consiste en coadyuvar al desarrollo político y a la organización política de la clase obrera. Quien relegue este cometido a un segundo plano y no subordine a él todas las tareas parciales y los distintos procedimientos de lucha, se sitúa en un camino falso e infiere grave daño al movimiento. Relegan este cometido, en primer lugar, quienes exhortan a los revolucionarios a luchar contra el gobierno con las fuerzas de círculos aislados de conspiradores, desligados del movimiento obrero. Relegan este cometido, en segundo lugar, quienes restringen el contenido y el alcance de la propaganda, agitación y organización políticas".[8]
Y también en su clara y precisa concepción estratégica, que hace de la construcción del partido revolucionario, como aguerrido destacamento de vanguardia, el eje central de toda la lucha por el derrocamiento del poder burgués, concepción que los materiales de la Liga también vehiculizan de manera permanente:
"Hay que preparar hombres que no consagren a la revolución sus tardes libres, sino toda su vida; hay que preparar una organización tan numerosa, que pueda aplicar una rigurosa división del trabajo en los distintos aspectos de nuestra actividad. Por último, en lo que atañe a las cuestiones tácticas, aquí nos limitaremos a lo siguiente: la socialdemocracia no se ata las manos, no limita su actividad a un plan cualquiera previamente preparado o a un solo procedimiento de lucha política, sino que admite como buenos todos los procedimientos de lucha con tal de que correspondan a las fuerzas del partido y permitan lograr la mayor cantidad de resultados posibles en unas condiciones dadas. Si existe una fuerte organización del partido, cada huelga puede convertirse en una demostración política, en una victoria sobre el gobierno. Si existe una fuerte organización del partido la insurrección en una localidad aislada puede transformarse en una revolución triunfante. Debemos recordar que la lucha reivindicativa contra el gobierno y la conquista de ciertas concesiones no son otra cosa que pequeñas escaramuzas con el adversario, ligeras refriegas en las avanzadillas, y que la batalla decisiva está por venir. Tenemos enfrente la fortaleza enemiga, bien artillada, desde la que se nos lanza una lluvia de metralla que se lleva los mejores luchadores. Debemos tomar esta fortaleza, y la tomaremos si todas las fuerzas del proletariado que despierta, las unimos a las fuerzas de los revolucionarios rusos en un sólo partido, hacia el que tienden todos los obreros activos y honestos de Rusia".[9]
[1] Sin duda que el caso más notorio de ellos, por el rol protagónico que le tocó desempeñar como artífice del modelo político-institucional seudodemocrático heredado de la dictadura, es el de Jaime Guzmán, fundador de la UDI y declarado admirador del dictador español y de su régimen militar-clerical-fascista.
[2]La contrarrevolución fascista y las tareas del proletariado, Tesis Central del Primer Congreso de la Liga Comunista de Chile, marzo de 1974. Este documento junto a numerosas otras publicaciones de la Liga se encuentran disponibles en el sitio web https://liga-comunista-de-chile.webnode.cl/
[3] Ibid.
[4] Ibid.
[5] "¿Significa esto que Italia no puede convertirse nuevamente, durante un tiempo, en un estado parlamentario o en una 'república democrática'? Considero -y creo que en esto coincidimos plenamente- que esa eventualidad no está excluida. Pero no será el fruto de una revolución burguesa sino el aborto de una revolución proletaria insuficientemente madura y prematura. Si estalla una profunda crisis revolucionaria y se dan batallas de masas en el curso de las cuales la vanguardia proletaria no tome el poder, posiblemente la burguesía restaure su dominio sobre bases 'democráticas'". León Trotsky, "Problemas de la revolución italiana", Escritos, 1930, énfasis nuestro.
[6] Capítulo XVI, "El programa de reivindicaciones transitorias en los países fascistas", en La agonía del capitalismo y las tareas de la IV Internacional, 1938
[7] Lenin, Obras Completas, tomo 38, Ed. Progreso, Moscú, pág.81.
[8] Lenin, Obras Completas, tomo 4, Ed. Progreso, Moscú, pág.394.
[9] Lenin, Obras Completas, tomo 4, Ed. Progreso, Moscú, pág.396.