1. El surgimiento de la Liga como producto de la situación revolucionaria de 1972-73
La Liga Comunista nace en el contexto de la aguda crisis política que sacudía al país a mediados de 1973. Esa crisis se había ido incubando a lo largo del tiempo como resultado de la irremediable incapacidad del capitalismo periférico en lograr la anhelada meta del desarrollo económico del país y del formidable avance alcanzado entonces, como respuesta, por la lucha del movimiento obrero y popular. Chile se veía enfrentado así a una disyuntiva polar, imposible ya de soslayar, en torno al carácter de clase que finalmente adquiriría la superación de la crisis. ¿Serían finalmente los intereses del gran capital o los del pueblo trabajador los que lograrían prevalecer? Tal era la cuestión que estaba entonces planteada de un modo inmediato y directo. Pero para que pudiera imponerse una salida acorde a los intereses de la mayoría se requería que la izquierda lograra conducirla, actuando con la decisión y consistencia política que ese momento decisivo exigía. Buscando aportar una contribución en esa perspectiva, ante las enormes carencias que entonces se observaban, es que se constituye la Liga Comunista. De allí que sea necesario detenernos primero a considerar el carácter de la situación creada en esa coyuntura histórica y los desafíos que ella planteaba a todos quienes luchaban por abrir paso a una transformación revolucionaria, en un sentido socialista, de la sociedad chilena.
· El triunfo electoral de las fuerzas de izquierda en 1970
En las elecciones presidenciales del 4 de septiembre de 1970 triunfó en Chile una amplia coalición de fuerzas de izquierda encabezadas por el senador socialista Salvador Allende. El gobierno lo ocupaba entonces el democratacristiano Eduardo Frei Montalva, quien había llegado a La Moneda seis años antes con la promesa de realizar una "revolución en libertad". En efecto, en el contexto del progresivo estancamiento que estaba experimentando la economía chilena y la consecuente agudización de las contradicciones sociales que se estaban registrando en el país, dicha propuesta de "revolución en libertad" había sido levantada como una alternativa a la de un gobierno de izquierda que orientara sus pasos hacia la superación del capitalismo. Pero más allá de su retórica, esa "revolución" constituía en realidad de un mero programa de reformas -entre las cuales las más importantes eran la llamada "chilenización" del cobre[1] y la reforma agraria- cuyo real objetivo era el de modernizar y dinamizar el modelo de acumulación y desarrollo capitalista existente entonces en el país. Todo esto en un momento en que el imperialismo norteamericano y las burguesías latinoamericanas se hallaban enfrentando, a todo lo largo y ancho de América latina, el extraordinario reto que significó para ellos el triunfo de la revolución cubana y la enorme y contagiosa fuerza de su ejemplo.
Pero lo cierto es que, a pesar de la ingente ayuda recibida de Washington, el gobierno de Frei no logró sacar a la economía chilena de su marasmo. En realidad, como en todo programa de gobierno burgués, el costo de la llamada "revolución en libertad" lo debían pagar los trabajadores. Pero cuando el gobierno intentó imponer sobre los hombros de éstos un plan de ahorro forzoso destinado a crear un fondo de capitalización nacional para dar al sistema el impulso que necesitaba, se encontró con la férrea oposición de sus principales organizaciones sindicales. Estas lograron realizar el 23 de noviembre de 1967 un exitoso paro nacional que echó definitivamente por tierra el proyecto de Frei. En consecuencia, la prolongación de la crisis no hizo más que aumentar la polarización política del país, planteando crecientemente ante él una disyuntiva que Theotonio dos Santos, analizando los cambios operados en el capitalismo mundial y las tendencias de desarrollo del capitalismo dependiente en la región, señaló entonces de manera muy clara y precisa: socialismo o fascismo.[2] En una importante medida, los programas presidenciales de la izquierda y de la derecha en 1970 apuntaban en esas direcciones.
En efecto, el "Programa Básico de Gobierno" adoptado por la Unidad Popular sintonizaba con la profundidad de la crisis económica y el alza de la movilización popular que caracterizaba la situación política en las postrimerías del gobierno democratacristiano. Era un programa que hacía una caracterización seria de los condicionamientos que el capitalismo dependiente imponía al desarrollo económico del país, señalando explícitamente que éstos derivan del dominio ejercido por el gran capital nacional y extranjero y de los privilegios de clase que este conlleva, a los que tales sectores "jamás renunciarán voluntariamente". De allí que proclamase como su gran objetivo "llevar a cabo los cambios de fondo que la situación nacional exige sobre la base del traspaso del poder, de los antiguos grupos dominantes a los trabajadores, al campesinado y sectores progresistas de las capas medias de la ciudad y del campo", precisando "como objetivo central de su política reemplazar la actual estructura económica, terminando con el poder del capital monopolista nacional y extranjero y del latifundio, para iniciar la construcción del socialismo".[3]
En esa perspectiva, el Programa de la UP contemplaba "constituir un área estatal dominante, formada por las empresas que actualmente posee el Estado más las empresas que se expropien" y, "como primera medida", la nacionalización de las riquezas básicas que se hallaban "en poder de capitales extranjeros y de los monopolios internos. Así quedarán integrando este sector de actividades nacionalizadas las siguientes: 1) La gran minería del cobre, salitre, yodo, hierro y carbón mineral; 2) El sistema financiero del país, en especial la banca privada y seguros; 3) El comercio exterior; 4) Las grandes empresas y monopolios de distribución; 5) Los monopolios industriales estratégicos; 6) En general, aquellas actividades que condicionan el desarrollo económico y social del país, tales como la producción y distribución de energía eléctrica; el transporte ferroviario, aéreo y marítimo; las comunicaciones; la producción, refinación y distribución del petróleo y sus derivados, incluido el gas licuado; la siderurgia, el cemento, la petroquímica y química pesada, la celulosa, el papel".[4]
Al contrario de lo que muchos vaticinaban, el contexto de movilización social en que se produjo la elección presidencial facilitó en definitiva el triunfo de la izquierda. Por sobre las reticentes directrices de sus partidos tradicionales, que temían que los sectores medios se atemorizaran por ello, las masas populares continuaron desplegando sus luchas, con lo que el país se fue aproximando, de manera lenta pero inexorable, hacia una situación revolucionaria.[5] En última instancia, ella derivaba de la crisis, cada vez más aguda, del modelo de dominación y explotación capitalista, de industrialización por sustitución de importaciones, el cual se había mantenido vigente durante las cuatro décadas precedentes. En el curso de los años sesenta, el ímpetu inicial de ese proyecto -cuya aspiración era abrir paso a un desarrollo económico autónomo y autosostenido- había ido decayendo ostensiblemente en la misma medida en que el propio carácter inherentemente competitivo del capitalismo lo enfrentaba, a escala global, a desafíos tecnológicos y financieros cada vez mayores. Los criterios de racionalidad económica capitalistas, centrados en una continua valorización del capital, colocaban así al modelo ISI ante un callejón sin salida.
La misma situación de crisis estructural se repetía en otros países de la región, crecientemente agitada también por el formidable impacto que tuvo la revolución cubana sobre las nuevas generaciones, al haber puesto en evidencia la posibilidad real de sacudirse el yugo del imperialismo en lo que éste se había habituado a considerar -en el marco de la llamada "doctrina Monroe"- como su "patio trasero". Esas nuevas generaciones se vieron poderosamente influidas también por otros acontecimientos que marcaron profundamente aquellos años, tales como las grandes movilizaciones estudiantiles de 1968 en Europa, el apogeo de las guerrillas en América Latina, la masacre estudiantil de Tlatelolco en México, la lucha contra la discriminación racial y la guerra imperialista en los Estados Unidos, el admirable ejemplo de consecuencia revolucionaria y lucha internacionalista del Che Guevara y el empantanamiento e impotencia del poderoso aparato militar yanqui en Indochina ante la indoblegable y valerosa resistencia de sus pueblos.
En este cuadro de crisis general, la Unidad Popular representaba en Chile una ampliación de la vieja alianza de los partidos Socialista y Comunista, a la que se habían sumado un sector mayoritario del Partido Radical y una corriente que, luego de escindirse por la izquierda de la Democracia Cristiana, había dado lugar a la formación del MAPU. Frente a ella se levantaba la candidatura del ex presidente Jorge Alessandri en torno al cual, aprovechando el desgaste político que experimenta la Democracia Cristiana en el gobierno, la derecha logra recomponer sus fuerzas y cuyo programa económico, denominado "la nueva república", anticipa en buena medida el que pondrá en aplicación posteriormente la dictadura. Por su parte el PDC levanta la candidatura de Radomiro Tomic que, buscando sintonizar con el anhelo mayoritario de cambios que se percibe en la población, enarbolará un programa y una retórica de tintes izquierdistas. Si bien la candidatura de Tomic, con su promesa de profundizar el proceso de reformas iniciado tímidamente por el gobierno de Frei, va a lograr restar un significativo caudal de votos a la izquierda, Allende logrará imponerse sobre Alessandri por un estrecho margen.
El triunfo de la izquierda desata de inmediato un pánico generalizado en los sectores más conservadores del país y una fuerte reacción de rechazo en Washington, con un primer conato de golpe en la misma noche de la elección. Las maniobras políticas y los planes conspirativos orientados a impedir que Allende pudiese asumir la Presidencia de la República continuaron desarrollándose febrilmente en las semanas posteriores a la elección, pero sin que lograsen prosperar. Uno de sus resultados más trágicos fue el asesinato del Comandante en Jefe del Ejército, general René Schneider, con que culminó un intento de secuestro ejecutado por un grupo de ultraderecha con la finalidad de provocar un golpe de Estado. No obstante, la DC logró que Allende se allanase a firmar un inédito "pacto de garantías constitucionales" como condición para que sus parlamentarios ratificasen su triunfo en el Congreso Nacional.
· La crisis revolucionaria de 1972-73 y su desenlace
La historia de lo sucedido luego durante el periodo de gobierno de la UP es ampliamente conocida, aunque las divergencias sobre el significado político de los hechos siguen siendo muy profundas, tanto entre quienes ocuparon posiciones antagónicas en el conflicto de clases como en el seno de la propia izquierda. No es objetivo de este trabajo hacer una amplia descripción del multifacético proceso a través del cual el desarrollo de la lucha de clases llevó, paso a paso, al desenlace que conocemos.[6] Bastará recordar los hechos más relevantes para aludir luego a las principales enseñanzas que se desprenden de esta experiencia.
En la medida en que, apenas constituido, el gobierno de Allende comienza a desplegar acciones destinadas a dar efectivo cumplimiento a su programa, se va a ir abriendo una brecha y un conflicto político-institucional cada vez mayor al interior del propio aparato del Estado burgués. Pero tras su impulso inicial, que lo llevó a concretar los principales avances democratizadores de su gestión -la nacionalización del cobre y de la banca, la profundización de la reforma agraria, la redistribución progresiva del ingreso y el gran incremento de la producción industrial alcanzado en el año 1971-, el gobierno no se atrevió a provechar ese momento, en el que logró concitar su mayor respaldo, para dar una batalla a fondo por modificar el marco legal e institucional existente. Por el contrario, comenzó a frenar su accionar, y con ello a empantanarlo cada vez más, en un vano intento por aplacar los temores y complacer las demandas surgidas de las fuerzas políticas menos abiertamente reaccionarias del campo burgués, particularmente de la Democracia Cristiana. Con ello se esperaba lograr al menos que la DC no intentase boicotear el proceso de cambios.
Sin embargo, en correspondencia con el carácter de clase de su ideología, la política de ese partido ante el gobierno de la UP respondía a un claro objetivo de contención, con un diseño que uno de sus principales ideólogos bautizó sugestivamente como "estrategia de los mariscales rusos". Ella consistía en abstenerse de librar un combate frontal contra el gobierno en sus momentos iniciales, cuando se hallaba disfrutando de su "primavera" al gozar de un gran apoyo y credibilidad, limitándose entonces a levantar un cerco legal e institucional que le permitiese erosionar su empuje hasta que la inevitable llegada del "invierno" comenzara a debilitar su accionar y mermar el apoyo ciudadano a su gestión. Ese sería el momento de iniciar el contraataque. Ante la creciente beligerancia y capacidad de convocatoria de las fuerzas opositoras, el gobierno se vería entonces forzado a retroceder y aun a capitular. No hubo pues, a pesar de los esfuerzos desplegados en tal sentido por Allende y la mayoría de la cúpula dirigente de la UP, un interés real de ese partido, en particular bajo el liderazgo de su mayoritario sector freísta, en llegar a acuerdos con la izquierda que permitiesen allanar el camino a la "revolución con olor a empanadas y vino tinto" pregonada por Allende.
Por su parte la clase dominante como un todo, parapetada en su legalidad y en las instituciones que controlaba (Parlamento, Poder Judicial, Contraloría), se empeñó decididamente entonces en impedir que la anunciada transformación revolucionaria de la sociedad pudiese prosperar. A su vez, la iniciativa política inicial desarrollada desde el gobierno había abierto cauce a una creciente y generalizada irrupción de las masas explotadas en la escena política del país. El hecho es que al cumplirse tan solo el primer año del nuevo gobierno, el conflicto de clases había alcanzado ya una gran intensidad. La gran burguesía, articulada en torno a sus organizaciones empresariales y contando con el activo respaldo de Washington, comenzó a actuar de manera crecientemente autónoma con respecto a sus representaciones políticas formales, poniendo en movimiento su enorme poder real, en base a los incentivos mercantiles con que opera el sistema, para tornar ingobernable la economía y hacer pagar el costo político de ello al gobierno.
Frente a la política redistributiva de éste, basada en el incremento de salarios y el control de precios -apelando como compensación para ello al incremento de la producción en base al empleo de la capacidad industrial ociosa-, la clase dominante respondió paralizando la inversión e incentivando el acaparamiento de los productos de primera necesidad. Esto ocasionó de inmediato fuertes problemas de abastecimiento a la población y la aparición de un mercado negro en que todo estaba disponible pero a precios exorbitantes. Buscando beneficiarse con ella, a esta política de sabotaje económico se sumaron activamente amplios sectores de la pequeña burguesía del comercio minorista y del transporte, contribuyendo a impulsar junto a otros sectores medios de profesionales y estudiantes una creciente movilización social de signo reaccionario. Y como respuesta, los trabajadores organizados intensificaron su movilización. Lo que el desarrollo de la lucha de clases en ese álgido periodo que precedió al golpe de Estado comenzó de esta forma a poner en juego fue nada más y nada menos que la cuestión del poder político sobre el conjunto de la sociedad.
La interrogante que esto planteaba claramente era en función de qué intereses de clase sería resuelta la crisis. El movimiento obrero y popular había logrado alcanzar ya una enorme gravitación en el desarrollo de la lucha política y social, conquistando posiciones clave en el aparato del Estado y en los medios de comunicación de masas y había derrotado transitoriamente todos los intentos reaccionarios por revertir el proceso político en curso. Se hallaba en condiciones de luchar por el poder. Pero para dar ese gran salto se hacía cada vez más patente la necesidad de contar con un liderazgo político decidido a impulsar en forma clara la lucha por la superación del Estado burgués y la constitución de un poder obrero y popular que abriese la ruta del socialismo en Chile. Ello exigía tomar la iniciativa política y movilizar audaz y decididamente a las amplias masas trabajadoras. Sin embargo, Allende y la mayor parte de las cúpulas directivas de la UP, se aferraban a la ilusión de hacer de la legalidad existente su gran escudo protector para evitar que un golpe reaccionario pudiese revertir el proceso de cambios en curso.
De ese modo, ante las primeras dificultades surgidas de la tenaz y cada vez más enconada resistencia que las clases dominantes oponían a las medidas de su gobierno, y sobre todo al avance que registraban las luchas del movimiento obrero y popular, en las cúpulas de la UP comenzaron a ganar terrero las tendencias conciliadoras surgidas desde las "sombras de la burguesía"[7] presentes en su seno y del reformismo obrero representado ante todo por las inveteradas concepciones políticas del PC. Esto acrecentó las controversias al interior de la UP ya que en el seno del PS y de otros partidos del conglomerado de gobierno se expresaba con más fuerza la voluntad de "avanzar sin transar" que ganaba terreno entre los trabajadores de base. En junio del año 72, para dirimir estas disputas, tuvo lugar el llamado "Cónclave de Lo Curro". Con el decidido respaldo de Allende, las tendencias conciliadoras lograron imponer en él un viraje conservador, arguyendo la necesidad de estabilizar la economía -ya seriamente dañada por el sabotaje del gran capital- y de tender puentes hacia los sectores "democráticos" de la oposición, lo cual exigía intentar contener y reencauzar en el marco de la legalidad vigente la movilización popular.
Se trataba, por tanto, de reorientar la acción gubernativa con el propósito de "consolidar para avanzar". Sin embargo, los hechos no tardarían en evidenciar que este diagnóstico político era garrafalmente equivocado. Si la correlación de fuerzas se estaba deteriorando, la causa no era la que suponían Allende, el PC y los grupos burgueses al interior de la UP. Ello obedecía, en realidad, a la persistente reticencia del gobierno para apelar a una mayor movilización popular como única forma de contrarrestar de manera eficaz la agresiva ofensiva política y económica desplegada por la burguesía. Lo que se impuso entonces fue un giro en la dirección contraria, un retroceso dictado por una orientación contumazmente reformista, basada en una visión miope del carácter de los problemas que la situación planteaba como del modo de hacerles frente. Un viraje que, en lugar de ayudar a acrecentar las propias fuerzas, mermaba las posibilidades de superar con éxito la aguda crisis política existente.
En los hechos, la ofensiva reaccionaria ya estaba desatada y en octubre de ese año, con el paro de los camioneros, buscó paralizar el país y hacer caer al gobierno. Mientras éste intentaba contrarrestar la asonada mediante la formación de brigadas de trabajo voluntario e insistentes llamados a los trabajadores a aumentar la producción, estos últimos respondieron creando espontáneamente en sus lugares de trabajo y residencia organismos de autodefensa para decidir colectiva y democráticamente las acciones a seguir. Surgen así, como gérmenes de un emergente poder popular, los cordones industriales y los comandos comunales. Los trabajadores proceden entonces a ocupar las fábricas y a mantenerlas en producción bajo su propia dirección. Participaron y apoyaron activamente esas iniciativas de lucha todos los partidos de la izquierda con la única excepción del PC, que aspiraba a que los trabajadores se limitasen a responder a los llamados emanados del gobierno y de la CUT controlada por ellos. El paro se extendió por casi un mes sin que la burguesía lograra su objetivo, pero concluyó con la decisión del gobierno de incorporar a representantes de las FFAA a su gabinete, lo cual contribuyó a apaciguar a la oposición.
La aguda lucha política ya entablada se trasladó momentáneamente entonces a la contienda electoral parlamentaria de marzo de 1973, en la que la oposición abrigaba la esperanza de lograr los dos tercios requeridos en ambas cámaras para destituir legalmente a Allende de la Presidencia de la República. La presencia de los militares en el gabinete constituía para ella una garantía de que los resultados de la elección no serían fraudulentos. Sin embargo, las expectativas de la oposición se frustraron debido al poco más de 43% de la votación que, en medio de la crisis, obtuvo la UP. Este resultado en gran parte se explica por el alto porcentaje de adhesión alcanzado por la izquierda entre quienes votaban por primera vez, franja que se vio fuertemente incrementada debido a la entrada en vigencia de la reforma constitucional que redujo de 21 a 18 años la edad requerida para votar[8]. Mientras el PC plantea entonces que el próximo objetivo de la izquierda sería ganar las elecciones presidenciales de 1976 y lanza su campaña "no a la guerra civil", el conjunto de la oposición, salvo un pequeño sector de la DC, orienta ahora todo su accionar hacia el objetivo de lograr el derrocamiento del gobierno.
En consecuencia, los seis meses que median entre la elección parlamentaria del 4 de marzo y el golpe de Estado del 11 de septiembre constituirán el periodo más intenso y dramático de la lucha de clases conocido en la historia del Chile contemporáneo. La burguesía reanuda e incrementa su ofensiva sediciosa buscando de manera cada vez más clara y desembozada la caída del gobierno. En el plano político-institucional se producen fuertes conflictos entre el Ejecutivo y los otros dos poderes del Estado, que se traducen finalmente en pronunciamientos de estos últimos que, excediendo las facultades constitucionales de que se hallaban investidos, ponen abiertamente en cuestión la legitimidad del gobierno, buscando con ello dar luz verde al golpe de Estado. En el plano social la rebelión de la burguesía cobra nuevos bríos, con el respaldo ya no solo de amplios sectores de la pequeña burguesía y de las capas medias sino también de algunos sectores de trabajadores, como fue el caso de una parte de los mineros del El Teniente que se movilizaron contra el gobierno levantando demandas salariales.
Mientras la beligerancia de la oposición se incrementaba día tras día, en la UP las discrepancias internas respecto a cómo hacer frente a la crisis que vive el país se tornanban cada vez más agudas. Pero en la conducción del gobierno se redoblan los esfuerzos por evitar que escale el clima de enfrentamiento. Se intenta así poner freno a la movilización popular, se plantea la urgente necesidad de "normalizar" el funcionamiento de la economía, devolviendo las empresas que ante el boicot patronal habían sido tomadas por sus trabajadores, y se busca dar a la oposición plenas garantías de respeto a la institucionalidad. El objetivo de estas medidas es lograr el anhelado acuerdo con la Democracia Cristiana que permitiese alcanzar una tregua y encontrar una salida política a la crisis en el marco de la legalidad vigente. Con este objetivo Allende le formula a la directiva de ese partido un público llamado a dialogar y, buscando mitigar con ello el clima de enfrentamiento que se vive en el país, decide incorporar nuevamente a las FFAA al gobierno constituyendo con ellas un "gabinete de seguridad nacional".
Pero lo que Allende y el PC no vieron, o se resistieron a ver, es la dinámica que la lucha de clases -y muy particularmente en este caso el accionar de las clases dominantes al sentir amenazados su poder y sus privilegios- se mostraba capaz de imponer, incluso a sus propias representaciones políticas, en las condiciones de una situación revolucionaria como la que existía entonces en Chile. Ello tornaba políticamente estéril, y por lo tanto iluso, todo intento de negociación, como lo demuestra claramente el planteamiento formulado entonces, en representación de la DC, por Patricio Aylwin. En su carta a Allende del 31 de julio de 1973, éste señala que, a pesar de existir en términos declarativos un acuerdo formal entre ambos sobre cuatro "materias esenciales",[9] ello no se veía ratificado en la práctica por lo que, para asegurar su cumplimiento efectivo le sugiere constituir "un Ministerio con participación institucional de las Fuerzas Armadas con poderes suficientes, en mandos superiores y medios".[10] Es decir, la DC demandaba de Allende la entrega del control del gobierno a las FFAA, lo que de hecho implicaba exigirle una capitulación en toda la línea.
Conminando al Presidente a que aceptara ser objeto de un golpe blanco, la burguesía dejaba en claro así, a través de su principal representación política, que no estaba dispuesta a seguir tolerando la amenaza que implicaba para su dominio de clase el accionar del gobierno y, sobre todo, su inacción ante la emergencia de un creciente poder popular. Y que no tendría el menor escrúpulo en utilizar todos los medios a su disposición -económicos, político-institucionales y comunicacionales- para empujar a las FFAA a irrumpir en la escena política, desalojar al gobierno y reprimir al movimiento obrero y popular. El sector mayoritario de la DC, liderado de hecho por Frei, participaba plenamente de ese empeño golpista, con el supuesto propósito de restablecer el pleno imperio de un Estado de derecho ya "gravemente quebrantado", según lo expresara el acuerdo promovido por ella y aprobado el 22 de agosto de 1973 por la mayoría opositora de la Cámara de Diputados. En tales circunstancias, para no ser irremediablemente derrotada, a la izquierda solo le cabía potenciar al máximo la capacidad de organización y de lucha del movimiento obrero y popular, buscando incidir también con fuerza en el comportamiento de las tropas.
Sin embargo, Allende y la UP se empeñaron en hacer exactamente lo contrario, llamando insistentemente a que los trabajadores se limitaran a apoyar al gobierno y dejaran la solución de la crisis enteramente en sus manos. En tales condiciones, el aplastante golpe de Estado que sobrevino luego constituyó un acontecimiento traumático para la militancia de izquierda. El mismo día 11 los acontecimientos se precipitaron rápidamente. El control de las comunicaciones radiales y televisivas pasó a las pocas horas a estar en manos de los golpistas, difundiéndose a través de ellas marchas militares y bandos en los que se anunciaba el derrocamiento del gobierno, se conminaba a la población a permanecer en sus casas y se amenazaba con ejecutar en el acto a todo aquél que intentase oponer alguna resistencia a la acción de los golpistas. Luego del discurso del Presidente Allende transmitido por radio Magallanes, la última emisora de izquierda que logró permanecer en el aire, ya no pudo escucharse ningún mensaje que pudiese intentar organizar siquiera alguna forma de respuesta de parte de los trabajadores. De la noche a la mañana el panorama político chileno experimentaba así un giro en 180°.
En múltiples puntos del país, la militancia de la izquierda concurrió prontamente a los locales de sus partidos o a sus centros de trabajo y de estudio, con la esperanza de obtener el anhelado armamento y la conducción operativa con que poder hacer frente al alzamiento. Pero debió desencantarse rápidamente al constatar que las armas no llegarían y que solo arriesgaban inútilmente sus vidas al intentar organizar una resistencia carente de toda dirección y posibilidades de éxito. Algo parecido era lo que sucedía en los cuarteles militares y policiales del país. Los golpistas habían logrado desplazar de sus mandos y neutralizar rápidamente a quienes podrían haber intentado oponer y organizar alguna resistencia a sus designios, consiguiendo de ese modo un control prácticamente total de las FFAA y Carabineros. Desde la izquierda solo se lograron levantar unos reducidos focos de resistencia armada que, a pesar de su gran despliegue de heroísmo, no podían revertir ya el enorme desbalance de fuerzas que se operaba en el plano militar.
· Lo que fracasó fueron las concepciones estratégicas dominantes en la izquierda
¿Cómo explicarse lo sucedido? ¿Cómo fue posible que un proceso de cambios iniciado de manera tan promisoria conociera al cabo de solo tres años un desenlace tan aplastantemente adverso? Apenas una semana antes del golpe, al conmemorarse los tres años del triunfo de Allende en la elección de 1970, se habían congregado bajo las banderas de las organizaciones de la izquierda más de un millón de personas en la Alameda, exteriorizando su apoyo al proceso de cambios en curso. Fue considerando ese inmenso arraigo popular de la izquierda que los golpistas contaban con tener que hacer frente a una resistencia de varios días antes de poder lograr un control efectivo del país. Y sin embargo ya al mediodía del 11 de septiembre resultaba del todo claro que éstos habían triunfado y que los partidos de la izquierda, cuyos cuadros dirigentes en su mayor parte corrían a asilarse en las embajadas, no tenían más alternativa que sumergirse precipitadamente en la clandestinidad. En suma, incapacidad total, no solo para extender y profundizar el terreno ya conquistado, sino incluso para defenderlo.
Evidentemente, la derrota militar de la izquierda el 11 de septiembre de 1973 no fue más que la expresión de su previa derrota política, aunque no por las razones que han invocado la mayoría de quienes entonces ocupaban en ella responsabilidades de dirección. En rigor, fue en definitiva el obstinado empeño de aferrarse a una estrategia que pasaba por alto las lecciones de la historia y la actitud contemporizadora del gobierno que se derivaba de ella lo que facilitó los propósitos de la reacción, sellando con ello su propia suerte y arrastrando también en su caída al conjunto del movimiento obrero y popular. Como había sucedido ya en experiencias históricas anteriores,[11] la ilusa política reformista, que se obstina en ignorar el carácter de clase del Estado, desarmó y desorientó ideológicamente al campo popular, debilitándolo políticamente en el momento más decisivo de su lucha y tornando más decidida y agresiva la ofensiva desplegada por las fuerzas contrarrevolucionarias. Y como suele suceder en situaciones como esta, los sectores indecisos o vacilantes, incluidos los de las propias FFAA, optaron por plegarse al que, por su mayor determinación y beligerancia, se proyectaba de manera cada vez más nítida como el campo vencedor.
En la concepción reformista el apego a la legalidad asumía no solo un carácter defensivo ante una situación de crisis política aguda, sino que se entendía como el medio estratégico a través del cual se hacía posible abrir paso al propio proceso de transformación social revolucionaria. En eso consistía, precisamente, la "vía chilena al socialismo", proclamada por Allende como una experiencia de significación universal por estar llamada a servir de ejemplo en otras latitudes hacia el futuro. Una revolución "sin costo social", es decir sin violencia, sin guerra civil. Ese apego a la legalidad fue la forma más clara en que, en el proyecto de la UP, se expresaba no solo la presencia en ella de los escuálidos agrupamientos políticos de la "burguesía democrática", sino también y sobre todo la larga tradición reformista de sus principales partidos, y muy particularmente del PC, que por su ideología y su estructura orgánica era menos sensible que el PS a las presiones surgidas desde el movimiento de masas.
En los momentos más álgidos de la lucha de clases, Allende y las cúpulas de la UP se negaron tercamente a asumir que lo que estaba realmente en el centro de la lucha política era la cuestión del poder. Ello significaba decidirse a hacer frente a la ofensiva burguesa validando todas las formas de lucha, lo que si bien suponía reconocer de hecho el fracaso de la "vía chilena", era lo único que permitía mantener vigente como objetivo el operar una transformación revolucionaria que traspasase el poder a manos de los trabajadores. En el lenguaje de Gramsci, ello habría implicado decidirse a realizar oportunamente un viraje estratégico desde la "guerra de posiciones", que ya había dado de sí todo lo que podía dar, a la "guerra de movimientos", que había pasado a ser en los hechos la única vía posible para avanzar hacia la conquista del poder. No habiéndose preparado para eso, y deseando solo evitar el escenario de una confrontación mayor, Allende y la UP se desplazaron, aun sin desearlo y esperanzados en lograr una solución negociada a la crisis, hacia un callejón sin salida.
La política militar de la UP se limitó a intentar escudarse en la institucionalidad vigente, abogando entre los altos mandos de las FFAA por la llamada "doctrina Schneider", que ratificaba la subordinación de los militares al poder civil legalmente constituido. Pero la previsible e irreductible oposición de la clase dominante, dispuesta a desahuciar su propia legalidad para impedir que el proceso de cambios pudiese prosperar, evidenció la inconsistencia de dicha política. Esto porque, para mantener la cohesión de sus instituciones, los mandos constitucionalistas requerían que el conflicto político no escalase, presionando a favor de un entendimiento entre al menos la UP y la DC. Pero esto significaba, a su vez, el triunfo de un "golpe blando" ya que el límite de lo posible lo fijaría la DC. Y si ésta descartaba la posibilidad de llegar a un acuerdo y daba luz verde al golpe duro, como efectivamente ocurrió, los mandos constitucionalistas se verían ante la disyuntiva de optar entre hacer frente a los golpistas, precipitando al país a una guerra civil, o hacerse a un lado. Como sabemos, finalmente optaron por lo segundo -salvo Pinochet y su entorno que terminó plegándose a la sedición-, considerando que un golpe, aunque inevitablemente cruento, sería preferible a una mucho más cruenta guerra civil.
Los hechos confirmaron así que la UP careció de una política militar que fuese consistente con el proyecto transformador contemplado en su programa. A este respecto, Boris Ponomariov, uno de los principales ideólogos del PCUS, en un artículo escrito en 1974, se lamentaba de lo ocurrido diciendo: "los sucesos de Chile vuelven a recordar la importancia de saber defender las conquistas revolucionarias y la enorme trascendencia de estar preparados para cambiar rápidamente las formas de lucha pacíficas y no pacíficas y de ser capaces de responder con la violencia revolucionaria a la violencia contrarrevolucionaria de la burguesía"[12]. Al año siguiente, en un documento dirigido contra la "ultraizquierda", el PC no tuvo más alternativa que reconocer que la "política militar de la UP", consistente en el "reforzamiento de las posiciones constitucionalistas en el seno de las FFAA", buscando involucrarlas "en las tareas del desarrollo económico y social del país" a fin de lograr "una identificación creciente de los integrantes de las FFAA con las necesidades de progreso del país y, con ello, con el proceso revolucionario" estuvo basada en una apreciación errónea de la situación prevaleciente en su interior, sobreestimando las posibilidades de acción de los sectores constitucionalistas "y el peso de los sentimientos democráticos al interior de los institutos armados"[13].
En definitiva, la concepción estratégica de la llamada "vía chilena al socialismo", que orientó de hecho, explícita o implícitamente, la política del grueso de la izquierda chilena, culminó en una catastrófica derrota del movimiento obrero y popular. A fin de cuentas, en lugar de la prometida "revolución sin costo social", el pueblo trabajador chileno debió cosechar un altísimo costo social sin revolución. Por otro lado, el fracaso de la "vía chilena" estaba llamado a tener repercusiones mucho más allá del país, porque ella había representado la primera experiencia histórica significativa de un proyecto de transformación social en dirección al socialismo impulsado a través de la estrategia de la "vía pacífica" formulada y propugnada internacionalmente por el PCUS y los partidos que en todo el mundo seguían de cerca sus orientaciones.[14] El hecho claro e irrebatible es que, guiado por esa concepción, la vieja izquierda, habiendo logrado colocar al movimiento obrero y popular chileno ante las puertas mismas del poder, no fue capaz de resolver a su favor el gran desafío de defender lo ya conquistado y de alcanzar ese objetivo. Se confirmaba así trágicamente que, como lo señaló alguna vez Saint Just, "quien hace revoluciones a medias no hace más que cavar su propia tumba".
· Acercamiento al trotskismo y fundación de la Liga Comunista
La experiencia política que va a llevar a la fundación de la Liga Comunista comienza a configurarse precisamente en el curso de este trágico, convulsionado y decisivo periodo de la lucha de clases en Chile. Ella surge como resultado de una clara constatación, por quienes van a concurrir luego a su formación, de las fatales incongruencias que, en distintos grados, exhibe entonces la política que levantan las distintas corrientes de la izquierda existentes en el país, comprometiendo gravemente las promisorias posibilidades de la lucha desplegada en esos momentos claves por las amplias masas obreras y populares. Esa constatación va fecundando una progresiva toma de conciencia sobre sus causas y sus raíces históricas. A pesar de su juventud, quienes a fines de julio de 1973 adoptaron la decisión de constituir la Liga Comunista contaban ya, en su gran mayoría, con una experiencia política previa, cuyo común denominador era la de una anterior militancia en el MIR.
Fue su paso por las filas de esa organización lo que les había llevado a la convicción de que se hacía imperativo desarrollar en Chile una práctica política revolucionaria que guardase mayor correspondencia con sus propias definiciones programáticas, es decir, sin las graves inconsistencias que habían podido advertir en la política del MIR. En efecto, el MIR había evidenciado una gran desorientación en algunas coyunturas políticas relevantes como lo fueron las del "tacnazo" de octubre de 1969 y la propia elección presidencial de 1970. Y en el plano de su política universitaria habían podido constatar algo similar, tanto en la elección FECH de 1970 -con una decisión burocráticamente impuesta desde su Secretariado Nacional de retirar la lista del FER-, como un par de semanas después ante el alevoso asesinato en Concepción del estudiante mirista Arnoldo Ríos por una brigada de choque la juventud comunista. Ciertamente, tal comportamiento errático no podía ser de ningún modo casual.
Habiendo surgido en oposición a la vieja izquierda reformista, principalmente bajo la inspiración del ejemplo de la revolución cubana y su liderazgo, el MIR subestimaba la importancia de contar con una visión teórica suficientemente sólida como fundamento de la acción política. Como lo recalcaba constantemente el propio Fidel, lo realmente importante parecía ser la práctica, aun cuando su correlato teórico fuese ecléctico y su justificación puramente empírica[15]. Y como su pensamiento estratégico tenía como norte la inevitabilidad de y la preparación para la lucha armada, sin atender en demasía a las siempre cambiantes condiciones políticas imperantes, la organización requerida para traducirlo a la práctica debía responder a la lógica autoritaria de un mando militar. De modo que en el MIR se conjugaron sin mayor dificultad el eclecticismo en el plano teórico, con una alta dosis de empirismo en el terreno político y un fuerte verticalismo en el ámbito organizativo. Todo ello concurrió a hacer del MIR lo que en el lenguaje del marxismo revolucionario se suele caracterizar, por su conducta inevitablemente errática en el plano político, como una organización típicamente "centrista".
No obstante, quienes procedieron a fundar la Liga Comunista continuaban valorando y buscaban preservar también algunas de las virtudes que habían apreciado al militar en las filas del MIR: en particular, el alto nivel de compromiso político y decisión de lucha exhibido por su militancia y la estricta observancia de una rigurosa disciplina partidaria. Se trataba de un grupo de revolucionarios compuesto en su mayor parte por jóvenes estudiantes o ex estudiantes del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile que promediaban poco más de 20 años y cuyos vínculos procedían de una experiencia previa conjunta, principalmente en el plano de la política universitaria. Su trayectoria militante concurría a hacer así realidad, una vez más, la consigna: "de las luchas estudiantiles a las filas de la revolución". En todo caso, aunque la decisión de alejarse del MIR fue motivada en todos ellos por discrepancias parecidas, tanto en el plano de su política nacional como universitaria, ella no se produjo al unísono, como resultado de la conformación y actividad de una corriente de oposición interna en esa organización, sino de manera individual y escalonada.
De allí que las experiencias de lucha en que estuvieron involucrados en el periodo que media entre su ruptura con el MIR -a inicios del periodo de la UP- y la ulterior constitución de la Liga -en las postrimerías de este mismo periodo- fuesen también distintas. Sin embargo, a todos ellos los unía el hecho de haber experimentado un progresivo conocimiento y acercamiento a las ideas del trotskismo, principalmente a través de la lectura de los escritos del propio Trotsky que, fruto de iniciativas diversas, comenzaron a circular ampliamente en Chile durante estos tres turbulentos años. En efecto, en una época en que aún no existía la internet, solo la publicación impresa permitía acceder al conocimiento de las ideas que habían sustentado y orientado las experiencias revolucionarias precedentes, lo cual favorecía a las corrientes que contaban con el respaldo de grandes aparatos partidarios. Gracias a las ediciones rusas y chinas los textos políticos de Marx, Engels, Lenin y Mao circulaban entonces profusamente. Sin embargo, al inicio de la década de los años setenta los escritos de Trotsky no se hallaban por ninguna parte. Ni siquiera era posible encontrar un documento políticamente tan relevante como el Programa de fundación de la IV Internacional.
Luego, esta situación cambió rápidamente. Por una parte Quimantú, la recién constituida editorial del Estado, publicó en 1972 la monumental Historia de la Revolución Rusa de Trotsky, una decisión que -no está demás recordarlo- debió vencer las fuertes presiones adversas que procedían del PC. Por otra, tras el golpe de estado de 1971 en Bolivia, llegaron a Chile en calidad de exiliados los dirigentes del POR-Masas, por cuya iniciativa comenzaron a circular profusamente en Chile numerosos textos políticos de Trotsky: El Programa de Transición, Escritos sobre España, La Internacional Comunista después de Lenin, Escritos Militares, etc. A ello hay que añadir la llegada a las librerías de importantes textos de Isaac Deutscher, Ernest Mandel, Pierre Broué, Víctor Serge o del propio Trotsky, publicados por editoriales mexicanas y españolas, así como también algunos otros por iniciativa de círculos trotskistas tanto chilenos como de exiliados brasileños. A quienes constituirían luego la Liga ello les brindó la oportunidad de interiorizarse al menos del legado teórico y político dejado por la tenaz lucha librada por Trotsky y la Oposición de Izquierda contra del estalinismo y, muy limitadamente aun, de la trayectoria ulterior del movimiento trotskista internacional.
Este progresivo acercamiento al trotskismo los llevó a conformar primero un pequeño grupo interesado en vincularse a la IV Internacional, pero reticente a hacerlo a través de los círculos trotskistas locales debido al fuerte espontaneísmo que permeaba sus concepciones estratégicas y al escaso dinamismo de su actividad política contingente. Actuando primero con la denominación de "Grupo Combate", lograron establecer entonces algunos contactos con militantes tanto brasileños como argentinos de la IV Internacional que se encontraban en esos momentos en Chile y tuvieron la oportunidad de entrevistarse también con algunas figuras míticas del trotskismo como Raymond Molinier y Hugo Blanco. Sin embargo, al no encontrar otra alternativa para establecer un vínculo militante con el movimiento trotskista internacional, el Grupo Combate optó finalmente por incorporarse al Partido Socialista Revolucionario (PSR), la agrupación que detentaba entonces la condición de sección chilena de la IV Internacional. Pero lo hizo con la finalidad de intentar hacer de esta organización el destacamento revolucionario cohesionado, pujante y combativo a que aspiraban.
Sin embargo, el PSR se encontraba entonces, en los momentos más álgidos de la lucha de clases en Chile, semiparalizado por la intensa lucha fraccional que tenía lugar en esos mismos momentos en el seno de la IV Internacional, en vísperas de su X Congreso Mundial que se realizaría a inicios de 1974. Además, su actividad política parecía estar fuertemente basada en la probadamente estéril táctica del "entrismo sui generis", con la ilusión de encontrar con ella un atajo en el camino de la construcción del Partido Revolucionario. En un texto escrito en 1971, quien pasó a ser luego de su fundación el máximo dirigente del PSR consideraba inevitable hacer de un trabajo al interior del PS el sector preferente de la actividad política revolucionaria a fin de poder transformarse junto a "las tendencias más sanas y resueltas que existen en su interior ... en la dirección que las masas requieren para su triunfo definitivo"[16]. Pero lo cierto es que nunca hubo la menor evidencia de que algo como eso estuviese en vías de suceder y que aún el propio PSR dejó de tener una existencia política real después del golpe.
Fue precisamente debido a lo infructuoso que en tales condiciones resultaba el empeño por convertir rápidamente al PSR en una organización política pujante y dinámica, y en vista de las oportunidades que abría un proceso de creciente convergencia política y programática que habían logrado desarrollar entonces con otra organización formada por ex militantes del MIR que actuaban bajo la denominación de "América Roja" -contando con cierta presencia política tanto en Santiago como en Valparaíso-, que los militantes del Grupo Combate decidieron -a las pocas semanas de haber ingresado a él- abandonar el PSR para concurrir a la formación de una nueva organización revolucionaria. Fue así como se constituyó, producto de la fusión entre ambos grupos y sin un certificado de nacimiento que precisara su fecha -dada la urgencia que imponía el periodo de intensa y turbulenta lucha de clases y de febril actividad revolucionaria que se vivía entonces-, la Liga Comunista de Chile.
En el escasísimo espacio de tiempo de que pudo disponer para desplegar un trabajo político en las condiciones de legalidad aun imperantes, la Liga logró procurarse los recursos materiales necesarios para realizar una intensa labor de agitación y propaganda. Lo que hizo en este plano fue bastante significativo si se considera el comparativamente reducido contingente militante con que, en un contexto de multitudinaria movilización popular, contaba la recién creada organización. En efecto, en vísperas del ya inminente golpe de Estado, la Liga participó activamente, con afiches y materiales de agitación propios, en la campaña de solidaridad que se desarrolló entonces con los marineros antigolpistas que habían sido detenidos y sometidos a torturas por órdenes del alto mando de la Armada y en el llamado dirigido a los soldados a desobedecer las órdenes de los oficiales golpistas. Conjuntamente con ello, buscando incidir sobre las luchas en curso, imprimió miles de volantes, difundió lo más ampliamente que pudo su periódico Combate y editó con un tiraje de 5.000 ejemplares -que a consecuencia del terrorismo de Estado que se desató luego solo alcanzó a distribuir en un porcentaje reducido- el Programa de Transición. Se iniciaba así una experiencia de lucha política revolucionaria que se prolongaría por espacio de dos décadas y que transcurriría en su mayor parte bajo condiciones de estricta clandestinidad.
[1] Lo que en el Programa de Gobierno de Eduardo Frei Montalva se denominó "chilenización del cobre" no representaba más que una propuesta de asociación entre el Estado chileno y las compañías norteamericanas que explotaban los más importantes yacimientos de ese mineral existentes en Chile, lo cual comprometía al primero a realizar las grandes inversiones requeridas para elevar su producción. En definitiva, esta política se tradujo en significativas ganancias adicionales para las compañías extranjeras a expensas del interés del país, lo que finalmente intensificó la demanda de nacionalización levantada por la izquierda y que se haría efectiva bajo el gobierno de Allende.
[2] Ver su libro Socialismo o fascismo, el nuevo carácter de la dependencia y el dilema latinoamericano, Prensa Latinoamericana, Santiago, 1972, 349 pp. En él dos Santos pone de relieve, entre otras cosas, los crecientes condicionamientos y restricciones a los derechos democráticos que impone sobre los sistemas políticos la cada vez mayor concentración y centralización del capital en las regiones periféricas del sistema donde impera en alto grado la superexplotación del trabajo.
[3] Ver la Introducción y los capítulos "El Programa" y "La construcción de la nueva economía" del Programa Básico de Gobierno de la Unidad Popular, quinta edición, págs. 5, 13, 20.
[4] Ibíd., capítulo "La construcción de la nueva economía", págs. 20-21.
[5] El concepto de situación revolucionaria fue bien definido por Lenin en su folleto de 1915 La bancarrota de la II Internacional, donde además explica que si bien "la revolución es imposible sin una situación revolucionaria ... no toda situación revolucionaria desemboca en una revolución" ya que para ello es necesario que a los cambios objetivos, que originan y se expresan en una crisis política aguda, se añada "la capacidad de la clase revolucionaria de llevar a cabo acciones revolucionarias de masas lo suficiente fuertes" como para echar abajo el viejo orden "que nunca, ni siquiera en las épocas de crisis, 'caerá' si no se le 'hace caer'". Ver también el artículo de Trotsky "¿Qué es una situación revolucionaria?", publicado en The Militant, 1931.
[6] Para un examen más exhaustivo de este periodo ver el documento de la Liga titulado El fracaso histórico del reformismo, disponible en https://liga-comunista-de-chile.webnode.cl/balance-de-la-up/ y también el documento nuestro titulado Las disyuntivas políticas de la izquierda en 1970-73, disponible en https://vientosur.info/chile-las-disyuntivas-politicas-de-la-izquierda-en-1970-73/
[7] Expresión utilizada por Trotsky aludiendo al rol de contención que cumplían las pequeñas agrupaciones políticas burguesas en el seno del Frente Popular español durante la guerra civil, mientras la burguesía como clase apoyaba decididamente a Franco.
[8] Esta reforma, promulgada en enero de 1970, había comenzado a regir formalmente el 4 de noviembre de ese mismo año, pero por los plazos establecidos para la incorporación de nuevos votantes al registro electoral solo cobró efectiva vigencia en la trascendental elección parlamentaria de 1973.
[9] Esas cuatro "materias esenciales" eran, según lo expresa Aylwin, la necesidad de: 1) afianzar el orden institucional y la vigencia del Estado de Derecho; 2) reconocer a las Fuerzas Armadas y Carabineros como únicos depositarios de la fuerza; 3) terminar con las "tomas" realizadas en representación del pueblo o los trabajadores, y 4) definir el régimen de propiedad de las empresas, delimitando legalmente el área social, mixta y privada y regulando la participación de los trabajadores.
[10] Ver carta fechada el 31 de julio de 1973 del presidente de la DC, Patricio Aylwin, al Presidente Allende.
[11] Ejemplos aleccionadores de ello fueron las grandes derrotas sufridas por el movimiento obrero y popular bajo liderazgos políticos reformistas que, con su terca negativa a traspasar los límites del Estado burgués en el contexto de situaciones revolucionarias, solo lograron fortalecer a la burguesía y debilitar a los trabajadores hasta que el triunfo de una contrarrevolución fascista resultó inevitable. Ahí están para comprobarlo, entre otros, los trágicos casos de Austria en 1934 y de España en la guerra civil de 1936-39.
[12] "La situación mundial y el proceso revolucionario", en Boris Ponomariov, Algunas cuestiones del movimiento revolucionario,Editorial Internacional Paz y Socialismo, Praga, 1975, p. 271.
[13] Ver El ultraizquierdismo, caballo de Troya del imperialismo. El solo título de este documento, en línea con los acostumbrados métodos de difamación propios del estalinismo, basta para comprender que su verdadero propósito no era el de clarificar posiciones en el seno de la izquierda en base a una confrontación racional de argumentos sino simplemente el de descalificar a quienes se tiene por adversarios.
[14] Ver las declaraciones de 1957 y 1960 de los Partidos Comunistas, en El Programa de los Comunistas del Mundo.
[15] En su discurso de clausura de la Conferencia Tricontinental de La Habana Fidel sostuvo esta idea de la siguiente manera: "si los revolucionarios invierten menos energía y menos tiempo en teorizaciones, y dedican más energía y más tiempo al trabajo práctico, y si no se toman tantos acuerdos y tantas alternativas y tantas disyuntivas y se acaba de comprender que más tarde o más temprano los pueblos todos, o casi todos, tendrán que tomar las armas para liberarse, entonces avanzará la hora de la liberación de este continente".
[16] Raúl Santander, Partido y táctica, marzo de 1971. Cabe precisar que la táctica del "entrismo sui generis" difiere fundamentalmente de la propugnada por Trotsky en 1934 en lo que se dio en llamar el "giro francés" y corresponde más bien a la orientación defendida por Michel Pablo a inicios de los años 50 y que equivalía en la práctica a la autodisolución de los trotskistas en los grandes partidos de masas. Por su parte, en un documento titulado "Apuntes para una historia por escribir sobre los grupos trotskistas en dictadura", Nicolás Miranda ha sostenido, a manera de crítica, que lo dicho en el documento de balance de la Liga sobre el lamentable estado en que se encontraba el trotskismo chileno en 1973 no considera los problemas de fondo que habían afectado al movimiento trotskista internacional, aludiendo con ello "al liquidacionismo del periodo de formación del MIR, del que el SU era responsable ya en esos años". Si bien ello es verdad, mal podían entonces quienes formaron la Liga aventurar juicios más profundos sobre una historia, como la del MTI, que les resultaba aun en gran parte desconocida. Sus afirmaciones se limitaron a lo que habían logrado apreciar a través de su propia experiencia de lucha antes del golpe, en contraposición a las ideas que les estaban aproximando al trotskismo. No obstante, el que la Liga se viese luego forzada a realizar su experiencia en el trotskismo en una situación de gran aislamiento, empapándose ante todo de las concepciones políticas de Lenin y Trotsky, tuvo la ventaja de permitirle un mayor grado de independencia para formarse posteriormente una opinión efectivamente propia sobre la trayectoria y las crisis del MTI. Si el supuesto "nacional-trotskismo" con que algunos han pretendido descalificar luego las posiciones de la Liga y su conducta política consiste precisamente en esta independencia de juicio, entonces solo cabría felicitarla por ello.